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Jacinto Ferrero Fieschi y de Saboya

Biografía

Ferrero Fieschi y de Saboya, Jacinto. Conde de Bena, en Italia. Biella (Italia), c. 1690 – Madrid, 23.II.1750. Marino, gobernador y director general de la Armada, diplomático, ministro plenipotenciario, gentilhombre de cámara.

Su familia estaba emparentada con la Casa de Saboya. Era hijo de Carlos Fieschi, IV príncipe de Masserano, y de Cristina de Saboya, hija natural reconocida del duque Carlos Manuel II de Saboya (Bena era primo hermano de la primera esposa de Felipe V, María Luisa Gabriela de Saboya). Recibió una esmerada educación, teniendo como preceptor de gramática al jesuita Guarini, con quien coincidió años más tarde en la Corte sajona.

Con el inicio de la Guerra de Sucesión, y el viaje de Felipe V por Italia, Bena, con su hermano Víctor Amadeo, pasó al servicio de España. Durante todo el siglo xviii fue de gran importancia la presencia de los italianos en la Administración y en las Fuerzas armadas.

Bena comenzó su carrera como capitán de caballos en 1702, pasando luego a las galeras del duque de Tursis. Participó en la conquista de Mallorca, embarcado en la escuadra de Pedro de los Ríos que transportó las tropas.

Tras el segundo matrimonio de Felipe V con la italiana Isabel Farnesio, que aportaba los derechos sucesorios a Parma y Toscana, se llevó a cabo una política revisionista de Utrecht. En 1717 se envió una escuadra para conquistar Cerdeña al mando del genovés Mari, de la que formó parte Bena. Poco después, otra fuerza desembarcó en Sicilia. Esta política agresiva fue contestada por las potencias europeas. La Armada española fue destruida por una escuadra británica en cabo Passaro y el norte de España invadido.

España tuvo que adherirse a la Cuádruple Alianza y, pese al descalabro, se reconocieron los derechos del infante Carlos (futuro Carlos III) para ocupar Parma y Toscana, eso sí, cuando el Emperador aceptase su presencia en dichos territorios. La política exterior española, con sus cambios de alianzas, estuvo dirigida a la consecución de ese objetivo en la década siguiente.

Durante este tiempo, Bena consolidó su carrera como marino. Realizó varias navegaciones por América, conociendo las costas de las Malvinas y Perú. Fue promovido a capitán de fragata por patente de 16 de diciembre de 1724. Con la creación de los departamentos marítimos por Patiño, Bena pasó a Cartagena al mando del Aurora con el que surcó el Mediterráneo; participó con sus dictámenes en la construcción del arsenal de su departamento y practicó el corso por el Mediterráneo.

Por el tratado de Sevilla de 1729, entre España, Francia y Gran Bretaña, se abrió el camino para la presencia del infante don Carlos en Italia, pese a que el Emperador se resistió casi dos años, acuciado por la diplomacia británica. El 17 de octubre de 1731 partieron de Barcelona dos escuadras, una española y otra británica, para transportar las tropas rumbo a Liorna. La española, otra vez al mando de Mari, además de los transportes y de las galeras, estaba compuesta por dieciocho navíos y cinco fragatas, lo que hacía patente la recuperación de la Marina. Bena participó en esta expedición, en la división de Rodrigo de Torres, al mando del Santa Teresa, un navío de sesenta cañones.

Al año siguiente, Patiño organizó otra expedición que demostró el nuevo poder naval y militar de España. En junio zarpó de Alicante una flota de seiscientas velas al mando del teniente general de la Armada Francisco Cornejo, transportando casi veintisiete mil hombres rumbo a Orán. El desembarco tuvo lugar el 29 de ese mes. De la operación se encargaron tres capitanes de navío: Juan José Navarro, Francisco Liaño y el conde de Bena, que había ascendido a ese grado el 13 de febrero de aquel 1732.

Pese al éxito de la campaña, los moros intentaron recuperar la plaza. Fue precisa una escuadra de refuerzo, que zarpó de Barcelona, formada por seis navíos de guerra y veinticinco transportes, al mando de Bena. Con este contingente ya se pudo asegurar la conquista de Orán.

Cuando Europa se preparaba para la Guerra de Sucesión polaca, y España intentaba mejorar la posición de los infantes don Carlos y don Felipe, Bena se hizo cargo de la flotilla de azogues integrada por los navíos San Antonio y Lanfranco, junto a la fragata Ninfa. La flotilla zarpó de Cádiz en septiembre de 1733. La travesía fue accidentada, por las vías de agua del Lanfranco que obligaron a cambiar el rumbo a Puerto Rico para la reparación. Finalmente arribaron a Veracruz.

La actividad de Bena fue elogiada por el virrey de Nueva España. El regreso a Cádiz tuvo lugar a primeros de agosto de 1734.

Mientras, las tropas de Montemar conseguían Nápoles y Sicilia para don Carlos; sin embargo, Francia logró la paz sacrificando Parma y Toscana en opinión del Gobierno de Madrid. Este contratiempo y otros disgustos, junto a la abrumadora tarea de gobierno, acabaron con el omnipresente Patiño, cuyas secretarías fueron repartidas entre sus colaboradores.

La organización de la Armada, siguiendo el modelo británico, registró importantes innovaciones. Se creó el Almirantazgo en 1737, pero su fundación obedecía en realidad al deseo de lograr un empleo y unas rentas dignas para el infante don Felipe. Bena ascendió en ese año a jefe de escuadra (3 de septiembre). Al año siguiente se le dio el mando de la escuadra destinada al corso en el Mediterráneo (dos navíos y una fragata).

No obstante, el temor a un enfrentamiento con Inglaterra obligó a nuevos armamentos, y Bena recibió el mando de otros tres navíos más para pasar al puerto de Cartagena, adonde llegó el 24 de junio de 1738.

Un mes más tarde se le encargaron las obras del malecón y la limpieza del puerto. Durante la campaña siguiente practicó el corso contra los argelinos hasta el inicio de la guerra contra Inglaterra, recibiendo el mando interino del departamento de Cartagena en ausencia del conde de Clavijo (Real Orden de 31 de mayo de 1739).

La guerra de la Oreja de Jenkins quedó inmersa en otro conflicto de mayores proporciones, la guerra de la Pragmática Sanción. Bena, que continuaba con su escuadra, fue requerido para servir como ministro plenipotenciario en Moscovia el 3 de junio de 1740, dando inicio a su carrera diplomática tras entregar el mando de su escuadra. Aprovechó la ocasión para solicitar su ascenso a teniente general de la Armada, lo que en principio no se le concedió por el perjuicio que ocasionaba a otros jefes más antiguos, como Juan José Navarro. Permaneció en la Corte casi un año, antes de partir para su destino el 7 de junio de 1741, y apenas un mes más tarde consiguió su ansiado ascenso.

Sin embargo, Bena nunca llegó a Rusia, porque recibió orden de detenerse y lo hizo en París, donde permaneció varios años.

El conflicto europeo brindó la oportunidad de lograr un asentamiento para el infante-almirante que obligó a nuevas expediciones y a que don Felipe pasase a Italia. Esto influyó en la organización de la Armada, ya que el Almirantazgo dejó prácticamente de existir. El único resquicio de su actividad y existencia fue que los titulares de la Secretaría de Estado y del Despacho de Marina (Campillo y Ensenada) recibieron el título de lugartenientes del Almirantazgo hasta la paz de Aquisgrán.

La alianza franco-española no se formalizó hasta 1743 por el tratado de Fontainebleau. España apoyó y reconoció como emperador al elector de Baviera (pese a sus simpatías iniciales por el de Sajonia, suegro del infante Carlos), con el que firmó el tratado de Nymphenburg en 1741. El representante español que firmó ese acuerdo, el conde de Montijo, regresó a España. Le sustituyó como ministro plenipotenciario interino Bena en 1744, que intentó que España formase parte de la Liga Confederal. Al no conseguirlo, firmó con el conde de Terring un nuevo tratado con el Emperador en Frankfurt, el 23 de septiembre de aquel año, que fue ratificado por España en octubre. Se había logrado de forma explícita el apoyo del Emperador para conseguir el asentamiento de don Felipe.

La muerte de Carlos VII supuso la suspensión del tratado firmado el año anterior, al perder el elector de Baviera su carácter imperial y la posterior defección de su hijo. Bena, a su vez, fue nombrado ministro ante el elector de Sajonia y rey de Polonia. Tenía la misión de conciliar al primero de ellos con el rey de Prusia, para lo que tenía plenos poderes ante ambos mandatarios, y que el Elector pretendiese la Corona imperial. Desde su llegada a Dresde percibió que no había interés por reconciliarse con Prusia, ya que se confiaba en el apoyo de Austria y Rusia, pese a lo que continuó ofreciendo su mediación. En cuanto a la elección imperial, los ministros del Elector hicieron ver su disponibilidad para aceptar el cetro imperial, si bien existía incompatibilidad entre la Corona polaca y la imperial; sin embargo, el sajón acabó apoyando al gran duque de Toscana.

Durante aquel otoño recibió ofertas de una conciliación con Austria, siendo Sajonia la mediadora.

Los ofrecimientos fueron hechos por Brühl y el padre Guarini, antiguo preceptor de Bena. Se le quiso hacer ver que María Teresa estaba más interesada en un acuerdo con España que con Prusia. Bena informó con suma desconfianza, pues veía en ello una posible treta. Pero la presión de sajones y austríacos hizo que Federico II invadiese Sajonia. Entró en Dresde el 18 de diciembre. Bena fue testigo de estos hechos y llegó a compartir mesa con el prusiano junto a otros embajadores destinados en Dresde. La consecuencia de la invasión fue la adhesión de Sajonia y Austria, que renunció definitivamente a Sajonia, a la convención de Hannover. María Teresa ya pudo prestar toda su atención a Italia.

La Corte de Sajonia propuso, a principios de 1746, un tratado de subsidios a cambio de su neutralidad, reiterando su propuesta de mediación entre España y Austria. El tratado de subsidios se negoció en París, dando origen a ciertas reclamaciones de Dresde en años sucesivos. Bena acompañó al elector de Sajonia a Polonia, dando noticias de sus Dietas. Se hizo eco del temor (carta de Dresde, 26 de marzo de 1746) de un posible entendimiento entre Rusia y Prusia para desmembrar Polonia. La muerte de Felipe V alteró la situación internacional. Fernando VI quería un establecimiento para don Felipe, sin exigir unas condiciones que hiciesen imposible el acuerdo. Carvajal había alcanzado un equilibrio con Ensenada, desplazando al grupo “vizcaíno” del poder. Comenzaron las conversaciones y fueron varios los lugares donde se intentó llegar a la paz. En 1747 se abrió la conferencia de Breda. El representante español fue el anciano Macanaz, pese a que en algún momento llegó a rumorearse que sería Bena el enviado. Macanaz comprometió la posición española, ya que llevó sus conversaciones con el representante inglés, lord Sandwich, más allá de lo que le autorizaban sus instrucciones, llegando a una inversión de alianzas a cambio de algunas promesas sobre Gibraltar. Bena tuvo noticia de estas negociaciones y se hizo eco de ellas en su correspondencia, al dar cuenta de sus entrevistas con los representantes ingleses en Sajonia, el caballero Williams y el conde de Fleming. También tuvo ocasión de estar presente en la firma del contrato matrimonial entre María Josefa de Sajonia con el delfín de Francia. Además, se interesó por potenciar el comercio entre España y Sajonia que podía ofrecer lienzos, colonias y mantelerías a cambio de sedas, lanas, añil, vinos y aceites.

El acuerdo entre Francia e Inglaterra supuso la paz de Aquisgrán. Don Felipe conseguía un modesto establecimiento en Italia y España quedaba liberada de sus compromisos internacionales. Por fin se podría consolidar una política de reformas interiores y de equilibrio entre Francia e Inglaterra. Y comenzaron a plantarse los cambios en los titulares de las embajadas. Carvajal temió que Ensenada intentase colocar a Bena en Londres. Pero los proyectos de Ensenada eran otros. Aprovechando que el infante lograba un asentamiento fuera de España, los rastros del Almirantazgo desaparecieron. Ensenada dejó de ser lugarteniente del Almirantazgo para ser capitán general de la Armada. En ese mismo año de 1748 se aprobaron las Ordenanzas de la Armada por las que se creaba el cargo de “capitán general o gobernador general de la Armada, a cuyo cargo quiero que esté unido el empleo de director general de la misma Armada que tendrá el mando y dirección de toda ella, y las partes que la componen hallándose unidas o divididas”. El elegido para este nuevo cargo fue Bena (18 de noviembre), cuando todavía estaba en Sajonia.

Tras recuperarse de un grave ataque de gota, pasó a Danzing para realizar un asiento de arboladuras, la gran deficiencia de la construcción naval española (febrero de 1749). De regreso pasó por Berlín, donde tuvo oportunidad de entrevistarse de nuevo con Federico II, quien le agasajó en su residencia de Postdam. Augusto III, a su vez, en reconocimiento a su misión, le nombró caballero del Águila Blanca.

Ya de regreso pasó por París, donde se entrevistó con el ministro de Marina francés, Roullier, quien le comunicó su proyecto de llegar a sesenta navíos de línea, dieciocho de los cuales se hallaban en construcción. Era un programa paralelo al que iniciaba Ensenada. Bena llegó a Madrid el 19 de julio. Pocos días después fue nombrado gobernador general de la Armada (27 de julio). Fue el único director general que recibió este segundo nombramiento, que según las ordenanzas no era necesario. El cargo de gobernador general de la Armada fue suprimido por Real Orden de 2 de agosto de 1785.

No pudo desempeñar estos puestos mucho tiempo.

El 9 de febrero de 1750 otorgó testamento cerrado ante el escribano Tomás de Brieva Rubio. Había nombrado a Ensenada como uno de sus albaceas testamentarios.

Ordenaba su enterramiento en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, junto a su hermano el príncipe de Masserano. Falleció en su domicilio de Madrid, en la calle del Clavel, el 23 de febrero. Murió soltero y le sucedió, como director general de la Armada, Juan José Navarro.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, t. 16894, fols. 973-981; Museo Naval de Madrid, col. Vargas Ponce, t. XXXII, docs. 305, 311 y 315; t. XXXIII docs. 184, 194, 198, 222, 224, 229, 229 bis, 239, 257 y 259; t. 2, doc. 122; mss. 883 y 591; Archivo Museo Don Álvaro de Bazán, El Viso del Marqués, Cuerpo general, leg. 620, exp. 136; Archivo General de Simancas, Secretaría de Marina, legs. 4-7, 14, 18, 59, 60, 392-394, 429, 433 y lib. 751, fols. 214-215; Dirección General del Tesoro, invent. 16, g. 22, leg. 50; Estado, legs. 6546, 6547, 6549-6551, 6553, 6555- 6556, 6560-6561, 6580 y 7578.

F. P. Pavía, Galería biográfica de los generales de Marina, t. I, Madrid, Imprenta a cargo de J. López, F. García y Compañía, 1873, págs. 153-156; C. Fernández Álvarez, La Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y de Aragón, t. VI, Madrid, Museo Naval, 1973; D. Ozanam, La diplomacia de Fernando VI. Correspondencia entre Carvajal y Huéscar, 1746- 1749, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1975; G. J. Walker, Política española y comercio colonial 1700-1789, Barcelona, Ariel, 1979; V. Palacio Atard, “Una ignorada misión diplomática a Rusia en 1741”, en VV. AA., Homenaje académico a D. Emilio García Gómez, Madrid, Real Academia de la Historia, 1993, págs. 267-280; D. A. Perona Tomás, Los Orígenes del Ministerio de Marina, Madrid, Instituto de Historia y de Cultura Naval, 1998; D. Ozanam, Les diplomates espagnols du xviiie siècle. Introduction et répertoire biographique (1700-1808), Madrid-Bourdeaux, Casa de Velázquez- Maison des Pays ibériques, 1998, pág. 189; VV. AA., Personajes de la Historia de España, Madrid, Espasa Calpe, 1999; E. Otero Lana, “La guerra de la Oreja de Jenkins y el corso español (1739-1848)”, en Cuadernos monográficos del Instituto de Historia y Cultura Naval, 44 (2004).

 

Dionisio A. Perona Tomás

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