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Juan de Padilla

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Biografía

Padilla, Juan de. Toledo, 1490 – Villalar (Valladolid), 24.IV.1521. Político y militar.

Juan de Padilla era hijo de un regidor de Toledo, Pero López de Padilla, que le cedió el cargo en 1518.

Al año siguiente, cuando el rey Carlos I fue elegido Emperador y decidió subir las alcabalas y demás impuestos para financiar su viaje a Alemania y los gastos de la elección, Padilla fue uno de los regidores de Toledo que encabezaron la protesta contra la política fiscal de la Corte inspirada por Chièvres y los ministros flamencos. En febrero de 1520, cuando el Gobierno convocó Cortes en Santiago, Padilla se puso también al frente de los regidores que se oponían a otorgar un nuevo servicio al Rey. Entendiendo que él era uno de los principales promotores de la oposición, el Rey le ordenó salir de la ciudad y acudir a la Corte. Padilla fingió cumplir la orden real, el 15 de abril, pero el pueblo amotinado se lo impidió. Cuando la ciudad de Toledo proclamó la Comunidad, aun antes de la marcha del Rey, Padilla ya figuraba como uno de sus máximos dirigentes. A finales del mes de julio de 1520 se reunieron en Ávila los representantes de las ciudades de Toledo, Segovia y Salamanca; era el esbozo de la futura Junta de las Comunidades. El cardenal Adriano, gobernador del Reino en ausencia del Rey, ordenó al alcalde Ronquillo y al Ejército Real, capitaneado por Antonio de Fonseca, castigar la rebelión de Segovia. Juan de Padilla se puso entonces al frente de las milicias de Toledo y se dirigió hacia Segovia para socorrerla. El 24 de agosto de 1520, Padilla y los toledanos entraron en Medina del Campo que el Ejército Real acababa de incendiar. Pocos días después, el 29 de agosto, se trasladó a Tordesillas donde a la sazón residía la reina Juana. Padilla y los comuneros pretendían liberar a la Reina de su cautiverio y devolverle el trono, acatándola como la soberana legítima de Castilla. Doña Juana dio audiencia varias veces a los capitanes comuneros, pero se negó rotundamente a firmar cualquier orden escrita. De Tordesillas, Padilla pasó a Valladolid donde procedió a la detención de los miembros del Consejo Real. Cuando, el 24 de septiembre, se reunió en Tordesillas la Santa Junta formada por representantes de casi todas las ciudades de voz y voto en Cortes, Juan de Padilla gozó en toda Castilla de una popularidad inmensa; el cronista Gonzalo de Ayora, también comunero, se hizo eco de aquella fama y “piensa dejar la memoria de Juan de Padilla inmortal”. Pero la mayoría de la Junta parecía desconfiar de él y, el 11 de octubre, prefirió dar el mando del ejército comunero a un noble, Pedro Girón, nombrado capitán general. Despechado, Padilla se retiró entonces a Toledo.

En diciembre, Girón traicionó a los comuneros, permitiendo a las tropas reales desalojarlos de Tordesillas (5 de diciembre). Las milicias de Toledo volvieron entonces a Valladolid donde, el 31 de diciembre de 1520, Padilla fue acogido como el Mesías: “hanle recibido allí con grandísima fiesta y solemnidad como si les viniera Dios del cielo”. Nombrado capitán general del ejército comunero, Padilla desarrolló una serie de acciones bélicas contra las huestes de los gobernadores y de los nobles, conquistando Ampudia (16 de enero de 1521), destruyendo la fortaleza y las defensas de Cigales y tomando al asalto la fortaleza de Torrelobatón, el 25 de febrero de 1521. Pero Padilla no supo explotar la victoria y se encerró en Torrelobatón, dejando tiempo a los gobernadores para concentrar sus fuerzas y preparar la ofensiva. Las divisiones internas del movimiento comunero —que acabaron con la traición del toledano Pero Lasso de la Vega— contribuyeron a debilitar la causa de los revolucionarios. Cuando por fin Padilla comprendió el peligro en el que se había metido e intentó, el 23 abril de 1521, dirigirse a Toro para esperar allí refuerzos, ya era tarde: sus enemigos le alcanzaron en Villalar, destrozaron sus huestes y le hicieron prisionero. Al día siguiente se le formó un juicio sumario: “En Villalar, a veinte y cuatro días del mes de abril de mil y quinientos y veinte y un años, el señor alcalde Cornejo, por ante mí, Luis Madera, escribano, recibió juramento en forma debida de derecho de Juan de Padilla, el cual fue preguntado si ha sido capitán de las comunidades, y si ha estado en Torre de Lobatón peleando con los Gobernadores de estos reinos contra el servicio de Sus Majestades; dijo que es verdad que ha sido capitán de la gente de Toledo y que ha peleado contra el Condestable y Almirante de Castilla, Gobernadores de estos reinos, y que fue a prender a los del Consejo y alcaldes de sus Majestades [...]”. Lo mismo confesaron Juan Bravo y Francisco Maldonado que admitieron haber sido capitanes de la gente de Segovia y Salamanca. Los tres fueron condenados a muerte y ejecutados el mismo día. Según una tradición muy arraigada, Juan Bravo protestó al oír que a los tres capitanes se les mandaba decapitar por traidores; en aquella ocasión, Padilla le dirigió estas palabras: “Señor Bravo, ayer era día de pelear como caballero, hoy es día de morir como cristiano”. El mismo Juan Bravo solicitó morir el primero por no ver cómo Padilla subía al cadalso. El cronista Sandoval citó sendas cartas que Padilla había escrito antes de morir, la una para su esposa, la otra para la ciudad de Toledo; copia de la que se cree destinada a María Pacheco está en la Biblioteca Nacional de Lisboa, pero no se indica ni el nombre del autor ni el del destinatario. La noticia de que Padilla había sido ejecutado llegó a Toledo el 27 de abril. En seguida varios comuneros destacados se dirigieron a la casa de María Pacheco para darle el pésame. Las campanas de la catedral y de todas las iglesias de la ciudad doblaron al mismo tiempo. La ciudad entera se declaró en duelo. Una multitud considerable —las dos terceras partes de la población, según un cálculo quizás exagerado— comenzó a desfilar por las calles y ante la casa de Padilla.

Los gobernadores se opusieron a que los restos de Padilla se llevasen a enterrar a Toledo, en el sepulcro de su familia; dieron sin embargo la autorización para que fuesen depositados en el Monasterio de la Mejorada, cerca de Medina del Campo; no se sabe si se cumplió esta disposición o si el cadáver permaneció en Villalar. La casa toledana del caudillo comunero fue arrasada y sembrada de sal por orden del corregidor Juan de Zumel; una columna de mármol se erigió en el solar con un rótulo que recordaba la sentencia de Villalar. En 1525, Gutierre López de Padilla reivindicó y obtuvo el mayorazgo de su hermano Juan, que había sido confiscado por el fisco real, pero no pudo vencer la resistencia del Emperador que nunca le autorizó a reconstruir la casa del comunero ni a quitar del solar la inscripción infamante que recordaba su traición.

Juan de Padilla gozó en tiempo y después de las Comunidades de gran prestigio incluso entre los que no aprobaban su conducta ni sus ideas. Sin embargo, ya en los años 1520-1521 se rumoreó que su postura política se compaginaba con ambiciones personales, tal vez inspiradas por su esposa María Pacheco, hija del conde de Tendilla. María, molesta porque su padre la casó con un noble toledano que ella consideraba de inferior rango, habría sido la que instigó a su marido para que se uniera a las Comunidades “por querer mandar en lo que no le venía por herencia”. Documentos fehacientes confirman, en efecto, que existió el proyecto de otorgar a Padilla la dignidad de maestre de la Orden de Santiago; en este sentido se habrían entablado negociaciones con Roma para conseguir la anulación de las bulas que reservaban al Rey las dignidades de maestre y era el hermano de María Pacheco, Francisco de Mendoza, quien llevó a cabo aquellas gestiones. Otra ambición personal de Padilla se refiere al adelantamiento de Cazorla, valioso señorío incluso en el arzobispado de Toledo; el 2 de enero de 1521, en Medina del Campo, Padilla dio poder a su mujer para que tomara posesión en su nombre de aquel lucrativo cargo. Tal vez por ello dijo Luis Vives que “Padilla fue castigado del Rey por no haberlo sido él de su mujer”.

 

Bibl.: J. Maldonado, El Movimiento de España o sea Historia de la revolución conocida con el nombre de las Comunidades de Castilla, traducción española de J. Quevedo, Madrid, 1840; J. Carrillo, “Berdadera relación de las Comunidades de Castilla”, El Bibliotecario y el Trovador Español (Madrid) (1841); A. Ferrer del Río, Decadencia de España. Primera parte. Historia del levantamiento de las Comunidades de Castilla. 1520- 1521, Madrid, 1850; A. Martín Gamero, Historia de Toledo, Toledo, 1862; P. de Alcocer, Relación de algunas cosas que pasaron en estos reinos desde que murió la reina católica doña Isabel hasta que se acabaron las Comunidades en la ciudad de Toledo, ed. de A. Martín Gamero, Sevilla, Sociedad de Bibliófilos andaluces, 1872; M. Danvila, Historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla, Memorial Histórico Español, XXXVXL, Madrid, 1897-1900; A. Paz y Meliá, “Padillas y Acuñas en la Comunidad de Toledo”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, IX (1903), págs. 403-419; A. de Santa Cruz, Crónica del Emperador Carlos V, ed. de Beltrán y Rózpide, Madrid, 1920-1925, 5 vols.; M. Azaña, “El Idearium de Angel Ganivet”, en Plumas y Palabras, Madrid, CIAP, 1930, págs. 49-87; P. Mejía, Historia del emperador Carlos V, ed. de J. de M. Carriazo, Madrid, Espasa Calpe, 1945; A. de Guevara, Libro primero de las Epístolas Familiares, ed. de J. M. Cossío, Madrid, Aldus, 1950-1952, 2 vols.; P. Mártir de Anglería, Epistolario, ed. y trad. de J. López de Toro, Madrid, 1953-1957 (col. Documentos inéditos para la historia de España, vols. IX-XII); P. de Sandoval, Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V, Biblioteca de Autores Españoles, LXXX, Madrid, 1955; J. A. Maravall, Las Comunidades de Castilla. Una primera revolución moderna, Madrid, Revista de Occidente, 1963; J. Pérez, La Révolution des Comunidades de Castille (1520-1521), Bordeaux, Féret, 1970; J. I. Gutiérrez Nieto, Las Comunidades de Castilla como movimiento antiseñorial, Barcelona, Planeta, 1973; R. Alba, Acerca de algunas particularidades de las Comunidades de Castilla, Madrid, Editora Nacional, 1975; S. Halliczer, Los Comuneros de Castilla. La forja de una revolución (1475-1521), Valladolid, 1987; F. Martínez Gil, La ciudad inquieta. Toledo comunera, Toledo, 1993; P. Sánchez-León, Retorno a Villalar, Madrid, Editorial Siglo XXI, 1998; J. Pérez, Los comuneros, Madrid, La Esfera de los Libros, 2001.

 

Joseph Pérez

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