Figueroa y Orozco, Catalina de. Marquesa de Santillana (I). Señora de Daganzo, El Fresno de Torote, Monasterio, Campillo y Las Rozas. ?, 1393 – Guadalajara, 1456. Noble, señora.
La esposa del famoso Íñigo López de Mendoza, I marqués de Santillana, procedía de una importante familia extremeña. Su padre, Lorenzo Suárez de Figueroa, era el maestre de Santiago y se casó en dos ocasiones: con Isabel Mejía tuvo a Gome Suárez, I señor de Feria —su hijo sería el primer conde—, quien se casó con Elvira Lasso de Mendoza, y a Beatriz, casada con Garci Hernández, señor de Villagarcía, y, por lo tanto, hermanos, por parte de padre, de Catalina.
Del segundo matrimonio del maestre de Santiago con María de Orozco nacieron tres niñas, de las que Catalina fue la menor. Sus hermanas mayores, Teresa y María, se casaron, respectivamente, con el conde de Niebla y con Pedro Dávalos.
Aunque el matrimonio de Íñigo y Catalina —celebrado en 1416— fue totalmente concertado —al mismo tiempo que el de su hermanastro Gome y la hermana de Íñigo, Elvira—, todos los autores de la época subrayan el profundo amor que el I marqués de Santillana sentía por su esposa. Del amor de ese matrimonio nacieron diez hijos, todos ellos destinados a ser importantes miembros de uno de los primeros linajes del reino en la época de los Reyes Católicos.
Ellos fueron, a la muerte de su madre, el I duque del Infantado —Diego Hurtado de Mendoza—, el I conde de Tendilla —Íñigo López de Mendoza—, el I conde de La Coruña —Lorenzo—, el Gran Cardenal —Pedro Gónzalez de Mendoza—, el adelantado de Cazorla —Pedro Hurtado de Mendoza— y el señor de Colmenar —Juan Hurtado de Mendoza—.
Pedro, que tomó los antiguos apellidos del linaje, esto es, Lasso de la Vega, falleció muy joven. Las hijas de Catalina —Mencía, María y Leonor— fueron, respectivamente, condesas de Haro, los Molares y Medinaceli.
Todos ellos emparentaron con lo más granado del reino de Castilla.
La vida de Catalina Suárez de Figueroa discurrió marcada por la de su familia y, concretamente, la de su esposo. Así, fue protagonista de las vicisitudes que los Mendoza hubieron de pasar en el episodio del alcázar de Guadalajara. Íñigo no fue tenente de aquella fortaleza hasta agosto de 1444, pero sus relaciones con el alcaide eran muy buenas. Poco antes de esta fecha, la mujer y los hijos menores se habían instalado en el alcázar el 24 de junio. El futuro marqués —lo fue a partir de 1445— autorizaba a su mujer para que diese seguridad a Sancho de Carriedo, el alcaide, de que no le vendría daño alguno por acogerla a ella y a sus hijos en la fortaleza, mientras Íñigo servía al rey. Se conserva otra documentación referente a la marquesa para que entregara víveres y maravedís en la frontera de Aragón.
La marquesa falleció en 1456 y, si bien no se conserva su testamento, sí se conoce la partición que de su importante patrimonio —buena parte en tierras madrileñas— hicieron sus herederos. El marqués conservó hasta su muerte todos los lugares que habían sido de su mujer, aunque sus bienes —cerca de 1.000.000 de maravedís los conceptuados como muebles— fueron repartidos entre sus hijos que firmaron la escritura de partición en el monasterio de San Bartolomé de Lupiana. Diego se quedó con tres partes de Tamajón con sus vasallos y rentas, Íñigo hizo lo propio con Campillo, también con sus correspondientes vasallos y rentas, Daganzo —la dote de Catalina— se repartió entre Lorenzo y Pedro, entonces obispo de Calahorra, Juan se quedó con Fresno de Torote...ninguno quedó sin su parte, incluidas las hijas de Pedro Lasso —ya fallecido— y, naturalmente, las hijas que fueron espléndidamente dotadas recibiendo María, de sus hermanos, una compensación económica.
Como se ha dicho, Catalina Figueroa falleció en 1456. Enterrada en el mausoleo de los Mendoza en el monasterio de San Francisco de Guadalajara, no tardó su marido, el I marqués de Santillana, en seguirla, sólo dos años después, al no haber podido superar la enorme pena en que le sumió su muerte.
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Dolores Carmen Morales Muñiz