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Luis Fajardo de la Cueva

Biografía

Fajardo de la Cueva, Luis. Marqués de Los Vélez (II). Murcia o Vélez Blanco (Almería), c. 1508 – Vélez Blanco (Almería), 4.VII.1574. Militar, noble, adelantado, presidente del Consejo Real y Supremo de las Indias.

Hijo de la segunda mujer del primer marqués, Mencía de la Cueva y Toledo, hija a su vez de los duques de Alburquerque, nació en Murcia o Vélez Blanco, donde sus padres residían, hacia 1508. Casó en 1526, en Baena, con Leonor Fernández de Córdoba y Silva, hija de Rodrigo Fernández de Córdoba, conde de Cabra, y de Francisca de Zúñiga y de la Cerda, de la ilustre familia del Gran Capitán. Tuvo de ella al primogénito, Pedro, que heredaría el título; a Diego, que le acompañó como uno de los capitanes en las Alpujarras, a Francisco, y a otras dos hijas. También engendró a un bastardo, Luis, que llegó a capitán general de la Escuadra del mar océano. Una de las mencionadas hijas, Francisca, casó en 1557 con Antonio de Rojas, señor de Villarías de Campos, viejo servidor primero del emperador Carlos V, y después en la casa del desgraciado príncipe Carlos, el hijo de Felipe II.

Al morir su padre, sobre el marquesado de Molina que ya poseía, heredó los cargos de adelantado y capitán general de Murcia, alcaide de la fortaleza de Murcia y otros menores. No manifestó, a diferencia de él, afición literaria alguna. El cronista Hurtado de Mendoza dice que fue “hombre preciado de las manos más que de la escritura”. De enorme talla y robustez, dedicó su vida a la guerra, en la que adquirió, según los cronistas, fama de combatiente feroz, capaz de infundir pavor a los enemigos solamente su vista, y entre los moros era conocido por el mote de “diablo con cabeza de hierro”. A pesar de sus hazañas en la guerra, en España y fuera de ella, su temperamento un tanto aventurero y quimérico, más rico en glorias que en títulos de provecho personal, no buscó recompensa en la Corte. Cascales dice que era terrible por ser de naturaleza belicosa, membrudo y corpulento y de rostro feroz, que mirando imponía terror. Pérez de Hita le describe de este modo: “Tenía doce palmos de alto; era de recios y doblados miembros; tenía tres palmos de espalda y otros tres de pecho; fornido de brazos y piernas, tan bien tratado y hecho que no se echaba de ver lo que era de alto, de color moreno cetrino; los ojos grandes, rasgados, lo blanco de ellos con unas vincas de sangre de espantable vista; usaba la barba crecida y peinada”. Añade que era amigo de toda suerte de caza y de tener buenos caballos. Por otra parte, dice que fue larguísimo gastador, pues tenía cuatro despensas de grande gasto, refiriéndose a sus espléndidos castillos y mansiones.

Adiestrado desde muy joven en la guerra de escaramuzas con los moros y en los combates con los piratas norteafricanos, que efectuaban frecuentes desembarcos en la costa murciana y almeriense, amparados por los reyezuelos beréberes y los poderosos turcos, adquirió pronto reputada fama. Recorrió después buena parte de Europa y el norte de África, siguiendo al Emperador en sus empresas bélicas. Participó contra Suleimán el Magnífico en Hungría (1531), en la campaña de Provenza (1535) contra los franceses, y en las de Túnez en el mismo año, y en la fracasada de Argel en 1541, contra los berberiscos. Es muy posible que participara también en otras empresas bélicas.

De lo que se tiene constancia es de que el belicoso Luis Fajardo intervino cuando se produjo el levantamiento de los moriscos granadinos en las Alpujarras, que habían convivido pacíficamente hasta que la tensión hispano-berberisca en el Mediterráneo fue avivada por la intervención turca. En noviembre de 1566, por real edicto, se les obligaba a abandonar una serie de sus costumbres y prácticas habituales, y aunque los moriscos trataron de negociar, el gobierno se mostró inflexible. Entonces, en la Nochebuena de 1568, éstos se sublevaron en el Albaicín que, aunque fracasaron, se extendió rápidamente, sobre todo por las Alpujarras y después por la tierra llana. Durante el primer año de hostilidades resultó imposible alcanzar a los rebeldes en sus fortalezas de la montaña.

El capitán general del reino de Granada, Íñigo López de Mendoza, III marqués de Mondéjar, con un ejército de veinte mil hombres actuó con eficacia a comienzos de 1569, de modo que en dos semanas, el 19 de enero, dejó pacificadas las Alpujarras. Pero tres días después de haber comenzado Mondéjar su campaña, el marqués de Los Vélez salió desde su castillo de Vélez Blanco con un ejército de dos mil hombres y trescientos caballos y seis piezas de artillería ligera, para bajar por el lado oriental, hacia las Alpujarras, según el cronista Hurtado de Mendoza, “para saquear y enriquecer a su gente”, aunque otros dicen que por mandato del Monarca, para que Mondéjar no actuara como jefe único. La campaña, por la codicia y la indisciplina de los cristianos y la violencia de los moriscos, fue muy dura, más bien cruel. La rivalidad entre Mondéjar y el marqués de Los Vélez contribuyó al fracaso de la ofensiva. Felipe II optó entonces por repartir el mando: el marqués de Los Vélez dirigiría la guerra entre el río Almanzora y Almería y en las tierras de Baza y de Guadix; Mondéjar en el resto del territorio granadino. Para poner a ambos de acuerdo nombró en marzo de 1569 como capitán supremo a su hermanastro Juan de Austria. El marqués de Los Vélez intervino contra el jefe de los insurrectos Abén Humeya, acompañado de su hijo Diego, que estuvo a punto de capturar al proclamado rey morisco. Sin embargo, la victoria se convirtió para el marqués en derrota, pues en agosto de 1569 se volvió a Adra y a la fortaleza de La Calahorra, donde las deserciones y epidemias acabaron con su fugaz victoria y las Alpujarras volvieron a ser feudo libre de los moriscos. El consejero de Juan de Austria, el sensato comendador mayor de Castilla Luis de Requesens, escribió al Monarca que el marqués de Los Vélez no le parecía a propósito para aquella empresa. En efecto, era ya viejo, se hallaba cansado y, sobre todo, poco disciplinado. El marqués, al saberlo, presentó la dimisión, que el Rey aceptó el 5 de marzo de 1570. Felipe II, para no dejarle enteramente fuera de su gracia, le nombró presidente del Consejo de Indias, que acababa de vacar, aunque decidió considerarlo como título honorífico, pues pasó el resto de sus años, que fueron cuatro, retirado en Vélez Blanco, donde murió el 4 de julio de 1574.

 

Bibl.: L. del Mármol Carvajal, Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del reyno de Granada, Madrid, Imprenta Sancha, 1797 (reprod., Granada, Delegación Provincial de la Consejería de Cultura, 1996-1997); G. Pérez de Hita, Guerras civiles de Granada, ed. de P. Blanchard-Demouge, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1913-1915, 2 vols.; G. Marañón, Los tres Vélez (Una historia de todos los tiempos), Madrid, Espasa Calpe, 1960; D. Hurtado de Mendoza, Guerra de Granada, ed. de B. Blanco González, Madrid, Castalia, 1970; A. Domínguez Ortiz y B. Vincent, Historia de los moriscos, Madrid, Alianza Editorial, 1985.

 

Valentín Vázquez de Prada

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