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Juana de Zúñiga y Ramírez de Arellano

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Biografía

Zúñiga y Ramírez de Arellano, Juana de. Yanguas (Soria), 1509 – Sevilla, 2.XII.1583. Segunda esposa de Hernán Cortés.

Juana de Zúñiga nació en Yanguas (Soria) en 1509, hija de Carlos Ramírez de Arellano, conde de Aguilar de Inestrillas, y Juana de Zúñiga, hermana del II duque de Béjar. Allí pasaría también su infancia y primera juventud junto a sus numerosos hermanos. Según el cronista López de Gómara, Juana era una mujer hermosa y muy devota, con un carácter algo “imperioso y arrogante”.

En 1522 Hernán Cortés enviudó de su primera mujer, Catalina Suárez, con la que no había tenido descendencia. Aunque tenía cinco hijos, fruto de sus numerosos amoríos, todos eran ilegítimos. Le urgía afianzar su situación social para fundar su propia casa nobiliaria y Juana sería la candidata ideal. Cortés desembarcó en Palos a finales de mayo de 1528 con un nutrido séquito y riquezas que fascinaban a cuantos las veían en Castilla. Por fin, a sus 44 años, consiguió el reconocimiento del emperador, incluida la carta de nobleza que le otorgaba el título de marqués del Valle de Oaxaca y la posesión de extensos dominios. Así salió hacia Béjar para presentarse ante su joven prometida, de apenas 19 años. Como regalo había reservado a Juana cinco esmeraldas de gran valor, por su tamaño, pureza y delicada talla.

Tras la boda los esposos emprendieron viaje en dirección a Sevilla, desde donde tenían intención de embarcar hacia Nueva España. Se detuvieron en Medellín para recoger a la madre de Cortés, Catalina Pizarro, que había enviudado en 1528 y los acompañaría a México. Embarcaron en marzo de 1530 con un séquito de 400 personas y llegados a Santo Domingo se demoraron dos meses, a la espera de que llegase a Nueva España la nueva Audiencia para sustituir a los oidores enemigos de Cortés. El 15 de julio desembarcaron en Veracruz, pero comprobaron que el gobierno seguía en poder de los antiguos magistrados, quienes les impidieron la entrada en México y decretaron rigurosos castigos para todo aquel que les procurase ayuda. Así, los marqueses se dirigieron a Texcoco donde sufrieron un estricto asedio que provocó la muerte por inanición de cientos de personas, incluidas la madre de Hernando y su hijo Luis recién nacido.

Cortés decidió trasladarse a Cuernavaca, donde había ordenado levantar un magnífico palacio. Allí instaló el centro de gestión para sus proyectos y la dirección de su emporio económico. Sin embargo, hacía frecuentes viajes y en esos períodos de tiempo era Juana quien administraba los asuntos referentes a la casa y hacienda. En 1531 nació su segunda hija, Catalina, que también murió a los pocos meses. En 1532 nació Martín, al que seguirían tres hijas más: María, en 1534, Catalina en 1536 y Juana en 1538. Con el nacimiento de su hijo varón quedaron colmadas las aspiraciones de su padre de contar con un heredero legítimo. Coincidiendo con el nacimiento de su heredero, Cortés regaló a su esposa una hacienda en los llanos de Salazar, en un lugar del que se había prendado Juana. Aunque no quedan testimonios directos de cómo era la convivencia de los esposos, no parece que la relación fuese muy afectiva, teniendo en cuenta el carácter impulsivo y mujeriego de Cortés y las expectativas de Juana, que se mostraba desengañada por las frecuentes ausencias de su esposo y la falta de vida social en Cuernavaca. Juana se dedicó a criar a sus hijos sola, ya que Hernán estaba ocupado en sus numerosos proyectos, en los que invirtió su fortuna con escaso éxito. En 1535 emprendió la expedición a la Baja California y transcurrió un año sin que Juana tuviera más noticias. Escribió una carta a su marido rogándole regresase mirando por sus hijos y hacienda, y fletó dos barcos para ir en su busca. Cuando el nuevo virrey Mendoza decidió controlar personalmente las naves y expediciones, Cortés lo consideró una grave afrenta y emprendió viaje a España para defender él mismo sus derechos ante el emperador. A principios de 1540 embarcó junto con dos de sus hijos, el sucesor Martín de apenas ocho años y Luis, de quince, a quien pretendía situar en la corte como paje del príncipe. Juana nunca volvería a ver a su marido. Durante los siguientes ocho años se encargó de administrar el marquesado y la hacienda desde Cuernavaca, se entregó a labores de beneficencia e hizo generosas donaciones al convento franciscano de la Asunción de María que finalmente se convertiría en la catedral.

Mientras tanto Cortés pasó en España por múltiples trances, incluyendo la campaña militar de Argel y decidió regresar a la Nueva España para poder morir en México. En 1547, cansado y enfermo, se instaló en Castilleja de la Cuesta, cerca de Sevilla, para esperar su última hora. Allí otorgó su testamento en el que nombraba sucesor a su hijo Martín y mostraba tanta generosidad hacia sus hijos como desapego hacia su esposa. La única disposición que hace referencia a Juana es que se le devuelvan los 10000 ducados de la dote que recibió de ella, sin dedicarle ningún otro legado. Hernán Cortés falleció el 2 diciembre de 1547, a los 62 años. Juana recibiría la noticia desde Cuernavaca y en 1548 embarcó hacia la península. Llegó a tiempo para asistir a la boda de Martín con su prima Ana Ramírez de Arellano y, tras una breve estancia, regresó a Nueva España para ocuparse de los numerosos asuntos que se le acumulaban allá. Al conocer el contenido del testamento de su esposo, la marquesa se había visto relegada incluso respecto de los hijos ilegítimos y dirigió su enojo hacia Catalina Pizarro, la preferida de Hernán, que había recibido numerosos legados. Juana le dispensó un trato denigrante, mediante presiones la obligó a cederle las propiedades cercanas a Cuernavaca y la internó contra su voluntad en el monasterio dominico de la Madre de Dios, en Sanlúcar de Barrameda, donde habría de pasar el resto de su vida. Su hijo Martín, como heredero universal, dispuso que se efectuase un inventario general de las pertenencias de los marqueses en la Nueva España, lo que ocasionó a Juana un gran disgusto, prohibió el acceso del notario a sus estancias privadas y se limitó a encargar el asunto a su camarera.

En 1550 la marquesa decidió regresar a la Península, esta vez acompañada por sus hijas ya que planeaba quedarse definitivamente. Se instaló en Sevilla donde se dedicó a asegurar el futuro de ambas, concertando la boda de María con Luis Fernández de Quiñones, que sería el quinto conde de Luna y de Juana, con Fernando Enríquez de Ribera Portocarrero, duque de Alcalá de los Gazules. Una vez casadas sus dos hijas, decidió pasar sus últimos años retirada en el convento dominico de la Madre de Dios de Sevilla, donde se instaló junto a Catalina, la única hija que le quedaba soltera y que viviría allí hasta su muerte. Expresó su deseo de ser enterrada en el monasterio y para este fin compró dos nichos a ambos lados del altar, donde vio sepultar en 1575 a su hija Catalina y en 1578 a su nuera Ana Ramírez de Arellano. En 1588 se enterraría también allí su hija Juana Cortés, como sucesora del patronato. Juana de Zúñiga falleció el 2 de diciembre de 1583, el mismo día que había muerto su marido treinta y seis años antes.

 

Bibl. F. López de Gómara, Crónica de la conquista de Nueva España, México, Pedro Robredo, 1943; A. Muro Orejón, “Hernando Cortés, exequias, almoneda e inventario de sus bienes con otras noticias de su familia”, en Anuario de Estudios Americanos, 23 (1966), t. XXIII, págs. 537-609; S. de Madariaga, Hernán Cortés, Madrid, Espasa Calpe, 1986; R. Goldberg, Hernán Cortés y su familia en los archivos españoles, Madrid, Porrúa, 1987; J. L. Martínez, Hernán Cortés, México, Fondo de Cultura Económica, 1990; B. Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Lectulandia, versión ePub, 2012; C. Fuentes, Los hijos del conquistador, México, Planeta, 2002; E. Mira Caballos, Hernán Cortés, Madrid, Crítica, 2021.

 

María Vicens Hualde