Isidoro de Sevilla, San. ?, c. 560 – ¿Sevilla?, 636. Obispo, teólogo, filósofo, polígrafo y santo.
A comienzos del siglo V, Hispania era una de las diócesis del Imperio Romano y administrativamente dependía del prefecto del Pretorio de las Galias. La Hispania peninsular comprendía cinco provincias: Baetica, Lusitania, Gallaecia, Tarraconensis, Carthaginensis, a las que había que sumar la Tingitania y Baleares. Los visigodos ocupan parte de la Tarraconense desde el año 415 como federados del Imperio. En calidad de tales llevaron a cabo incursiones en la Bética y eliminaron a los vándalos silingos.
En el año 418, sobre la base de un nuevo pacto con Roma, procedieron a su asentamiento en Aquitania, aunque escogieron como sede central Toulouse, en la Narbonense. Comenzó el reino de Tolosa (Toulouse). Se expandieron a continuación por la Tarraconense, hasta ocuparla por completo en el año 472. La fase siguiente fue la colonización de la parte noroccidental de la meseta central y las zonas del sur. En el año 507, derrotados en Vouillé por los francos, resistieron en centros de la Narbonense, hasta recibir el auxilio de los ostrogodos. Recuperado en parte el territorio de las Galias, el centro de gravedad del reino visigodo se desplazó hacia la Tarraconense.
A mediados del siglo VI, Hispania quedó en la siguiente situación: los visigodos ocupaban la Tarraconense, la Cartaginense, la Bética y la zona sur de Lusitania, así como la parte sur de las Galias. Los suevos, la Gallaecia. A la población hispano-romana, visigoda y sueva, hay que añadir grupos minoritarios de orientales y judíos.
Desde el punto de vista religioso, prescindiendo de los judíos, Hispania quedó escindida en dos: de un lado los católicos, que eran hispano-romanos y suevos, y de otro lado los arrianos, que eran visigodos. A pesar de ello, no se producían enfrentamientos entre los distintos grupos mientras la religión no adquirió valor político.
En la segunda mitad del siglo VI se produjeron tres acontecimientos de suma importancia. Dos de ellos tenían carácter político: la ocupación de una gran parte del sureste hispánico por los bizantinos como consecuencia de la petición de ayuda por parte de Atanagildo en su intento de derrocar a Ágila (552), y la anexión por Leovigildo del reino suevo con la consiguiente unificación bajo la Monarquía visigoda (588). El tercer acontecimiento fundamental para la comprensión del momento isidoriano fue la conversión del pueblo visigodo al catolicismo bajo el sucesor de Leovigildo, Recaredo, en el III Concilio de Toledo (589).
Se conoce el nombre del padre de san Isidoro, Severiano, gracias a la noticia que el propio Isidoro dedica a su hermano Leandro de Sevilla, en su De uiris illustribus (cap. 28). Ese nombre apunta a un origen hispano-romano, probablemente aristocrático. Se sabe que tuvo tres hermanos mayores: Leandro, Fulgencio (después obispo de Écija) y Florentina, pues así lo recuerda Leandro en su De institutione uirginum, dedicado a su hermana. A partir de ahí, las conjeturas son la única solución al resto de los problemas que plantean sus primeros años. En la noticia sobre su hermano, Isidoro informa de que nació en la provincia Cartaginense, indicación que deja amplio campo a la localización del lugar exacto, puesto que esta provincia abarca una extensión que va desde la costa sureste de la Península hasta el sur de Tortosa y avanza hacia el interior hasta cerca de Mérida por el sur, Toledo en la parte central y Palencia por el norte. La opinión más difundida es la que localiza a su familia en zona bizantina, partiendo de una interpretación de un pasaje de la obra antes citada de Leandro (31, 3-4), en el que éste se lamenta sobre la necesidad de abandonar la patria. Un poco más adelante (31, 6-7) Leandro, mencionando la marcha de Fulgencio a su tierra natal, habla del cambio experimentado en el lugar desde su infancia, al haber sido ocupado por extranei. Para unos, esto indica que la familia tuvo que emigrar debido a la ocupación de los bizantinos y ven en el conflicto entre Ágila y Atanagildo el motivo de expulsión: los grandes propietarios de Cartagena habrían apoyado a Atanagildo en su petición de ayuda a los bizantinos, y Ágila, como represalia, los expulsó cuando se estaba esperando la llegada de los bizantinos, hacia el año 550. Otros piensan que el contraste ciues/extranei tiene que aludir, por fuerza, a la oposición entre hispano-romanos y godos, lo cual llevaría a concluir que la familia de Severiano fue expulsada por los godos, hipótesis que apunta a los límites de la Cartaginense con la Bética (¿la Orospeda?). La expulsión se debería a la pugna entre católicos y arrianos y piensan en Ágila. Esto explicaría la presencia de la familia en Sevilla, cercana al lugar de procedencia y dominada por el rebelde Atanagildo. Como se ve, el texto presupone en el destinatario —su hermana— el conocimiento de hechos desconocidos en la actualidad, por lo que, llegar a conclusiones definitivas, es complicado. Por las palabras de Leandro, hay que suponer que Isidoro se educó junto a él, en Sevilla, ciudad de la que Leandro fue obispo desde 579, es decir, cuando Isidoro era un adolescente. Posiblemente estudió en la escuela catedralicia de Sevilla. No se sabe nada más con seguridad (algunos investigadores han apuntado un período de monacato, aunque no es probable), hasta su nombramiento como obispo de Sevilla en torno al año 600.
Las circunstancias vividas por Isidoro, desde aproximadamente el año 570 hasta su nombramiento como obispo, están vinculadas al período visigótico de mayor esplendor: los reinados de Leovigildo (c. 569-586 con Liuva hasta el 573) y su hijo Recaredo (586-601). Acontecimientos decisivos fueron la integración de la Gallaecia en el Reino visigodo con Leovigildo (585) y la desaparición del reino suevo; la revuelta de Hermenegildo contra su padre Leovigildo (579) y la conversión de los godos al catolicismo con Recaredo (589). Estos dos últimos ofrecen características similares, que reflejan bien la situación vivida por Isidoro, puesto que en ambos casos religión y política están en la base. Importantes por su significado fueron la “imperialización del reino” sobre el modelo de Bizancio y la adopción de Toledo como urbs regia.
En 573 Leovigildo asoció al reino a Hermenegildo y Recaredo. Como consors regni fue Hermenegildo a Sevilla (580), casado con la católica Ingunda. En Sevilla estaba Leandro. Puede que éste influyera en la conversión al catolicismo de Hermenegildo y, en cierto modo, apoyara la sublevación. De hecho fue enviado a negociar a Bizancio y allí permaneció hasta que fue vuelto a llamar por Leovigildo.
El problema entre arrianos y católicos fue percibido por Leovigildo en el 580, año en que convocó un Concilio arriano. La crisis no se resolvió hasta el 589, cuando Recaredo, en un Concilio convocado en Toledo y presidido por Leandro, adoptó la religión católica como religión del pueblo godo. Esta era la experiencia directa e indirecta de Isidoro cuando ocupó la sede de Sevilla y la herencia que recibió.
Desde aproximadamente el año 600 hasta su muerte en 636, fue obispo de Sevilla. Participó como tal en el II Concilio de Sevilla (619) y en el IV Concilio de Toledo (633). Firmó el Decreto de Gundemaro de 610 reconociendo la categoría de metrópoli para Toledo. No hay que esperar de un autor cristiano del siglo VII, que era obispo, una producción literaria en el sentido que actualmente se da a esta expresión. Se pueden encontrar obras concebidas al margen de las necesidades religiosas, pero siempre con una utilidad inmediata, que fundamentalmente puede enunciarse como la de educar al clero para que desarrolle su función de modo adecuado.
Aunque la obra más conocida de Isidoro, la que le dio fama a lo largo de toda la Edad Media, es las Etymologiae, casi toda su producción tuvo enorme importancia en el ámbito religioso y educativo. Un grupo estaba destinado a facilitar la lectura de la Biblia, casi exclusivamente el Antiguo Testamento: Prooemia, De ortu et obitu patrum, Allegoriae, Sententiae, Liber numerorum, Quaestiones in Vetus Testamentum.
Otras respondían a necesidades inmediatas de regulación del clero: Regula monachorum, De ecclesiasticis officiis, intervención en la Collectio Hispanica. Otras a la defensa de la recta doctrina y de la moral: De fide catholica y libro II de Differentiae. Hay varias que tienen un carácter histórico: De haeresibus, Chronicon, Historia Gothorum, De uiris illustribus. Por último, dejó obras de naturaleza pedagógica, como el libro I de las Differentiae, y otras de carácter ‘científico’ como el De natura rerum. De todas ellas, llama la atención los Synonyma, obra de utilidad discutible, de elaboración cuidadosa, que parece responder a un intento mezcla de ingenio y fervor personal.
Hasta el momento, no hay seguridad respecto a la datación relativa de las obras de Isidoro. Por esa razón, se sigue aquí la secuencia que adoptó Braulio de Zaragoza en su Renotatio, aún a sabiendas de que el orden en que enumeró las obras no fuera el que Isidoro siguió en su composición. Braulio cita dos libros de Differentiae, pero la transmisión manuscrita de ambos y su finalidad fueron distintos, y quizá también su fecha de composición.
El libro I (c. 600) constituye un ejemplo único dentro de la producción isidoriana. No es un manual, ni contiene información o datos sobre cuestiones de tipo educativo, ni trata de aspectos religiosos o doctrinales. Es una especie de diccionario temático —al que después se ha impuesto la ordenación alfabética—, presentado bajo la forma de diferencias. Representa, por tanto, en el proceso de adquisición de vocabulario, un escalón superior al del diccionario simple, puesto que aspira a la precisión en el uso de las palabras. No es suficiente saber de modo general qué significa caelum y aether, hay que establecer la diferencia correspondiente para que la interpretación de lo leído sea exacta y el uso al escribir correcto. Por eso la forma de las entradas es la habitual en este tipo de tratados: Inter caelum et aetherem... Si se considera que en la entrada siempre figura más de un vocablo y que cada uno de ellos comienza por una letra distinta, la distribución temática, además de ser la más utilizada en el momento, es la más adecuada para facilitar la consulta. Las dos versiones en que ha llegado hasta hoy, la temática y la alfabética, difieren en el número de lemas, mayor en la alfabética, que es posterior y de autoría no isidoriana. En cuanto al libro II, es de naturaleza cuasi doctrinal, aunque se mantiene la forma. Las ‘diferencias’ que Isidoro propone están pensadas para alcanzar la comprensión de problemas que el cristianismo plantea o bien para dar un alcance religioso a fenómenos ajenos, en un principio, al cristianismo. Este es el caso, por ejemplo, de la presencia de una extensísima diferencia destinada a definir, bajo el punto de vista religioso, las partes del cuerpo. La forma de ‘diferencia’ aplicada guarda evidente relación con el éxito del método utilizado en el libro I.
Prooemia parece ser el libro que podrá permitir el acceso a la lectura de la Biblia. Se trata de una serie de prólogos breves, algunos más que otros, que se corresponden con cada uno de los libros de la Biblia que conforman el canon, incluidos los Evangelios. Esto supone una presentación resumida del contenido de cada uno de los libros, al tiempo que una enumeración de los libros bíblicos canónicos (prol. Plenitudo Noui et Veteris Testamenti, quam in canone catholica recepit ecclesia, iuxta uetustam priorum traditionem ista est). La finalidad de estas sumarias introducciones era, indudablemente, servir de presentación a los libros para facilitar la comprensión global de su sentido.
La analogía existente entre los Prooemia y De ortu et obitu patrum se concreta en que ambos son una recopilación de noticias breves relativas a cuestiones bíblicas. Si los Prooemia eran presentaciones a los libros de la Biblia, el De ortu son “biografías” de personajes bíblicos. La primera diferencia que se advierte es el carácter selectivo, como no podía ser menos. No está claro cuál pudo haber sido el criterio aplicado en la selección, ni tampoco la diferencia en la extensión dada a unos y otros personajes.
Al tratarse, básicamente, de noticias resultantes de la reelaboración de los datos existentes en la Biblia sobre estos personajes, cabría pensar que la extensión depende en principio de esto. Ahora bien, en ocasiones, los capítulos añaden datos procedentes de los comentaristas o de obras ‘biográficas’, como sucede con el Quaestiones Hebraeae o epístolas de Jerónimo de Estridón, los Moralia in Iob de Gregorio Magno, De Officiis de Ambrosio de Milán o libros anteriores de tema paralelo. Este hecho conduce a la aceptación de la arbitrariedad en la extensión, resultante de ir acumulando sobre el personaje datos procedentes de unas cuantas fuentes disponibles desde el principio. Es decir, no se busca información específica para cada capítulo, sino que todos se elaboran y acogen la información que el autor encuentra en los textos seleccionados con vistas a la redacción. El destinatario concreto de De ecclesiasticis officiis (610-615) era su hermano Fulgencio, obispo de Écija.
Como es habitual en este tipo de dedicatorias, Isidoro decía que emprendía el trabajo a instancias de su hermano, que deseaba información acerca de los orígenes de ritos y festividades celebradas por la Iglesia. Sin embargo, el destinatario implícito era el clero en general. Dispuesta en dos libros, el primero trata de la procedencia de los ritos que acompañan a los oficios (de origine officiorum, que probablemente fue el título original): música, lecturas y procedencia de las mismas —la Biblia—, oraciones de la misa y sentido de la consagración, oficios diarios y sentido especial del sábado y domingo, festividades anuales e instituciones que acompañan a algunas de ellas (ayuno y abstinencia).
El segundo libro (de origine ministrorum) describe el clero y su tipología; sigue con los sacramentos: matrimonio, catecumenado, símbolo de la fe, bautismo, crisma y confirmación. Synonyma (c. 610) está dividido en dos libros de naturaleza un tanto diferente y su importancia va más allá que la que despierta su contenido. En cierto sentido, puede ser considerada como la pieza más literaria de las escritas por el arzobispo de Sevilla. Su forma, que actualmente produce en el lector una sensación de acumulación de términos semánticamente plenos, cadenciosa y repetitiva hasta la saciedad, constituyó para la Edad Media un estilo altamente valorado, al que se dio el nombre de ‘stilus isidorianus’. No quiere esto decir que sea Isidoro su creador, sino que con él alcanzó mayor intensidad. Leandro en el De institutione uirginum y Gregorio Magno en sus Moralia in Iob ofrecen ya muestras del favor que ese estilo había logrado en el siglo VI y que, en último término, tiene sus raíces en la literatura postaugustea, especialmente en Séneca. El atractivo derivado de este aspecto de la obra ha llevado, durante siglos, a olvidar la valoración de su contenido. Obra ascética o espiritual, como la define J. Fontaine, gran estudioso de san Isidoro.
En el prólogo, Isidoro define los Synonyma como una obra surgida de la lectura de una scedula, cuya forma de expresión (formula) le indujo a elaborar un lamentum, término bajo el que lo cita Ildefonso de Toledo en su De uiris illustribus (8): [...] librum lamentationis quem ipse Synonymorum uocauit [...]. Se trata de un monólogo interior que recuerda los Soliloquios de Agustín de Hipona, lo cual explica el título de Soliloquia, isidoriano también, que fue muchas veces preferido a lo largo de la Edad Media. En realidad, este esquema se percibe con toda claridad en el libro I, pero no en el II, que está integrado por una serie de normas que hay que seguir en el camino hacia la perfección. Se ha transmitido, al igual que otras obras de Isidoro, en una doble versión.
Otra pieza significativa de la personalidad isidoriana es el De natura rerum (613). La obra es una mezcla de nociones elementales: comienza con la definición y descripción de lo que es el día y los tipos de día, avanzando, a continuación hasta llegar al año, las estaciones y equinoccios y solsticios. A partir de aquí, el planteamiento cambia y adquiere un carácter de tratado astronómico primero y meteorológico después, para pasar finalmente a ocuparse de los fenómenos terrestres, con un tratamiento próximo al geográfico.
En su conjunto, son temas que reciben también atención en las Etimologías: astronomía, meteorología, geografía, etc. Está dedicada a Sisebuto. Por su título recuerda al poema de Lucrecio, pero su concepción, como es lógico, difiere profundamente. Isidoro escribió un Liber numerorum, pero existen dudas de que sea el tratado anónimo que con ese mismo título ha llegado hasta hoy (se tiene una obra de título semejante, Liber de numeris, de clara procedencia irlandesa). En él Isidoro aclara el sentido alegórico de los números, a fin de que, cuando aparecen en la Biblia, adquieran para el lector su significado profundo. El libro pone al descubierto el significado de los números dentro de las Sagradas Escrituras, atribuyendo a éstos un valor simbólico, que sólo la interpretación alegórica puede alcanzar. Es un problema tradicional e Isidoro atribuye a la recta comprensión del significado la categoría de doctrina y a lo que los números encubren el carácter de mystica sacramenta. Después de definir qué es ‘número’, comienza con el 1 y selecciona los números que tienen un especial significado dentro de la Biblia: 1-16, 18, 19, 20, 24, 30, 40, 46, 50 y 60. Aunque adaptado a las necesidades culturales de su época y su religión, tiene puntos de contacto con el libro De arithmetica de la obra de Marciano Capela.
Allegoriae (c. 615) es un tratado que da de cada personaje una interpretación alegórica, por contraposición con las noticias de los tratados anteriores, que podrían catalogarse como históricas. De acuerdo con ello, los personajes son, a menudo, tipos bíblicos. Al hablar de tipos hay que entender que no siempre se trata de personajes concretos, con nombre propio que los identifica, sino que se toma un tipo, como la mujer que encontró una moneda, el ‘rico’, los ‘ciegos’, los ‘cojos’, etc. Estas últimas suman el 45 por ciento del total, y en un 99 por ciento se concentran en la última parte de la obra, es decir en la parte dedicada a los personajes del Nuevo Testamento.
Lo mismo que se ha dicho a propósito del liber numerorum puede aplicarse al tratado De haeresibus, una compilación de las herejías que se dieron durante los siglos anteriores, tanto por relación al cristianismo, como al judaísmo y lo que podría considerarse como religión entre los gentiles: las doctrinas filosóficas. Por lo que atañe al cristianismo, algunas de las herejías descritas todavía persistían en el momento en que Isidoro escribió. El De haeresibus cuenta con correlatos dentro de las Etymologiae, aunque de menor extensión; se corresponde con un capítulo del libro VIII.
Sententiae, o De summo bono, título este último con que se le conoce, sobre todo, durante la Edad Media, consta de tres libros y su contenido se encuentra a mitad de camino entre una obra doctrinal y una obra moral. Dentro de la primera categoría podría considerarse el primer libro: desde Dios al hombre, la Iglesia, los paganos (los que están fuera de la Iglesia), la ley divina, la Biblia y sus modos de expresión, así como la diferencia entre los dos Testamentos. La organización de la Iglesia: oración, sacramentos; mártires y santos, Anticristo, resurrección, juicio final, infierno, cielo.
Los otros dos libros, sin embargo, adoptan una postura moralizante y son una exposición de los caminos que el cristiano debe seguir para integrarse en la Iglesia descrita en el libro I. Su difusión durante la Edad Media fue considerable.
La Chronica es una recopilación de los hechos históricos desde el comienzo del mundo, que para Isidoro es el año 5200, hasta Sisebuto, en una versión, y hasta Suintila en otra. Es decir, que se cuenta con dos redacciones, cuyas diferencias no se reducen a la prolongación en el tiempo de las noticias existentes en la versión breve, sino a la diferente forma que adopta el texto en algunos pasajes. Sus antecedentes se encuentran en el Chronicon de Eusebio de Cesárea, trasladado y adaptado al latín por Jerónimo, aunque la distribución en seis edades está tomada de Agustín de Hipona. Es un género seco de estilo, que se limita a anotar los datos de forma escueta.
Aunque al De fide catholica contra Iudaeos podría atribuírsele carácter doctrinal, lo cierto es que, en Isidoro, la frontera entre lo doctrinal y lo no doctrinal no es fácil de trazar.
Se trata de una obra relativamente extensa, dedicada a su hermana Florentina. La primera parte del título: De fide catholica, responde bien a su contenido. Dividida en dos libros, el primero de ellos es una demostración positiva de la verdad cristiana expuesta al hilo de los puntos cruciales de la vida de Cristo. En la segunda parte introduce los argumentos que la Biblia proporciona para mostrar el error de gentiles y judíos, incidiendo sobre la conversión de los primeros y el hecho de que el dogma judío ha quedado relegado con la llegada de la nueva ley.
La obra se toma como un apoyo a la política antijudía de Sisebuto, pero no se presenta como un alegato contra los judíos, sino como una exposición razonada acerca de la verdad y el error. Los únicos puntos en que se observa un rechazo concreto es cuando se refiere a las prácticas religiosas de gentiles y judíos, por él consideradas supersticiosas. El hecho de que los preceptos rituales judíos se mantengan todavía, frente a los paganos, que en la práctica han desaparecido, es lo que otorga a estos pasajes un carácter más polémico.
De uiris illustribus es un catálogo de escritores cristianos, tomando como antecedente los tratados sinónimos de Jerónimo y Genadio. Al igual que otras obras suyas, el De uiris illustribus ha llegado en una doble versión, de alcance variable, esta vez consecuencia de la manipulación que posteriormente se ha hecho de la obra del obispo hispalense. La obra original consta de treinta y tres pequeñas biografías de autores cristianos, sobre las que posteriormente se añadieron trece capítulos mediante la reelaboración del capítulo inicial. Destaca la inclusión de un alto número de escritores hispánicos, sobre todo del período más reciente.
Se atribuye este hecho a un progresivo provincialismo, aunque también habría que tener en cuenta que en la segunda mitad del siglo vi el panorama literario occidental es pobre y, en una gran proporción, se concentra en Hispania.
Regula monachorum es uno de los primeros escritos de Isidoro, anterior al 619; su destino concreto no se conoce. Se trata de trazar un modelo de conducta de los monjes, siguiendo el camino de Regulae anteriores, aunque parece inclinarse más hacia modelos orientales (Regula Pachomii) que occidentales (Regla de san Benito). En el Proemio declara su intención de flexibilizar las normas de las antiguas Regulae, de modo que la condición de monje sea asequible a todos, sin exigir la perfección. Comenzando con el recinto, sigue con los monjes, el trabajo al que deben dedicarse, actividades religiosas (oficios, reuniones, lecturas...), alimentación, festividades, etc. Hay dos redacciones de la obra, una de ellas probablemente de la segunda mitad del siglo VII.
Historia Gothorum, Wandalorum et Sueuorum, en su conjunto, pertenece a una tradición literaria distinta a los Chronica. Su objeto está restringido a la historia de los pueblos que en el siglo v ocuparon las distintas zonas de Hispania, a partir del momento en que hicieron su aparición en el Imperio Romano. El autor se permite una cierta personalización en el estilo y las noticias son más amplias, aportando datos curiosos, relativos a la personalidad del monarca tratado.
Ahora bien, la delimitación impuesta al objeto historiado hace que la variedad en las noticias sea menor.
Desaparecen observaciones relativas a las figuras importantes del momento, tal como vemos en la Crónica, y el conjunto se aproxima más al tradicional método histórico. La Historia Gothorum se ha transmitido en dos recensiones, una que termina con Sisebuto (619) y otra con Suintila (626), modificada en diversos puntos, tal como sucedía con los Chronica.
La Laus Spaniae precede en muchos casos al conjunto de las tres y, en otros casos, sirve de colofón a la Historia Gothorum. Es un elogio encendido de Hispania, que sigue los pasos de los elogios a las ciudades tan frecuentes en época tardía.
Otro de sus libros, Quaestiones in Vetus Testamentum, en parte de la tradición manuscrita figura bajo el nombre de Mysticorum expositiones sacramentorum, título que nos acerca de inmediato al tipo de comentario.
En efecto, se trata de un comentario, primordialmente alegórico, a pasajes seleccionados de los libros del Antiguo Testamento. Aunque en la Renotatio de Braulio de Zaragoza se cita como integrada por dos libros, la obra, tal y como se ha transmitido hasta el presente, sólo consta de uno. Está precedida de un prólogo en el que Isidoro explica las razones que le han llevado a componerlo. Siguiendo un tópico común insiste en la brevedad de sus comentarios y justifica el carácter místico de los mismos aludiendo a la existencia de otra obra suya en que se había ocupado del sentido histórico. Como dice, no toda la Biblia tiene sentidos ocultos bajo la simple letra, pero el hecho de que los pasajes que no lo tienen formen un todo coherente con los que sí lo tienen, imprime al conjunto un sentido que va más allá del histórico.
Dentro de los episodios, en unos casos, se seleccionan aspectos que pueden plantear problemas morales: así, la aceptación del concubinato por parte de Abraham (capítulo 20 = Génesis, capítulo 25, versículos 1-11), la simulación de Isaac haciendo pasar a Rebeca por su hermana (capítulo 21 = Génesis, capítulo 26). El comentario va precedido de un resumen del episodio al que pertenece el punto comentado.
Otras veces, el comentario está motivado por la aparente vacuidad del texto bíblico, que obliga a buscarle un sentido trascendente: episodio de los pozos excavados por Isaac y sus riquezas. De cualquier modo, como dice en el prólogo, siempre se trata de episodios que han sido comentados previamente por los anteriores padres de la Iglesia.
Dado el tipo de comentario, destinado más que a aclarar la lectura, a interpretarla y orientarla en el sentido ya aceptado por la Iglesia, la extensión va disminuyendo, los episodios seleccionados son más breves a medida que se accede a acontecimientos menos necesitados de aclaraciones u orientaciones. La selección se hace más tajante. El apartado dedicado a los Numeri está destinado exclusivamente a desarrollar el capítulo 33 de la Biblia: Stationis Israelis in deserto, a manera de los Itineraria. La selección de pasajes del Deuteronomio es peculiar, porque no respeta el orden en que aparecen en la Biblia, sino que impone una organización propia. Hay una selección de pasajes del Levítico. Incluye a continuación: Josué, Jueces, reduce el libro de Ruth a un capítulo (el último del libro de Josué), los libros de Reyes, Esdras y Macabeos.
Esta última inclusión es lógica, puesto que se trata de un libro histórico y, de hecho, Isidoro sólo se ocupa de éstos. Ni es todo el Antiguo Testamento, ni es un comentario seguido de los libros comentados. Sólo los libros históricos.
Además de las obras citadas, queda un pequeño numero de epístolas y una interesante y discutida colección de versos (Versus Isidori), que parecen haber estado destinados a ilustrar, no tanto los libros de la biblioteca del obispo sevillano, como los de una biblioteca básica modelo, ya que los pequeños poemas se refieren a autores —tanto cristianos como no cristianos— que se consideraban por entonces como indispensables.
Tal vez, de no haber escrito las Etymologiae, Isidoro no ocuparía el lugar destacado que actualmente tiene en la historia “literaria”. Las Etimologías, obra a la que con frecuencia se da el nombre de “Enciclopedia de la Edad Media”, responde a esa denominación en el sentido de que en ella es posible encontrar información sobre las cuestiones y objetos más diversos. Desde la gramática a los arneses, Isidoro ha recogido en veinte libros —bajo esa forma ha llegado hasta la actualidad— definiciones y descripciones relativas a miles de referentes. Unos existen, otros son inexistentes ya en su momento; lo cual indica que la enciclopedia, básicamente, no está destinada a entender el mundo real, sino el mundo escrito.
El orden en que la información está dispuesta es uno de los problemas que plantea esta obra. Los tres primeros libros constituyen un conjunto formado por pequeños manuales de las siete artes liberales: gramática, retórica, dialéctica (libros I y II), aritmética, geometría, música, astronomía (libro II). A los libros VII-X les confiere unidad el estar dedicados a estudiar los nombres de los seres divinos y humanos, los nombres de los colectivos de que forman parte (tanto religiosos como civiles), de las instituciones a las que pertenecen, y los nombres que, dentro y fuera de ellas, se adjudican al hombre. En cuanto a los libros XI-XX, están dedicados a una descripción del mundo y sus habitantes. El reino animal (el hombre seguido por el resto de los seres vivos): libros XI y XII. El universo como creación de Dios (fenómenos propios, la tierra y sus accidentes): XIII-XIV; reino mineral: XVI, y reino vegetal: XVII. Fenómenos y objetos cuya existencia caracteriza la sociedad humana: XVIII-XX. Para que la lógica sea completa quedan dos huecos, uno entre los libros III y VII y otro entre el XIV y XVI. El primero va acompañado de problemas en la transmisión manuscrita, mientras que el segundo no.
Los libros IV, V y VI están dedicados a la medicina —prolongación de las artes liberales— (IV), a las leyes y la cronología, incluido el factor historia (V), y los libros bíblicos así como las festividades cristianas y el modo de calcular el momento de celebración (VI), que parece paralelo al libro V: normas religiosas/leyes y cronología de los principales hitos de la historia del cristianismo acompañados del cómputo. El libro IV es posible que fuese añadido posteriormente al grupo inicial formado por los libros I-III, mientras que los libros V y VI responderían a la idea de completar con las leyes el cuadro. Tal como se ha transmitido en el libro IV, con su capítulo final indicando que la medicina es el elemento que falta para culminar las artes liberales, es evidente que no pudo ir nunca detrás del de legibus —segunda parte del libro V—, tal y como se encuentra en algunos manuscritos. Con lo cual hay que pensar que la parte de las leyes iba suelta, como también era independiente la parte de la historia. La parte de la transmisión manuscrita que conserva el orden III-Va-IV-Vb es la más antigua, puesto que presupone la existencia de un bloque al que ya se había añadido el IV y un arreglo (no isidoriano) que inserta todas las materias susceptibles de ser consideradas básicas socialmente, dejando para el final la declaración de la medicina como remate. O bien puede interpretarse como una primera fusión de las leyes al grupo de las artes liberales sobre el que se suma el libro de medicina que circulaba suelto. ¿Cabría pensar en el Vb, dedicado en parte a la aclaración de conceptos como día, mes, etc., a modo de un complemento al de astronomia? En cuanto al libro XV, dedicado a edificios y campos, estos últimos desde el punto de vista de su habitación humana (los dos capítulos finales), parece reflejar una idea, de por sí interesante, para comprender la visión medieval del universo: la inexistencia del mundo sin la presencia del hombre; de ahí que la descripción puramente geográfica reciba el complemento de la descripción de los “accidentes” que en la tierra van aparejados con la presencia del hombre. De aceptar esta idea, no existiría salto entre el libro XIV y el XVI.
El sistema de exposición está en gran parte basado en la etimología, por lo que se refiere a la identificación de las características del referente, la definición y la descripción. En ocasiones, a la definición y descripción añade un ejemplo. No hay duda de que es el mismo sistema que el seguido en las entradas de los diccionarios. Aunque la etimología es potestativa en los diccionarios, los otros dos rasgos son inevitables: definición, si se trata de un concepto o un hecho, descripción si se trata de un objeto. Su consulta durante la Edad Media fue masiva. Su uso con el tiempo necesitó de la ayuda de índices que hicieran más fácil su manejo: los índices de materias e incluso de términos se anteponen o siguen en los manuscritos al texto. No creo que sea adecuado decir que la Edad Media se nutrió de las Etimologías. Si lo hizo, fue en la medida en que la lectura de los textos enfrentaba al lector a una serie de problemas terminológicos de difícil solución y encontraba allí manuales básicos, que le evitaban la búsqueda de otros. En las Etymologiae encontraba no sólo la solución para identificar a un monarca, sino también la época en que había vivido; podía saber qué eran los Fasti y al mismo tiempo entender —siempre según Isidoro— por qué tenían ese nombre. A un nivel elemental podía situarse y comprender un mundo pretérito, punto de referencia obligado, puesto que a él pertenecían todos los instrumentos y lecturas que lo rodeaban, incluidos los relativos al mundo cristiano.
Obras de ~: Allegoriae; Chronica; Differentiae I; Differentiae II; De ecclesiasticis officiis; Etymologiae; De fide católica; De haeresibusat (atrib.); Historiae; De natura rerum; Liber Numerorum (atrib.); De ortu et obitu patrum; Prooemia in Vetus Testamentum; Quaestiones in Vetus Testamentum; Regula; Sententiae; Synonyma; De uiris illustribus.
Ediciones: W. M. Lindsay, Isidori Hispalensis episcopi Etymologiarum siue Originum, Oxford, Clarendon Press, 1911; A. C. Vega (OSA), S. Isidori Hispalensis episcopi De haeresibus liber, El Escorial, Typis Augustinianis Monasterii Escurialensis, 1940; J. Fontaine, Isidore de Séville. Traité de la nature, Bordeaux, Péret et fils, 1960; C. Codoñer, El ‘de uiris illustribus’ de Isidoro de Sevilla, Salamanca, Ediciones Universidad, 1964; C. Rodríguez Alonso, Las historias de los godos, vándalos y suevos de Isidoro de Sevilla, León, Estudios Leoneses, 1975; C. Chaparro, Isidorus Hispalensis. De ortu et obitu patrum, Paris, Les Belles Lettres, 1985; D. Poirel (ed. crítica, trad. y comentarios), Les ‘Allegoriae’ d’Isidore de Seville. Ed. critique, traduction et commentaire, tesis doctoral, Paris, École de Chartes, 1986 (inéd.); Ch. M. Lawson, De ecclesiasticis officiis, Turnhout, Brepols, 1989 (Corpus christianorum, Series latina, 113); C. Codoñer Isidoro de Sevilla. Differentiae. Libro I, Paris, Les Belles Lettres, 1992; P. Cazier, Isidorus Hispalensis Sententiae, Turnhout, Brepols, 1998 (Corpus christianorum, Series latina, 111); J. M.ª Sánchez Martín, Isidori Hispalensis versus, Turnhout, Brepols, 2000 (Corpus christianorum, Series latina, 113A); J. Elfassi, Les Synonyma d’Isidore de Séville: éditión critique et histoire du texte, tesis doctoral, Paris, École Pratique Hautes Études, 2001 (inéd.); J. C. Martín, Isidori Hispalensis Chronica, Turnhout, Brepols, 2003 (Corpus christianorum, Series latina, 112); M.ª A. Andrés Sanz, Isidori Hispalensis episcopi De differentiis liber II, Turnhout, Brepols, 2005 (Corpus christianorum, Series latina, 111A).
Bibl.: F. Arévalo, S. Isidori Hispalensis episcopi Hispaniarum doctoris opera omnia, Roma, Typis Antonii Fulgonii, 1797-1803 [en J. P. Migne, Patrología Latina, vols. 81-83, Paris, 1844-1865; Patrología Latina Database, Alexandria, VA, Chadwyck- Healey, 1995 (recurso electrónico)]; W. Gundlach (ed.), Monumenta Germaniae Historica. Epistolae Merowingici et Karolini aevi, vol. III, Berlin, Weidmann, 1892; G. Bardy, “La Littérature patristique des Quaestiones et Responsiones sur l’Écriture Sainte”, en Revue Biblique, 42 (1933), págs. 341-369; J. A. Aldama, “Indicaciones sobre la cronología de las obras de Isidoro de Sevilla”, en Miscellanea Isidoriana (Roma, Universidad Gregoriana), 1936, págs. 57-89; C. Leonardi, “In torno al Liber de numeris di Isidoro di Siviglia”, en Bulletino Istituto Storico Italiano Medio Evo e Archivio Muratoriano, 68 (1956), págs. 203- 231; J. Chatillôn, “Isidore et Origène”, en VV. AA., Mélanges bibliques rédigés en l’honneur d’André Robert [París], Bloud et Gay [1957], págs. 536-547 (Travaux de l’Institut Catholique de Paris, 4); R. E. McNally, “Isidorian pseudepigrapha in the early Middle Ages”, en M. C. Díaz y Díaz (ed.), Isidoriana: Colección de estudios sobre Isidoro de Sevilla, León, Centro de Estudios “San Isidoro”, 1961, págs. 305-316; Arcipreste de Talavera, Vidas de San Ildefonso y San Isidoro, ed., pról. y notas de J. Madoz y Moleres, Madrid, 1962 (col. Clásicos Castellanos n.º 134); J. Fontaine, “Isidore de Séville auteur ascétique’: les énigmes des Synonyma”, en Studi Medievali, 6 (1965), págs. 163-195; J. Campos Ruiz e I. Roca Meliá (ed.), Reglas monásticas de la España visigoda: los tres libros de las “Sentencias”. San Leandro, San Isidoro, San Fructuoso, Madrid, La Editorial Católica, 1971, págs. 90-125 (col. Santos Padres españoles, II); J. Fontaine, “Fins et moyens de l’enseignement ecclésiastique dans l’Espagne wisigothique”, en VV. AA., La scuola nell’Occidente latino dell’alto Medioevo: Settimane di studio del Centro Italiano di Studi sull’Alto Medioevo, XIX, 15-21 aprile 1971, Spoleto, Centro Italiano di Studi sull’Alto Medioevo, 1972; C. Codoñer, El ‘de uiris illustribus’ de Ildefonso de Toledo, Salamanca, Ediciones de la Universidad, 1972; L. Riesco Terrero, Epistolario de San Braulio. Introducción, edición crítica y traducción, Sevilla, Editorial Católica Española, 1975; B. S. Albert, “De fide catholica contra Iudaeos d’Isidore de Seville”, en Revue des Etudes Juives, 141 (1982), págs. 289-316; M. C. Díaz y Díaz, “Introducción”, en San Isidoro de Sevilla, Etimologías, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1982, págs. 1-257; J. Fontaine, Isidore de Séville et la culture classique dans l’Espagne wisigothique, Paris, Études Augustiniennes, 1983; R. Collins, Early medieval Spain: unity in diversity, 400-1000, London, Macmillan, 1983; H. Sajus, Les Prooemia d’Isidore de Séville. Établissement du texte et étude de la tradition manuscrite, tesis de licenciatura, 1986-1987 (inéd.); L. A. García Moreno, Historia de España visigoda, Madrid, Cátedra, 1989; P. Cazier, Isidore de Séville et la naissance de l’Espagne catholique, Paris, Beauchesne, 1994; W. Drews, Juden und Judentum bei Isidor von Sevilla: Studien zum Traktat “De fide catholica contra Iudaeos”, Berlin, Duncker & Humblot, 2001; Braulio de Zaragoza, “La Renotatio librorum Domini Isidori” de Braulio de Zaragoza (†651), ed., trad. e introd. de J. C. Martín, Logroño, Fundación San Millán de la Cogolla, 2002; J. Fontaine, Isidoro de Sevilla: Génesis y originalidad de la cultura hispánica en tiempos de los visigodos, trad. de M. Montes, Madrid, Encuentro, 2002.
Carmen Codoñer Merino