Leovigildo. Flavius Leovigildus Rex. ?, m. s. VI – Toledo, 13.IV.586-8.V.586. Rey de España (571-586), restaurador del reino godo de Toledo.
El futuro restaurador del poder godo en la Península Ibérica pertenecía a una importante familia con fuertes apoyos en Septimania o Narbonense. Era esta provincia el único resto de lo que había sido el vasto territorio dominado por los reyes godos en las Galias antes del 507. La intervención militar de Teodorico el Amalo, suegro del derrotado y muerto Alarico II, impidió su conquista por las fuerzas aliadas de francos y burgundios. Como territorio fronterizo, la Narbonense fue lugar de asentamiento preferente de antiguos linajes nobles visigodos, así como de nuevos grupos nobiliarios y militares de origen ostrogodo vinculados a Teodorico el Amalo. Es posible que el padre de Leovigildo fuera el general ostrogodo Liuvirit, que hacia 523-526 desempeñaba las funciones de general en jefe de las fuerzas de Teodorico el Amalo de guarnición en la Península. No cabe descartar que este Liuvirit fuera también pariente del propio soberano ostrogodo. También existen indicios de que la familia de Leovigildo contara con parientes visigodos que mantenían todavía posiciones de poder en la Aquitania merovingia en la segunda mitad del siglo VI. Estos orígenes familiares de Leovigildo y la importancia militar de la Septimania goda sirven para explicar cómo, a la muerte en Toledo del nobilísimo rey Atanagildo a mediados del 567, Liuva, el hermano mayor de Leovigildo, fue elegido Rey en Narbona tras un anárquico interregno de cinco meses.
La imposibilidad de alejarse de Septimania, amenazada por los francos, aconsejó a Liuva poco después de un año de reinado en solitario a asociar a su hermano Leovigildo.
Ningún documento precisa las competencias específicas de gobierno de cada hermano. Sin embargo, tanto el desarrollo posterior de las acciones militares como el ejemplo de lo que hizo posteriormente Leovigildo al asociar al trono a sus hijos Hermenegildo y Recaredo, induce a pensar que hubo una delimitación territorial a efectos fundamentalmente militares, con la consiguiente atribución de recursos financieros afectos a cada territorio. Por esas mismas razones, y la geoestrategia de la ocupación goda, muy probablemente a Leovigildo se atribuyó el control de la mitad meridional de la Península, con el preciso objetivo de atender al reto que en las tierras levantinas y béticas suponía la existencia de la provincia bizantina de Spania desde el 552. A tal fin, el nuevo Rey fijó su residencia en Toledo y contrajo un nuevo matrimonio con Gosvinta, la viuda de Atanagildo. Una unión de conveniencia que aseguraba a Gosvinta gozar de una posición preeminente, y hasta cierto punto independiente, en la política del nuevo reinado, mientras que a Leovigildo le permitía contar con el imprescindible apoyo de la poderosa clientela de los Baltos, linaje del fallecido Atanagildo, tanto en el interior del reino godo como entre los vecinos francos y burgundios por el reciente matrimonio con Sigiberto I de Austrasia (561-575) de Brunequilda, la hija menor de Atanagildo y Gosvinta.
El reciente interregno había acelerado la degradación del dominio de la Monarquía goda en las tierras peninsulares, amenazado desde mediados de siglo por el establecimiento de los bizantinos en el levante y mediodía hispano, de tal forma que algunos potentados indígenas locales habían logrado alcanzar una posición de independencia en zonas montañosas fronterizas con aquéllos y con el reino suevo. El objetivo prioritario del nuevo Rey sería acabar con tales focos de independencia, y casi simultáneamente pasar a la ofensiva contra suevos y bizantinos con el fin de alcanzar unas fronteras mejor delimitadas y defendibles.
El rápido y rotundo éxito alcanzado por Leovigildo en ambos frentes le permitió restablecer ya una indiscutible hegemonía política y militar en la Península Ibérica, considerándosele así tanto por los contemporáneos (Juan de Bíclaro) como por la historiografía moderna refundador del reino godo de Toledo.
El reinado de Leovigildo nos es conocido en lo fundamental por las contemporáneas obras historiográficas de Juan de Bíclaro y del obispo Gregorio de Tours, así como por numerosas leyes antiquae recogidas en el posterior Liber Iudicum de Recesvinto, que se atribuyen a su gobierno. Desde todos los puntos de vista, su largo reinado se muestra dividido en dos partes separadas por el trágico suceso de la rebelión de su hijo Hermenegildo en el 579. Los objetivos de aumentar el dominio del reino godo en la Península así como de fortalecer el poder real y de su linaje en el interior de aquél, utilizando modelos imperiales bizantinos, son constantes en ambas fases de su reinado. Sin embargo, no cabe duda de que la gravísima crisis que supuso la rebelión de Hermenegildo le obligó a replantearse cuestiones de más calado, como era la necesidad ineludible de conseguir la plena integración entre la nobleza de origen gótico y las aristocracias regionales y municipales hispanorromanas, ideológicamente lideradas por el episcopado católico.
De manera incansable entre el 570 y el 577, Leovigildo realizó una serie de campañas militares que le permitieron tanto restablecer el pleno control político y militar en aquellas áreas periféricas que habían alcanzado una posición de fáctica independencia, como debilitar al reino suevo y a los bizantinos con el fin de impedirles cualquier tentación de apoyar a tales focos independentistas, de tal manera que el contemporáneo Juan de Bíclaro pudo afirmar que Leovigildo había sido capaz de “volver a extender de forma admirable, hasta sus primitivas fronteras, el territorio provincial de los godos, que había sido disminuido ya por rebeliones diversas”.
Las primeras acciones restauradoras y reconquistadoras de Leovigildo se desarrollaron en el mediodía peninsular. Una zona vital para la Monarquía desde los tiempos de Teudis, cuando en las ricas tierras y ciudades béticas se asentaron importantes linajes nobiliarios góticos. Además, desde el 554 la existencia de la provincia bizantina de Spania, en la costa mediterránea andaluza y en todo el sudeste hispano, suponía un peligro y un problema estratégico suplementario.
En 570, Leovigildo lanzó una gran ofensiva sobre las zonas de Baza y Málaga. El fin último de seccionar en dos mitades el territorio bizantino no pudo lograrse ante la imposibilidad de tomar la ciudad de Málaga. Sin embargo la conquista y ocupación de Baza permitió a los godos controlar el estratégico corredor interior que comunicaba el sector levantino con el meridional de la provincia imperial.
La conquista de Medina Sidonia en la campaña del 571 trataba de evitar cualquier posible amenaza bizantina sobre el bajo valle del Guadalquivir a partir de sus posiciones más occidentales, además de situar un puesto avanzado sobre la vital zona del Estrecho que aseguraba las comunicaciones de los bizantinos con su plaza naval de Ceuta. Las campañas de conquista se verían acompañadas de la erección de otras fortalezas menores, como pudo ser la que se estableciera entonces en el estratégico cerro de la Alhambra en frente de la ciudad ibérico-romana de Ilíberris. Asegurada así la frontera con los bizantinos, e impedidos éstos para prestar su apoyo, la campaña del 572 la pudo dedicar Leovigildo a reducir a su obediencia a la poderosa aristocracia bética, tanto de origen godo como hispanorromano, que tenía en la ciudad de Córdoba y en sus cortijos fortificados sus puntos de mayor resistencia frente al poder real.
El fallecimiento a principios del 573 de su hermano Liuva dejó a Leovigildo como único Rey. Lo que suponía tanto un aumento considerable de los recursos militares a su disposición como de las preocupaciones, al tener ahora que atender al permanente reto que para la Septimania goda suponían las permanentes apetencias de algunos monarcas merovingios, en especial los de Burgundia. Por otro lado, en la Península Ibérica, el reino suevo había consolidado muy considerablemente su posición en las tierras galaicas y del norte de Portugal con la reciente conversión (c. 555) al catolicismo de su Monarquía y el consiguiente pacto de plena colaboración entre la aristocracia militar sueva y la galaicorromana liderada por el episcopado. El reciente interregno godo había facilitado también movimientos centrífugos en las zonas limítrofes con los suevos así como en la cordillera cantábrica y áreas vecinas de La Rioja y Navarra (vascones). En el 573, el monarca suevo Miro intentó extender su poder en las tierras orientales de la actual Asturias y de Santander, donde poderes locales trataban de legitimar una posición de independencia política con el prerromano etnónimo de ruccones (¿luggones?).
Por ello, era obligado que Leovigildo condujera sus armas sobre las tierras fronterizas con el reino suevo, tratando de evitar la anexión a éste de aquellos territorios que gracias a una geografía montañosa vivían en una práctica independencia bajo el poder de aristocracias tardorromanas locales. Así, en el 573, Leovigildo consiguió controlar la región de la Sabaria, que se situaba al oeste de la actual Zamora y al sudeste de Braganza, sin duda en la comarca de Sanabria y el valle del Sabor, afluente portugués del Duero. Al siguiente año le tocaría el turno a la llamada Cantabria, un territorio que se comprendía el alto Ebro, el norte de la provincia de Burgos y La Rioja. Territorios donde las aristocracias municipales tardorromanas (senatores) habían establecido un régimen totalmente independiente. La fuerte ocupación militar de la Peña de Amaya (¿Mave?) el 574, permitió a Leovigildo establecer un punto de vigilancia y de penetración hacia las tierras ya de ultrapuertos. De este modo, en el 575, Leovigildo pudo dirigir ya una expedición militar en la difícil región de los Picos de Europa (Montes aregenses), y asegurar su control mediante la toma de rehenes. En el 576, una nueva campaña militar sobre el propio territorio suevo obligó al rey Miro a pedir la paz, reeditando sin duda el antiguo vasallaje de tipo germánico que la Monarquía sueva había establecido con la goda en el 464.
Reafirmado así el poder godo en la submeseta norte y eliminado el peligro de una expansión sueva en el 577, Leovigildo pudo dirigir nuevamente su atención hacia la provincia bizantina. Esta vez conseguiría el control de la estratégica Oróspeda, las actuales sierras de Alcaraz y de Segura y cordillera subbética, ocupando los cortijos fortificados de la aristocracia local y sustituyendo en parte a ésta, lo que obligó de inmediato a reprimir una sublevación campesina. Con ello, Leovigildo culminaba la constitución de un cerco sobre la Spania bizantina, controlando todas las salidas desde su capital, Cartagena, hacia el interior.
Tras ocho años de continuo batallar, Leovigildo podía sentirse por fin satisfecho, pues había conseguido de nuevo afianzar la posición del reino godo como hegemónico en la Península Ibérica, aunque bien es verdad que en lo esencial los bizantinos habían sabido resistir con bastante éxito sus ofensivas, manteniendo las ciudades y plazas fuertes de su provincia.
Y ello constituía, sin duda, un peligro para la estabilidad de la Monarquía goda, como se demostraría poco tiempo después; pero, de momento, Leovigildo podía dedicarse a reorganizar internamente su reino.
Al morir Liuva en el 573, Leovigildo había asociado en el poder real a sus hijos Hermenegildo y Recaredo, tenidos de un matrimonio anterior al contraído con Gosvinta. Con ello, Leovigildo trataba de asegurar el reino en manos de su dinastía, utilizando un procedimiento de clara inspiración imperial bizantina, pues no llegó a repartir territorialmente el reino entre los asociados a la manera de los merovingios.
Hermenegildo y Recaredo permanecían en una posición de subordinación, como los césares bizantinos respecto del emperador Augusto. Posiblemente, sería entonces cuando Leovigildo se revistió, según cuenta Isidoro de Sevilla, de otros atributos claramente a imitación de la realeza bizantina, como sería el trono, las vestiduras reales y otros símbolos imperiales, como podían ser la corona con sus ínfulas. Sería entonces cuando se acuñaron por vez primera trientes con el nombre expreso del monarca godo, que figuraba en el anverso con los típicos atributos imperiales. Con ello, Leovigildo se situaba por encima del resto de los nobles godos, y exteriorizaba ante la aristocracia tardorromana su carácter de heredero legítimo pleno del antiguo Imperio.
En este contexto de “imperialización” del poder regio se situaría también el establecimiento definitivo de Toledo como “sede regia”, comenzando entonces posiblemente la monumentalización del arrabal palatino de Toledo a imitación de lo hecho por Justiniano en Constantinopla. Y, finalmente, en el 578, culminando la celebración de sus victorias, Leovigildo fundó en el corazón de sus dominios hispánicos la ciudad de Recópolis (Zorita de los Canes, Guadalajara), en otra clara muestra de imitación de los Emperadores.
Dotada de especiales privilegios y con una extensa y monumental área palaciega de nueva planta, Recópolis parecía abocada a convertirse en capital administrativa y centro de la dominación visigoda con vista al Levante peninsular.
Por otro lado, la denominación de la nueva ciudad rendía homenaje al elemento radical del antropónimo del menor de los hijos de Leovigildo, Recaredo. Un nombre que bien pudiera relacionarse con el ignoto linaje materno de este último. Y, en todo caso, podía ser interpretado como una preferencia del padre hacia el mismo, necesariamente en perjuicio de los intereses del mayor Hermenegildo. Como un intento de recomponer ese equilibrio, al tiempo que de fortalecer los lazos que unían a su familia con el poderoso linaje de los Baltos, habría ciertamente que interpretar el matrimonio al siguiente año de Hermenegildo con Ingunda, hija de Brunequilda y del merovingio Sigiberto I de Austrasia, pues al joven marido además le atribuyó ahora un concreto territorio de gobierno con una sede propia, Sevilla, capital histórica del sur visigodo. En paralelo, también pudo acordarse entonces el matrimonio de Recaredo con Rigunta, la hija mayor de Chilperico de Neustria (561-584), aunque la corta edad de los contrayentes habría impedido la venida de la princesa merovingia a España y la consumación del enlace.
Indudablemente, esta compleja política matrimonial y de hechos a favor de uno y otro de sus hijos revela por parte de Leovigildo un interés extremado por mantener un equilibrio entre ambos así como con las dos más importantes cortes merovingias. Un equilibrio que posiblemente quisiera moderar tensiones existentes en el seno de la familia real goda, tal vez entre los linajes de los dos matrimonios del Monarca.
Aunque por desgracia, los pormenores concretos del conflicto se ocultan, e incluso quedarían totalmente en la sombra en los testimonios escritos contemporáneos como consecuencia de la manipulación que éstos harían de la inmediata rebelión de Hermenegildo, de los motivos reales de éste así como del importante papel jugado por su hermano Recaredo en su aplastamiento.
En efecto. Gregorio de Tours habla del surgimiento inmediato de problemas a la llegada de la joven Ingunda a la Corte goda, a consecuencia de las supuestas presiones de su abuela, la poderosa reina Gosvinta, para que se convirtiera al arrianismo, la fe tradicional de los Baltos y de la Monarquía goda. Lo que de ser cierto, y no un anacronismo a la vista de los sucesos posteriores y de los prejuicios antigodos del Turonense, posiblemente revele el interés de Gosvinta por unir estrechamente al joven matrimonio a su propio linaje. Un linaje que tenía una reciente causa de faida, o venganza de sangre, con el merovingio Chilperico por el consentimiento de éste en la humillación y posterior asesinato de su hija Galsvinta a manos de Fredegunda, la Friedelehe (concubina a la manera germánica) y posterior esposa del neustrio. Lo cierto es que Juan de Bíclaro afirma que al poco tiempo Hermenegildo con el apoyo intrigante de Gosvinta se rebeló contra su padre y hermano, declarando su plena soberanía e independencia política.
Sin tratar ahora pormenorizadamente de la rebelión de Hermenegildo, de sus causas, apoyos y justificación ideológica, baste tan sólo señalar aquí que el rebelde consiguió un amplio respaldo. Aunque lo esencial de su poder se concentró en el valle del Guadalquivir, con las importantes ciudades de Sevilla y Córdoba, también se unió a su movimiento una ciudad de la importancia de Mérida. E incluso pudo contar con algún otro apoyo disperso por la geografía hispana, como pudo ser el caso de la plaza fuerte de Rosas, en el noreste. Mediante su oportuna conversión al catolicismo, Hermenegildo consiguió el apoyo de un importante sector del episcopado hispano, con el prestigioso metropolitano de Sevilla, Leandro, a la cabeza. Por mediación de éste, el rebelde obtuvo también el oportunista apoyo militar de Bizancio, y del suevo Miro; además de contar con el de su suegra Brunequilda entre los francos.
La importancia de los apoyos y fuerzas conseguidas por Hermenegildo obligó a Leovigildo a previas operaciones de rearme político y religioso-propagandístico antes de lanzarse militarmente contra el rebelde.
Inteligentemente se dio cuenta de la prioridad estratégica que tenía dicho terreno. A tal fin, ya en el mismo 580, Leovigildo convocó un sínodo de la Iglesia goda arriana en el que se proclamó el carácter católico, no gótico, y ortodoxo de la misma con la adopción de un símbolo macedonista, que obviaba lo esencial de la querella trinitaria con los nicenos, y abriendo las puertas a la unión con la Iglesia nicena hispana al suprimir la tradicional exigencia arriana de un nuevo bautismo. Al mismo tiempo, se proclamó el carácter herético de aquellos nicenos que no se sumaran a la unión eclesial y se mantuvieran fieles al rebelde y a su aliado bizantino, y se afirmaba que dichas iglesias no eran “católicas” sino “romanas”, es decir, subordinadas al Imperio de Constantinopla. La verosimilitud de una tal declaración se basaba en el rechazo que en su día había mostrado el episcopado niceno hispano a la condena por Justiniano en 544 de los llamados Tria capitula, por sus sospechas de nestorianismo, y al Concilio Ecuménico V de Constantinopla (553) que había reafirmado la condena.
Una agresiva política de atracción y represión, y la propagandística utilización de ciertos santuarios martiriales de gran renombre, como los de Santa Eulalia de Mérida y San Vicente de Zaragoza y Valencia, le permitieron a Leovigildo obtener éxitos indudables en su política religiosa. Aunque posiblemente sólo el obispo de Zaragoza, Vicente, dio el paso formal de la abjuración, otros importantes clérigos y prelados católicos se prestaron al juego del Monarca y aceptaron ocupar algunas sedes de importancia, como la de Mérida, de las que habían sido expulsados sus recalcitrantes titulares.
Es probable que esta política religiosa se viera duplicada por una actividad legislativa que trataba de acabar con los perfiles étnicos de la Monarquía goda más insufribles para la aristocracia laica hispanorromana.
Se trató de una serie de leyes que suprimían en el Derecho procesal cualquier posición de privilegio para los súbditos de raza goda, o la misma derogación de la antigua prohibición de matrimonios mixtos entre godos y provinciales romanos. Esta legislación se enmarcó en un amplio programa de revisión del código legal de Eurico. Lo que la historiografía moderna ha quedado en llamar Codex revisus de Leovigildo habría supuesto la constitución de la reformada legislación euriciana en el referente legal fundamental de la Monarquía goda, pero asumiendo ahora su plena incorporación en la tradición romana del llamado Breviario de Alarico II del 506, una puesta al día del Código Teodosiano. Paradójicamente, de este modo, la codificación leovigildiana suponía una reafirmación de la tradición jurídica de la sociedad hispanorromana, que quedaba así enfrentada a la del Imperio bizantino representada por el nuevo Código de Justiniano. Con ello, nuevamente Leovigildo reforzaba la posición del Soberano asumiendo algo tan propio de las prerrogativas imperiales como era la codificación legal.
Sólo sería tras este refuerzo de su posición y de sus apoyos cuando ya en el 582 Leovigildo se lanzó a la guerra para reducir a su rebelde hijo. Previamente, sin embargo, en el 581 trató de reforzar su retaguardia con una campaña de castigo sobre las poblaciones vasconas que habitaban al oeste de los Pirineos, construyendo para su mejor control la plaza fuerte de Victoriaco (¿Vitoria?). Con ello, posiblemente Leovigildo trataba de evitar una posible invasión vascona del valle del Ebro en connivencia con Hermenegildo que facilitase una posterior invasión de Septimania por parte de los aliados merovingios del rebelde. Tras ocupar Mérida (582), Leovigildo puso cerco a Sevilla, que conquistaría en el 584 tras la huida de Hermenegildo, y la previa derrota de un ejército suevo que había venido en socorro del sitiado con su rey Miro a la cabeza. El último refugio de Hermenegildo, la ciudad de Córdoba, y el propio rebelde caerían en manos de Leovigildo en febrero-marzo del 585, tras que los bizantinos le retirasen su apoyo militar a cambio de la entrega de 30.000 sólidos de oro. Aunque muy posiblemente su padre y hermano le prometieron conservarle la vida, lo cierto es que Hermenegildo sería asesinado unos pocos meses después en Tarragona, cuando acompañaba prisionero al ejército que bajo la dirección de Recaredo se dirigía a Septimania a hacer frente al ataque de los aliados merovingios del derrotado. Aunque el silencio, seguramente cómplice, de las fuentes nada dice, no se puede descartar que la ejecución del rebelde se debiera a secretas órdenes de Recaredo, sin haber consultado la decisión con su padre. Lo cierto es que el ataque merovingio hacía temer una posible liberación del prisionero y que su eliminación dejaba expedito el camino a Recaredo para suceder a su padre.
En su último año y medio de reinado y vida, Leovigildo, con el eficaz apoyo de Recaredo, resolvería con energía las principales consecuencias exteriores de la fracasada rebelión. Desde antes del estallido de ésta, Leovigildo, como se señaló antes, había buscado la alianza de Chilperico de Neustria, como medio de balancear la influencia de su poderosa esposa Gosvinta en las Cortes de Austrasia y Burgundia, basada en viejos y nuevos lazos de sangre. Iniciada la rebelión, la alianza de Hermenegildo con su suegra Brunequilda obligó a Levigildo a estrechar los lazos con Neustria. De modo que en septiembre del 584 llegaría a la Península la princesa neustria Rigunta con el objeto de consumar el antes pactado matrimonio con Recaredo. Tras la derrota del rebelde, Austrasia se vio enredada por la política bizantina a realizar una expedición contra los longobardos en Italia, posiblemente con la promesa de una ayuda para imponer en el trono godo a su nieto Atanagildo, el pequeño hijo de los desgraciados Hermenegildo e Ingunda rehén en Constantinopla. Sin embargo, su aliado Guntram de Borgoña consideró la ocasión inmejorable para apoderarse de la Septimania goda, que rodeaba por completo con sus dominios, con el pretexto de vengar la muerte de sus parientes, para lo que trató de reeditar la alianza del rebelde con el reino suevo. Pero los planes de Guntram (561-592) chocaron ante la resistencia de los habitantes de Septimania y la enérgica acción militar goda. Mientras la flota merovingia era destruida en el Cantábrico antes de alcanzar las costas galaicas en la Narbonense, el propio Guntram sufrió una humillante derrota a manos del ejército godo comandado por Recaredo.
De esta manera, Leovigildo se vio con las espaldas libres y el pretexto para conseguir el mayor éxito militar y más definitivo logro político de su reinado: la conquista e incorporación del reino suevo al godo. El pretexto lo ofreció la usurpación en 584 de Audeca del trono suevo, en contra de su cuñado Eborico, el hijo y sucesor de Miro. De esta forma, la invasión del reino suevo por Leovigildo en el mismo 585 podía ser vista como una venganza obligada por el lazo clientelar establecido entre el monarca godo y el fallecido Miro; pero si algún noble suevo lo creyó, pronto saldría de su engaño, porque lo cierto es que tras vencer con facilidad a Audeca y apoderarse del vital tesoro real, Leovigildo procedió a la incorporación del invadido reino a sus dominios peninsulares. Un posterior intento del noble suevo Malarico de restaurar ese mismo año el desaparecido reino sería prontamente desbaratado por los generales de Leovigildo. Para asegurar la conquista, se procedió a establecer guarniciones militares godas, así como leales obispos godos arrianos, en las principales plazas del reino: Viseo, Lugo, Oporto, Tuy y Braga. Aunque no parece que se hiciera acción violenta alguna contra la antigua Iglesia católica sueva, cuyos prelados pudieron seguir rigiendo sus sedes.
Entre el 13 de abril y 8 de mayo del 586 fallecía al fin Leovigildo de muerte natural en su capital toledana, pudiendo legar ese nuevo y grande reino godo restaurado por él a su hijo y colaborador Recaredo.
Una tradición posterior recogida por Gregorio Magno afirma que, en su lecho de muerte, Leovigildo quiso recibir la comunión de un clérigo católico.
La ausencia de confirmación en las fuentes hispanas hace más que dudoso aceptar su veracidad. Sin embargo, sí que se puede afirmar que a esas alturas de su vida, el pragmático Leovigildo debía de ser muy consciente del fracaso de su intento del 580 de establecer una Iglesia estatal unificada sobre la base de la goda arriana. El regreso del exilio de algunos obispos y clérigos católicos —como Leandro, Masona o Juan de Bíclaro— así como la política religiosa seguida en el recién conquistado reino suevo indican claramente el abandono de su anterior política. Había sido algo dictado por la necesidad de la bandera ideológica levantada por Hermenegildo; el fin de éste y el semifracaso de la misma aconsejaban no continuar por ese conflictivo camino y regresar a la tradicional política de dos Iglesias separadas y ambas bajo la protección regia. Pero salvo en esta cuestión, en lo demás, Leovigildo seguro que pudo cerrar tranquilo y definitivamente sus ojos. El reino godo que legaba a su hijo era tan extenso, coherente y centralizado como nunca antes lo había sido en su más de siglo y medio de existencia.
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Luis Agustín García Moreno