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Wamba

Biografía

Wamba. Flavius Wamba Rex. ?, p. t. s. vii – ¿Pampliega (Burgos)?, ¿XII.681?. Rey de España (672-680).

Por desgracia no se sabe nada de los antecedentes familiares de Wamba. Y, desde luego, no hay indicio alguno que permita vincularlo con el linaje de su predecesor Recesvinto (649-672), que muy probablemente venía rigiendo el Reino de Toledo desde el 636. Mayor seguridad hay sin embargo a la hora de conocer algunos hechos de la vida de Wamba anteriores a su subida al Trono. Ya en el año 655 ocupaba un destacadísimo puesto en el llamado “oficio palatino”, del que formaba parte los máximos representantes del grupo nobiliario hegemónico, que copaban los principales puestos de la administración territorial y central. Es posible que ya en aquella fecha Wamba ostentara el puesto de duque en alguna de las provincias del Reino, tal vez en la de Galecia, pues que en el Concilio X de Toledo presentó, por mandato del rey Recesvinto, el testamento del obispo San Martín de Braga (fallecido hacia 579-580) favoreciendo así los intereses del clero del obispado-abadía de Dumio en contra del testamento hecho por el prelado Ricimiro (muerto alrededor de 654-655). Y desde luego que Wamba pertenecía al poderosísimo y estrechísimo grupo de los duques del Reino godo cuando el 1 de septiembre del 672 se produjo la muerte de Recesvinto en la villa real de Gerticos (¿Jerte?, Cáceres).

En el momento del fallecimiento de Recesvinto Wamba se encontraba en Gerticos en compañía de los principales dignatarios del Reino, entre ellos los duques como él. Una presencia que en absoluto debía ser casual sino en espera de un deceso que, a lo que parece, era esperado en plazo breve. Falto de hijos aptos para sucederle o forzado por los nobles que le apoyaban lo cierto es que Recesvinto no pudo designar sucesor a nadie en concreto, y al morir se produjo una de las no muchas elecciones claras de la Monarquía toledana. Ésta se desarrolló en buena medida siguiendo la pauta impuesta por los nobles y obispos en el Concilio VIII de Toledo del 653: en el mismo lugar donde había producido la muerte del Rey, aunque no fuera en Toledo, y por los dignatarios palatinos y los obispos. Aunque del relato pormenorizado de Julián de Toledo (fallecido en 690) se deduce que habrían sido los poderosos duques provinciales los que provocaron la elección de Wamba mediante un consenso entre ellos. Según la apologética Historia de Wamba del citado obispo toledano Wamba se habría resistido a la misma, cediendo sólo ante la amenaza de muerte de un ardiente duque. Aunque parece conveniente ver en esta anécdota más que nada un recuerdo de la tradición de la “recusación del poder” propia del modelo del príncipe perfecto de la teoría política clásica. En todo caso lo cierto es que, una vez rey, Wamba actuaría con una energía casi impropia de una persona que sin duda contaba ya con una cierta edad. Si algunos nobles pensaron que en razón de ello sería fácilmente manejable, pronto habrían de salir de su error.

Elegido en Gerticos el mismo 1 de septiembre de 672 su plena entronización tuvo lugar ya en Toledo el 19 de ese mismo mes. Aclamado por el pueblo y el Ejército, Wamba fue entonces ungido por Quírico (muerto en 680), metropolitano de Toledo. Aunque la unción regia pudo existir en el Reino godo algún tiempo antes, sería ahora cuando pasara a ocupar un lugar preeminente en la simbología y ceremonial de la entronización, reflejando la intervención del episcopado en la sucesión real. Pero pocos meses después de estos fastos el nuevo Monarca tendría ya que enfrentarse a una muy grave situación, en gran parte fruto del deterioro de la posición del régimen en los últimos años del largo reinado de Recesvinto. Unos hechos de los que se tiene información minuciosa, aunque distorsionada, como de ningún otro en la historia del Reino godo de Toledo, gracias a la Historia de Wamba de Julián.

En la primavera del 673 Wamba se encontraba en campaña contra rebeldes vascones, sobre los que marchó a partir de las tierras de la actual Rioja. Tal vez la rebelión vascona esta vez estuviera en connivencia con sectores nobiliarios del noreste del Reino godo. Como se ha indicado al principio, desde el 636 dominaba la política goda un potentísima coalición nobiliaria cuya mayor oposición se ubicaba en la Tarraconense y, muy especialmente, en la lejana Narbonense, asiento de importantes linajes de la nobleza goda, como habían sido los de los reyes Leovigildo (569-586) y Sisenando (630-636). Pues bien, bajo el liderazgo del Ilderico, conde de Nimes, y Gumildo, obispo de Maguelonne, acababa de estallar una peligrosa rebelión con apoyo militar merovingio. La situación aconsejaba actuar con prontitud y Wamba envió contra los rebeldes parte de su ejército bajo el mando de Paulo, posiblemente nombrado duque de la Narbonense. Sin embargo, lejos de reprimir la rebelión Septimana, Paulo se puso al frente de la misma proclamándose Rey con el apoyo de los mismos y de sectores nobiliarios de la actual Cataluña, con el duque de la Tarraconense, Ranosindo, a la cabeza. La falta de apoyo en el resto del Reino de Toledo aconsejó a Paulo y sus aliados a llegar a un acuerdo, proponiendo a Wamba un provisional reparto territorial del Reino, contentándose él con la Narbonense y la Tarraconense. Pero sería entonces cuando Wamba demostraría una energía y decisión inesperadas. Tras derrotar a los vascones el ejército de Wamba logró apoderarse de las principales plazas catalanas (Barcelona, Gerona) y, dividido en tres cuerpos, penetrar en Septimania. El 1 de septiembre el rebelde Paulo y sus últimos aliados se entregaban desarmados a Wamba en su último reducto de las arenas de Nimes.

Wamba había actuado con decisión, y en la victoria supo ser enérgico pero moderado. Los jefes de la rebelión fueron condenados a la infamante pena de la decalvación y recluidos en prisión, al tiempo que sus bienes fueron confiscados y entregados a nobles “fieles” del Rey. Pero sus vidas fueron respetadas, y no parece que se realizase una purga entre sus familiares y allegados. Y todo porque Wamba debía ser consciente de la gravedad potencial de la rebelión de Paulo, no obstante el éxito alcanzado. Por eso una de las primeras medidas legales tomadas a los dos meses de la victoria sería la famosa Ley militar por la que quería evitar las dificultades del reclutamiento para el Monarca en caso de rebelión o invasión, obligando a todos los hombres libres, incluidos alta nobleza y obispos y eclesiásticos, a acudir a la llamada real en persona y con todas las fuerzas a su disposición, es decir, con sus clientelas armadas. El castigo a la desobediencia pasaba por el destierro, o la conversión en esclavos del Rey, y siempre la confiscación de los bienes. Lo que de momento produjo un aumento considerable de las disponibilidades económicas en manos de Wamba.

También procuró Wamba fortalecer el poder central de la Monarquía frente a la nobleza feudalizante con otras medidas, como la concesión de altas dignidades palatinas a libertos o esclavos del fisco. La labor de embellecimiento de la ciudad de Toledo, que sería recordada en tiempos posteriores, y el aumento del boato de la Corte a la manera imperial también servían al intento de situar idealmente al Rey muy por encima de la nobleza. También trató el Monarca de controlar el poder episcopal, cada vez más feudalizado, tratando de impedir que los obispos utilizasen los bienes de las iglesias y monasterios rurales para conceder beneficios a sus dependientes, o aumentasen por uno u otro medio el número de personas en situación de dependencia suya. Con ello pretendía Wamba impedir el aumento del patrimonio eclesiástico y sus redes de dependencia social en perjuicio de la Corona y también de la misma nobleza laica, cuyos miembros principales eran “fieles” del mismo.

Por ello no puede extrañar que el reinado de Wamba terminara de forma un tanto dramática y a manos de una conjura palatina. Testimonios contemporáneos recuerdan que el 14 de octubre del 680, Wamba, sintiéndose enfermo de muerte, pidió recibir la penitencia canónica y la tonsura eclesiástica, que inhabilitaban para reinar. Al mismo tiempo firmó documentos en los que designaba como sucesor suyo al noble Ervigio y urgía al metropolita de Toledo, Julián, a ungirle como Rey, lo que tuvo lugar el 21 de octubre. Posteriormente Wamba se repondría de su dolencia y, con evidente disgusto, se retiró a un claustro monacal, posiblemente en Pampliega, viviendo al menos hasta finales del 681. Una fuente asturiana de finales del siglo ix afirma que todo se trató de un complot capitaneado por el propio Ervigio, que administró un narcótico a Wamba, poniéndole así en trance de muerte. La verdad es que la sucesión de los hechos convierte esta noticia tardía en bastante verosímil.

 

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Luis Agustín García Moreno

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