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Alfonso VIII

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Biografía

Alfonso VIII. El de Las Navas. ¿Soria?, 11.XI.1155 – Gutierre-Muñoz (Ávila), 6.X.1214. Rey de Castilla y de Toledo, vencedor en Las Navas de Tolosa.

Hijo de Sancho III y Blanca de Navarra. No se conoce con certeza el lugar exacto donde nació Alfonso VIII. Un diploma diez días posterior a su nacimiento señala el gobierno de su padre en la ciudad de Soria; es el solo argumento, muy pobre ciertamente, para ubicar su nacimiento en dicha ciudad. En cambio, el día exacto de su natalicio se ha conservado en los Anales Toledanos Primeros: “Nasció el rey don Alfonso noche de San Martín, e fue día de viernes, era MCXCIII” (año del Señor de 1155). Hijo único del rey de Castilla Sancho III y de su esposa, doña Blanca, hija del nieto del Cid, el rey García Ramírez el Restaurador; su madre fallecía antes de un año, el 12 de agosto de 1156, y dos años después moría su padre, el rey Sancho III, el 31 de agosto de 1158, convirtiéndose el infantito en Rey antes de cumplir los tres años de edad. Ante el niñorey se abría una larga tutoría hasta que al cumplir los catorce años de edad el 11 de noviembre de 1169 fuera declarado mayor de edad y asumiera personalmente el gobierno del reino. El reino heredado por Alfonso VIII era exclusivamente el Reino de Castilla, la mitad del hasta entonces reino único de León, que Alfonso VII al morir el 21 de julio de 1157, tan sólo un año antes que su hijo Sancho, había dejado dividido en dos nuevos reinos: Castilla con País Vasco, Rioja y Toledo para Sancho, y León con Galicia y Asturias para su hermano Fernando.

Sancho III, ya en el lecho de muerte, había confiado la tutela y educación del niño de dos años y nueve meses que dejaba como rey de Castilla a don Gutierre Fernández de Castro. Este magnate burgalés había sido también el ayo del propio Sancho III, que siempre había depositado y mantenido en su educador la máxima confianza; por eso fue el elegido por el Monarca para que gobernase el reino y al menor de edad hasta que éste cumpliese los catorce años. Deseando el moribundo preservar la paz entre los magnates dispuso también que éstos conservasen las tenencias y castillos que tenían en sus manos, hasta que el Rey, su hijo, incoase los quince años, sin que antes el tutor pudiese remover a ninguno de ellos. Gutierre pertenecía al poderoso linaje castellano de los Castro, constituido en ese momento por cuatro hermanos, que poseían numerosos castillos y tenencias en Castilla, dominando además gran parte de la Extremadura castellana, entre el Duero y la Cordillera Central, y del Reino de Toledo. Frente a ellos en Castilla se alzaba otro no menos poderoso linaje, el de los Lara, integrado igualmente por los tres hermanos Manrique, Nuño y Álvaro y su hermano uterino García García de Aza. Toda la minoría de Alfonso VIII vendrá marcada por el duro enfrentamiento de estos linajes, al que se añadirán los intentos de su tío Fernando II, rey de León, de apoderarse de la misma tutela que Castro y Lara se disputaban. El mismo año 1158 los Lara se acercaron al anciano Gutierre y, agitando ante él el temor a desórdenes y ponderando el prestigio de don Manrique en toda la Extremadura, le pidieron que dejase al rey-niño en manos de don García, que ellos siempre respetarían y honrarían a don Gutierre como superior. Don Gutierre, a quien la tal tutela le causaba graves molestias, accedió a los ruegos de los Lara. Pero una vez el niño en manos de don García, su hermano Manrique comenzó a ejercer la regencia del reino de tal modo que dio lugar a que don Gutierre reclamase la devolución del pequeño Rey, sin que fuera atendido en nada.

Ya el año 1160, abiertas las hostilidades entre los dos linajes, los Castro con ayuda del rey de León derrotaron en Tierra de Campos a los Lara, firmándose una primera concordia, que se rompió dos años más tarde, dando lugar a una nueva intervención de Fernando II, que pudo controlar una gran parte de la Extremadura y del Reino de Toledo, sometiendo momentáneamente a su autoridad tanto a los Castro como a los Lara. Pero en julio de 1163 los Lara rompieron el acuerdo huyendo de Soria con el niño y dejando burlado al Rey leonés y deshechos sus planes de gobernar también el Reino de Castilla. En las hostilidades que se siguieron entre los Lara y los Castro, partidarios ahora estos últimos de Fernando II, caía muerto el regente y cabeza de los Lara el 9 de julio de 1164, cuando estaba asediando Huete. Le sucedía su hermano don Nuño Pérez de Lara tanto en la jefatura de la Casa de Lara como en la tutela del menor y en el gobierno del reino. El nuevo regente llegó a un acuerdo con Fernando II, que se limitó a controlar las tierras llamadas del Infantazgo; además consiguió arrebatar a los Castro el control de la ciudad de Toledo y de Zorita, con lo que pudo afirmarse en la regencia, que continuó ejerciendo hasta la mayoría de edad de Alfonso VIII el 11 de noviembre de 1169. Durante los cinco años que don Nuño desempeñó el oficio de tutor y regente supo ganarse el afecto y el agradecimiento de su regio pupilo, que no le retirará jamás su confianza, y lo mantendrá al frente del gobierno del reino hasta su muerte ocho años después, en 1177. Antes de que llegara ese 11 de noviembre Alfonso se preparó tomando las armas del altar y ciñéndose la espada de caballero por su propia mano, conforme a la costumbre de los reyes de León; la ceremonia tuvo lugar en Carrión de los Condes en el monasterio de San Zoilo. Fuera de los cuatro tutores sucesivos no se conoce el nombre de ninguna otra persona que colaborara en la formación y forja del carácter de Alfonso VIII; a don Nuño especialmente se deben las muchas y buenas cualidades humanas, morales y religiosas que demostrará Alfonso VIII todo a lo largo de los cuarenta y cinco años de su gobierno de Castilla.

Apenas había cumplido los catorce años inició don Nuño la búsqueda de una princesa con quien el joven Rey pudiera contraer matrimonio y tener sucesión; el tema era vital para la propia existencia del Reino de Castilla, pues si Alfonso muriera sin sucesión, al no tener ni hermanos ni hermanas, la Corona recaería en Fernando II de León y el Reino de Castilla desaparecería. La elección de Alfonso VIII y de sus consejeros se decantó por doña Leonor, hija del rey Enrique II de Inglaterra y de doña Leonor de Aquitania y hermana de Ricardo Corazón de León y de Juan sin Tierra. La futura reina de Castilla había nacido el año 1160 en Domfront (Normandía), ducado vinculado a la monarquía inglesa; en julio de 1170 ya se había llegado al acuerdo matrimonial que fue formalizado antes del 17 de septiembre de ese mismo año, en que ya un diploma presenta a doña Leonor como reina de Castilla. Pero dada la tierna edad de los jovencísimos esposos, catorce años el Rey y diez la Reina, es evidente que la iniciación de la vida conyugal tuvo que esperar algún tiempo; hasta 1180 no se tiene noticias del nacimiento de la primera descendencia, la princesa Berenguela.

Al llegar a la mayoría de edad Alfonso VIII se encontró como principal problema la defensa del territorio frente al enemigo musulmán, el imperio almohade en auge creciente cada día, que se extendía desde el desierto del Sahara hasta las riberas del río Tajo en la Península Ibérica; hasta 1169 la resistencia contra el poder almohade corrió principalmente a cargo de musulmanes hispanos como MuÊammad b. Ahmād b. Mardanīš, el llamado Rey Lobo, o Ibn Hamusko, suegro del anterior, de las milicias concejiles de Toledo, Talavera, Segovia, Ávila, Huete o Salamanca, de caudillos fronterizos como Geraldo Sempavor o Fernando Rodríguez de Castro, pero a partir de 1169, cuando Alfonso se haga cargo personalmente del gobierno del reino el peso de la lucha va a recaer sobre el Rey de Castilla.

En los once años de la minoría de edad de Alfonso VIII, de 1158 a 1169, el Reino de Castilla no había tenido que sufrir ninguna incursión almohade directa sobre sus fronteras consolidadas. La alianza con el Rey Lobo había producido unos dividendos excelentes; a cambio de una ayuda militar de varios miles de jinetes, de ordinario bien pagados por el reyezuelo musulmán, éste atrajo sobre sí los ataques musulmanes, salvando así a Castilla debilitada por la minoría de edad y los enfrentamientos entre los Lara y los Castro. Pero, apenas acabada la minoría de Alfonso VIII, todos sus cuarenta y cinco años de reinado vendrán marcados por el más duro enfrentamiento directo con los ejércitos almohades; se puede dividir esos cuarenta y cinco años en cuatro períodos de guerra seguidos de otros cuatro de treguas; cada uno de esos períodos se distingue por un hecho de armas: el primero, de 1170 a 1173, por el fracasado asedio de Huete; el segundo, de 1177 a 1190, por la conquista de Cuenca; el tercero, de 1194 a 1197, por la terrible derrota de Alarcos; y el cuarto, de 1211 a 1213, por la victoriosa jornada de Las Navas de Tolosa.

La primera guerra se inicia el año 1170 con una expedición almohade de más de veinte mil combatientes que saquea las tierras toledanas; al año siguiente, el 1171, es el propio califa Abū Ya‘qūb Yūsuf el que pasa el Estrecho y, tomando el mando personal de su tropas, somete a una terrible razia esas mismas tierras del reino de Toledo, aunque sin ocupar ninguna plaza fuerte. Pero el objetivo principal de Yūsuf I no era el Reino de Castilla, sino liquidar de una vez al Rey Lobo, para lo que en los primeros meses de 1172 puso sitio a Murcia, capital de este taifa musulmán. Durante el asedio falleció el Rey Lobo y su hijos rindieron la plaza a los almohades. Al desaparecer el último rebelde musulmán Yūsuf I dirigió sus armas contra Huete; avanzada castellana en tierras conquenses, movilizando para ello un inmenso ejército, que entre el 8 y el 22 de julio de ese año 1172 asedió la ciudad, llegando a incendiar parte de la misma y a ocupar sus arrabales, pero el ejército de socorro, dirigido personalmente por Alfonso VIII llegó a tiempo para salvar la plaza y forzar una retirada de las tropas almohades, que fue sentida como un grave fracaso. Al año siguiente, el 1173, la guerra continuó con razias de una y otra parte; del lado cristiano la incursión por al-Andalus corrió a cargo de las milicias de Ávila, cuyo adalid, Sancho Jimeno, encontró la muerte al regresar de Tarifa cargado de botín.

Las fuentes musulmanas nos dicen que el primero en iniciar las negociaciones en busca de una tregua “fue el conde don Nuño, señor de Toledo, tutor de Alfonso el Niño”: ésta era la visión del gobierno de Castilla que desde fuera tenían los musulmanes, aunque hacía ya cuatro años que Alfonso VIII había sido declarado mayor de edad; las negociaciones acabaron ese mismo año con la firma de unas treguas. No se sabe con certeza para cuanto tiempo se firmaron esas treguas; lo cierto es que tres años después, a finales de 1176, al ausentarse de la Península el califa Yūsuf I, Alfonso VIII iniciaba en pleno invierno los preparativos militares y la concentración de una hueste que a principios de enero de 1177 formalizaba el cerco de la ciudad de Cuenca, que por su fortaleza natural resultaba inexpugnable y sólo podía rendirse por hambre. El asedio se prolongó durante toda la primavera y verano hasta el mes de septiembre en que la plaza fue tomada. Con el asedio de Cuenca habían quedado rotas las treguas firmadas en 1173, y daba comienzo la segunda guerra.

Los cuatro años siguientes, 1178-1181, de esta segunda guerra consistieron en algaras de una y otra parte sin grandes expediciones ni movilización de numerosos ejércitos; el año 1182 a principios de junio el ejército castellano, dirigido personalmente por el Rey, acampaba durante cuarenta y cinco días en las proximidades de Córdoba, desde donde destacamentos volantes se extendieron y raziaron los campos de Granada, Málaga, Ronda y Algeciras; frente a Sevilla llegaron a Carmona y a Setefilla, junto a Lora del Río, donde hicieron 700 prisioneros. El contragolpe almohade lo sufrió Talavera de la Reina, cuyas aldeas y campos tuvieron que sufrir el mismo trato que poco antes habían padecido los andaluces. En septiembre de 1183 el Califa lanzaba un llamamiento a la guerra santa cruzando el Estrecho con un gran ejército en febrero de 1184, que se reunió en Sevilla con las demás fuerzas de al-Andalus hasta alcanzar la cifra de 78.000 hombres. Mientras se producía esta concentración en Sevilla, Alfonso VIII asediaba y rendía la importante fortaleza de Alarcón (Cuenca).

Para gran sorpresa el ejército almohade no marchó contra Castilla, sino que se dirigió contra Santarém, donde fue rechazado por los reyes de Portugal y de León, que habían unido sus fuerzas, recibiendo una grave herida el propio califa a resultas de la cual falleció el 29 de julio de 1184. Los cinco años siguientes, 1185-1189, con un nuevo Califa en Marrakech más atento a los asuntos africanos, pudieron continuar las algaras castellanas por La Mancha y por Andalucía realizadas por diversas columnas volantes, que sólo tenían que enfrentarse con guarniciones musulmanas locales; también se conquista Iniesta (Cuenca). Ante la falta de reacción por parte de los andalusíes, el nuevo califa al-Manîūr, tras hacer un llamamiento a la guerra santa, pasaba el Estrecho el 30 de abril de 1190 y llegaba a Córdoba; aquí se presentaron los embajadores de Alfonso VIII, que tras una breve negociación firmaban unas treguas para dos años. Así evitaba el Califa el choque con Castilla y pudo dirigir sus fuerzas contra Portugal.

Las treguas firmadas en 1190 no iban más allá de 1192, pero antes de su final, todavía dentro del año 1191 llegaba a Marrakech el judío Yūsuf b. al-Jaffar, embajador enviado por Alfonso VIII para preparar la renovación de las treguas; entrado ya el año 1192 nuevos embajadores de Alfonso VIII se presentaron en la capital almohade para ampliar las treguas, que estaban ya caducando; aunque los embajadores fueron despedidos violentamente, se cree que la negociación fue reanudada, conduciendo a la renovación de dos años más de treguas, esto es, hasta 1194. Así los años 1190- 1194 transcurrieron bajo el signo de la paz. En el verano de 1194 finiquitadas las treguas y alertados todos los tenentes de las fortalezas fronterizas, Alfonso VIII enviaba un gran ejército que cruzó el Guadalquivir y llegaba hasta las puertas de Sevilla; los almohades andaluces fueron una vez más incapaces de hacer frente a la hueste castellana, lo que hizo ver al Califa de Marrakech la necesidad de su presencia en la Península y de proclamar la guerra santa. El llamamiento resonó desde las arenas del Sahara hasta las orillas del Mediterráneo y desde Bugía hasta Salé y decenas de millares de voluntarios respondieron con entusiasmo, que en junio de 1195 atravesaban el Estrecho con su Califa y se concentraban en Sevilla. Luego por Córdoba y el puerto del Muradal alcanzaron las llanuras de La Mancha. Por su parte, Alfonso VIII, al conocer la amenaza que se cernía sobre su reino, había convocado a su vez a todo su ejército: magnates, milicias concejiles y órdenes militares; trató de hacer frente a las tropas almohades cuando éstas penetraban ya en los confines del reino castellano.

El encuentro tuvo lugar el 18 de julio de 1195 delante de Alarcos (Ciudad Real), castillo en manos castellanas, y constituyó una sangrienta derrota cristiana; Alfonso VIII quiso luchar hasta morir en el campo de batalla, pero fue forzado a retirarse con una veintena de caballeros hacia Toledo. Fueron varios millares los muertos castellanos, aunque en el castillo lograron refugiarse, según la crónica al-Bayān, unos 5.000, a cuyo frente figuraba el señor de Vizcaya, Diego López de Haro, que gracias a los buenos oficios de Pedro Fernández de Castro que venía con el Califa, consiguió de éste que pudieran retirarse con sus vidas a salvo, a cambio de entregar la fortaleza y un número de cautivos musulmanes.

Como consecuencia del desastre de Alarcos se perdieron todas las fortalezas castellanas sitas al sur de los Montes de Toledo, incluyendo Calatrava, de donde huyeron todos sus habitantes al aproximarse los almohades; Toledo veía ya acercarse de nuevo la amenaza musulmana a sus murallas. Pero no fueron sólo las pérdidas humanas y territoriales, sino que ante el descalabro sufrido por el ejército castellano los reyes de León y de Navarra unieron sus esfuerzos a los almohades para atacar a Alfonso VIII, y así Castilla el año 1196 se vio invadida por el sur por los almohades que tras un largo periplo por Montánchez, Trujillo, Santa Cruz y Plasencia, que fueron abandonadas o expugnadas, llegaron a Talavera y Toledo, que resistieron el asedio sarraceno; por el oeste atacó Alfonso IX de León, que, auxiliado por soldados almohades, siguiendo el Camino de Santiago avanzó por Castilla hasta Villalcázar de Sirga (Palencia) al menos; por el este fue Sancho VII el Fuerte de Navarra el que invadió el reino de Alfonso VIII, saqueando las comarcas de Soria y Almazán. Fue un momento terrible para Alfonso VIII, que no tuvo otra ayuda que la que generosamente le prestó el rey Pedro II de Aragón, que dudó en acudir personalmente con todas su fuerzas para oponerse tanto a los ataques de los almohades como de los leoneses.

Llegada la primavera de 1197, de nuevo las tropas almohades concentradas en Sevilla se pusieron en marcha y siguiendo por Córdoba remontaron el puerto, cruzaron La Mancha y se presentaron ante Talavera; una vez más Talavera, Maqueda y Toledo vieron asolados sus campos; el Califa se dirigió a Madrid, donde resistió con éxito un prolongado asedio el señor de Vizcaya, don Diego López de Haro; la algara continuó por Alcalá y Guadalajara. Sólo Talamanca sucumbió ante un violento asalto. El Califa regresaba a Sevilla el 17 de agosto de 1197; allí se presentaron embajadores de Alfonso VIII proponiendo la firma de unas treguas; si antes habían sido rechazadas, ahora sus propuestas fueron acogidas, pues, si bien Castilla había sufrido un fuerte quebranto, había probado a su vez ser un enemigo correoso, que encajaba los golpes, pero no se derrumbaba. Éstas serán las treguas de más larga duración, pues, acordadas el año 1197, fueron renovadas en Marrakech el 1199 por el nuevo califa Abū ‘Abd Allāh MuÊammad b. Yūsuf, al-Nasir parece que hasta 1203; este año se presentaba en la capital almohade el ya conocido embajador de Alfonso VII , el judío Ibrāhīm ben al- Jaffar, que alcanzaba una nueva prórroga hasta 1207; todavía hubo lugar a una cuarta prórroga hasta el año 1210, hasta totalizar así trece años de paz total con los musulmanes que permitieron a Castilla responder con creces a los ataques de leoneses y navarros y dedicarse a sanear las graves heridas recibidas en Alarcos y los años siguientes a este descalabro.

Durante los trece años que las treguas se prolongaron no surgió ningún incidente grave entre Castilla y los almohades. Ambas partes cumplieron sus obligaciones escrupulosamente; pero en 1210 Pedro II de Aragón, que se encontraba impaciente por emprender la guerra contra el Islam y conquistar las Baleares, se dirigió al papa Inocencio para que interviniese cerca de Alfonso VIII y evitase una quinta renovación de las treguas. Entre los castellanos el infante don Fernando de Castilla, heredero del Trono, entonces en la flor de la edad con sus veintiún años, era uno de los partidarios de no renovar las treguas e iniciar la guerra contra el Islam. Con el fin del año 1210 las treguas expiraron sin que el Rey castellano hiciera nada por renovarlas; tanto él como los almohades venían ya preparándose para la nueva guerra que se avecinaba, la cuarta guerra del reinado de Alfonso VIII.

Acabadas las treguas, el Califa se dispuso a pasar a la Península y ordenó la llamada a guerra santa y la concentración en Marrakech de caballeros y peones; el 5 de febrero de 1211 se ponían en marcha hacia la costa, aunque el paso del Estrecho sólo se inició el 15 de mayo, entrando el Califa en Sevilla el 1 de junio de 1211, donde se concentró el mayor ejército nunca conocido en la Península. El 15 de junio este ejército se ponía en marcha; su objetivo la fortaleza de Salvatierra, convento principal de la Orden de Calatrava. En julio llegaba ante la fortaleza e iniciaba el cerco y el asalto; el asedio se prolongó durante dos meses, hasta la primera decena de septiembre en que derruidas en gran parte las murallas pactaron los calatravos la entrega del castillo, si en un plazo determinado no acudía en su auxilio Alfonso VIII. El Rey no quiso aventurar ese año un encuentro campal con el muy superior ejército almohade y autorizó la rendición del castillo, que fue entregado a los almohades, mientras sus defensores se retiraban con todos los bienes que pudieron llevar consigo. Se había perdido Salvatierra, pero su resistencia había hecho perder todo un año al enorme ejército con el consiguiente desgaste.

Alfonso VIII había congregado sus fuerzas este año de 1211 en la Sierra de Vicente (Toledo) para hacer frente a cualquier penetración en su reino; en cambio, autorizó al infante don Fernando a realizar una incursión contra Trujillo y Montánchez; Alfonso se dirigió a Madrid, donde el heredero del reino, al llegar de vuelta de su expedición, fallecía el 14 de octubre de 1211, arrebatado por unas altas fiebres. El dolor por esta pérdida no impidió que continuaran los preparativos para el choque que se presumía para el año próximo. En Francia se predicaba la Cruzada para los que vinieran a luchar contra los musulmanes; en Castilla se ordenaba la movilización y concentración de todo el ejército en Toledo para el siguiente 20 de mayo de 1212; en los otros reinos de España Alfonso realizaba esfuerzos diplomáticos para que se sumaran al esfuerzo de Castilla. El enorme ejército concentrado en Toledo se puso en marcha hacia el sur por la calzada romana el 20 de junio de 1212, expugnando en el camino Malagón y Calatrava; desde este último lugar los ultramontanos descontentos abandonaron la hueste y regresaron a su patria, continuando únicamente dos pequeñas mesnadas, que sumaban unos 150 hombres. Al ejército se unieron los reyes de Aragón y de Navarra y cierto número de caballeros leoneses; el día 13 de julio acampaba el ejército cristiano en lo más alto de Sierra Morena, encontrando el camino que les conducía a la base del puerto cerrado por el infranqueable desfiladero de La Losa (Clausa). Es en este momento cuando un rústico o pastor se ofreció a enseñarles otro camino que les permitiría bajar al pie de la sierra sin ser ni tan siquiera hostigados. Habiendo comprobado la veracidad de la afirmación del rústico todo el ejército llegaba a la base al sur del puerto, acampando el día 14 en la hoy llamada Mesa de Rey, no lejos de Miranda, barrio de Santa Elena (Jaén). Allí esperaba el gran ejército musulmán muy superior en número; los cristianos rehusaron el combate el 14 por la tarde y todo el día 15, pero el 16 muy de madrugada se pusieron en marcha hacia el campamento musulmán. Iniciado el combate con diversas alternancias y con algunos momentos de peligro fue decidido por la caballería pesada cristiana que asaltó por varios puntos simultáneamente el real o palenque donde se hallaba el Califa provocando la fuga de éste y con él la dispersión de todo el ejército, que fue perseguido y pasado cuchillo durante veinte kilómetros hasta la llegada de la noche. Esta pugna conocida en la época como la de Úbeda, y más tarde como la de Las Navas de Tolosa fue la más importante y más decisiva de los ocho siglos de la Reconquista, pues abrió las puertas de Andalucía a los ejércitos cristianos.

Tras la batalla las fuerzas cristianas marcharon contra Baeza y Úbeda que fueron ocupadas haciendo gran número de cautivos y luego abandonadas; también ganaron al otro lado de la Sierra los castillos de El Ferral, Baños, Tolosa y Vilches que fueron conservados como llave del paso a Andalucía. El año 1213 de nuevo en campaña Alfonso VIII conquistó las fortalezas de Dueñas, Eznavexore y Riopar y la villa de Alcaraz, regresando a finales de mayo a Castilla, entonces muy castigada por una extrema sequía, que hacía morir de hambre a hombres y bestias, hasta el punto que, exhausto el reino, el vencedor de Las Navas de Tolosa envió al conocido embajador judío Ibrāhīm al-Jaffar a Marrakech a negociar unas nuevas treguas, que fueron suscritas antes de la muerte del Rey, ocurrida en Gutierre Muñoz (Ávila) el 6 de octubre de 1214.

Aunque la defensa del reino frente a los musulmanes requirió el principal esfuerzo de Alfonso VIII, también la defensa de su frontera leonesa en Tierra de Campos retuvo la atención del Monarca castellano; la imprecisión de la línea fronteriza fue causa de un choque armado en 1178 con su tío Fernando II de León, tras el cual el castellano recobró todas las plazas que éste le había arrebatado durante la minoría, firmándose los tratados de Medina de Rioseco en 1181 y de Fresno-Lavandera en 1183. El pleito se reabrió con Alfonso IX de León (1188-1230), dando lugar al laudo arbitral de Tordehumos de 20 de abril de 1194, que no dejó satisfecho al Rey leonés.

Mayores conflictos vivirá Alfonso VIII en su frontera con Navarra; este reino aspiraba a restaurar la frontera alcanzada el año 1035 a la muerte de Sancho el Mayor de Navarra, que incluía entre otros territorios Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y La Rioja. Cuando llega al Trono Alfonso VIII en 1155, todavía conservaba Navarra y una parte del País Vasco; la frontera corría desde el mar por los ríos Nervión y Cadagua en Vizcaya y por el Bayas en Álava. Sancho el Sabio aprovechará la minoría de Alfonso VIII para arrebatar a Castilla una parte de La Rioja y aun de Burgos hasta Cerezo de Río Tirón y Briviesca inclusive. Llegado a la mayoría de edad, Alfonso VIII recuperará entre 1172 y 1176 las comarcas burgalesas, La Rioja, toda Vizcaya y parte de Álava al oriente del río Bayas.

Para evitar la continuación del conflicto ambos monarcas se sometieron a la sentencia arbitral de Enrique II de Inglaterra, que dictó el año 1177 un laudo por el que mantenía el statu quo alcanzado por ambos contendientes. Rotas las hostilidades de nuevo, ahora por Sancho el Fuerte en 1196, aprovechando la severa derrota de Castilla en Alarcos, la reacción de Alfonso VIII lo llevará en 1199 a sitiar y rendir a Vitoria con el resto de Álava y aceptar la entrega en 1200 de toda Guipúzcoa hasta el río Bidasoa, estableciendo así la que será futura frontera de la Corona de Castilla y de España.

En el reinado de Alfonso VIII hay que destacar también el principio de la vocación marítima del Reino de Castilla con la fundación de las villas marítimas de Fuenterrabía, Motrico y Oyarzun en Guipúzcoa, de Castro-Urdiales, Santander, Laredo y San Vicente de la Barquera en Cantabria, influencia, sin duda, de las relaciones creadas entre Castilla e Inglaterra por el matrimonio de Alfonso con una inglesa. Del enlace entre Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra nacieron al menos tres hijos y siete hijas por este orden: Berenguela, 1180-1246, que casó con Alfonso IX de León y fue madre de Fernando III; Sancho, nacido el 5 de abril de 1181, muerto a los pocos meses el 9 de julio de 1181; Sancha, 1182-1184; Urraca, 1186-1220, casó con Alfonso II de Portugal; Blanca, 1188- 1252, casó con Luis VIII de Francia, madre de san Luis; Fernando, nació en 1189 y murió en Madrid 1210; Mafalda, nacida en 1190, murió en Salamanca en 1201 sin contraer matrimonio; Leonor, futura reina de Aragón por su matrimonio con Jaime I, murió en 1244; Constanza profesó como religiosa en las Huelgas Reales de Burgos, falleció el 2 de enero de 1243; Enrique, nacido el 14 de abril de 1204 y muerto el 6 de junio de 1217, futuro rey y heredero.

 

Bibl.: A. Núñez de Castro, Corónica de los señores reyes de Castilla don Sancho el Deseado, don Alonso el Octavo y don Enrique el Primero, Madrid, 1665; G. Ibáñez de Segovia, marqués de Mondéjar, Memorias históricas de la vida y acciones del rey don Alonso el Noble, octavo del nombre, Madrid, 1783; R. Jiménez de Rada, De rebus Hispaniae, Madrid, Lorenzana, 1793; F. Fita Colomer, “Elogio de la reina de Castilla y esposa de Alfonso VIII, Doña Leonor de Inglaterra”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, LIII (1908), págs. 411 y ss.; A. Huici, Las grandes batallas de la Reconquista durante las invasiones africanas, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1956, págs. 137-327; J. González, El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, Madrid, CSIC, 1960, 3 vols.; R. Barkai, Cristianos y musulmanes en la España medieval, Madrid, Rialp, 1984; G. Martínez Díez, Alfonso VIII, rey de Castilla y Toledo, Burgos, Olmeda, 1995; F. García Fitz, “La batalla en su contexto estratégico. A propósito de Alarcos”, en Actas del Congreso Internacional conmemorativo del VIII centenario de la batalla de Alarcos, Cuenca, 1997, págs. 265-282; F. García Fitz, Castilla y León frente al Islam. Estrategias de expansión y tácticas militares (siglos XI-XIII), Sevilla, Universidad de Sevilla, 1998; C. Vara, El lunes de Las Navas, Jaén, Universidad de Jaén, 1999.

 

Gonzalo Martínez Díez, SI

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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