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Alberto Felipe Baldrich y de Veciana

Biografía

Baldrich y de Veciana, Alberto Felipe de. Marqués de Vallgornera (II), marqués de Torremejía. Valls (Tarragona), 31.XII.1788 – Madrid, 26.IX.1864. Militar y estadista.

Perteneciente a la ilustre familia hacendada del noble y antiguo linaje catalán originario de Vallgornera (Girona), el hijo mayor de Felipe Baldrich Vallgornera, señor y barón del castillo de Rourell, y de María Ana de Veciana, restringió a ese alto nivel social el círculo de sus relaciones. Así, en 1827, contrajo matrimonio con la hija de los marqueses de Torremejía, Ramona Osorio Leiba, lo que le permitió durante algún tiempo a la muerte de su suegro el uso iure uxoris de este título nobiliario, que sería reemplazado por el familiar de Vallgornera, al que sucedió en 1836 a Ramón de Vallgornera y Alentorn, I marqués de Vallgornera y barón de San Miguel de Pera. Habiendo enviudado en 1938, dos años después casó en segundas nupcias con la hija del conde de Mejorada y viuda del coronel Luis Fernández de Córdoba y Pimentel, Concepción Ortiz Sandoval Arias de Saavedra.

Nobleza, y también milicia, se concitaron en Alberto Baldrich. Así, continuando los pasos paternos, tras cursar estudios superiores, siguió la carrera militar. La inició al poco de estallar la Guerra de la Independencia, incorporándose en julio de 1808 como subteniente del primer tercio ligero de voluntarios de Tarragona y agregándose desde noviembre al Real Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Cataluña. Participando en este territorio en distintas acciones contra los franceses, en julio de 1809 ingresó como alférez en el segundo regimiento de las Reales Guardias Españolas. Interviniendo con este cuerpo en la batalla de Margalef (Lérida) de abril de 1810, fue hecho prisionero y, conducido a Francia, se mantuvo allí hasta el final de la contienda.

Reintegrado a su regimiento y ostentando el grado de primer teniente, durante la inmediata etapa absolutista de la posguerra, en enero de 1815 se hizo cargo del Archivo de la Dirección del Real Cuerpo de Guardias Walonas; en mayo fue destinado al Ejército de Cataluña en clase de segundo ayudante general de Estado Mayor, y en septiembre de 1816 formó parte de la comisión de jefes y oficiales establecida en Madrid para la realización de la historia militar de la Guerra de la Independencia, de cuyo primer y único volumen editado en 1818 se señala a Alberto Felipe Baldrich como su redactor. A la par, fue profesor de fortificación y artillería en la Academia de Caballeros Cadetes de Guardias de Infantería, materia en la que estaba eminentemente versado, como lo demostró en el pequeño manual que al respecto publicó en 1823.

Durante el Trienio Liberal, desde abril de 1820 hasta septiembre de 1823, fue agregado militar en la Embajada española de París. Fue un tiempo en que, paralelamente al cumplimiento de las obligaciones del cargo, frecuentando la Escuela Politécnica, lo dedicó al estudio de la organización militar de Francia, Países Bajos y Gran Bretaña. Esta inquietud intelectual, pero sobre todo la cautela ante la implacable represión que acompañó al segundo restablecimiento del absolutismo, le hicieron posponer su retorno a España hasta septiembre de 1824. Y es que, aunque inmediatamente reconoció la vuelta al antiguo régimen, bajo el dominio del código político gaditano se había vinculado a la, si bien moderada, sociedad liberal de Amantes del Orden Constitucional.

Esto no obstó para que en agosto de 1825 se le declarara “purificado”, pero sí para sufrir una cierta postergación. Así, logrando los ascensos que le correspondían —en marzo de 1826 teniente coronel, en noviembre de 1828 teniente coronel mayor y en el mismo mes del siguiente año, coronel—, sin embargo, con o sin destino a cuerpo, se vio acantonado como empleado en la Inspección General de Infantería. Esta marginación, todo lo indica, estuvo detrás de su retirada del ejército en febrero de 1833.

Siendo desde dos años antes vocal de la Junta creada para examinar y exponer acerca del proyecto y sistema de telégrafos en la Península, la carrera administrativa que seguidamente comenzó lo fue en el recién creado Ministerio de Fomento (a partir de mayo de 1834 del Interior). Así, desde abril de 1833, ya formaba parte de la plantilla como oficial de las oficinas centrales y estaba progresando en el escalafón, cuando, al fallecimiento de Fernando VII, con la Regencia de María Cristina se abrió el camino a la Monarquía constitucional bajo el Estatuto Real. Entonces, contando con el respaldo de los electores de Tarragona en los comicios de junio de 1834, Alberto Felipe Baldrich se integró en el Estamento de procuradores contemplado en ese texto. Aquí, sin embargo de abogar por el avance del régimen representativo, se situó en la órbita del moderantismo gobernante. Por ello fue nombrado vocal de la comisión establecida en octubre para tratar la cuestión de la revalidación de empleos, grados y honores de la anterior etapa constitucional y, a pesar de que la reorganización de la planta del Ministerio del Interior de abril de 1835 no le diera cabida, se le mantuvo como oficial agregado, además de designarle vocal suplente de la Dirección General de Estudios.

El ascenso al poder del progresismo, tras la secuencia de movilizaciones del verano inmediato, significó en octubre, para Alberto Felipe Baldrich, la cesantía del empleo de ese Ministerio. Con todo, apoyó en diciembre el voto de confianza solicitado por el ejecutivo de Juan Álvarez Mendizábal, si bien esto no fue óbice para que, por su oposición al proyecto de ley electoral (que, como señalaría en un artículo dos años después, se fundaba en la concesión del derecho electoral sólo a los mayores contribuyentes y en el sistema de elección por distritos), no saliera reelegido procurador. Pero no todo fueron sinsabores: desde enero de 1836 empezó a dirigir en comisión el recién creado Colegio Científico de Alcalá de Henares (Madrid).

Negándose a aceptar el cargo de gobernador civil de Tarragona ofertado por el fugaz Gobierno conservador de Francisco Javier Istúriz, se mantuvo únicamente en ese puesto, cuando, después del restablecimiento en agosto de la Constitución de 1812, solicitó, y se le concedió en diciembre, la jubilación. Sin embargo, reconducida la situación política con el código de 1837 y, sobre todo, conforme a sus simpatías ideológicas, con la recuperación del poder por los moderados con el rotundo triunfo en las elecciones de octubre de este año, al que él sumó las actas de diputado por Barcelona y senador por Tarragona, optó por ésta decidió tramitar la vuelta a la situación activa.

Admitido el retorno en noviembre, se abrió el tiempo de apogeo de la carrera política del marqués de Vallgornera. Así, ocupando un lugar de primer orden en las tareas de la cámara (fue miembro de numerosas comisiones, destacando las de reglamento interior, presupuestaria, contribución extraordinaria de guerra, beneficencia e instrucción pública) y participando asiduamente en los debates parlamentarios, se fue sumando como vocal a distintas comisiones gubernativas como las de reforma de la ley de beneficencia (temática sobre la que escribió en la Revista de Madrid ), de homologación de los sueldos de los funcionarios, de auxilio de las obligaciones que gravaban el impuesto decimal y de nuevo, si bien como propietario, de la Dirección General de Estudios, reorganizada en septiembre de 1838. Y, finalmente, en el efímero gabinete, establecido el 6 de este mes bajo la presidencia del duque de Frías, Alberto Felipe Baldrich asumió, primero interinamente y desde el 9 de octubre en propiedad, la cartera de Gobernación.

Lo primero, y fundamental, de su gestión fue el establecimiento de la Junta Consultiva de Gobernación. Así, contando con su dictamen, el marqués de Vallgornera volvió a presentar al Congreso el proyecto de reforma municipal procedente del anterior período de sesiones, con el que, mediante la conversión de los ayuntamientos en simples órganos consultivos, la reducción del cuerpo electoral y la recuperación para el ejecutivo del nombramiento de los alcaldes, no sólo se buscaba sustituir la normativa democrática y descentralizadora de 1823 vigente desde la restauración del código gaditano en 1836, sino primordialmente la completa supeditación administrativa, pero, sobre todo, política de las corporaciones locales. Esta vez tampoco prosperó, no tanto por la oposición del progresismo, que en los coetáneos comicios municipales volvió a afirmar su dominio en las instituciones locales, como principalmente por el enfrentamiento dentro del moderantismo que, a causa de la contradictoria política militar y de los fracasos en la Guerra Carlista, acabaron derivando en la aprobación en el Congreso de una proposición que desautorizaba la “marcha administrativa” del ejecutivo. Pues bien, anticipándose a ella, el 20 de noviembre todos los ministros presentaron la dimisión al duque de Frías, que, aceptada, no fue efectiva hasta el 6 de diciembre con el nombramiento de nuevos titulares. Sin embargo, en el caso de marqués de Vallgornera, el designado oficialmente para sustituirle, Francisco Agustín Silvela, resignó el encargo, por lo que tuvo que permanecer interinamente hasta que finalmente el día 9 se formó el Gobierno, igualmente conservador, liderado por Evaristo Pérez de Castro.

Terminada la experiencia ministerial, Alberto Felipe Baldrich se mantuvo en el Senado al revalidar inmediatamente su escaño por Tarragona. En esta cámara destacaron sus intervenciones en los debates sobre el proyecto de ley sobre la organización del Consejo de Estado, que, desarrolladas, publicaría en un artículo de la Revista de Madrid; y la ley confirmatoria de los fueros vascos de 25 de octubre de 1839, en la que, avalando la identificación gubernativa de la unidad constitucional con el concepto moderado de constitución interna, subrayó la legalización constitucional del hecho foral, que dicha norma suponía. Por lo demás, desde enero era miembro de la Junta para el Examen y Revisión del Proyecto de los Nuevos Aranceles y Sistema de Aduanas, sin olvidar que, continuando en la Dirección General de Estudios, se puso a su frente.

Desplazado de aquí nada más inaugurarse en septiembre de 1840 el trienio de dominio progresista bajo la regencia de Baldomero Espartero, en mayo del siguiente año el marqués de Vallgornera, esta vez sí, pasó a la jubilación, lo que en modo alguno significó el fin de su actividad pública. Así, elegido senador en marzo y septiembre de 1843, respectivamente, por Gerona y por Tarragona, con la férrea afirmación en el poder del Partido Moderado al inicio del reinado efectivo de Isabel II, se fue decantando por su tendencia conservadora autoritaria. Expresión de ello fue, en primer término, en el debate de la reforma constitucional de 1845 en el que fue miembro de la comisión informadora de la cámara, su defensa de la nobleza de la senaduría hereditaria. Algo que no obstó para que votara a favor del nuevo código político y para que en la senaduría vitalicia de nombramiento real en él establecida se le integrara, al ser designado en agosto de 1845. Y, en segundo término, sobre todo, su apoyo a todas las iniciativas restrictivas del sistema político y, en particular, las auspiciadas en 1852 y 1853 por Juan Bravo Murillo y Federico Roncali.

Además de las labores parlamentarias, el marqués de Vallgornera dedicó parte de su tiempo dentro del edificio del Senado a la conservación y catalogación de su biblioteca y, fuera, a colaborar como miembro de distintas comisiones y juntas gubernativas, como la encargada de formular el proyecto de ley sobre el sistema monetario (de la que fue presidente), la establecida para formular el sistema defensivo de la Península, islas y posesiones adyacentes, el Consejo de Instrucción Pública, el Consejo de Sanidad del Reino (en el que ocupó la vicepresidencia) o la Junta General de Beneficencia. Asimismo, desde 1848 fue consejero real y desde mediados de 1852 vocal de la Suprema Asamblea de la Real Orden de Isabel la Católica en la categoría de Gran Cruz.

Junto a esta condecoración, que le fue conferida en noviembre de 1838 por los servicios desempeñados en el Ministerio de la Gobernación, Alberto Felipe Baldrich era, desde agosto de 1827, caballero de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y, desde octubre de 1846, de la Orden de Carlos III. Entre otras distinciones, contaba, además, desde abril de 1816, con la Cruz de distinción concedida al primer ejército de operaciones durante la Guerra de la Independencia y, desde diciembre, con la Flor de Lis francesa.

Por otro lado, fue presidente de la Academia de Ciencias Naturales de Madrid y diputado de la de Ciencias y Artes de Barcelona, asistiendo en su representación a los congresos científicos celebrados en 1841 en Florencia y Turín y en 1842 en Estrasburgo y Suiza. En la capital fue, además, miembro del Ateneo, de la Sociedad para Propagar y Mejorar la Educación del Pueblo, y miembro de las diputaciones permanentes de la Sociedad Económica Constantina (en la que ocupó la presidencia) y de la de Tarragona. Por último, fue individuo de la Academia de Buenas Letras de la Ciudad Condal, de la misma manera que lo fue de la de Sevilla.

La participación en estas corporaciones denota las inquietudes intelectuales y científicas del marqués de Vallgornera, que entonces sólo era posible que afloraran si se contaba con un respaldo económico. Tal era su situación, ya que, junto a la máxima pensión de jubilación de cuarenta mil reales anuales concedida en 1841 y el incremento en 1848 de novecientos reales por los servicios al ejército, contaba con un importante patrimonio formado por las distintas haciendas, heredadas en su mayor parte de sus padres, su tío y hermano en las provincias de Gerona y Tarragona (las de ésta en 1837 le rentaban 25.620 reales), las propiedades urbanas de Barcelona (cuya renta también en 1837 se cifraba en 9.360 reales) y otros efectos comerciales. Pues bien, a su muerte, acaecida en Madrid el 26 de septiembre de 1864 (siendo enterrado seguidamente en el cementerio San Nicolás de cuya Real Archicofradía Sacramental había sido mayordomo), dado que no tuvo hijos, estos bienes, a excepción de los vinculados al título de Vallgornera, legados con éste a su sobrina mayor María Antonia Rubinat Baldrich, pasaron a su viuda, María Concepción Ortiz Sandoval, que disfrutaría además de una pensión de quince mil reales.

 

Obras de ~: Historia de la guerra de España contra Napoleón Bonaparte. Escrita y publicada de orden de S. M. por la tercera sección de la Comisión de gefes y oficiales de todas las armas, establecida en Madrid a las inmediatas órdenes del Excmo. Sr. Secretario de Estado y del Despacho Universal de la Guerra, Madrid, Imprenta de D. Miguel de Burgos, 1818; Pequeño manual para el servicio y fortificación de campaña, Madrid, Imprenta de Amarite, 1823; “Reflexiones sobre la ley electoral de 1837: vicios e inconvenientes de la elección complexa” y “De la Beneficencia pública en las sociedades modernas”, en Revista de Madrid (RM), I (1838), págs. 76-92 y 309-336, respect.; “Del Consejo de Estado”, en RM, III (1839), págs. 214-249; Reglamento y catálogo por orden alfabético y por materias de la Biblioteca del Senado, Madrid, Imprenta de E. Aguado, 1851; Apuntes sobre la organización de la Secretaría del Despacho de la Guerra en Francia (ms. Biblioteca Nacional de España [BNE]); Cartas de Alberto Baldrich y Vallgornera a Antonio Burriel sobre la adquisición de libros referentes a la organización militar de países europeos (ms. BNE); Observaciones sobre el Ministerio de la Guerra en Francia (ms. BNE); Noticias para una descripción de la villa y término de Valls en el campo de Tarragona (ms. Biblioteca de la Real Academia de la Historia).

 

Bibl.: F. Caballero, Fisonomía natural y política de los procuradores en las Cortes de 1834, 1835 y 1836 por un asistente diario a las tribunas, Madrid, Imprenta de Ignacio de Boix, 1836, págs. 40-41; F. Torres Amat, Memorias para ayudar a formar un diccionario crítico de escritores catalanes y dar alguna idea de la antigua y moderna literatura de Cataluña, Barcelona, J. Verdaguer, 1836, pág. 83; J. Corminas, Suplemento a las memorias para ayudar a formar un diccionario crítico de escritores catalanes y dar alguna idea de la antigua y moderna literatura de Cataluña, que en 1836 publicó el Excmo. E Ilmo. Señor D. Felipe Torres Amat, Burgos, Arnaiz, 1849, págs. 26- 27; A. Elías de Molins, Diccionario biográfico y bibliográfico de escritores y artistas catalanes del siglo XIX, vol. I, Barcelona, Fidel Giró, 1889-1895, pág. 225 (reed. Pamplona, Analecta Editorial, 2000); J. Ruiz Porta, Tarraconenses Ilustres. Apuntes Biográficos, Tarragona, Est. Tipográfico de F. Aris e Hijo, 1891, págs. 42-46; F. Cánovas Sánchez, “La nobleza senatorial en la época de Isabel II”, en Hispania, 141 (1979), págs. 51-99; El partido moderado, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1982; I. Burdiel, La política de los notables. Moderados y avanzados durante el Régimen del Estatuto Real (1834-36), Valencia, Edicions Alfons el Magnànim/Institució Valenciana D’Estudis i Investigació, 1987; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles? (1705-1998), Madrid, Editorial Actas, 1998, págs. 370-373.

 

Javier Pérez Núñez

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