Herrero y Espinosa de los Monteros, Sebastián. Jerez de la Frontera (cádiz), 20.I.1822 – Valencia, 9.XII.1903. Obispo de Cuenca, Vitoria, Oviedo y Córdoba, cardenal-arzobispo de Valencia, jurista, escritor.
Fue el último arzobispo de Valencia del siglo xix y el primero del xx. Llegó a esta diócesis casi octogenario, con una dilatada experiencia episcopal adquirida en otras cuatro: Cuenca (1875-1876), Vitoria (1876- 1880), Oviedo (1881-1882) y Córdoba (1882-1898). Andaluz, nacido en Jerez de la Frontera, donde cursó las primeras letras, estaba emparentado con nobles familias castellanas. En Cádiz estudió Filosofía y en Sevilla recibió los grados académicos en Derecho Civil y Canónico.
A Sebastián, habilitado por tantas personalidades y ambiciones, le abrió sus puertas la aristocracia sevillana, que supo aplaudir sus cualidades literarias. Sus composiciones, dos dramas en verso y numerosos artículos publicados en el Heraldo de Sevilla, le calzaron perfectamente una fuerte amistad con Hartzenbusch, Juan Nicasio Gallego, Rodríguez Rubí y otros escritores con quienes frecuentó más tarde las tertulias literarias de Madrid.
Ejerció la abogacía en Jerez. En 1850 fue nombrado fiscal y, cuatro años más tarde, juez de primera instancia de Morón de la Frontera, donde le sorprendió la epidemia de cólera morbo, que en 1856 segó tantas vidas y, entre ellas, las de algunos de sus mejores amigos. Tras estos hechos decidió abrazar el estado religioso en la Congregación del oratorio de San Felipe Neri y, consumados los estudios correspondientes, recibió el presbiterado en 1860.
Fue durante el ocaso de Isabel II y los inicios de la Revolución Gloriosa de 1868 y precisamente en Cádiz donde inició su misión sacerdotal con gran ímpetu. El obispo Arbolí le nombró rector del seminario conciliar y catedrático de Oratoria y Derecho Canónico. En 1864 fue agraciado con una canonjía en la colegiata de Jerez de la Frontera; en 1866, el obispo Félix de Arriete le nombró provisor y vicario general y, en 1868, canónigo arcipreste de la catedral gaditana. Pío IX le preconizó obispo de Cuenca, en 1875, dentro de los nuevos ritmos de la restauración de Alfonso XII.
Finalizada la Guerra Carlista en 1876, para atemperar enojos y divisiones entre los católicos vascos, fue enviado a Vitoria, como 2.º obispo, para sustituir al “amable desengañado” obispo anterior Alguacil y Rodríguez. El 9 de enero de 1877 hacía su ingreso en Vitoria.
Herrero y Espinosa de los Monteros fue uno de los obispos que se comprometieron con don Alfonso cuando aún no había cumplido como Rey. Y fue aquí y a su manera quien guardó con todo el celo la imagen del joven Monarca, cayendo en desgracia para muchos de sus diocesanos vascos, sentimentalmente carlistas.
A los dos años reales de su pontificado en Vitoria, correspondieron cinco meses de visita pastoral por Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, lo que supuso un suplemento de actividad, a los días amargos de abril de 1878 cuando más de un centenar de pescadores de Bermeo, Elancheove, Lequeitio, Ondárroa y Algorta morían en el Cantábrico. Toda la diócesis con Herrero al frente abrió suscripciones, visitas, paradas, oraciones, misas...
Pero la hazaña más rotunda de Sebastián fue la fundación del seminario conciliar de Vitoria, llamado de San Prudencio y San Ignacio, el 1 de octubre de 1880, en la plaza de Santa María, aunque sin estar él presente: en su defecto, y recordándole con emoción, lo hizo el deán Pablo de Yurre. Finalizado el acto, llegaba un telegrama de Sanlúcar de Barrameda así: “Gobernador eclesiástico, felicite al cabildo, rector, Profesores y diócesis por la apertura del Seminario. El obispo dimisionario”.
Tuvo, pues, que dimitir de este obispado a los dos años, no por motivos de salud, como se ha afirmado, sino por motivos personales de dignidad episcopal y personal. El Informe reservado de Antonio Vico, secretario del nuncio en Madrid, afirmó que Herrero renunció a la sede de Vitoria “por motivos que realmente manifestó solo a Su Santidad, pero que no es imprudente suponer que fuesen como los del anterior, Alguacil y Rodríguez; es decir, en aquella tierra pretendían el apoyo del obispo contra el clero en las elecciones”.
León XIII, que nunca quiso prescindir de sus servicios, le nombró obispo de Oviedo, en 1882, y un año más tarde le trasladó a la diócesis de Córdoba, que rigió durante quince años, ayudado de clérigos tan influyentes, como su secretario, el canónigo Alejandro Gil de Rebolledo, Manuel Jerez y Caballero o Manuel González y Francés. Su buen temperamento y su espíritu abierto le hicieron simpático a las autoridades, a la aristocracia y al pueblo de Córdoba, por lo demás bastante “indiferente por la religión y el culto”, no así a una parte del clero. Vico, con perspicacia, señalaba así sobre sus elecciones políticas: “En política no manifiesta tendencia hacia ningún partido determinado; antes de ser obispo era alfonsino, porque, decía él mismo, no se puede esperar nada mejor”.
Hallándose vacante el Arzobispado de Valencia, por traslado del cardenal Sancha a Toledo, fue designado para él y tomó posesión del mismo el 18 de junio de 1898 en la persona del deán Cirugeda. Aunque su edad avanzada y su estado de salud limitaron sus actividades en esta diócesis, Herrero intervino en asuntos desagradables, como la condena del periódico Urbión, la representación teatral de Electra, pieza escénica anticlerical, y el diario blasquista El Pueblo, que con frecuencia defendía a la religión.
Si la polémica anticlerical, centrada sobre todo en la enseñanza religiosa, se agudizó durante su pontificado, también se reorganizó la diócesis, en la reforma parroquial de 1902, nueva división arciprestal y concurso general para cubrir doscientos curatos vacantes. Asimismo, consolidó la presencia de las órdenes religiosas masculinas, ya favorecida por antecesores prelados como Barrio, Monescillo o Sancha. León XIII le creó cardenal en el consistorio del 22 de junio de 1903, celebrado un mes antes de la muerte del Pontífice, por lo que Herrero asistió al cónclave del que salió elegido Papa el 4 de agosto Pío X, quien el 17 del mismo mes le impuso el galero rojo. El ajetreo de aquellos días arruinó su salud. Falleció el 9 de diciembre de 1903.
Obras de ~: Poesías religiosas dedicadas a León XII [Córdoba], 1888; García, el calumniador, s. l., s. f.; El Conde de Fernán González, s. l., s. f.; Los españoles pintados por sí mismos, s. l., s. f.; Pastorales, s. f. (boletines eclesiásticos de las diócesis que gobernó).
Bibl.: V. Cárcel Ortí, Historia de la Iglesia en Valencia, t. II, Valencia, Arzobispado, 1986; F. Rodríguez de Coro, Vascos y restauración de Alfonso XII, San Sebastián [2005] (col. Nuestros Vascos, n.º 2).
Francisco Rodríguez de Coro, SDB