Díez-Canedo Reixa, Enrique. Alburquerque (Badajoz), 7.I.1879 – Cuernavaca (México), 6.VI.1944. Poeta, crítico literario y traductor.
Su padre, Enrique, era extremeño y su madre, Joaquina, también; procedía de Alburquerque, de una familia que vivía con relativa holganza económica. Debido a la profesión del padre, empleado del Cuerpo Técnico de Aduanas, la familia, durante la infancia y juventud de Díez-Canedo, residió en Valencia, Vigo, Port Bou y Barcelona. Tras la temprana muerte del padre (la de la madre aconteció poco tiempo después), la familia se trasladó de Barcelona a Madrid, ciudad en la que estudió y concluyó la carrera de Derecho, que nunca ejerció porque se dedicó, como actividad profesional, a explicar Historia del Arte en la Escuela de Artes y Oficios y Lengua y Literatura francesas en la Escuela Central de Idiomas, ambas de Madrid.
Desde los inicios de su actividad profesional por los años 1903 y hasta su muerte, Díez-Canedo fue una persona muy conocida, liberal, abierto e interesado por variadas manifestaciones artísticas: literatura y arte; amigo de casi todos los escritores, pintores y músicos de la época y persona que, sin haber asumido nunca una militancia política de partido, contribuyó, junto con sus allegados —Manuel Azaña en primer lugar— al advenimiento de la Segunda República en España y tomó parte activa, muchas veces sin buscarlo expresamente, en los acontecimientos históricos y culturales, sobre todo literarios, de la España del primer tercio del siglo xx.
Con la Oración de los débiles al comenzar el año, poesía compuesta por su autor para el concurso poético que convocaba El Liberal, y con la que obtuvo el premio al que optaba, Díez-Canedo recibió el reconocimiento público como poeta, precisamente en un año, 1903, fecundo para la poesía española porque Antonio Machado publicó Soledades, Juan Ramón Jiménez preparaba Rimas, Arias Tristes y la revista Helios; y de América llegaban las obras, entre otros, de Leopoldo Lugones y José Asunción Silva. Sólo tres años después de este arranque poético, se sucedió la mayor parte de sus libros de poesía: Versos de las horas, 1906; La visita del sol, 1907; un libro de traducciones, Del cercado ajeno. Versiones poéticas, 1907 y La sombra del ensueño, 1910. Más espaciados siguieron Algunos versos, 1924; Epigramas americanos, 1928, y El desterrado, 1940. Después de su muerte, su familia publicó otros dos libros en los que se reunían poesías anteriores y algunas inéditas hasta entonces: Jardinillos de Navidad y Año Nuevo, 1944 y Epigramas americanos (segunda serie), 1945, que completan la lista de libros de poesía publicada.
Mientras iban apareciendo sus libros de poesía, Díez-Canedo colaboró activamente en la elaboración material, y como escritor, en las principales revistas y periódicos de la época. Lo hizo en La Lectura como crítico de poesía y en El Diario Universal y en El Faro, publicación esta última que difundió el pensamiento de jóvenes como Ortega y Gasset, Luis Bello, Luis de Zulueta, Adolfo Posada, etc., como crítico de arte.
Dirigió Tierra Firme y también se advierte la huella, de Díez-Canedo en la Revista Latina y la Revista Crítica, dirigidas respectivamente por Francisco Villaespesa y Carmen de Burgos, pero, en estos dos últimos casos, su actividad se refiere sobre todo a su persona por su afición a frecuentar las reuniones de redacción que se organizaban en ambas revistas. De hecho, uno de los rasgos externos de su carácter le llevó también a ser asiduo de otros cenáculos y tertulias, tales los del Café Regina, las de La Granja del Henar y la de Pombo en la que, años más tarde, 1922, Ramón Gómez de la Serna, su creador y animador, terminó organizándole un banquete de homenaje al que asistieron prácticamente todos los hombres célebres de la cultura madrileña de aquella época.
En otro orden de cosas, Enrique Díez-Canedo conoció, en un concierto del Teatro Real, a Teresa Manteca y poco después, 1909, se casó con ella. Partieron para París ese mismo año y allí residieron desde 1909 a 1911, una estancia que, tras las huellas de grandes poetas como Verlaine y Mallarmé, tentó y realizaron muchos poetas de todo el mundo. Este viaje al extranjero fue el primero de una serie de ellos y da ocasión para recordar que Díez-Canedo pasó casi un tercio de su vida fuera de España y que su estancia en París coincide con un período álgido de lo parisino en el mundo porque la capital francesa era el crisol donde se fundía la cultura universal. Canedo realizó allí un doble papel, el de secretario del embajador de Ecuador y el de observador atento de las tendencias más recientes en literatura y en arte, lo que le permitió, dos años más tarde, 1913, la publicación de una interesante y reconocida antología, la de La poesía francesa moderna. Antología ordenada y anotada por Enrique Díez-Canedo y Fernando Fortún.
De vuelta a España, Canedo se instaló con su mujer en un piso de la calle Libertad, hoy Antonio Maura, junto a la Bolsa; siguió con sus clases, retomó, como crítico, la crónica teatral en El Globo y, poco a poco, en otros periódicos y revistas donde su nombre fue habitual o casi imprescindible para los lectores interesados por la crítica literaria y, en general, por las noticias de actualidad cultural. Desde enero de 1915, fecha de la aparición del semanario España, auspiciado por Zulueta, Guixé, Martínez Sierra, Baroja, d’Ors, Maeztu y Ortega que ya había llevado a Canedo en 1914 a la Liga de Educación Política, abre sus páginas e incluye desde el primer número a Enrique Díez-Canedo como colaborador. España tuvo un marcado carácter intelectual y en su trayectoria político-ideológica evolucionó hacia posturas socialistas, pero, con independencia de su adscripción, contó en arte con las cotizadas firmas de Benjamín Palencia y de Salvador Dalí y en literatura la de Díez- Canedo aparece en aproximadamente medio centenar de artículos.
Tras España fue asiduo de las páginas y las redacciones, desde 1917 de El Sol, desde 1920, de La Voz y La Pluma de Azaña, y desde 1924, de la Revista de Occidente, de su amigo Ortega y Gasset. También el año 1921 fue fecundo en este sentido porque Juan Ramón Jiménez, en aras de una amistad ya sólida entre ambos, le invitó a colaborar como autor y en la redacción de la revista Índice; y en 1921 apareció la primera serie de Conversaciones Literarias, conjunto de reseñas críticas en las que Díez-Canedo hizo gala de un talante de diálogo más que de juez de la literatura.
Cuando El Imparcial perdió prestigio como empresa periodística, Nicolás María de Urgoiti decidió sacar un nuevo periódico, El Sol para dar cabida en él al pensamiento moderno, al espíritu crítico y a la política liberal, única de la que se esperaba la renovación de España. Estas ideas, que también movían la pluma de Díez-Canedo, dieron frutos fecundos porque en El Sol apareció la mayor parte de sus críticas y reseñas.
Las publicadas en La Voz tuvieron frecuentemente acogida en la sección anónima titulada La Cena de las burlas; las de La Pluma, revista que tuvo su sede en el propio domicilio de Manuel Azaña, se debieron a una vinculación más personal por la amistad de Díez- Canedo con Manuel Azaña y Rivas Cherif, comentario que se podía hacer extensivo a las de Índice, como ya se ha dicho; y las de la Revista de Occidente por una doble dimensión, la personal con Ortega y Gasset y la política e ideológica por la comunión de las ideas vertidas en Vieja y nueva política de Ortega y en las del reformismo defendido por numerosos intelectuales de la época.
La publicación, en 1924, de Algunos versos en los Cuadernos Literarios de la editorial Calpe permite señalar que otra de las actividades por las que destacó Díez-Canedo fue su labor editorial, particularmente importante en el caso de Calpe en la colección Universal, pero antes ya notoria en Calleja, donde en 1917 publicó una traducción de Zanahoria de Jules Renard, un prólogo a las Obras poéticas de Garcilaso y Boscán y una introducción a la Tragicomedia de Calixto y Melibea; y en 1918, con el título de Páginas escogidas, unas traducciones de poesía de Heine. Además, aunque no se señalen los títulos concretos que Díez-Canedo tradujo para Biblioteca Nueva, ni las obras de teatro publicadas en la Colección que dirigió en la editorial, no se pasa por alto que Biblioteca Nueva, con la eficaz labor cultural que desarrolló Ruiz Castillo, consideraba a Canedo, junto con Unamuno, uno de los pilares de la relación con Hispanoamérica por su conocimiento de la literatura hispanoamericana.
Este acercamiento intelectual le llevó, en 1927, a emprender, dando conferencias, un viaje por Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Ecuador, Panamá y Puerto Rico. Este viaje fue el primero de los tres que hizo a Hispanoamérica. El segundo, con la llegada de la República, fue para desempeñar cargos diplomáticos: ministro de la Legación Española en Montevideo, 1933-1934 y embajador de España en Buenos Aires, 1936-1937. Más tarde, ya en 1938, regresó de España a México, al exilio. El primero y último de los viajes tienen un sello común, el de los Epigramas americanos de 1928 y el de los Epigramas americanos de 1945, gavilla de poemas breves acerca de los hombres, las tierras, las costumbres y el tipismo de cada rincón de América.
De vuelta a Madrid de su segundo viaje, obtuvo el reconocimiento público por su nombramiento como académico de la Real Academia Española. Su discurso de ingreso versó sobre un tema que le preocupaba y sobre el que podía aportar un conocimiento directo: Unidad y diversidad de las Letras Hispánicas.
Sus propias ideas, las del discurso, se vieron reforzadas y adquirieron matices nuevos con el recorrido que, antes de ir a Argentina como embajador, realizó por Filipinas, Bali y Java, lo que le permitió escribir algunos artículos sobre la situación del español en estos territorios.
Ya en 1937, con España en guerra, se dirigió a Valencia para apoyar con la pluma lo que otros hacían con las armas. Se incorporó a la redacción de Hora de España y tomó las riendas de Madrid, una interesante revista de breve vida; pero no había ni descanso ni acomodo en aquella España y, tras la mano tendida y el gesto amigo del general Cárdenas, presidente de México, llega, con su familia, a este país, el 12 de octubre de 1938 y allí emprende de inmediato actividades culturales, al lado de su viejo amigo Alfonso Reyes, en la Casa de España, futuro Colegio de México.
Los libros de esta nueva etapa perfilan su actividad incansable aquí o allá: El teatro y sus enemigos, publicado por la Casa de España en México, en 1939, El desterrado. Poemas, 1940, breve poemario de acento poético nuevo, la Antología de la poesía española contemporánea, 1941, en colaboración con Juan José Domenchina, y ya en el año de su muerte, 1944, o al siguiente, tres títulos más muy diferentes entre sí: Juan Ramón Jiménez en su obra, que es una reunión de estudios sobre Juan Ramón en particular y sobre el modernismo en general, Jardinillos de Navidad y Año Nuevo, reunión de poesías hecha, como homenaje, por su hijo Joaquín, con portada de José Moreno Villa y Letras de América que reúne una parte de los artículos que escribió sobre literatura hispanoamericana en diarios y revistas como El Sol, España, etc. Se abre el libro con la inclusión del discurso de ingreso en la Real Academia Española, leído por Díez-Canedo en sesión pública el 1 de diciembre de 1935.
Ya se ha dicho que la ocupación fundamental de Canedo en el exilio fue la del desempeño de una cátedra en el Colegio de México, pero, sin duda, existe una continuidad en las aficiones e intereses que había cultivado en España; así se le encuentra en numerosos actos culturales como la lectura, el 2 de agosto de 1939, de unas cuartillas en el Teatro de Bellas Artes en el homenaje a Enrique González Martínez. Y sigue en su línea anterior porque fue impulsor de la industria del libro mexicano y colaborador asiduo en El Universal Mexicano, Excelsior y Taller, que dirigía Octavio Paz. También, revistas relacionadas directa o indirectamente con su nombre fueron las de Letras de México, España Peregrina, El Hijo pródigo y Romance.
En esta última figuró en el Consejo de Colaboración al lado de Enrique González Martínez, Martín Luis Guzmán, Pablo Neruda, P. Henríquez Ureña, etc.
Sus colaboraciones en Romance, aparte de sus huellas en la sección titulada Espejo de las horas, las encontramos en el número 1 con el ensayo titulado El arte y el tiempo y en los números 3 y 12, en este último por partida doble.
Siguió, asimismo, con su afición a las tertulias y grupos literarios. Fue socio de honor de la Agrupación de Escritores y Periodistas en el exilio, perteneció a la directiva del Pen Club y acudía a la Peña del Café Colón que presidían dos Nachos: Chávez y González Guzmán. Solían acudir también otros emigrados españoles como Domenchina, Max Aub, Juan de la Encina, etc.
Por todas estas actividades se puede afirmar que Enrique Díez-Canedo armonizó e impulsó lo “hispánico universal”.
Letras de América lleva una nota que dice: “se terminó de imprimir el día 6 de junio de 1944, fecha en que falleció su autor, Enrique Díez-Canedo [...]”. En efecto, en México, su salud comenzó a ser precaria a causa de un mal cardíaco que le aquejaba. Los médicos le aconsejaron vivir en Cuernavaca por su clima benigno y la cercanía al mar, pero no fue suficiente; Díez-Canedo murió el día del desembarco de Normadía.
Su muerte provocó una honda manifestación de duelo, se sucedieron los homenajes, como el de El Nacional, 20 de agosto de 1944; el celebrado en el Palacio de Bellas Artes con la asistencia de numerosas autoridades mexicanas y casi toda la colonia española en el exilio en México; el de la revista Litoral, agosto de 1944 (reproducido en 1972 en el número 33-34 de Litoral de Málaga) en el que escriben, entre otros, Manuel Altolaguirre, Max Aub, Juan José Domenchina, Francisco Giner de los Ríos, Enrique González Martínez, Paulino Masip, José Moreno Villa, Alfonso Reyes y León Felipe; y la publicación por su hijo Joaquín, en la editorial Joaquín Mortiz, de Estudios de poesía española contemporánea, 1965; Conversaciones Literarias (tres series), 1964 y Artículos de crítica teatral.
El teatro español de 1914 a 1936 (cuatro volúmenes), 1968. Libros que recogieron y difundieron una parte importante de los artículos de su autor publicados años antes en diversos periódicos y revistas y que, por otra parte, condicionan la bibliografía que sigue por lo que se concreta en los libros y folletos con entidad propia, dejando fuera prólogos y artículos, muchas veces ya recogidos en estos volúmenes de la editorial Joaquín Mortiz fundada por su hijo Joaquín, que anteriormente había trabajado en el Fondo de Cultura Económica.
Obras de ~: Versos de las horas, Madrid, Imprenta Ibérica, 1906; La visita del sol, Madrid, Pueyo, 1907; La sombra del ensueño, París, Garnier hermanos, 1910; La poesía francesa moderna. Los precursores. Los parnasianos. Los maestros del simbolismo. Los poetas nuevos, antología ordenada y anotada por ~ y F. Fortún), Madrid, Renacimiento, 1913; Sala de retratos, San José de Costa Rica, García Monge y Cía., Editores, 1920; Prosistas modernos, selec. de ~, Madrid, Instituto-Escuela, 1922 (Biblioteca Literaria del estudiante, 4); Algunos versos, Madrid, La Lectura, 1924 (Cuadernos Literarios, 7); Conferencias de extensión universitaria dadas en el Aula Magna de la universidad de Chile en el cuarto trimestre de 1927, Santiago de Chile, Imprenta Universitaria, 1928; Epigramas americanos, Madrid, Espasa Calpe, 1928; Los dioses en el Prado. Estudios sobre el asunto de mitología en el museo de Madrid, Madrid, CIAP, 1931; La nueva poesía, vol. VIII, México, Biblioteca Maestro de El Nacional, 1940; El desterrado. Poemas, México, Lira, 1940; Juan Ramón Jiménez en su obra, México, Fondo de Cultura Económica, 1944; Letras de América. Estudios sobre las literaturas continentales, México, El Colegio de México, 1944 (ed. México, 1983); Jardinillos de Navidad y Año Nuevo, México, Darro y Genil, 1944; Epigramas americanos, México, Joaquín Mortiz, 1945; La poesía francesa del romanticismo al superrealismo. Los grandes románticos. Los precursores de las tendencias modernas. Los parnasianos. Los simbolistas. Los poetas nuevos. Las escuelas de vanguardia, Buenos Aires, Losada, 1945 (Oviedo, 1994); Conversaciones literarias (Tres series), ed. de J. Díez-Canedo, México, Joaquín Mortiz, 1964 (de la primera serie, hubo edición anterior en Madrid, Editorial América); Estudios de poesía española contemporánea, ed. de J. Díez-Canedo, México, Joaquín Mortiz, 1965; Artículos de crítica teatral. El teatro español de 1914 a 1936, ed. de J. Díez- Canedo, México, Joaquín Mortiz, 1968, 4 vols.; Pequeña antología de poetas portugueses, París, Excelsior, s. f.
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José María Fernández Gutiérrez