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José María de Murga y Mugártegui

Biografía

Murga y Mugártegui, José María de. El Moro Vizcaíno. Bilbao (Vizcaya), 20.IX.1827 – Cádiz, 1.XII.1876. Militar, aventurero y escritor.

Desde muy niño, José María de Murga recibió la formación propia de un varón del noble linaje de su familia. Su padre, militar como sus antepasados, le expresó por escrito cómo concebía él el ideal de todo varón de los Murga: “El Caballero cristiano recibe del mundo una especie de adoración, que en la milicia, como segunda religión, es el honor. Vivir enlazando la religión y el honor”. Los primeros estudios los realizó en los colegios de escolapios de Madrid y de jesuitas de Loyola. A los diecisiete años, en 1843, ingresó como caballero-cadete en el Colegio General Militar. Tres años más tarde dio fin a su formación militar con el grado de alférez de Caballería.

Las actuaciones de Murga en hechos de carácter militar fueron limitadas, pues, de 1846 a 1854, sólo participó en la campaña contra las partidas carlistas que, dirigidas por el general Cabrera y el cabecilla Forcadell, se levantaron en la región catalano-aragonesa en 1848. Tras este hecho de armas ascendió a capitán, pasando a prestar servicios en el Regimiento de Montesa, y, luego, en el de la Princesa, siempre con residencia en Madrid y aledaños. En 1853 era ya comandante. A pesar de estos ascensos, fue desvinculado del servicio militar a petición propia, de 1854 a 1859, con licencia para el extranjero, para formar también parte de la misión militar española destacada cerca del ejército francés en la Guerra de Crimea (1854-1856).

Reintegrado al servicio en el Regimiento de Húsares de Pavía, Murga no fue llamado a participar en la Guerra de África (1859-1860), como parece que él apetecía. Bien que, en abril de 1860, ante la nueva intentona carlista del conde de Montemolín —Carlos (VI) había abdicado en éste—, dirigida por el general Ortega, intervino nuevamente en la represión de los sublevados en el Maestrazgo, y, una vez vencidos, mandó la escolta que condujo presos hasta Tortosa al conde y a su general. Sin embargo, en junio de ese año, pidió de nuevo licencia para el extranjero, y, en 1861, la separación definitiva de la profesión militar.

La falta de estímulos en su vida hizo que Murga se sintiera pronto insatisfecho como militar. Su presencia en Crimea, en la que fue testigo —si no partícipe— de la toma de Sebastopol y del asalto al fuerte de Malakof, así como su contacto allí con los zuavos —soldados argelinos, como cuerpo del ejército francés—, debieron de llevarle a poner el mundo árabe en su punto de mira personal: los libros sobre el Islam y los países norteafricanos, que figuraban en su biblioteca, así como el haberse dedicado en París, entre 1855 y 1859, al estudio del árabe, dan prueba indirecta de ello. En realidad, el ambiente culto que le rodeaba, penetrado del fenómeno del romanticismo —nacido éste como reacción contra el neoclasicismo e impulsor del individualismo y de la libertad en la expresión literaria, así como fuertemente interesado por temas del medievo y del exótico mundo afroasiático—, estaba dando lugar a que, individualmente o en grupo, muchos se aventuraran a explorar las vastas regiones de África y Oriente, apoyados o no por gobiernos europeos, que luego se valían de sus investigaciones para adueñarse de aquellas tierras, dando nacimiento a la era colonialista.

En 1861, Murga ya debía de tener bien definido su proyecto personal, que no era otro que la dedicación por entero, in situ, al estudio de la sociedad marroquí. Algún otro español como Badía (Alí Bey el Abbasí), lo había intentado antes, pero por breve espacio de tiempo y sólo con miras político-comerciales, por lo que sólo aportó someras descripciones del país. Murga, por el contrario, sin echar siquiera mano de los medios económicos familiares, recorrió Marruecos durante años, en contacto muy personal con el pueblo, adaptado a la forma de vida de éste: descalzo, vestido con una pobre y corta chilaba campesina, decía ser un renegado cristiano y se ganaba el sustento diario actuando como curandero, vendedor ambulante e incluso como santón.

Dentro del mayor silencio acerca de su proyecto, Murga, en efecto, se sometió a una previa y seria preparación para llevarlo a cabo. Además de haber estudiado el árabe en París, se dedicó, desde 1861 y en la Facultad de Medicina de San Carlos de Madrid, a adquirir los básicos conocimientos de la Anatomía y Patología Médicas, como eran la cirugía menor, la extracción de muelas o los partos. Con este bagaje profesional entró, en febrero de 1863, en Marruecos, por Tánger, donde comenzó la puesta en práctica de los métodos ideados para su inserción entre los autóctonos. A partir de ese momento fue siempre conocido como El Hach Mohammed el Bagdady, El Moro Vizcaíno.

Sus vivencias en el imperio marroquí durante su primera estancia en el mismo, suspendida a finales de 1866 a causa de la muerte de su madre, fueron dadas a conocer en Recuerdos Marroquíes, cuya publicación costeó él mismo, añadiendo más tarde, a mano, en uno de los ejemplares, las anotaciones complementarias que su amigo en Marruecos, el misionero franciscano Lerchundi, le proporcionó. El tiempo pasado entonces en su patria, lo ocupó en tareas propias de su mayorazgo, llegando incluso a ser presidente de la Diputación de Vizcaya, de 1870 a 1872. Estimulado, sin embargo, por algunos africanistas —F. Guillén Robles, en especial—, que le apremiaban a retornar a la investigación sobre el hecho socio-histórico del pueblo marroquí, se internó por segunda vez en éste, pero, aquejado por su falta de salud, tuvo pronto que retornar a España. Una vez repuesto de la enfermedad, se encaminó por tercera vez a Marruecos, donde no pudo entrar, pues, estando ya en Cádiz para embarcar, murió a finales de 1876.

Los escritos de Murga sobre el imperio marroquí gozaron de relativa resonancia, antes y después de su muerte: unos tachándolo de excéntrico, burlón y humorista, mientras que otros consideraron su aventura singular y genial, y a su estudio como el inicio de una investigación antropológica en Marruecos, que tardó en llegar a madurar.

 

Obras de ~: Recuerdos Marroquíes del Moro Vizcaíno. José María de Murga (a) El Hach Mohamed el Bagdády, Bilbao, Imprenta de Miguel Larumbe, 1868 (2.ª ed., reimpr. F. Fernández Duro con los apuntes del segundo viaje y pról. del Marqués de Olivart, Madrid, Imprenta Hijos R. Álvarez, 1906; 3.ª ed. abreviada, Barcelona, Imprenta de la Revista España en Africa, 1908; 4.ª ed., Villanueva y Geltrú, Imprenta Oliva, 1911; 5.ª ed., de J. de Ibarra y Bergé con el tít. José María de Murga, el Moro Vizcaíno, Madrid, Editora Nacional, 1944; 6.ª ed., reprod. facs. de la ed. princeps por A. G. Verástegui, Markina-Xemein, Imprenta A. G. Rontegui, 1994).

 

Bibl.: C. Fernández Duro, Apuntes biográficos de El Hach Mohamed el Baddady (seud. de José María de Murga), Madrid, Imprenta T. Fortanet, 1877; “El Hach Mohamed el Bagdady (D. José de Murga) y sus andanzas en Marruecos” y “El Hach Mohamed el Bagdady-La mujer marroquí”, en Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, III (1877), págs. 117-147 y págs. 193-251, respect.; F. Guillén Robles, “El Hach Mohammed Albagdady”, en Los Lunes de “El Imparcial”, Madrid, 2 de abril de 1877; L. Aycart López, Badía, Murga, Jaudenes, Madrid, Casa Diego Pacheco de la Torre, 1888; M. Castellanos, Historia de Marruecos, Tánger, Imprenta Hispano- Arábiga de la Misión Católico-Española, 1898, págs. 673 y ss.; T. García Figueras, “José María de Murga y Mugártegui. El Hach Mohamed el Bagdady. El Moro Vizcaíno (1827- 1876)”, en Archivos del Instituto de Estudios Africanos, I (1947), págs. 83-106; “El Moro Vizcaíno y el padre Lerchundi”, en África, 303 (1967), págs. 130-132; J. de Ibarra, “Murga y Mugártegui y su familia”, en G. Guastavino Gallent, “El Marruecos del Moro Vizcaíno” y T. García Figueras, “Murga, militar e inquieto viajero”, en El Moro Vizcaíno. Cuna, solar, linajes y vida y aventuras del mayorazgo vasco y heroico militar, José M.ª de Murga y Mugártegui, Bilbao, Junta de Cultura de Vizcaya, 1969, págs. 1-9, págs. 25-26 y págs. 57-88 respect.; R. Lourido Díaz, “Lerchundi y los exploradores y aventureros españoles en el Marruecos de su tiempo”, en R. Lourido Díaz (coord.), Marruecos y el padre Lerchundi, Madrid, Editorial Mapfre, 1996, págs. 101-115; A. González Bueno y A. Gomis Blanco, Los territorios olvidados. Naturalistas españoles en el África hispana (1860-1936), Madrid, Ediciones Doce Calles, 2007.

 

Ramón Lourido Díaz

 

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