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Julián Settier y Aguilar

Biografía

Settier y Aguilar, Julián. Venator. Valencia, 29.II.1852 – ¿Madrid?, c. 1912. Político, periodista, escritor cinegético, cazador.

El apellido Settier apareció en Valencia en la década de 1820 cuando Baltasar Settier Gobetto, un ciudadano turinés, se asentó en la ciudad y puso una modesta sombrerería, cuyo negocio acrecentó hasta abrir veinte años más tarde una fábrica de sombreros. Esa prosperidad tendría también su traslado en el ámbito social y político, llegando este personaje a presidir la Comisión de Industria e ingresar en la Sociedad Económica, también lo hicieron sus hijos y a partir de entonces el apellido Settier fue constante entre los concejales del Ayuntamiento de Valencia bajo el mandato de la Unión Liberal.

Como paradigma del progreso de esta familia, Julián Settier pudo estudiar Leyes en la Universidad Central de Madrid. Tras concluir la carrera, permaneció en la Corte y con veintidós años entró de pasante en el despacho de Manuel Dánvila y Collado, futuro ministro de la Gobernación que había sido concejal y teniente de alcalde de Valencia y después una importante figura dentro del periodismo conservador durante la I República española. No se dejó seducir Settier por el mundo jurídico y tras ganar en el Tribunal Supremo el único pleito que llevó en su vida, se decantó por el periodismo. Durante un tiempo, escribió las crónicas de política en El Imparcial hasta que Dánvila, que sabía de su afición cinegética, le invitó a acompañarle a su primera montería, en el Castillo de Viñuelas, antiguo cazadero real que había comprado el marqués de Campos, que congregó a los principales políticos de la Restauración: Romero Robledo, Cánovas del Castillo, Duque de la Torre, Castelar y al propio Dánvila. De gran ingenio y una amena conversación, a pesar de su juventud, no pasó desapercibido Settier, prolífico a partir de entonces en las monterías o reuniones hípicas o en comidas campestres o cualesquiera otras celebraciones de la sociedad madrileña.

Nativo de una tierra donde la caza se sobreponía a cualquier otro deporte, Settier se inició “en la alegre ciencia a la que San Huberto y San Eustaquio sirven de patrones” desde los doce años que tuvo el privilegio de poseer una escopeta que había pertenecido al rey Carlos IV y dotado de una pluma fácil se aventuró en diciembre de 1876 a fundar y dirigir la revista El Campo, revista quincenal que pretendía hacer accesible y atrayente la agricultura, la caza y el mundo rural a la burguesía, y que a la postre resultó ser la más importante publicación deportiva del último cuarto del siglo xix, a la que acudían los aficionados a las carreras de caballos, equitación, esgrima, velocípedos o ajedrez, que junto con la caza constituían el deporte en boga de la época. De hecho, en el terreno de la escopeta fue el documento más fiel del estilo venatorio del reinado de Alfonso XII y después de la Regencia.

Compaginó su redacción en El Imparcial con sus relatos cinegéticos, describiendo exhaustivamente técnicas de caza y la fauna y la flora de distintos espacios de España en una época en que el cazador lo era de verdad por la agreste y difícil de la geografía española así como de algunas heroicas expediciones fuera de la Península. Biografió a destacados cazadores o eruditos de la caza como don Juan Manuel y el rey Alfonso XI o José Gutiérrez de la Vega y Antonio Covarsí, que pone al mismo nivel de Carams, un labrador de Benifayó con quien cazó por los cañaverales de La Albufera, o perreros como el tío Pepe Matavenaos, Bocaancha, El Cucón o Juan Manuel El Serreño, e incluso personifica a los perros, hasta el punto de justificar que este último personaje quisiera hacer testigo de su boda a los perros de la rehala. También El Campo recoge polémicas cinegéticas como las sostenidas entre el barón de Cortes, Francisco Martí de Veses Paco Veses y José María Soriano, y se plantearon problemas aún de actualidad respecto de la veda, de los cotos y vedados, o la Ley de caza, y se promovió la enseñanza de la caza con respeto y sobre todo de conservación de la naturaleza y de las especies, no matando sin razón ni provecho.

En 1886 ingresó en el Ateneo de Madrid. Un año más tarde, nuevamente de la mano de Manuel Dánvila, conoció las Tablas de Daimiel. Su explotación cinegética había visto su época dorada después de una tirada de ánades a la que había concurrido el rey Alfonso XII, pero para entonces estaba en clara decadencia por lo costoso física y económicamente y además porque habían comenzado a proliferar criminales y bandoleros por los Montes de Toledo. Pese a todo, Settier reconoció enseguida su Albufera en este paraje manchego y compró el cazadero de “Las Charcas” y se aventuró a crear una sociedad, haciendo resurgir este paraíso cinegético con buen gobierno y administración.

Tirador certero, que asombraba a cuantos le vieron apuntar, pues su maestría en los tiros iba acompañada de un perfecto conocimiento de las querencias y de los diferentes vuelos de las aves, preferentemente de las acuáticas y en concreto de las ánades —abundantes como en ningún otro lado en las rastrojeras del arroz en el estuario del Júcar—, fue en Daimiel donde gozó de la caza con los cinco sentidos a un tiempo.

Miembro del Partido Liberal, en 1888 decidió acelerar su carrera política, primero como diputado a Cortes por Chiva, cuando obtuvo el escaño en la elección parcial de 1888, celebrada para suplir la vacante de Cayetano Pineda Santa Cruz que había sido designado gobernador de Tarragona. Contrajo matrimonio con Ramona Miracle en Valencia el 7 de julio de ese año y paulatinamente fue dejando de frecuentar la sociedad madrileña para entregarse a la vida familiar, máxime después de tener a su hija María en abril de 1891, que compaginó con su carrera política y periodística y la caza acuática. Como escritor cinegético, plasmó numerosos relatos de las cacerías acuáticas de las Tablas de Daimiel.

En 1890 fue nombrado por la Reina regente para representar a España en el Congreso Internacional de Penitenciaría que se celebró en Rusia. A mediados de diciembre de 1892, abandonó la publicación de El Campo al ser nombrado gobernador de Canarias. En julio de 1893, fue nombrado gobernador de Tarragona y, en enero de 1894, de Murcia. Permaneció en este cargo hasta fin del siglo, desde el cual trató de erradicar las malas condiciones en los asilos y orfanatos y combatió duramente el anarquismo y arengó en 1898 para entrar en guerra contra los norteamericanos.

En 1900, no encontrándose bien de los bronquios y siendo más benigno el clima levantino, vendió el cazadero manchego al marqués de Perinat, dejó su casa en Madrid y se trasladó con su familia a su Valencia natal. A pesar de lo cual continuó colaborando con El Imparcial y otros periódicos madrileños como El Liberal o La Correspondencia de España, mientras que en El Mundo creó una sección deportiva que gozó del favor del público. Precisamente leyendo un artículo venatorio en este último periódico, Cristóbal Domingo, su víctima en el único caso que había defendido y ganó Settier, con intención de congraciarse y poner paz después de tantos años, le ofreció el cazadero de Las Granjas, cercano a Cella, en la Serranía de Albarracín, que resultó un verdadero paraíso de codornices, becacinas, chochas, perdices y conejos.

Esta fase venatoria de Settier, de caza menor, su favorita, coincide con una etapa más sosegada políticamente en la que los liberales se habían pasado en bloque al Partido Conservador y que dio paso al Gobierno Largo de Maura y en la que como hecho más destacado colaboró en pos de la cinegética con Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa de Asturias en el estudio, crítica, examen, redacción y reforma de la Ley de caza. Pero, tras los dramáticos sucesos de la Semana Trágica que llevó al rey Alfonso XIII a deponer a Maura, fue comisionado en octubre de 1909 por Segismundo Moret cuando asumió la jefatura de Estado para cubrir el gobierno civil de Castellón, si bien dimitió del cargo al ser éste sustituido en febrero por Canalejas y abandonar Maura el gobierno tras sufrir su segundo atentado en Barcelona. Aún, Canalejas le ofreció precisamente el cargo de gobernador de la Ciudad Condal. Pero, Settier renunció, retirándose a la Serranía de Albarracín hasta que la arterioesclerosis le hizo también renunciar a la caza.

Murió su esposa y apenas un año después lo hizo él.

 

Obras de ~: Caza menor. Anécdotas y recuerdos, Madrid, Instituto Editorial Reus, 1947 (2.ª ed., 1956); Caza Mayor. De las Memorias de un viejo cazador, Madrid, Instituto Editorial Reus, 1948; Hechos y dichos de Caza, Madrid, Instituto Editorial Reus, 1951.

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Universidades, 4768, exp. 21 (1872-1874); Ultramar, 2439, exp. 8 (1873- 1874); Archivo del Congreso de los Diputados, Elecciones, 4.IV.1886 (Valencia).

M. Troyano, “Historia antigua e historia natural”, en El Imparcial (Madrid), 15 de agosto de 1902, pág. 1; M. Ossorio y Bernard, Ensayo de un catálogo de periodistas españoles del siglo xix, Madrid, Imprenta y Litografía de J. Palacios, 1903, págs. 431 y 432; Á. de Figueroa y Torres, conde de Romanones, “Prólogo”, en op. cit., 1947, págs. 7-10; E. de Figueroa y Alonso Martínez, conde de Yebes, “A modo de prólogo”, y M. Settier, “Epílogo”, en op. cit., 1948, págs. V-VIII y 619-627, respect.; M. Settier, Hablemos de caza, Madrid, Instituto Editorial Reus, 1955; D. Gutiérrez Arrese, Bibliografía Española de caza (1889-1958), Madrid, Sociedad de Bibliófilos Venatorios, 1958, págs. 71-72; A. López de Zuazo Algar, Catálogo de periodistas españoles del siglo xx, Madrid, Gráficas Chaparro, 1981, pág. 585; M. Arroyo Cabello, “La prensa murciana en el desastre del 98”, en Revista de Historia y Comunicación Social (Universidad de Murcia), n.º 3 (1998); J. Paniagua y J. A. Piqueras (dirs.), Diccionario de políticos valencianos. 1810-2003, Valencia, Diputación-Artes Gráficas Soler, 2003 (col. Alfonso el Magnánimo); R. Castellano Barón, conde de Trastámara, Bibliografía venatoria española y otros libros de interés para cazadores, Madrid, Círculo de Bibliofilia Venatoria, 2004, pág. 364; J. Serna y A. Pons, “Los viajes interiores: Las bibliotecas burguesas de la Valencia del Ochocientos”, en G. Montiel Roig y E. Martínez García (eds.), Viajar para saber. Movilidad y comunicación entre Universidades Europeas, Valencia, PUV, 2004, págs. 267-297; Y. Acosta Meneses, La Información Agraria en España: Desde sus orígenes hasta la Agenda 2000, memoria doctoral, Madrid, Universidad Complutense, 2008.

 

Iván F. Moreno de Cózar y Landahl, conde de los Andes

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