León Almaraz, Luis de. Luis de Montoya. Belmonte (Cuenca), 15.V.1497 – Lisboa (Portugal), 7.IX.1569. Religioso agustino (OSA), reformador y provincial de la provincia agustiniana de Portugal, escritor ascéticomístico.
Fueron sus padres Álvaro de León e Inés de Almaraz, “ambos hijosdalgo, nobles y calificados”, los cuales lo enviaron, adolescente aún, a la Universidad de Salamanca a estudiar la carrera que acostumbraban seguir los hijos de familias como ésta: Leyes. Atraído, sin embargo, por la vida ejemplar de la comunidad del convento de San Agustín, en el que aún continuaba respirándose el halo de santidad del famoso pacificador de los bandos, san Juan de Sahagún, decidió abandonar aquellos estudios e ingresar en el citado convento salmantino. Y, en efecto, el día 26 de abril de 1514 iniciaba el noviciado, haciendo su profesión religiosa el 17 de mayo del año siguiente.
Es casi seguro que ya había cursado parte, al menos, de los estudios filosóficos, pues en 1521 tenía finalizada ya toda la carrera sacerdotal, dado que en ese año fue nombrado maestro de novicios. Por cierto que, a juzgar por los novicios que tuvo en aquel primer año, hay que decir que su actuación fue más que exitosa.
He aquí algunos de ellos: san Alonso de Orozco, fray Agustín de Coruña, primer obispo agustino en América y fray Alonso de Borja, uno de los siete primeros misioneros en tierras mexicanas junto con el anterior.
Claro que allí ejercía de prior de la comunidad nada menos que fray Tomás de Villanueva.
En 1525 la provincia de Castilla acababa de fundar un nuevo convento en Medina del Campo y allí fue enviado fray Luis de Montoya como primer prior, cargo en el que iba a permanecer durante nueve años.
Aún se encontraba desempeñando este cargo cuando le llegó un nuevo destino: Portugal. Efectivamente, en 1535 el padre general de la Orden, fray Gabriel de Venecia, lo destinaba, junto con el padre Francisco de Villafranca, a reformar y revitalizar la provincia agustiniana de Portugal, cuyos miembros no se habían integrado aún en la Congregación de la Observancia.
La decisión del padre general fue la respuesta a la petición que le había hecho el rey Juan III, solicitándole algunos religiosos que llevasen a cabo la restauración y reforma de la provincia agustiniana de Portugal.
Sabedor él ya de las necesidades de aquella provincia, eligió a los padres Juan Gallego y Francisco de Villafranca, que, con el título de vicarios generales y reformadores, debían ser los encargados de llevar a cabo la tarea. Mientras se aprestaban para la ida al vecino país, enfermó gravemente el primero, viniendo a fallecer pocos días después. En su lugar fue elegido, precisamente, el padre Luis de Montoya. Sin demora alguna, el padre Francisco de Villafranca y su nuevo compañero hacían su entrada en la capital portuguesa el día 25 de julio de 1535.
Y como la reforma debía comenzar por la formación de los que iniciaban la vida religiosa, el padre Montoya hubo de asumir, además, los cargos de maestro de novicios y prior del convento de Lisboa. Pasados unos años, el Rey pidió a los reformadores algunos religiosos para enviarlos como misioneros a la India; al no poder satisfacer la voluntad real por no disponer de personal suficiente y porque no estaban convenientemente preparados, el Monarca comprendió que había que fundar un colegio en la universitaria Coímbra y ofrecérselo a los reformadores; en él podrían estudiar y prepararse los futuros misioneros. Aceptado, pues, el ofrecimiento, allá se trasladó el padre Montoya con veinte jóvenes agustinos en el mes de noviembre de 1542. Mes y medio más tarde, el 13 de enero de 1543, se ponía la primera piedra del colegio.
El Rey se comprometía a correr no sólo con los gastos de la construcción del edificio sino también con los de alojamiento, manutención y estudios de los jóvenes en la Universidad.
El colegio, del que fue su primer rector el padre Luis, se transformó muy pronto en un prestigioso centro de estudios, en que se preparaban académica y, sobre todo, espiritualmente los numerosos misioneros, tanto agustinos como de otras Órdenes religiosas, en especial de la Compañía de Jesús, destinados a los territorios portugueses de África y Oriente. Hay que añadir que el padre Montoya fue un gran defensor de la Compañía de Jesús, a cuyo fundador conoció en Salamanca, cuando el santo Íñigo estuvo hospedado en el convento de San Agustín, al tiempo que él era maestro de novicios.
El alma de todo aquello era, sin duda, el ilustre hijo de Belmonte, bien secundado por las altas esferas del poder, pero también por la respuesta generosa de sus hermanos de hábito. La fama de su celo y de su ejemplaridad y, con ello, sus éxitos llegaron, incluso, a oídos del Papa, el cual con fecha 25 de febrero de 1551 le encomendó el gobierno, como abad en funciones, de la abadía benedictina de San Pedro de Zeyte (en la diócesis de Oporto), la cual, poco después, quedaría incorporada al propio colegio agustiniano de Coímbra.
En ese mismo año hubo de viajar a Italia, acompañado del padre Sebastián Toscano, para participar en el Capítulo General que se iba a celebrar en Bolonia.
En 1552, después de nueve años de estancia en Coímbra, reclamado por el padre Francisco de Villafranca, tuvo que regresar a Lisboa para ser prior del convento, cargo al que habría de añadir poco después el de provincial y vicario general a la muerte de aquél en 1555. Al año siguiente, patrocinadas, una vez más, por el Rey, que estimaba sobremanera a los agustinos, dieron comienzo las obras de la nueva iglesia del convento de Lisboa, que sería inaugurada el 14 de marzo de 1564.
En 1566 fue elegido por la reina regente, Catalina, confesor del príncipe heredero Sebastián, cargo que se vio obligado a aceptar, muy a su pesar. No aceptó, sin embargo, el ofrecimiento del obispado de Viseo, a pesar de las vivas instancias de la Reina y del cardenal Enrique. Aún le quedaban tres años más de trabajo en pro de la restauración y reforma de aquella provincia; en ellos continuó con las mismas exigencias que habían sido su norma en los treinta años anteriores. Por otra parte, sus múltiples actividades no le impidieron llevar una intensa vida contemplativa con frecuentes manifestaciones extraordinarias; tampoco le impidieron dejar una serie de preciosos tratados ascético-místicos, fruto tanto de su extraordinaria preparación intelectual como de sus propias experiencias.
Sobre algunas de estas obras escribió el padre Jerónimo Román La Vida de nuestro Salvador Jesucristo, dividida en cuatro partes; está llena de mucha doctrina y grandes gustos para el alma, porque toda su intención fue darle mantenimiento espiritual sin curar, cebar los sentidos exteriores con cosas galanas y estilo elegante. También escribió otro Tratado de la Pasión de Jesucristo nuestro Salvador, dividido en siete discursos por las siete horas canónicas. Este tratado lo hizo en Castilla, y otro a petición de un devoto y anduvo algún tiempo impreso a vueltas de otras obras espirituales que hizo aquel ilustrísimo despreciador del mundo, el padre Francisco de Borja, duque que fue de Gandía y una de las más fuertes columnas que se pusieron en el edificio santo de la Orden de la Compañía.
No dedicó el amigo de Dios estas obras a reyes ni a príncipes del mundo, mas las dedicó a la serenísima reina del cielo, la Virgen María.
Por su parte, el padre Egidio de la Presentación, al hablar de los Sermones de la Inmaculada Concepción de María, subraya que entre los agustinos que defendieron este privilegio mariano está, precisamente, el padre Montoya. Éstas son sus palabras: “En esta celebérrima Universidad de Coímbra defendieron la pureza de la Concepción de la Virgen, el primero fue fray Luis de Montoya, vicario general de la provincia de Portugal y fundador del colegio de la Virgen de Gracia; y el primer maestro de Teología de él; el cual leyendo públicamente y predicando, abrazó constantemente esta pureza de la Virgen en muchos sermones de su Concepción, los cuales se guardan con mucha veneración en la librería de este colegio, por la santidad de este varón confirmada con muchos milagros”.
Descansó el padre Luis de Montoya en la paz del Señor el día 7 de septiembre de 1569 en el convento de Lisboa, con fama de santo, atestiguada, incluso, con varios hechos prodigiosos, de los que dan cuenta sus biógrafos. “Estos milagros —dice el padre Portillo— fueron aprobados en la forma que dispone el Concilio Tridentino”, sin embargo, no se llegó a iniciar propiamente el proceso de beatificación. En 1573, a ruegos del mencionado cardenal y de la infanta Elena de Lencastro, nieta de Juan III, el padre general de la Orden Agustiniana, autorizó el traslado de los restos del padre Montoya a la capilla de Nuestra Señora de Gracia, grabándose en la losa sepulcral esta inscripción: “Mole sub hac lapidum montojam e bethide tellus lusitana tegit, si tamen ulla tegit. cujus ab exculptu nullis stat decolor annis vivida religio; non jacet ille jacens”.
Finalmente, en 1996 se iniciaron los trabajos para llevar a cabo su beatificación.
Obras de ~: Meditación de la Pasión para las siete horas canónicas, Medina del Campo, 1534; Doctrina que un religioso envió a un caballero amigo suyo, Amberes, 1556, págs. 74-99; Del Santísimo Sacramento. De la unión del alma con Dios. De la Santa Cruz. Del agradecimiento de los beneficios de Dios. De diez y seis obras de amor de Dios. Exercicio quotidiano de amor de Dios. Estación espiritual del Cristiano, Lisboa, 1565; Vida de Jesús, según los Evangelistas, vol. 1, parte 2, Lisboa, 1568 [partes 1 y 3 (inéds.) y parte 4 incompleta]; “Consejos para súbditos y Testamento que hizo el Ven. Montoya”, en J. Román, Vida del Venerable Luis de Montoya, Salamanca, Tomé de Jesús, 1588; Sermones de la Inmaculada Concepción de María, s. l., s. f. (ms.); El esclavillo de la Virgen, s. l., s. f. (ms.).
Bibl.: J. Pamphilus, Chronica Ordinis fratrum eremitarum sancti Augustini, Roma, 1581, fol. 114; T. de Jesús, Vida do Venerável P. Luis de Montoya, Lisboa, 1588; A. de Meneses, Vida del V. P. Fr. Luis de Montoya, Lisboa, 1629; C. Curtius, Virorum illustrium ex Ordine Eremitarum Sancti Augustini elogia cum singulorum expressis ad vivum iconibus, Amberes, 1636; T. de Herrera, Alphabetum Augustinianum, vol. II, Matriti, Gregorio Rodríguez, 1644, págs. 8-10; Historia del Convento de S. Augustin de Salamanca, Madrid, Gregorio Rodríguez, 1652, págs. 340-344; S. Portillo y Aguilar, Chrónica Espiritual Agustiniana, vol. III, Madrid, 1732, págs. 459-474; M. Vidal, Agustinos de Salamanca, vol. I, Salamanca, 1751, págs. 253- 265; P. Ossinger, Bibliotheca Augustiniana, Ingosltad-Augsburg, 1768, pág. 605; N. Antonio, Bibliotheca Hispana Nova, vol. II, Matriti, Apud Joachimum de Ibarra-Apud viduam et heredes Joachimi de Ibarra, 1788, pág. 54 (trad. de G. de Andrés y M. Matilla Martínez, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1999); J. Lanteri, Illustriores viri Augustinenses. Saeculum Quartum, Tolentini, 1858, págs. 332-334; G. de Santiago Vela, Ensayo de una Biblioteca Ibero-Americana, vol. V, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1920, págs. 589-597; B. Ibeas, “Ascéticos Agustinos”, en España y América, 23 (1925), págs. 99-112; I. Monasterio, Místicos Agustinos Españoles, vol. I, El Escorial (Madrid), Editorial Agustiniana, 1929, págs. 128-133; I. Rodríguez, “Autores espirituales españoles (1500-1572)”, en Repertorio de Historia de las Ciencias Eclesiásticas en España, vol. III, Salamanca, 1971, págs. 532-534; J. M. del Estal, “Montoya, Luis de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia eclesiástica de España, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1973, págs. 1736-1737; T. Aparicio López, “Montoya (Louis de)”, en A. Rayez, Dictionnaire de spiritualité ascétique et mystique, vol. X, Paris, Beauchesne, 1980, págs. 1695-1696; P. Sainz Rodríguez, “Luis de Montoya”, en Antología de la Literatura Espiritual Española, vol. II, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1983, págs. 257-267.
Teófilo Viñas Román, OSA