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Pedro López de Ayala

Biografía

López de Ayala, Pedro. Señor de Fuensalida. ?, s. m. s. xiv – Toledo, 1453. Alcalde mayor, aposentador mayor y alcaide del Alcázar, puertas, puentes y fortalezas de la ciudad de Toledo.

Segundo hijo del célebre canciller y cronista Pedro López de Ayala, era ya alcalde mayor de Toledo en marzo de 1398. Desde entonces se convertiría en la pieza clave con la que todo poder que necesitase controlar la importante ciudad del Tajo tendría necesariamente que contar. De esta manera, desde finales del siglo xiv la ciudad de Toledo se halló en manos de los Ayala, un linaje urbano de la nobleza nueva que pronto, utilizando a fondo la atalaya de poder que le proporcionaba el control de tan importante ciudad, lograría crear, participando activamente en las pugnas políticas que jalonarían los reinados de Juan II y Enrique IV, una plataforma territorial considerable, a costa precisamente de esa urbe que regían y a la que pretextaban servir. Esta operación no sería fácil, pues, a pesar de que a la larga consiguieron culminarla con éxito, no estuvo, sin embargo, exenta de dificultades.

Cuando en 1407 murió el canciller Ayala, su segundo hijo Pedro era ya una persona de relieve en el reino de Castilla. De ahí que, tras la muerte de Enrique III, el regente Fernando intentase atraerle a su causa, concediéndole en 1408 diversas mercedes en tierras de Toledo. Al año siguiente, Pedro acompañó al infante en su campaña granadina, participando activamente en la conquista de Antequera, en la que perdió un ojo en una de las entradas a esa ciudad. Desde entonces, el alcalde mayor de Toledo se convirtió en un firme partidario del futuro rey de Aragón y de sus hijos los infantes. El golpe de estado perpetrado en 1420 por el infante Enrique de Aragón en Tordesillas fue el primer episodio político en el que Ayala iba a participar y en el que, desde luego, se comprometerían a fondo los principales grupos nobiliarios que monopolizaban el poder en Toledo —Ayala, Pedro Carrillo, el adelantado de Cazorla y otros—, que se apresuraron a marchar de inmediato a Tordesillas para ponerse a las órdenes del infante.

Fracasado el golpe tras la huida del Rey, Ayala y Carrillo aún tuvieron tiempo para escribir una carta al concejo de Toledo en la que le ordenaban que guardasen bien las puertas de la ciudad a todos aquellos que no fuesen partidarios del infante Enrique de Aragón. Juan II, en su fuga de Talavera, no pudo, por tanto, refugiarse en Toledo, pero su suerte se vio favorecida por el pacto privado entre Juan de Navarra, hermano del infante rebelde, y Álvaro de Luna, persona de la máxima confianza del Monarca, que decidieron unir sus fuerzas contra Enrique. Todavía en 1421, Ayala y Carrillo seguían la facción del infante, pero pronto no les quedó más opción que volver a la obediencia real. Juan II les perdonó y les confirmó en todos los cargos que ocupaban en Toledo, y aunque Ayala fue desposeído pocos años más tarde de su oficio de alcalde mayor, volvió a recuperarlo en 1428, cuando se vio bien claro que de nuevo era inminente el enfrentamiento entre los infantes de Aragón, esta vez unidos, y el partido monárquico que encabezaba Álvaro de Luna. El triunfo de este último frente a los infantes en 1429 trajo como consecuencia que Ayala y otros nobles, que habían servido fielmente al partido de los hijos de Fernando de Antequera, pero que oportunamente habían sabido desertar a tiempo, se beneficiasen ahora de los despojos de los vencidos. Así, el adelantado de Cazorla, Alfonso Tenorio, recibiría la villa toledana de Barcience, y el propio Pedro López de Ayala —al que ya llamaban el Viejo para distinguirlo de su hijo del mismo nombre— vio confirmados todos sus oficios en Toledo y el permiso para poder ceder a su primogénito el cargo de aposentador mayor.

Desde entonces Ayala pasó a ser un decidido partidario de Álvaro de Luna y un fiel servidor de Juan II, que le confió delicadas e importantes misiones diplomáticas, tales como servir de enlace principal del monarca castellano en Aragón a fin de ajustar la paz con ese reino, en el que se habían refugiado los infantes al amparo de su hermano Alfonso V, y también en Portugal a fin de notificar al rey Duarte que su esposa, Leonor de Aragón, podía salir de su reclusión en el monasterio de Santa Clara de Tordesillas y recuperar sus rentas y castillos. En 1431 su hijo, el futuro conde de Fuensalida, portando el estandarte real formó parte de la campaña que emprendió Álvaro de Luna contra el reino musulmán de Granada, participando junto a la gran nobleza del reino en la batalla de La Higueruela. Los servicios prestados por el alcalde mayor y su hijo fueron recompensados por Juan II con la entrega de una serie de rentas reales situadas en las alcabalas de Toledo.

Sin embargo, el regreso de los infantes de Aragón iba a desencadenar una serie de graves y complicados acontecimientos políticos que se iniciaron en 1440 y no finalizaron hasta 1445, en que fueron de nuevo derrotados y expulsados del reino, tras la batalla de Olmedo. Ahora Pedro abandonó el partido monárquico de Álvaro de Luna y se pasó al que representaban los infantes que acababan de apoderarse del poder. Así, en 1441, a pesar de la prohibición expresa de Juan II, recibió en Toledo al infante Enrique. El Monarca, irritado con su alcalde mayor, decidió marchar personalmente a Toledo y enviar con antelación a varios mensajeros a fin de que preparasen con toda pompa su acogida. Ni los heraldos reales fueron recibidos por Ayala, ni el propio Juan II pudo entrar en Toledo porque se lo impidió Enrique. Ayala se vio generosamente beneficiado por esta acción con donaciones de rentas por parte de los infantes aragoneses. Sin embargo, el golpe de estado protagonizado por Juan de Navarra en Rámaga en 1443, que convirtió a Juan II en virtual prisionero de los infantes de Aragón, iba a provocar un vuelco importante en el panorama político del reino. Un sector de la nobleza, ante el excesivo poder acumulado por los infantes, decidió aliarse con Álvaro de Luna, que de esta manera se puso al frente de una formidable coalición para aplastar definitivamente el poder de los aragoneses en Castilla. Para atraerse a Pedro López de Ayala y evitar así la defección de la ciudad de Toledo, Juan II le prometió concederle trescientos vasallos en aquellos lugares del reino de Toledo que él personalmente eligiese. Ayala exigió al Monarca, como precio por su participación en el combate que se avecinaba con los infantes, que le diese tierras próximas a la ciudad que controlaba y señaló Humanes, Huecas, Cedillo, Pero Moro y Guadamur como lugares idóneos para formar parte de sus dominios. El Rey, que necesitaba tener de su parte a la ciudad de Toledo, accedió rápidamente a esa petición. Tras la batalla de Olmedo, en la que participó el primogénito de Ayala en nombre de su padre, los infantes de Aragón fueron expulsados de Castilla y Pedro tomó posesión de los señoríos mencionados. En un golpe de suerte, el alcalde mayor había logrado el codiciado objetivo que perseguía desde hacía mucho tiempo, que no era otro que tener un dominio territorial propio, un señorío jurisdiccional que poder transmitir a sus descendientes, una base de poder segura por si la fortuna demudaba y le privaba de sus oficios en Toledo, cargos que, no hay que olvidar, eran de nombramiento real y de los que, por tanto, podía ser despojado en cualquier momento. Y por paradójico que parezca, esto último llegaría a suceder.

Pocos meses después de la batalla de Olmedo, Pedro fue desposeído de todos los oficios que detentaba en Toledo. Parece ser que la causa fue la sospecha de que seguía manteniendo contactos secretos con Juan de Navarra. El profesor Benito Ruano, por su parte, sostiene que el Monarca no había olvidado jamás los acontecimientos de 1441 y la afrenta y vejación que tuvo que soportar cuando se le negó la entrada en Toledo. El Rey había actuado de esa manera porque ni él ni Álvaro de Luna albergaban ninguna confianza en un hombre que ya les había traicionado y desobedecido en tres ocasiones. Pero Ayala era un viejo curtido y batallador que no se resignaba fácilmente a la pérdida de su dominio e influencia en la ciudad que hasta entonces había sido la base de su fuerza y poder. Como no podía esperar nada de sus antiguos valedores, los infantes de Aragón, decidió utilizar la única vía que veía abierta y entró en contacto con Juan Pacheco, jefe del sector nobiliario que rodeaba al príncipe de Asturias. Con extraordinaria habilidad supo hacer ver al príncipe Enrique que la causa principal de su despojo no era otra que su pertenencia al bando del heredero. A comienzos de 1446 la situación de Ayala era desesperada y su porvenir verdaderamente sombrío. La fortuna, sin embargo, acudió en su ayuda y un nuevo acuerdo, tan de uso corriente en el reinado de Juan II y después en el de Enrique IV, le vino a salvar. En efecto, en la concordia de Astudillo el Rey y su hijo firmaron un acuerdo que, entre otros asuntos, beneficiaba a Pedro. El Monarca le reponía en el oficio de alcalde mayor, le devolvía todo su patrimonio y le prometía finalmente una compensación por la pérdida de la tenencia del alcázar de Toledo, el único cargo de nombramiento real que no recuperaba. Los regidores de Toledo, en especial Pero Sarmiento, se negaron, sin embargo, a cumplir el mandato regio. Al final, en 1447, Ayala recuperaba sus posesiones y oficios, pero por poco tiempo, porque volvió a perderlos en 1449 cuando estalló en Toledo la revuelta de Pero Sarmiento contra Juan II. Tras el fracaso de la rebelión, a Pedro se le repuso en sus oficios y rentas, que siguió disfrutando hasta su muerte.

El viejo alcalde mayor de Toledo falleció en 1453 a una edad muy avanzada para la época, pues debía de contar con más de ochenta años. De su matrimonio con Elvira de Castañeda nacieron a comienzos del siglo xv dos hijos, Pedro y Elvira de Ayala. Pedro López de Ayala el Viejo fue, sin lugar a dudas, un gran personaje que marcó profundamente el destino de su familia, pues, aunque había heredado de su padre el cronista los oficios de alcalde mayor y de asistente y aposentador mayor que iban anejos al primero, supo utilizar inteligente y hábilmente sus cargos para labrarse una importante fortuna y crear un sólido y homogéneo dominio señorial que transmitió a sus sucesores.

 

Bibl.: E. Benito Ruano, Toledo en el siglo xv, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Medievales, 1961; L. Suárez Fernández, Nobleza y Monarquía, Valladolid, Universidad, Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial, 1975 (2.ª ed., Madrid, 2002); A. Franco Silva, El condado de Fuensalida en la Baja Edad Media, Cádiz, Universidad, 1994; J. R. Palencia Herrejón, Los Ayala de Toledo. Desarrollo e Instrumentos de poder de un linaje nobiliario en el siglo xv, Toledo, Concejalía de Cultura, 1995.

 

Alfonso Franco Silva