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Lope Sánchez de Moscoso y Ulloa

Biografía

Sánchez de Moscoso y Ulloa, Lope. Conde de Altamira (I). Galicia, 1468 – ?, 1504. Noble, conde.

Era hijo de Vasco López de Ulloa, sobrino de Lope Sánchez de Ulloa y su primera mujer, Mayor de Mendoza. Entró en el gobierno de la casa de Altamira en 1468, justamente cuando los nobles gallegos lograron desbaratar a los villanos hermandinos y, al parecer, supo sacar provecho de la acción mancomunada. Su primer gesto conocido evidenció ya tempranamente rasgos de su voluntarismo arriesgado. En 1470 suscribió con el estado mayor de la nobleza la alianza contra el arzobispo y la marquesa de Astorga con el fin de combatir su nuevo intento de establecer otra Hermandad en el Reino de Galicia. Mientras se cubrían estas cláusulas, Lope y sus aliados habían dado ya sus asaltos a las villas de la Iglesia de Santiago, en particular a los puertos de mar, en los cuales se produjeron muchas violencias y robos, según denunciaba Enrique IV el 13 de mayo de 1470. En la campaña llevó la delantera en todo momento don Lope y llegó a adueñarse de una gran parte de las villas y cotos más importantes de la Iglesia. Su esfuerzo mayor consistió en dotar a su estado de Altamira de casas fuertes, restaurando las destruidas por los hermandinos y levantando otras. En estos mismos años (1470-1474) participó en la euforia de sus colegas que conquistaron fraudulentamente los títulos condales. “Levantose Lope Sánchez de Ulloa por Conde de Altamira”, dirá lapidariamente Vasco de Aponte.

El signo de su vida cambiaba sensiblemente en 1475 con el nuevo reinado de los Reyes Católicos. Desde marzo de 1475 le llegaron misivas reales que condenaban su conducta con la Iglesia de Santiago y le apremiaban a devolverle las villas y jurisdicciones usurpadas. Al mismo tiempo hubo de participar, aunque de muy mala gana, en las campañas del arzobispo Alonso de Fonseca contra el conde de Camiña, hasta la eliminación de éste, e incluso situarse al lado del conde de Benavente, que parecía ser el principal beneficiado del cambio de régimen político. A la inversa, hubo de consentir que Fernando de Acuña y los oficiales reales ocupasen temporalmente sus fortalezas Morgade y Benquerencia y de sufrir que sus vasallos de Nemancos rechazasen su señorío. Tras ello vinieron las represalias económicas: la demanda de 50.000 maravedís de alcabalas que adeudaba la casa de Altamira a la Corona.

No perdió su talante impulsivo y su voluntad de mantener en pie la alianza nobiliaria. Lo demostrará en 1477 cuando en un esfuerzo supremo por mantener las antiguas alianzas, sus colegas pactaron con el gobernador de Galicia un sistema de gobierno y orden público a base del ejercicio de la jurisdicción señorial en las diversas tierras, con el fin de evitar la tan temida Santa Hermandad que los Reyes Católicos querían implantar en Galicia. Previeron que el proyecto no caminaría y a los pocos días, el 17 de octubre de 1477, suscribían en Lugo otro acuerdo estamental de mutua defensa frente a eventuales hermandades de sus vasallos.

Sus polos de atracción eran ahora el arzobispo Alonso de Fonseca II y el conde de Benavente. En 1479 se registraron algunas de estas alianzas: con Fonseca en favor de la Hermandad y con el propósito de frenar la intromisión del conde de Benavente en Galicia; con éste para hacerse fuertes frente a los Fonseca y contener la ruina de los Soutomaior.

Don Lope aspiró a más y forjó un nuevo proyecto: una alianza matrimonial con el conde de Benavente, consistente en la boda de Beatriz Pimentel con su sobrino Rodrigo, que quedó automáticamente declarado heredero del mayorazgo de la casa de Altamira en el momento constituida por las jurisdicciones de Altamira, Vimianzo, Cira, Monserija, Finisterre y Arca. De momento se cumplió la letra de este concierto. El conde de Benavente, Rodrigo Alfonso Pimentel, garantizaba la dote de un juro de 120.000 maravedís situados en las rentas de la ciudad de Betanzos. El conde de Altamira aseguraba las arras en un juro de 40.000 maravedís anuales de renta; constituyó su heredero universal a don Rodrigo y puso a su nombre las jurisdicciones y casas principales de la casa de Altamira. Don Lope no confiaba en los nuevos reyes Fernando e Isabel. Un momento particularmente ingrato para el conde de Altamira fue el otoño de 1486, cuando los Reyes Católicos visitaron Galicia y llegaron peregrinos a Santiago. Por entonces se decía en Galicia que “mandaba tanto en Conde en aquella ciudad como el Arzobispo”. La situación era inaceptable y fue ciertamente uno de los temas abordados por los Reyes a su paso por Galicia.

Con el nuevo reinado de los Reyes Católicos, ya crecido en años y curtido en desilusiones, don Lope pudo echar cuentas de que había llegado la hora de cerrar su biografía. Miró con decisión hacia la casa de Andrade, en la que gobernaban Diego de Andrade y María de Haro y lucía su juventud, Fernando de Andrade. Y se produjo la nueva elección matrimonial: Teresa de Andrade, hermana de Fernando de Andrade.

Fue en circunstancias dramáticas. Don Lope no podía ofrecer nada seguro y sólo se ofrecía a cumplir en el futuro las capitulaciones matrimoniales que se estableciesen en su día. A pesar de esta desazón se llevó adelante el matrimonio y se celebraron nuevos acuerdos entre ambas casas. Llegó la hora de la boda y hubo gran fiesta. Todos los hidalgos gallegos fueron invitados. El novio se cuidó de hacer su nómina y de conservarla en el Archivo de Altamira, donde todavía se puede encontrar.

En la vida señorial le esperaban a Lope dos decenios de reflexión y cautela. En ellos debió de recomponer su hacienda maltrecha. Y le llegó la hora del testamento: el 15 de abril de 1500. En él expresaba Lope su grandeza y su miseria. Murió en los primeros días de marzo de 1504 dejando bien ordenadas sus cuentas. En su vida y en su casa habían acontecido tantas cosas que se hacía necesario realizar de inmediato inventarios y balances. De todo levantó acta el notario compostelano Fernando García, el 2 de abril de 1504. Probablemente no necesitaron de estas verificaciones respecto al mayorazgo y a las rentas, ya que Lope se había cuidado a su tiempo de realizar apeos e incluso de confeccionar cartularios de sus propiedades en las diversas jurisdicciones.

 

Bibl.: J. Garcia Oro y M.ª J. Portela Silva, La Casa de Altamira durante el Renacimiento, Santiago de Compostela, El Eco Franciscano, 2003, págs. 33-48.

 

José García Oro, OFM