Pérez Caballero y Soria de la Cuesta y Romero, Juan Pablo. Madrid, 1785 – 28.I.1836. Jurista y VII anticuario de la Real Academia de la Historia (1834-1836).
Era el segundo hijo de José Pérez Caballero y de María Antonia Soria y Romero de Tejada. Su padre, natural de Suellacabras (Soria), fue un destacado personaje de la judicatura y la vida política en la Corte desde Carlos III hasta Fernando VII, pero del resto de su vida familiar es poco lo que se conoce, pues sólo se sabe que estuvo casado ya que, según su testamento, dejó viuda al morir y pudiera ser descendiente suyo José María Pérez-Caballero y de Posada, jurista que publicó en 1850 un discurso en la Universidad de Madrid al recibir la investidura de doctor en la Facultad de Jurisprudencia.
Poseedor de una amplia fortuna personal, era dueño de diversas casas en Madrid y de tierras y ganado lanar en Muro de Carne (La Rioja), Suellacabras (Soria) y Alcalá de Henares (Madrid), posesiones que debió de heredar de su padre, cuyo origen soriano y el desempeño del cargo de fiscal en el Real Consejo de la Mesta con el conde de Campomanes probablemente explican su fortuna ganadera, que completó, gracias a su matrimonio, con nuevas posesiones en La Carolina y Écija, puntos estratégicos estrechamente relacionados con la trashumancia de la Mesta. Además de hombre rico, debió de ser un hombre hábil con facilidad para la vida social y la política, como su padre, pues se relacionó con los más sobresalientes políticos, intelectuales, eruditos, letrados, literatos, militares y académicos de su época, tanto de tendencias liberales como absolutistas y moderados, pues entre sus amistades se contaban Alcalá Galiano, Ceán Bermúdez, Flores Calderón, el duque de Rivas, Espronceda, Gómez Hermosilla, Solís, Esteve, Clemencín, Manuel Silvela, Vargas Ponce, Fernández de Navarrete y Martín de Garay.
Estudió Leyes y obtuvo el título de doctor en Derechos por la Universidad de Alcalá, donde llegó a ser profesor de Historia del Derecho, pero, sobre todo, fue un letrado famoso en su tiempo, con uno de los despachos más prestigiosos de la Corte, siguiendo la tradición de su padre. Desempeñó también cargos como el de regidor del Ayuntamiento de Madrid, y contador mayor y secretario de la Diputación de los Reinos y ministro honorario del Supremo Consejo de Hacienda y en 1816 ingresó en la Real Orden de Carlos III.
Fue también académico honorario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando e ingresó en la Real Academia Española el 19 de julio de 1827, en la que pasó a supernumerario el 31 de enero de 1828 y a numerario el 7 de enero de 1830. Su actividad en esta institución la dirigió, junto con Javier de Burgos y José Mussó y Valiente, miembro como él de la Real Academia de la Historia, a sacar adelante la institución “de la postergación en que yacía desde 1813”, a causa de las persecuciones y destierros a los académicos tachados de afrancesados tras la Guerra de la Independencia.
También estuvo estrechamente vinculado con el Ateneo Científico y Literario de Madrid.
Dentro de sus relaciones y actividades académicas, participó con frecuencia en las reuniones de la Real Academia de la Historia, al menos desde 1832, siendo admitido como supernumerario el 2 de abril de 1834, dado su interés por la historia antigua y por la numismática. En su actividad en esta institución, junto a Miguel Salvá y Munar, Tomás López y Vicente González Arnao, fue miembro fundacional de la Comisión de Cortes y Fueros instituida el 31 de octubre de 1834, lo que refleja su formación jurídica y que también se dedicaría al Medioevo. En 1836 recibió el encargo de confeccionar un Glosario y el 26 de septiembre de 1834 se presentó para la elección al cargo de anticuario al no haberse podido completar las ternas en esa ocasión por falta de candidatos numerarios, siendo elegido Pérez Caballero frente a Vicente Argüelles, que también se presentaba. Su labor fue relativamente breve al frente del Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia, pues apenas desempeñó su cargo durante poco más de un año hasta fallecer en Madrid el 28 de enero de 1836.
Por ello, su actividad como VII anticuario se limitó a efectuar algunas adquisiciones de monedas, a las que era aficionado y a realizar informes sobre el Numario, siendo poco frecuentes las referencias a sus actividades en las actas de las sesiones.
Aunque tras su fallecimiento se indica que era “un compañero apreciable por su amabilidad e instrucción y por el celo con que había concurrido a las tareas del Cuerpo”, resulta significativo que no se conozca ninguna obra suya publicada, lo que destaca de sus predecesores y continuadores en el cargo, por lo que puede considerarse como un hombre de sociedad, rico y afable, cuyo interés por las antigüedades se limitaba al cultivo de un gusto personal.
Bibl.: Real Academia de la Historia, “Catálogo de los individuos de la Real Academia de la Historia, en primero de enero de mil ochocientos treinta y dos”, en Memorias de la Real Academia de la Historia, VII, Madrid, 1799, pág. XXXVII; M. Almagro-Gorbea, “El Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia. Pasado, presente y futuro”, en M. Almagro-Gorbea (ed.), El Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia, Madrid, 1999, págs. 136- 138; Real Academia de la Historia, Anuario, Madrid, Real Academia de la Historia, 2005, págs. 56 y 126.
Martín Almagro Gorbea