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Agustín Mejía

Biografía

Mejía, Agustín. Peralejos de Abajo (Salamanca), 1555 – Madrid, 10.III.1629. Militar y político.

Agustín Mejía era el hijo menor de Gonzalo Mejía Carrillo, señor de la Guardia y de Santofimia, nombrado I marqués de la Guardia por Felipe II en 1566.

Aprendió su oficio a las órdenes de los principales capitanes de fragata del reinado de Felipe II. Inició su carrera pasando una década en la casa de Juan de Austria, sirviendo primero como paje y luego como gentilhombre de cámara. Bajo la tutela del príncipe, conoció la acción en la batalla de Lepanto (1571) y la batalla de Navarino (1572), y en la captura de Túnez (1573). Cuando don Juan fue nombrado gobernador general de los Países Bajos, Mejía lo acompañó y entre los años 1576 y 1578 tuvo su primera experiencia dirigiendo las tropas como capitán de Infantería. Tras la muerte del príncipe en 1578, estuvo durante breve espacio de tiempo a las órdenes de Alejandro Farnesio, antes de que éste regresase a España en 1579 para solicitar a Felipe II refuerzos para la armada de Flandes.

Llegó a España a tiempo para que se le encomendase dirigir el ejército del duque de Alba en la conquista de Portugal.

Su amplia experiencia tuvo reconocimiento el 29 de mayo de 1586, cuando Felipe II le nombró maestre de campo del tercio reunido en Andalucía para la empresa de Inglaterra. Jugó un papel decisivo en la organización de la Infantería y de las provisiones para la expedición. Antes incluso de que la armada se hiciese a la mar, Mejía y su tercio sufrieron graves pérdidas debidas a enfermedades, y su barco, el San Luis, se vio envuelto en las batallas más brutales de la campaña. Sirvió poco tiempo en la Armada del Mar Océano, hasta que en agosto de 1591 recibió la orden de preparar un tercio para servir a las órdenes de Alonso de Vargas en la invasión del reino de Aragón.

Coincidió de nuevo con Francisco de Bobadilla, con quien había mantenido una tensa relación durante la empresa de Inglaterra. Sobre su tercio recayó el honor de encabezar la entrada en Zaragoza, pero su relación con Bobadilla empeoró por las críticas que éste realizó sobre el comportamiento del ejército en Zaragoza. Su relación continuó siendo tensa y crispada.

En 1593 Mejía regresó a los Países Bajos y permaneció allí hasta el final de la década como maestre de campo. Destacó en el asedio de Cambrai y fue nombrado gobernador de la ciudad tras su rendición en 1595. También fue por poco tiempo castellano de Amberes. Fue confidente del archiduque Alberto, gobernador de los Países Bajos, y sirvió a las órdenes de Ambrosio Spínola en el asedio de Ostende (1603-1604). Se ganó la buena opinión de Baltasar de Zúñiga, embajador en los Países Bajos: “Es persona de quien se puede hazer mucho caudal para qualquier Cosa grande” (British Library, Egerton 2079, fol. 241). Después regresó a España como uno de los más experimentados y veteranos soldados de la generación dorada española, un hombre con un profundo conocimiento de todos los aspectos de la guerra contemporánea.

Trajo con él, también, el profundo y firme propósito de conseguir una buena situación en los Países Bajos.

La elite militar castellana compartía con Zúñiga su buena opinión sobre Mejía, y, cuando el archiduque Alberto propuso nombrar a Spínola maestre de campo general de la Armada de Flandes, los efectivos militares castellanos propusieron el nombramiento de Mejía para el cargo. En principio, su candidatura era la favorita, pero la amenaza de dimisión de Spínola en caso de no ser elegido era demasiado convincente, puesto que gran parte de los recursos económicos de la armada de Flandes procedían de Spínola.

A Mejía se le denegó el puesto y se le nombró visitador general de las fronteras de España y consejero de Guerra. No volvió a abandonar la Península, y desde 1605 hasta su muerte destacó, como consejero de Guerra, por sus servicios a la Corona en el corazón del Gobierno.

El alto el fuego de 1607 en los Países Bajos permitió a la Corona centrarse en los problemas que habían surgido en España por la presencia de la comunidad morisca, y en julio de 1608 Mejía fue convocado a una reunión en Segovia, donde se recomendó a Felipe III la expulsión de los moriscos. Se le encargó la supervisión de la primera —y más importante— de las expulsiones, la del reino de Valencia. El 30 de septiembre de 1609 partieron desde el puerto de Denia los primeros barcos que transportaron a los moriscos hasta África. Con un engaño cruel pensado para mitigar la resistencia armada a la expulsión, se animó a los moriscos a que escribiesen a sus familiares para difundir entre sus correligionarios una alabanza de Mejía como agente de su liberación, expresando en sus cartas que Mejía debería ser conocido en adelante como Mesía, su Mesías. Sin embargo, cuando empezó a surgir la oposición hacia finales de año en la Muela de Cortes, Mejía la reprimió sin piedad. Hacia finales de 1609 Mejía había hecho embarcar desde Valencia a unos ciento veinte mil moriscos, alrededor de un tercio de la población del reino. El 17 de abril de 1610 se le encomendó la supervisión de la expulsión de los moriscos de Aragón y Cataluña. En reconocimiento a sus servicios se le nombró miembro del Consejo de Estado, cargo que juró el 26 de marzo de 1611. Era un honor poco común para un soldado profesional que carecía de origen aristocrático, pero su eficacia en la expulsión de los moriscos le ensalzó ante Felipe III.

Aunque no sentía especial atracción por la vida de la corte, Mejía supo aprovechar la oportunidad que le brindaba su condición de consejero de Estado. Asistió a novecientas doce reuniones entre los años 1611 y 1629, destacando en especial su asistencia al Consejo entre 1613 y 1623, años en los que participó en setecientas veinticinco reuniones de un total de ochocientas veintiocho. Al principio, Mejía estableció una inestable alianza con Pedro de Toledo, V marqués de Villafranca (que casualmente juró su cargo el mismo día que Mejía). Con la determinación de hacer volver a España a una política más agresiva, los dos hombres trataron sistemáticamente y a la menor oportunidad de romper la tregua con las Provincias Unidas. En 1614, por ejemplo, Mejía expuso que era preferible poner fin a la tregua que arriesgarse a perder el ducado de Jülich-Cleves (que sería de importancia estratégica para movilizar a las tropas hasta los Países Bajos, en caso de que se iniciase de nuevo la guerra).

Sin embargo, con el fin de retomar el enfrentamiento en los Países Bajos, Mejía quiso restablecer la antigua política española de paz con Inglaterra, de manera que la comunicación marítima con los Países Bajos se hiciese más segura. Sus experiencias en 1588 con la empresa de Inglaterra probablemente habían dejado huella. La contribución de Mejía en la mesa del Consejo obtuvo el apoyo del propio Lerma, lo que suponía un logro bastante significativo para un discordante imperialista.

Felipe III murió en 1621, tan sólo unos días antes de que la tregua llegase a su fin, y Mejía estuvo incluido en el grupo de militares veteranos que hicieron valer sus méritos con el acceso al trono de Felipe IV. Se convirtió en confidente de dos de los nuevos líderes de la corte: Baltasar de Zúñiga y Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, y como prueba de su confianza hacia él, se le encomendó la detención del duque de Osuna (7 de abril de 1621). Ocho días después fue recompensado con su nombramiento como gentilhombre de la cámara del Rey y se le otorgó, además, el arrendamiento de los Alcázares y Casas Reales que habían estado en manos del duque de Uceda, hijo del duque de Lerma.

Tras la muerte de Zúñiga en 1622, Mejía jugó un papel importante en la consolidación del poder de Olivares. Junto con el marqués de Montesclaros y Fernando de Girón, formó parte del triunvirato que ejercía nominalmente la autoridad, mientras Olivares asentaba con discreción la base de su poder. Mejía apoyó sin reservas al nuevo privado del Rey, tanto en su política interior como exterior, y jugó un papel fundamental no sólo en el desarrollo de la guerra en los Países Bajos, sino también en el intento de formar un auténtico ejército nacional constituido por unidades procedentes de todos las reinos de la Monarquía, conocido como la Unión de Armas (1624-1625). Estuvo dispuesto, incluso, a volver a la acción. En 1625 fue nombrado almirante de la flota castellana en la defensa de Cádiz contra los ingleses, y, cuando Olivares comenzó a proyectar con entusiasmo una armada contra Irlanda, le encomendó a Mejía la organización de la Infantería para la expedición.

Los brillantes éxitos de las fuerzas españolas en 1625 se consiguieron a un alto precio y Mejía, junto con otros veteranos de Flandes en el Consejo de Estado, se vieron obligados a informar a Felipe IV y a Olivares de que la empresa había fracasado y a recomendar que se negociase de nuevo una tregua. Mejía vio en los desastres que se produjeron entre 1627 y 1629 el derrumbamiento de las esperanzas de su vida. Continuó asistiendo al Consejo de Estado hasta quince días antes de su fallecimiento. En su lecho de muerte, Felipe IV le anunció generosamente la concesión del título de Grande de España, le otorgó 3000 ducados de renta durante treinta años y 12.000 ducados como ayuda de costa. Supuso un final extraordinario para una carrera fuera de lo común.

 

Bibl.: B. de Zúñiga, Untitled and unaddressed appraisal of leading soldiers in the Low Countries (British Library Manuscripts, Egerton 2079, fol. 241); D. de la Mota, Libro del principio de la órden de la Cavallería de S. Tiago del Espada, Valencia, en casa de Aluaro Franco, 1599; A. López de Haro, Nobiliario Genealógico de los Reyes y Títulos de España, vol. II, Madrid, Luis Sánchez, 1622, pág. 363; G. González de Ávila, Teatro de las grandezas de la villa de Madrid, Corte de los reyes católicos de España, Madrid, por Thomas Iunti, 1623; M. de Novoa, “Historia de Felipe IV, rey de España”, en Colección de documentos inéditos para la historia de España, 1876- 1886, n.os 69, 77, 80 y 86; C. Fernández Duro, Armada española, Madrid, Est. Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1895-1903; A. Rodríguez Villa, Ambrosio Spínola, primer Marqués de los Balbases. Ensayo biográfico, Madrid, Fortanet, 1904; E. Herrera y Oria, La Armada Invencible. Documentos procedentes del Archivo General de Simancas, Valladolid, Voluntad, 1929; L. de Salazar y Castro, Los Comendadores de la Orden de Santiago, Madrid, Patronato de la Biblioteca Nacional, 1942-1949, 2 vols.; I. A. A. Thompson, War and Government in Habsburg Spain 1560-1620, London, Athlone Press, 1976; J. H. Elliott, The Count-Duke of Olivares. The Statesman in an Age of Decline, New Haven-London, Yale University Press, 1986; J. Calvar Gross et al. (eds.), La Batalla del Mar Océano: corpus documental de las hostilidades entre España e Inglaterra (1568-1604), Madrid, Ministerio de Defensa, Armada Española, Instituto de Historia y Cultura Naval, 1988; M. Gracia Rivas, La Sanidad en la Jornada de Inglaterra (1587-1588), Madrid, Editorial Naval, 1990; G. Gascón de Torquemada, Gaçeta y Nuevas de la Corte de España desde el año 1600 en adelante, Madrid, Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, 1991; E. Jarque Martínez, Juan de Lanuza Justicia de Aragon, Zaragoza, Diputación General de Aragón, Departamento de Cultura y Educación, 1991; P. Boronat y Barrachina, Los moriscos españoles y su expulsión, Granada, Librerías París-Valencia, 1992; M. Gracia Rivas, La “Invasion” de Aragón en 1591. Una solución militar a las alteraciones del Reino, Zaragoza, Departamento de Cultura y Educación, 1992; L. Cabrera de Córdoba, Relaciones de las cosas sucedidas en la corte de España desde 1599 hasta 1614, Salamanca, Consejería de Educación y Cultura, 1997; L. Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, Rey de España, Madrid, Consejería de Educación y Cultura, 1998, 3 vols.; A. de Almansa y Mendoza, Obra periodística. Andrés de Almansa y Mendoza, ed. de H. Ettinghausen y M. Borrego, Madrid, Castalia, 2001; P. Williams, The great favourite The duke of Lerma and the court and government of Philip III of Spain 1598-1621, Manchester, University Press, 2006.

 

Patrick Williams