Cerda, Alonso de la. Cáceres, 1515 – La Plata (Perú), 25.VI.1592. Dominico (OP), evangelizador, defensor de los naturales del Perú, obispo de Honduras y La Plata.
Nacido en Cáceres hacia 1515, marcha al Perú en los primeros días de la conquista con la esperanza de lograr una brillante posición. Testigo del revoltoso proceso de la conquista, decidió hacerse dominico: el 22 de julio de 1545, fray Tomás de San Martín le acepta en el noviciado del convento del Rosario de Lima. Un año después emite su profesión y da inicio a los estudios de Artes y Teología, aunque con algunas dispensas. Pronto mereció la estima y confianza de los superiores por su singular afecto a la regla de vida de los dominicos: asiduo en el estudio y la oración, frecuencia en los actos de comunidad, pobreza austera y otras ilustres virtudes con las que se hacía estimar y querer por sus hermanos.
Los libros de la Casa de Contratación de Sevilla hacen pensar que, concluidos los estudios, acompañó a fray Domingo de Santo Tomás a España. Aquí aparece en 1556 al frente de la expedición organizada por aquél. Superadas las dificultades, fray Alonso de la Cerda y sus veintidós acompañantes se embarcan a mediados de junio de 1558 para Nombre de Dios.
Llegados a finales de septiembre, la enfermedad se cebó en la mayoría, como lo muestra la libranza de medicinas del 7 de marzo de 1559. Repuestos, se embarcaron para el Perú en dos grupos, entre el 22 de octubre y el 5 de noviembre. Ya embarcado el segundo grupo, en el que se halla fray Alonso de la Cerda, hubo de volver al puerto de Taboga por la recaída de algunos. Por esta causa permanecerá en Panamá hasta el 2 de enero de 1560, tiempo que fray Alonso ejercerá de prior del convento de Nombre de Dios.
Llegado al Perú, los superiores le confiaron idéntico cargo en el convento de San Pablo de Arequipa y el Capítulo de 1561 le otorgará el priorato de Lima.
El Capítulo siguiente le premiará con el título de predicador general del convento de Lima, y la Orden le otorgará el 22 de agosto de 1566 el título de presentado en teología. Desde esta doble posición debió de ser una pieza fundamental en la decisión que los dominicos de Lima tomaron en 1566: no confesar a ningún corregidor (lo hubiese sido, lo fuera o lo pretendiese), basándose en que el impuesto obligatorio a los indios para remunerar a los corregidores era injusto. Su fama en Lima debía de ser grande, pues el 8 de enero de 1567 forma parte de la Junta de teólogos reunida por García de Castro para que dieran su parecer sobre el trabajo por mitas. Como teólogo participará también en el II Concilio Limense, cuyas actas se promulgaron el 21 de enero de 1568.
Ejerciendo de profesor de teología en las aulas de la Universidad de Lima y de predicador en los púlpitos, fue llamado el 25 de junio de 1569 para que ocupara el cargo de provincial. Concluida la asamblea, comienza la visita de las casas y conventos dominicos de Perú y Panamá. Gracias a sus cualidades (dulce y firme en sus decisiones, amaba la observancia y la hacía observar), fue una visita beneficiosa para los centros dominicanos.
Convencido, por propia experiencia y por la de sus predecesores, de que nada contribuye mejor a mantener la observancia que la conducta de los superiores, no se permitía que nada le distinguiera del menor de los hermanos de la comunidad.
En la visita se ocupa especialmente de las Doctrinas (pequeñas misiones fundadas en poblados indígenas).
En ellas no admite sino frailes de virtud probada y sólida ciencia, considerando que son las dos piedras fundamentales del apostolado. En virtud de este principio, Alonso de la Cerda ordena que todos los frailes, antes de dedicarse al servicio de las Doctrinas, se sometan a un riguroso examen de “lengua de los indios”, teología y derecho canónico.
A punto de concluir la visita al convento de Cuzco (finales de febrero de 1572), formó parte de una junta de teólogos, convocada por el virrey Toledo para tratar varias cosas tocantes al gobierno del Perú. El virrey no debió de sentirse a gusto con las opiniones contrarias a su política de logros económicos. La muestra está en la carta que fray Alonso escribe al presidente del Consejo de Indias, fechada en Lima a 15 de abril de 1572. En ella, fray Alonso lanza una acusación general contra las intervenciones del virrey. Le acusa de afanarse en sacar plata, en perjuicio de los naturales, para así agradar al Rey; muestra su desacuerdo ante los planes bélicos del virrey, indicando que el camino debe ser el concierto pacífico; acusa de inoportuno e inconveniente el modo como se produjeron las reducciones; rechaza la medida toledana de obligar a los indios a trabajar forzosamente en las minas y en la coca, etc.
La frontal oposición del provincial a sus planes y algunas denuncias contra la presencia y potencia de los dominicos en Perú darán lugar a una serie de medidas contra éstos. Fray Alonso de la Cerda tendrá que vérselas con la política toledana de reforma de las doctrinas establecidas. La política de nuevos asentamientos o reducciones, hecha sin la consideración necesaria, había dado lugar a que muchos pueblos no tuvieran iglesias, que algunos doctrineros se hubieran quedado sin fieles y sin qué sustentarse. Y si alguna queja se producía, de inmediato arrestaba a los religiosos, como había ocurrido en Cuzco en 1571, cuando el virrey aprobó medidas contra cuatro dominicos y dos franciscanos por haber favorecido a un perseguido de la justicia que se había “acogido a derecho eclesial”.
Todo este conjunto de actuaciones y sus consecuencias serán las que motiven que el capítulo de 1573, terminado ya el tiempo de provincialato de fray Alonso, le nombre procurador de la provincia ante las Cortes de Madrid y Roma y definidor para el siguiente capítulo general. Consultadas las actas del capítulo celebrado en Barcelona el 30 de mayo de 1574, no aparece su nombre (es curiosa la escasa lista de definidores), pero sí se vislumbra su actividad en decisiones concernientes a aquella provincia.
La presencia en España del maestro general fray Serafín Caballo le excusó de viajar a Roma, lo que se puede aseverar gracias al Regesto de este maestro general, de quien se encuentran varias decisiones firmadas en Barcelona entre los meses de junio y julio de 1574. Esto le otorgó más tiempo para defender la política de los dominicos frente a la política del virrey Toledo. La dificultad de convencer a la Corte de los inadecuados métodos toledanos debió de ser enorme, pero la actuación de fray Alonso de la Cerda convenció al rey Felipe II, quien le nombró para obispo de Honduras. Fue confirmado en Roma el 13 de junio de 1578. Tan pronto como fue consagrado, se embarcó para su diócesis, que gobernó durante algunos años con ánimo generoso y delicado. De aquella iglesia fue promovido el 6 de noviembre de 1587 al obispado de Chuquisaca-Las Charcas.
Pasando por Lima, en 1588, dejó constancia de su humildad, pues en lugar de aceptar los agasajos de las grandes personalidades, se retiró a la humilde celda en la que había vivido siendo fraile, sin permitir mejoras.
El arzobispo de Lima, santo Toribio de Mogrovejo, hizo todo lo posible por retenerle, pero él partió para su nueva diócesis. Después de cuatro años de sabio y generoso gobierno, entregó su alma el 25 de junio de 1592 y fue enterrado en la catedral de Charcas- La Plata.
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Miguel Ángel Medina, OP