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Rafael Echagüe y Bermingham

Biografía

Echagüe y Bermingham, Rafael. Conde del Serrallo (I). San Sebastián (Guipúzcoa), 13.II.1815 – Madrid, 23.XI.1915. Grande de España, ministro de la Guerra, teniente general, caballero laureado de San Fernando.

Rafael Echagüe nació en el seno de una ilustre familia española entroncada con otra inglesa que llegó a la zona cantábrica en el siglo xviii, y pronto sintió una cierta inclinación hacia el mundo militar. Con apenas dieciocho años, en octubre de 1833, ingresó de subteniente en el cuerpo de los chapelgorris o francos de Infantería, recibiendo el bautismo de fuego en las primeras acciones de la Primera Guerra Carlista, donde fue ayudante de campo del general O’Donnell.

Perteneció al Batallón de Voluntarios de Isabel II formado en los inicios de la Guerra Carlista, alguno de cuyos miembros que querían tener una participación más activa en la guerra, y entre los que se encontraba Echagüe, tomaron la iniciativa de organizar una Compañía Ligera de Campaña, de la que fue sargento primero.

En 1834 intervino en Gorriti y en Oñate, donde recibió una herida de consideración en la pierna derecha.

El 2 de enero de 1834 tomó parte muy activa y reseñable en la acción de Ormaíztegui, lo que le valió el diploma de teniente de cuerpos francos de Infantería.

Posteriormente participó en los hechos de armas de Villarreal, Arlabán, reconocimiento del castillo de Guevara, Villarreal de Álava y otros. Tras ello, asistió a las operaciones del levantamiento del segundo sitio de Bilbao, participando también en las acciones de Oyarzun y en la toma y asalto de Fuenterrabía. Por su leal comportamiento a raíz de la sedición militar de Hernán, obtuvo, en julio de 1837, el grado de capitán.

Los siguientes años intervino en las operaciones sobre el río Oria, en la toma y reconocimiento de Vera, en la sorpresa de Oyarzun, en los sitios de Ramales y Guardamano; y en la toma de la plaza de Castellote, del castillo de Segura y de Berga, la última fortaleza donde ondeó la bandera carlista en 1840.

Finalizada la primera guerra civil, en junio de 1841 se embarcó rumbo a Puerto Rico, incorporándose al Regimiento de Iberia, en el que sirvió hasta octubre del siguiente año. Poco después de volver a España, contrajo matrimonio con la hija del capitán general de Puerto Rico, María de las Mercedes Méndez de Vigo.

Para entonces y como compensación a sus seis heridas de guerra y a los importantes servicios prestados, le fue concedida la Cruz de San Fernando y otorgados empleos militares, entre los que cabe señalar el de mayor de batallón. Después de sofocar la rebelión de Galicia en la acción de Cacheira, realizar la toma de Santiago en 1846, perseguir en 1849 a las facciones de Cataluña y tomar parte en la sorpresiva acción de Berga, fue ascendido a coronel y brigadier.

Posteriormente obtuvo la faja de mariscal de campo tras el levantamiento militar en el Campo de Guardias y la acción de Vicálvaro, donde alcanzó la victoria sobre las tropas del Ministerio Moderado con su Regimiento de Caballería, al frente del cual iban los generales O’Donnell y Dulce. Tras estos acontecimientos, Echagüe fue nombrado capitán general de Valencia.

Su trayectoria militar dio un giro, cambió de nuevo de rumbo y por Real Orden de 12 de noviembre de 1859 obtuvo el mando del primer cuerpo del Regimiento expedicionario a África. El 19 de ese mismo mes rechazó el ataque marroquí, apoderándose de las alturas del Serrallo y enarbolando y sosteniendo el pabellón español en una cruenta lucha en el reducto de Isabel II. Pedro Antonio de Alarcón en su obra Diario de un testigo de la guerra de África lo relataba así: “¡No sé cómo Echagüe no cayó en poder de los moros! ¡No sé sabe cómo no lo mataron! La descarga de que resultaron herido él y muerto su caballo se la hicieron a quemarropa. Los moros estaban encima; sus alaridos feroces atronaban sus oídos. La herida del general fue en el índice de la mano derecha, y se le cayó la espada; uno de los ayudantes la cogió y se la entregó enfrente de los enemigos. A cuatro pasos de distancia hallábanse éstos, entretenidos en cortar la concha del caballo para recoger la hermosa silla de que se había desmontado Echagüe, cuando llegaron refuerzos y se rechazó a aquellas fieras”.

Tras esta importante y valerosa intervención, ascendió al empleo de teniente general, permaneció en el campamento del Serrallo hasta que tuvo lugar la batalla de Tetuán. Después acudió a los combates de Samsa y Vad-Ras, encargándose nuevamente, una vez finalizada la guerra, de la Capitanía General de Valencia.

De África a Valencia y de Valencia a Filipinas, donde fue capitán general, y cabe señalar que en aquel destino, el año que transcurrió entre 1863 y 1864 fue uno de los peores para el conde del Serrallo, pues en junio de 1863 ocurrió el dramático e imprevisto suceso que se refleja en su Hoja de Servicios en los siguientes términos: “El memorable terremoto que, destruyendo en su mayor parte la capital de las Islas Filipinas, arruinó en su totalidad los edificios públicos, así los templos como los cuarteles y distintos establecimientos, quedando centenares de cadáveres sepultados entre los escombros”. Este terremoto produjo un gran impacto en la Península debido a algunos de los daños colaterales que causaron una enorme tristeza, como el hundimiento de la catedral y otros monumentos de Manila o el estado en que quedaba la población, aterrada por la trágica situación de verse entre gritos ahogados de la población que salían de ruinas y escombros. Ante esta situación, el capitán general Echagüe comenzó de manera inmediata a reparar todos los daños eficazmente, levantando el ánimo de los habitantes, indemnizando a los damnificados y consolando a los familiares que habían perdido a sus seres queridos en la tragedia. Los filipinos nunca olvidarían su acertada intervención en momentos tan críticos y, de hecho, le estuvieron muy agradecidos por ello.

Poco tiempo después, el capitán general sufrió la amarga pérdida de su mujer, víctima del cólera morbo, endémico en aquella zona. A pesar de todo ello, su mandato en el archipiélago fue uno de los más eficaces y positivos, ya que debido a su talante conciliador, impidió que aumentaran las tensiones entre las órdenes monásticas. Asimismo, consiguió que muchos de los que llevaban más años destinados allí y que se consideraban independientes e invulnerables en Filipinas, respetaran su autoridad en todo momento.

De la misma forma, en el ámbito económico realizó una excelente gestión de la crisis en la que se vio sumida su capitanía tras el terremoto y de la peste que hacía estragos entre la población. Una de las primeras medidas que adoptó fue la reducción de su salario a 15.000 pesos, en todo un alarde de vocación ejemplarizante ante otros ambiciosos altos cargos, al comunicarlo al Gobierno en los siguientes términos: “comprenderá V. E. si mi convicción será grande y mi voluntad decidida, cuando la reforma me priva nada menos que de 15.000 pesos anuales en el sueldo que gozo, después de arrastrar tantos trabajos y conflictos, nivelándolo con los mandos de las Antillas de menor importancia”.

Además, Echagüe, en Manila, tuvo una intervención por la que fue considerado en Europa como un sincero aliado. A principios de 1863 apareció por Manila un vapor francés, cuyo almirante quería solicitar audiencia con el capitán general para solicitar el envío de algún batallón que fuera en auxilio de las tropas francesas que estaban pasando por una difícil crisis en la Cochinchina. Aquel francés sabía perfectamente las órdenes que tenía Echagüe, de no distraer a ninguno de sus hombres de las atenciones que demandaban las Filipinas. No obstante, intentó convencerle para que le sacara de la comprometida situación en la que se veía envuelto. Ante su negativa, llegó a hacerle responsable de la desgracia francesa, por lo que finalmente el capitán general consultó ante la Junta de Autoridades y resolvieron enviar un batallón de unos mil hombres, todos ellos filipinos, a la Cochinchina, donde obtuvieron el triunfo en una breve campaña en la que desorganizaron a los sublevados, que se vieron obligados a acogerse a su abrigo más favorable: los montes y los pantanos de la zona. Por esta exitosa actuación recibió, de manos del Emperador, la placa de Grande Oficial de la Legión de Honor.

Tantas y tan intensas actividades llevaron a Echagüe a solicitar su regreso a la Península y, en octubre de 1864, presentó su dimisión como capitán general del archipiélago de Filipinas. Una vez en España, en marzo del año 1865, fue nombrado capitán general de Cataluña y posteriormente director general de Ingenieros; en el desempeño de este cargo vivió, el 2 de enero de 1866, la sublevación de los Regimientos de Caballería Bailén y Calatrava en Aranjuez y Ocaña. El 7 de julio de 1868, el Ministerio presidido en aquellos momentos por González Bravo le deportó a Canarias junto al general Serrano por su participación en la revolución de 1868 que le costó el trono a Isabel II. Después, entre 1868 y 1872 fue director general de Ingenieros.

Rafael Echagüe, debido a sus valerosas intervenciones en campañas le fue concedido el título de conde del Serrallo, por Real Decreto de 21 de marzo de 1871 y la Grandeza de 1.ª Clase el 12 de abril de 1876. El duque de Tetuán, compañero de fatigas en sus últimas acciones, se lo comunicó con las siguientes palabras: “Mi estimado General y amigo: Tengo el gusto de anunciar á V. que en recompensa de los servicios distinguidos que V. ha prestado en su carrera y particularmente el día 22 de junio, contribuyendo á triunfar de la rebelión; el gobierno ha propuesto á la reina, y S. M. ha aprobado, se le conceda á V. un título de Castilla con la denominación de Conde del Serrallo.

– Reciba V. mi sincera enhorabuena y disponga de su afectísimo amigo, Leopoldo O’Donnell”. Tal y como estaban las cosas en aquel momento, cuando el ministerio que ocupaba O’Donnell estaba muy preocupado por asegurar su triunfo, el Real Decreto del título del general Echagüe quedó sin firmar y sin realizar los trámites ordinarios para su expedición, por ello aparece en la Guía de Forasteros una fecha de otorgamiento que no concuerda con el momento de la verdadera concesión de su privilegio.

El 30 de mayo de 1872, el conde del Serrallo obtuvo el mando del Ejército del Norte, en sustitución del duque de la Torre a la vez que mantenía su cargo de ingeniero general que llevaba tres años desempeñando.

Sin embargo, a mediados de junio dimitió de los dos cargos, quedando en cuartel hasta el momento en el que fue nombrado director general de Artillería, el 5 de enero de 1874. Cuando, en ese mismo año, el marqués del Duero fue llamado a Somorrostro, no vaciló en rodearse de generales con prestigio y competencia acreditada, convocando a su antiguo auxiliar en Portugal, Cataluña y Madrid, el general Echagüe, quien haciendo gala de su patriotismo no dudó en hacer un sacrificio humildemente para ponerse al frente de una división en un cuerpo dependiente del cuartel general que regía el duque de la Torre. Sin embargo, en junio de 1874, gravemente enfermo, no había nadie capaz de retirarle del campo de batalla. Por otra parte, la muerte del marqués del Duero en Montemuru resultó ser un duro golpe en el plano personal, y en el militar, le abocó a asumir el mando supremo del ejército e iniciar la retirada. El ministro de la Guerra le felicitó por su eficaz gestión “merced á sus acertadas disposiciones, sin perder un solo cañón, ni un carro, ni una acémila de las muchas que acompañaban el ejército”.

En 1875 acudió con Alfonso XII a las últimas operaciones de la guerra y al restablecimiento de la tan ansiada paz. Cinco años más tarde fue nombrado comandante general del Real Cuerpo de Alabarderos, cargo que habían ostentado antes que él los duques de Bailén, Zaragoza y Castrorreño. De su personalidad habría que destacar su carácter enérgico en el mando y, sin embargo, conciliador, su cortesía en el trato y su tolerancia en lo que respecta a las ideologías políticas.

Como militar, admiró a personajes como el duque de Tetuán, al que había visto reprimir enérgicamente la sublevación de Hernani; al marqués del Duero con quien compartió camino en la ciudadela de Barcelona, la estación de Alcázar de San Juan y Oporto; y al rey Alfonso XII. El 15 de enero 1877 le fue encomendada la custodia de éste, del que no se separó hasta el momento en que pasó a la reserva, el 16 de febrero de 1887, por lo que los Reyes le demostrarán su aprecio y afecto. Finalmente, con el Gobierno de Eduardo Dato, entre 1913 y 1915 fue ministro de la Guerra y presentó un proyecto de reformas militares que provocó la caída del gabinete.

Rafael Echagüe y Bermingham fue premiado a lo largo de su vida con numerosas condecoraciones, como las de San Hermenegildo, Carlos III e Isabel la Católica. También obtuvo la laureada de San Fernando, medallas por la Guerra de África y el sitio de Bilbao. Durante varias legislaturas fue diputado a las Cortes por Huelva y Córdoba y senador por Puerto Rico y Guipúzcoa.

Del conde del Serrallo se conservan varios cuadros, uno de ellos es obra de J. Sánchez Pescador y se encuentra en la Academia de Artillería de Segovia, y otro, pintado por Joaquín Rey, está en el Museo del Ejército.

 

Bibl.: J. Gómez de Arteche, “El General Conde del Serrallo”, en Revista Científico Militar (Barcelona), 1888; J. Vigón, Historia de la Artillería Española, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1947; J. del Burgo, Bibliografía del Siglo xix: guerras carlistas, luchas políticas, Pamplona, Hardcover, 1978 (2.ª ed. rev.); F. Fernández Bastarreche, El ejército español en el siglo xix, Madrid, Siglo XXI, 1978; J. Cepeda Gómez, “El acceso de los Generales al poder político (1834-1840/43)”, en J. Tomás Villarroya, La era isabelina y el Sexenio Democrático (1834-1874), en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XXXIV, Madrid, Espasa Calpe, 1981; A. Pirala, Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista, Madrid, Ediciones Turner, 1984; J. C. Clemente, Bases documentales del carlismo y de las guerras civiles de los siglos xix y xx, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1985; G. S. Payne, Los militares y la política en la España Contemporánea, Madrid, Sarpe, 1986; A. Bullón de Mendoza, La Primera Guerra Carlista, Madrid, Actas, 1992; M. D. Herrero Fernández-Quesada, “La artillería en la Primera Guerra Carlista (1833-1840)”, en A. Valdés Sánchez (ed.), Al pie de los cañones. La artillería española, Madrid, Tabapress, Ministerio de Defensa, 1994; L. Alejandre Sintes, La guerra de la Cochinchina. Cuando los españoles conquistaron Vietnam, Barcelona, Edhasa, 2006.

 

María Dolores Herrero Fernández-Quesada

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