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Martín López de Pisuerga

Biografía

López de Pisuerga, Martín. ¿Palencia?, m. s. xii – Toledo, 28.IX.1208. Arzobispo de Toledo, canciller mayor de Castilla.

El anterior arzobispo de Toledo, Gonzalo Pérez, había fallecido el 30 de agosto del año 1191. Según las normas canónicas, después de hechas las exequias del difunto, había un espacio de tres meses para convocar al Cabildo y para proceder a la elección de nuevo prelado. No se han conservado las actas del proceso ni se conoce el modo de elección que se adoptó, pero todo induce a pensar que debió de ser elegido antes de fin de dicho año. Sin embargo, la primera vez que aparece su nombre como electo de Toledo es en los primeros meses de 1192.

Martín López de Pisuerga era arcediano de Palencia y debía de ser oriundo de dicha diócesis. El candidato no estaba ordenado ni siquiera de presbítero. Aquella elección supuso una novedad en las prácticas del Cabildo de Toledo, porque hacía más de un siglo que los candidatos salían de los obispos de las diócesis sufragáneas y ascendían a Toledo por traslación o bien procedían, como el anterior, del alto clero de la catedral o de personas altamente cualificadas por nobleza, como Pedro de Cardona. La búsqueda de un prelado entre el clero de otra diócesis suponía un indudable agravio para el clero nativo. Sin duda, el arcediano de Palencia era una persona conocida, pero, sobre todo, debía de ser muy estimada por la Corte real. El hecho de que fuese el mismo Alfonso VIII quien informase por carta a Roma de la elección y quien solicitó la confirmación pontificia indica que el candidato fue no sólo sugerido, sino prácticamente impuesto desde lo alto.

Daba la circunstancia de que se hallaba en España el cardenal Sant’Angelo como legado pontificio, el cual también apoyó la confirmación así como el Cabildo. El electo se trasladó en la primavera de aquel año a la curia romana, donde el papa Celestino III le confirió las órdenes y le concedió el palio arzobispal.

En esta misma visita a la Santa Sede solicitó la renovación del privilegio de la primacía, la delimitación de su jurisdicción, la conformación de la provincia eclesiástica, los derechos de restaurar las nuevas sedes en las tierras que se fueran conquistando a los moros y la confirmación de las posesiones de la Iglesia de Toledo. Todas estas directrices constituían un programa de acción inmediata para el arzobispo.

López de Pisuerga era un hombre que sintonizaba en muchos aspectos con el rey de Castilla, especialmente en su visión del recurso a la actividad militar con relación a la tarea reconquistadora. Su ascensión a la sede de Toledo coincidió con unos años de gran agobio sobre el reino castellano por parte del imperio almohade. Los fanáticos africanos pretendían eliminar del seno de la sociedad islámica todo resto de recuerdo cristiano. Las iglesias de los territorios dominados por ellos fueron demolidas y los mozárabes obligados a exiliarse a los reinos cristianos de la Península. Otros muchos fueron directamente deportados al norte de África. El pueblo mozárabe residente en el sur de España fue objeto de una eliminación sistemática de su presencia en la sociedad por parte de los almohades. Una vez dispersados y carentes de sus líderes eclesiásticos estaban destinados a ser absorbidos en muy breve espacio de tiempo por la marea islámica. Fue una tragedia y un genocidio. Este problema lo puso el arzobispo de Toledo en conocimiento de la sede apostólica en su primer viaje. La respuesta fue que se le autorizaba para que eligiese un presbítero bilingüe de grandes dotes morales, para que con poderes especiales se dirigiera a tierras islámicas, a fin de confortar a los mozárabes en la fe, de predicarles la sana doctrina y de administrarles los sacramentos. Esta iniciativa, cuya efectividad práctica se desconoce, fue el inicio de una corriente de atención pastoral a este resto de cristiandad llevada desde Toledo que no cesó desde entonces y su acción benéfica duraría más de un siglo. No pudo evitarse, sin embargo, la desaparición del pueblo mozárabe en aquellas tierras, como lo comprobaron años después los reconquistadores de Andalucía.

Las relaciones del rey Alfonso VIII con Martín fueron óptimas. En sus diplomas ya desde los comienzos de su pontificado lo distinguía con expresiones tales como “prudentísimo varón y amiguísimo mío”, “queridísimo y fidelísimo amigo mío”. Lo demostró también en los excepcionales beneficios materiales que le hizo. En 1192 le otorgó el diezmo de toda la moneda que se labrase en las cecas de Toledo, excepto la de oro, les dio 50 áureos sobre los derechos del portazgo de la puerta de Bisagra para mantener encendidas ocho lámparas ante los sepulcros de su padre y de su abuelo enterrados en la catedral y le concedió el diezmo de las bodegas reales de Guadalajara, entre otras mercedes.

Los años que le tocaron vivir fueron muy duros por la enorme presión que los almohades ejercieron sobre el reino de Toledo. Todo el mundo vivía un clima bélico. Los campos fueron arruinados y los campesinos asesinados o tomados como esclavos. Una buena parte de la comunidad del monasterio de San Vicente de la Sierra fue degollada. La ciudad de Toledo fue asediada dos veces por las tropas islámicas, con ánimo de rendirla, y en su interior pasaban hambre las comunidades religiosas y la población civil. Nada extraño, por tanto, que el propio arzobispo tomase iniciativas arriesgadas. En aquel ambiente de exaltación de los ideales caballerescos de cruzada, acuciado por las circunstancias y estimulado por los papas, Martín se puso al frente de sus tropas en 1193, emprendiendo una campaña militar por territorios musulmanes, que terminó victoriosamente, según Jiménez de Rada, que llama al arzobispo —su predecesor— Martín el Magno, aunque seguramente se trató más de una algarada al estilo musulmán que de una campaña planificada con objetivos de reconquista. De todas maneras, aquello demuestra que Martín consideraba también un deber suyo el defenderse frente a los enemigos de la fe. No era él sólo entre los obispos de esta forma de pensar y de actuar. Dos años después el Ejército cristiano capitaneado por Alfonso VIII se encontró con el almohade en la sierra de Alarcos junto al Guadiana (1195), sufrió una tremenda derrota, murieron tres obispos y el Rey escapó por verdadero milagro.

Sería equivocada la imagen de este arzobispo como un caudillo militar. Él fue un hombre de Iglesia que desempeñó importantes misiones de paz y concordia entre los reyes de Castilla, León y Navarra, no siempre con éxito. Tuvo un papel importante en la política matrimonial de los reinos de León y de Castilla. Abogó por la dispensa del matrimonio de Alfonso IX de León con Berenguela, hija de Alfonso VIII de Castilla, sin conseguirlo por el cercano parentesco que existía entre ambos y llevó a la disolución del matrimonio.

Como arzobispo intervino eficazmente en la erección del obispado de Albarracín (1200). Consagró obispo de Cuenca a san Julián ben Tauro, que había sido arcediano de Toledo. Puso paz entre el obispo de Sigüenza y los clérigos de Medinaceli.

En 1198 dio nuevos fueros a Belinchón, que era señorío de la Iglesia. Dio una constitución por la que se estableció de modo definitivo el número de canónigos mansionarios, que quedó fijado en cuarenta, más veinte canónigos llamados después extravagantes y treinta porcionarios llamados después racioneros. En su pontificado el presidente del Cabildo dejó de llamarse prior y tomó el de deán.

En 1203 formalizó un contrato con san Juan de Mata, fundador de los trinitarios, para la gestión del Hospital de Santa María en el barrio de francos junto a la catedral, origen del llamado Hospital u Hospitalito del Rey, todavía existente (R. Gonzálvez, 1997: 596-597).

El nombre de Martín López de Pisuerga está particularmente señalado en el episcopologio toledano por haber sido a él y a sus sucesores en su sede a quienes vinculó el rey Alfonso VIII el cargo de canciller mayor de Castilla (1206), que los arzobispos de Toledo han ostentado durante largos siglos.

 

Bibl.: J. F. Rivera, La Iglesia de Toledo en el siglo xii (1086- 1208), vol. I, Roma-Toledo, Iglesia Nacional Española-Diputación Provincial, 1966, págs. 40-43, 202-203, 229-237, 238-243 y 276-278; “López de Pisuerga, Martín”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 1344; J. A. García Luján, Privilegios Reales de la Catedral de Toledo (1086-1462), II. Colección Documental, Toledo, Caja de Ahorro Provincial, 1982, págs. 94-106 (n.os 36-41); R. Jiménez de Rada, Historia de los Hechos de España, ed. de J. Fernández Valverde, lib. VII, Madrid, Alianza, 1989, caps. 28-29, págs. 298-299; F. J. Hernández, Los Cartularios de Toledo. Catálogo Documental, Madrid, Fundación Ramón Areces, 1996 (2.ª ed.), págs. 231-274 (n.os 251-296) y 527-530 (n.os 639-644); R. Izquierdo Benito y F. Ruiz Gómez (coords.), Alarcos 1195. Actas del Congreso Internacional conmemorativo del VIII Centenario de la Batalla de Alarcos, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 1996; R. Gonzálvez Ruiz, Hombres y Libros de Toledo, Madrid, Fundación Ramón Areces, 1997.

 

Ramón Gonzálvez Ruiz

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