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Pedro Martín Cermeño (o Zermeño) y García de Paredes

Biografía

Martín Cermeño (o Zermeño) y García de Paredes, Pedro. Melilla, XII.1721 – ?, 23.V.1792. Ingeniero militar.

Fue hijo de Juan Martín Cermeño, ingeniero militar que ocupó el cargo de ingeniero general entre 1766 y 1773, y de Antonia García de Paredes. Las familias de los dos progenitores estaban vinculadas a la profesión militar, algunos de cuyos miembros habían entregado sus vidas combatiendo, tal como ocurrió con Cosme de Paredes, bisabuelo de Pedro Martín Cermeño por línea materna, o con su propio hermano, que falleció guerreando en la batalla de Madona del Olmo.

Durante toda su vida estuvo muy influido por su padre, tal como se puede constatar a través de la documentación conservada. Con esos antecedentes comenzó su vida militar en fecha tan temprana como fue el 1 de julio de 1731, cuando con apenas diez años de edad entró a servir como cadete. Pasado un tiempo y siguiendo la huella paterna, ingresó en la Real Academia de Matemáticas de Barcelona para adquirir la formación de ingeniero militar, cuerpo en el que desde entonces ejerció su profesión militar, llegando a los más altos puestos, tanto en él como en el Ejército.

Sin embargo, antes de ejercer como ingeniero militar, en 1742 intervino en la campaña de Piamonte en calidad de cadete del Regimiento Mallorca, integrado en el ejército del infante don Felipe, habiendo entrando en Italia por el Coll d’Agnel. Sin que hubiera finalizado el conflicto regresó a España, donde con fecha de 18 de abril de 1744 recibió el despacho de alférez del Ejército e ingeniero extraordinario, siendo ascendido con fecha de 1 de mayo de ese mismo año al empleo de teniente del Ejército. Inmediatamente fue colocado a las órdenes de Francisco Manuel de Velasco y Estrada, marqués de Pozoblanco, que en aquel entonces ocupaba el cargo de ingeniero general y ello para que le ayudara en varias comisiones consideradas de carácter importante. Aquellos primeros destinos como ingeniero militar se localizaron en la zona costera de Levante y Andalucía, constando que el 28 de abril de 1744 ya había llegado a la ciudad de Málaga con el también ingeniero extraordinario Julián Giraldo, ocupándose de las obras del puerto de dicha ciudad, para el que proyectó varios edificios, entre los que destaca el de la Aduana.

Durante este período ascendió a ingeniero ordinario (2 de noviembre de 1745) y a capitán del Ejército (3 de febrero de 1746), apareciendo en 1747 como ayudante del ingeniero Llovet. Pero en este último año y por una Real Orden de 3 de octubre, fue destinado nuevamente al ejército del infante don Felipe, en el que permaneció hasta el final de la contienda italiana.

A su regreso intervino en la “Nueva carretera de Guadarrama”, dentro del trazado de la carretera de Madrid a La Coruña que se había iniciado en el año 1749. A finales de este mismo año, y mediante una Real Orden de 17 de noviembre de 1749, fue destinado a Cataluña, destino que fue trascendental para su vida privada y profesional, así como también para la historia del arte de aquel Principado, pues durante unos años intervino en importantísimas obras de ingeniería, urbanismo y arquitectura, primero bajo la Capitanía General del marqués de la Mina (1743- 1767) y luego del conde de Ricla (1767-1772).

Por la documentación conservada parece que hizo una carrera meteórica de ascensos, pues el 25 de agosto de 1750 ascendía a ingeniero en segundo y el 21 de marzo de 1753 a ingeniero en jefe y teniente coronel, cumpliendo con ello prácticamente los tiempos mínimos de permanencia en los empleos, según los cómputos que pudo establecer el profesor Horacio Capel en sus estudios sobre los ingenieros militares españoles.

Durante esa etapa acompañó al comandante general del Cuerpo de Ingenieros en la visita y en la elaboración de proyectos de la frontera con Francia en las zonas de Aragón y Cataluña, lo que propició el que en 1753 fuera destinado a la plaza de Figueras, donde tuvo una destacada intervención en la construcción del castillo de San Fernando, aunque sin embargo, aún no está claro hasta dónde llegó ésta, pues existe cierta polémica entre los distintos investigadores que han estudiado el tema. La fortaleza se construyó por iniciativa del marqués de la Mina para oponerlo al baluarte francés de Bellegarde, edificado muy cercano a la frontera, y, aunque no hay datos fehacientes sobre cuál fue la verdadera intervención de Pedro Martín Cermeño en la obra, la idea general es la de que en 1753 presentó las trazas de la fortaleza, llevando a cabo él mismo las obras entre 1753 y 1756, si bien en 1764 se realizaron modificaciones a cargo del ingeniero Juan Caballero, que unidas a algunas otras acometidas durante la misma centuria, terminaron por conferirle la estructura definitiva.

En esa etapa de tres años que van de 1753 a 1756, también tuvo intervenciones de relevancia en reformas urbanísticas y arquitectónicas de la ciudad de Barcelona, algunas de las cuales han sido fundamentales para el posterior desarrollo de ciertos sectores de la población. Así se ocupó de la construcción del baluarte situado entre el Portal del Ángel y la calle Tellers y de las contraguardias del baluarte del Príncipe, en la Ciudadela, si bien su actuación más destacada para el futuro de la ciudad fue el diseño del barrio de la Barceloneta, también atribuido por algunos investigadores a su padre, Juan Martín Cermeño. Comenzado a construir en 1753 para alojar a la población desplazada a causa de la construcción de la Ciudadela, este barrio, dispuesto junto al puerto, entre la puerta del Mar y la Linterna, se debió al impulso del marqués de la Mina, diseñándolo Martín Cermeño sobre una superficie rectangular y una distribución de calles de tipo ortogonal, con quince manzanas a lo largo y nueve a lo ancho, con dos plazas, la de Boteros y la de San Miguel, levantándose en esta última la iglesia de San Miguel del Puerto, también diseñada por Pedro Martín Cermeño y construida entre 1753 y 1755 por Damián Rivas.

Toda la actuación de la Barceloneta es una muestra palpable de los conocimientos arquitectónicos y urbanísticos de Martín Cermeño, y así, por ejemplo, la iglesia se adapta en su interior al esquema llamado de salón, de tres naves a la misma altura, muy característico de la tradición arquitectónica catalana, mientras que el exterior sigue la composición propia de las fachadas de las iglesias barrocas italianas, según el modelo derivado de la iglesia del Gesù de Roma.

Además de esta iglesia, Martín Cermeño dio las trazas para las casas del barrio y los planos para un cuartel que allí habría de levantarse, todo ello concebido bajo la estética clasicista que se estaba imponiendo en los círculos artísticos y a la que los ingenieros militares se adaptaron perfectamente, pues por la tradicional sobriedad de la arquitectura castrense, estaban especialmente predispuestos a ella.

Mientras permanecía en Cataluña realizando esta interesante actividad, en 1755 solicitó la concesión del hábito de una Orden Militar, para lo que adujo, además de sus propios méritos, los de sus abuelos, hermano y padre, que habían servido con total lealtad al Rey, incluso entregando algunos sus propias vidas.

De la consideración de que gozaba el ingeniero militar son testimonio las instrucciones que dio del Rey a Martín de Lezeta para que se le otorgara la merced que pedía, “sin exceptuar la de Santiago”, concediéndosele finalmente el hábito de la Orden de Alcántara.

En 1756, y por una Real Orden de 23 de marzo, Pedro Martín Cermeño recibía el ascenso a ingeniero director y coronel, quedando al mando de la Dirección de Ingenieros de Barcelona, prosiguiendo desde ese puesto su intensa actividad en la realización de nuevos proyectos para la mejora de la ciudad en los campos militar y civil. Entre las obras que proyectó en este período cabe destacar en 1758 un cuartel de caballería a levantar junto a la Real Academia de Matemáticas y algunas otras para la fortificación de la ciudad.

En ese mismo año de 1758 hay otra circunstancia en la vida de Pedro Martín Cermeño, realmente interesante, por cuanto refleja mucho de su personalidad así como de las condiciones sociales en las que se movían los ingenieros militares de la segunda mitad del siglo xviii. Es ésta la solicitud que formuló el 11 de febrero de ese mencionado año de 1758 para que se le concediera una gratificación por lo mucho que tenía que viajar por toda Cataluña para comprobar el estado de los edificios y las obras a su cargo, especialmente las de la fortaleza de San Fernando en Figueras, quejándose de que no le llegaba el sueldo para sufragar tales gastos extraordinarios.

Al año siguiente volvía a ser destinado a Figueras, donde en 1760 intervino de nuevo en el castillo, dando las trazas de la capilla. También en este año tuvo otra destacada actuación en otra importante obra arquitectónica catalana, como fue la firma de los planos de la catedral nueva de Lérida, ya en un estilo puramente neoclásico. Sin embargo, estas obras no comenzaron hasta 1764, haciéndolo además, por orden del propio rey Carlos III, patrocinador de la obra, bajo la dirección de Francisco Sabatini. De todas formas, el interior del edificio sigue más directamente las trazas de Pedro Martín Cermeño, disponiéndose con tres naves con capillas laterales y cabecera con girola, estando resuelta la separación entre las naves por medio de pilares con pilastras corintias acanaladas y una sección de entablamento sobre ellas. Por contra, la fachada tiene una mayor intervención de Sabatini y el arquitecto Josep Prat, resultando más sencilla y menos esbelta que la que había diseñado Martín Cermeño.

También en Cataluña, pero en el terreno de las infraestructuras, en 1761 trazó en colaboración con el también ingeniero militar Carlos Saliquet, el camino de Barcelona a Lérida, e igualmente dio los planos del puente de Molins de Rei. En ese mismo año Pedro Martín Cermeño fue destinado a Cartagena, tras haber permanecido muchos años en Cataluña, desarrollando, desde los distintos puestos que ocupó, una intensa y fructífera etapa constructiva, tanto en el terreno de la arquitectura militar, como, sobre todo, en el de la religiosa y civil, e incluso del urbanismo.

Por diversas circunstancias, el año de 1762 fue verdaderamente importante en la vida de Pedro Martín Cermeño. Casi a comienzos, el 6 de febrero, solicitaba que se le concediera la merced de otorgársele la encomienda de septeno en la Orden de Calatrava, pasando en ese mismo mes a un nuevo destino en el ejército de Castilla. Con tal destino, las circunstancias políticas que en el mes de junio llevaron al Gobierno español a declarar la guerra a Portugal, la llamada “Guerra Fantástica”, hizo que interviniera en ella con el empleo de cuartel maestre general y comandante de los ingenieros que participaron en la contienda, dirigiendo él mismo el sitio de la plaza de Almeida (distrito de Guarda). Durante esta campaña tuvo enfrentamientos personales con el también ingeniero militar de origen francés, Carlos Lemaur, con el que tanto él, como su padre, Juan Martín Cermeño, estuvieron continuamente enemistados, probablemente por el trato de favor y prebendas con que llegó el francés, pasando por delante de los ingenieros españoles.

En ese mismo año, por una Real Orden de 5 de octubre era ascendido a brigadier de Infantería, permaneciendo en Castilla hasta que una Real Orden de 16 de diciembre lo destinaba nuevamente a Cataluña.

Ya en Cataluña intervino en la restauración del puente del Diablo, en Martorell, si bien en el año de 1763, y estando en Barcelona, se le ordenó trasladarse en comisión a Cádiz, donde realizó el proyecto de una parte del recinto de la ciudad y de la Casa de la Aduana y Contratación, pasando posteriormente a Castilla la Nueva y Extremadura, hasta que por una Real Orden de 9 de agosto de 1764 se le volvía a destinar a Cataluña.

En ese año de 1764 volvió a solicitar la concesión de una encomienda de las órdenes militares, lo que pedía en virtud a sus méritos y por los gastos que había tenido que afrontar durante la construcción del baluarte de San Fernando de Figueras, sin que hubiera recibido ninguna gratificación por ello, habiendo tenido incluso que correr él mismo con los gastos que suponía el paso por el lugar de los embajadores generales y de otras altas personalidades. Por fin, el 29 de agosto de 1764 se le concedía la encomienda de Villafamés, en la Orden de Montesa, que estaba vacante por el fallecimiento de Fernando Laville y pensionada ya en la tercera parte de su valor a favor de Carlos Barón de Aix.

En noviembre de 1765 una Real Orden le ordenaba trasladarse a Valencia, donde recibió instrucciones del conde de Aranda, que le llevaron a pasar inmediatamente a Cartagena, donde debería acometer las obras de fortificación de aquella plaza, que cada vez adquiría más relevancia militar desde que a mediados de 1728 había sido designada como capital del departamento marítimo del Mediterráneo, lo que suponía tener que realizar numerosas obras para mejorar y acondicionar el puerto, el Arsenal y las defensas costeras.

Fruto de ese encargo fue la redacción del Extracto de noticias militares correspondientes a Cartagena desde su fundación, su descripción y algunas reflexiones conducentes a formar el trayecto de fortificar esta plaza: Procede a la resolución de S. M. y la instrucción del Capitán General Conde de Aranda. Pedro Martín Cermeño elaboró así un detallado planteamiento de fortificación que cerraba totalmente el perímetro de la plaza mediante unas murallas y una serie de fortalezas comunicadas entre sí, como fueron los castillos de Galeras, Atalaya, de los Moros y de San Julián, siendo éste el último en construirse, ya bastante tiempo después, pues lo fue en la segunda mitad del siglo xix, entre 1861 y 1883.

Tras esa etapa cartagenera, en el año 1768 sustituyó a su padre, el ingeniero general Juan Martín Cermeño, como miembro de la Junta de Reales Ordenanzas.

Por otra parte, en ese mismo año recibió un importante reconocimiento a los méritos que como urbanista y arquitecto había ido demostrando en su trayectoria profesional, cuando fue nombrado individuo de honor y mérito en Arquitectura por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Esta institución, al año siguiente, y merced a su valía y experiencia, le solicitó, junto al marqués de Villafranca, un juicio en la polémica suscitada entre Diego de Villanueva y Ventura Rodríguez a causa de las obras de San Francisco el Grande de Madrid; por esta actuación, en 1770 fue designado consiliario de la Academia.

En este último año de 1770, el día 1 de abril recibía el ascenso a mariscal de campo, y en tal condición, en el mes de octubre fue destinado a Mallorca como segundo comandante general, firmando en el año un proyecto de fortificación de la isla.

De todas formas, el año anterior, y con fecha de 8 de mayo, Martín Cermeño había pasado de Mallorca a Cataluña, donde se encargó de distintas obras de fortificación e infraestructuras propiciadas por el conde de Ricla, capitán general de Cataluña entre los años de 1767 y 1772. En el último año del mandato de éste, Martín Cermeño firmó otra obra urbanística de enorme trascendencia para la Ciudad Condal, como fue el trazado de las nuevas Ramblas, a las que concibió como una zona de paseo agradable, con arboleda y edificios perfectamente alineados, todo lo cual debería ennoblecer a la ciudad entera.

Pero en ese mismo año de 1772 fue destinado a Madrid, donde en 1773 ocupó el cargo de ingeniero general con carácter interino, en sustitución, por fallecimiento, de su propio padre, Juan Martín Cermeño.

Estuvo ocupando este puesto hasta comienzos del año 1774, en que fue nombrado capitán general y gobernador del reino de Galicia, si bien este último cargo también lo desempeñó por un breve tiempo de tan sólo unos meses, ya que en el mes de octubre fue requerido para regresar a Madrid.

Por razón del cargo de capitán general y gobernador del reino de Galicia que se le había encomendado, con fecha de 18 de enero de 1774 solicitó ser ascendido al empleo de teniente general, pues el sueldo de mariscal de campo le era insuficiente, ya que había de “mantener una indispensable decencia a vista de la Real Audiencia y de un Departamento tan lucido como el de Marina del Ferrol”, justificando además su petición en el hecho de que anteriormente había ocurrido lo mismo con el marqués de Castremañas.

La estancia en Galicia en esta etapa fue breve, pero suficiente para hacer un diseño de fortificación de la ciudad de La Coruña, en el que proponía reforzar el frente de tierra en el barrio de la Pescadería y dar a la ciudad alta el carácter de ciudadela. Aquel proyecto llegó a comenzarse, aunque no se completó, habiéndose encontrado recientemente en la zona de La Maestranza restos de lo entonces construido.

En 1779 volvió a ser nombrado capitán general y gobernador del reino de Galicia, cargo en el que ya permaneció hasta el año 1790.

Desde ese puesto desarrolló una frenética tarea de modernización de la ciudad de La Coruña, tratando de adaptarla a las ideas ilustradas, tan ajenas a lo que en aquel entonces era la capital de Galicia, una ciudad sucia y con un urbanismo pobrísimo y atrasadísimo en conceptos de higiene, salubridad y comodidad para sus habitantes. Sin duda, gracias a la tarea que emprendió Pedro Martín Cermeño, la ciudad comenzó a adecuarse al importante papel que en el siglo xviii se le había conferido con la ubicación de la Gobernación del reino, la Capitanía General, la Real Audiencia, la Intendencia, las Juntas del reino de Galicia y los Reales Correos Marítimos.

En ese sentido, y tras una consulta hecha el 27 de abril de 1779 por el Concejo de la ciudad para conocer el parecer del capitán general acerca de las nuevas Casas Consistoriales, que diseñadas por Ventura Rodríguez se levantarían en la plaza de la Harina, Pedro Martín Cermeño realizó un proyecto de regularización de aquel espacio para poder destinarlo además a mercado semanal. Este proyecto fue firmado en fecha 19 de mayo de 1779 y en él remarcaba el valor representativo de los dos edificios que en ella se alzarían, el palacio del gobernador-capitán general, obra de 1748 con planos del ingeniero militar Juan Vergel, y el Ayuntamiento, diseñado por Ventura Rodríguez; los otros lados de la plaza se cerrarían con casas particulares que tendrían soportales en la planta baja. Sin embargo el proyecto no se llevó a cabo, ya que no fue aprobado por el Consejo de Castilla, que estimó que los gastos que supondría la obra serían enormes, así como muchas las incomodidades a los vecinos que tendrían que reconvertir las fachadas de sus viviendas.

De todos modos, las propuestas planteadas no dejan de ser un magnífico testimonio de los conceptos urbanísticos ilustrados de Pedro Martín Cermeño.

El talante inquieto e innovador de Martín Cermeño le llevó a hacer otra muy interesante propuesta para el urbanismo de una parte importante de la ciudad de La Coruña. Presentó el día 5 de junio de 1779 una idea con la que se mejoraría el aspecto de una zona de la ciudad, al tiempo que podría remediarse en algo el problema de la escasez de viviendas de que adolecía la urbe. Para ello sugería que se levantaran casas en el amplio espacio de tierras que se habían ganado al mar para formar el nuevo puerto, desde la esquina del Cantón Grande hasta la iglesia de San Jorge. La construcción de estos edificios determinaría un paseo marítimo y una nueva calle que abocarían a un nuevo espacio central que constituiría la plaza de la Aduana, abierta al mar y presidida por el edificio de la Aduana. Por otra parte, Martín Cermeño también determinaba el tipo de fachada para las nuevas construcciones, que estaría marcado por una estética clasicista y noble, toda ella de corte francés. En este caso el proyecto fue aprobado casi inmediatamente, en el mes de julio, por el Consejo de Castilla.

Las viviendas fueron levantadas entre 1779 y 1785 por gentes acaudaladas de la ciudad y recibieron el nombre de “Casas de Paredes”, según parece por el segundo apellido de Pedro Martín Cermeño y García de Paredes, constituyendo gran parte de la conocida Marina coruñesa.

Especial interés para comprender el carácter emprendedor e ilustrado de Martín Cermeño es el hecho de que, en el mes de agosto de 1779, solicitó al Concejo de La Coruña la concesión de una extensión de terreno en la zona del puente del arroyo de Monelos, para instalar allí una granja que sirviera de modelo de experiencias agrícolas. Concedido el terreno, llevó a cabo sus propósitos, conociéndose aquel lugar como la “Huerta del General”, la cual en el siglo xix fue adquirida por el Estado para convertirla en Granja Experimental y Agrícola.

En el mes de diciembre del año 1779 se produjo un hecho más bien curioso en la biografía de Pedro Martín Cermeño, como fue el encuentro fortuito con el futuro presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, John Adams. Éste acudía a París como embajador extraordinario de las colonias alzadas en guerra contra Inglaterra, sufriendo el barco que lo transportaba una vía de agua que le obligó a atracar en el puerto de La Coruña. Durante los quince días que hubo de permanecer en la ciudad recibió toda clase de atenciones del capitán general y gobernador, lo que Adams relató agradecidamente en sus memorias.

Con una edad ya avanzada, a comienzos del año 1781 contrajo matrimonio con María del Carmen Cisneros y Ulloa, hija de Juan Antonio Cisneros y Castro, primer conde de Gimonde, residente en Santiago de Compostela.

Un año más tarde se fundaba en la ciudad de La Coruña, mediante un Real Decreto, la Junta Nacional de Caminos, designándose a Pedro Martín Cermeño como su presidente, puesto desde el que se encargó de la mejora de los caminos de La Coruña a Betanzos y a Santiago de Compostela, obras que, sin embargo, no dirigió él personalmente, sino que lo hizo Antonio Cándido García de Quiñones.

El 10 de diciembre del mismo año de 1782 firmaba otro interesante proyecto urbanístico que deja patente la valía de Martín Cermeño en este campo. Fue éste destinado a la ciudad de Santiago de Compostela con el fin de regularizar el entonces conocido como Campo de Santa Susana, la actual Alameda, espacio que con el tiempo se convertiría en especialmente importante en la vida de la ciudad. En enero de 1783 se presentaron los planos del proyecto con la aprobación del Rey.

El encargo debió llegarle a través de su cuñado, Pedro Cisneros y Ulloa, entonces síndico encargado de las obras municipales de la ciudad compostelana, que tenía la intención de levantar viviendas en aquel terreno, situado entonces extramuros de la ciudad y que acababa de ser revalorizado con la terminación de la carretera que se dirigía hacia Padrón y Pontevedra.

Para ese conjunto, en forma de gran plaza abierta a la carretera, a la que quedaba vinculada, diseñó un tipo de viviendas muy semejantes a las que anteriormente había concebido para las llamadas “Casas de Paredes” de La Coruña, todo ello en perfecta sintonía con los ideales estéticos entonces imperantes entre los ingenieros militares.

En el año 1790 cesó en el cargo de gobernador y capitán general del reino de Galicia y el 23 de mayo de 1792 fallecía como consecuencia de una caída de caballo tras haber realizado una completa carrera militar y una muy interesante e intensa actividad como urbanista y arquitecto en distintas tierras de España, aunque con una singular importancia en Cataluña y Galicia.

 

Bibl.: E. Llaguno y J. A. Ceán Bermúdez, Noticia de los Arquitectos y Arquitectura en España desde su restauración, Madrid, 1829; M. López y R. Grau, “Barcelona entre el urbanismo barroco y la revolución industrial”, en Cuadernos de Arquitectura y Urbanismo, n.º 80 (1971); M. Tatjer Mir, La Barceloneta del siglo XVIII al plan de la Ribera, Barcelona, Los libros de la Frontera, 1973; F. Fontbona, “Cermeño, Pedro Martín”, en Gran Enciclopedia Catalana, t. V, Barcelona, 1983; H. Capel et al., Los ingenieros militares en España. Siglo XVIII. Repertorio biográfico e inventario de su labor científica, Barcelona, Ediciones de la Universidad, 1983; J. Camón Aznar, J. L. Morales y Marín y E. Valdivielso González, Arte español del siglo XVIII, en J. Pijoán (dir.), Summa Artis: Historia General del Arte, vol. XXVII, Madrid, Espasa Calpe, 1984; A. Vigo Trasancos, “Las Casas de Paredes: un ejemplo de decoro urbano dieciochesco en el puerto de La Coruña”, en Cuadernos de Estudios Gallegos, XXXVI (1986), págs. 209-223; C. Sambricio, Territorio y ciudad en la España de la Ilustración, Madrid, Ministerio de Obras Públicas y Transportes, 1991; F. Vila, La catedral de Lleida, Lérida, 1991; M. S. Ortega Romero, “Reformas urbanísticas en la Compostela neoclásica: El proyecto de Cermeño para la plaza de Santa Susana”, en X. Fernández Fernández (coord.), Experiencia y presencia neoclásicas, La Coruña, Universidad, 1994, págs. 143-152; A. Vigo Trasancos, “El capitán general Pedro Martín Cermeño (1779-1790) y el Reino de Galicia. Poder, arquitectura y ciudad”, en Semata, n.º 10 (1998), págs. 171-202.

 

Jesús Cantera Montenegro

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