Bauzá y Cañas, Felipe. Palma de Mallorca (Islas Baleares), 17.II.1764 – Londres (Reino Unido), 3.III.1834. Marino, cartógrafo, explorador y político.
Nacido posiblemente en la plaza del Banch de s’oli en la casa antiguamente conocida por S’hostal des Recó, de la capital mallorquina, descendía de una familia humilde, pues su padre, Bartolomé Vicente Bauzá, era un maestro albañil natural de Deiá.
Muerto Bartolomé de una caída poco después de la venida al mundo de Felipe, éste se vio obligado a labrarse un porvenir en una época en la que, felizmente, la meritocracia ofrecía a gentes trabajadoras y emprendedoras como él insólitas oportunidades. Así, ingresó como piloto meritorio en la Escuela de Navegación de Cartagena, perteneciente a la Real Armada, el 10 de febrero de 1779. Allí, destinado por su naturaleza curiosa y un feliz azar a figurar de manera destacada entre los “oficiales científicos”, el grupo de sabios que renovó las instituciones académicas de la Marina española, no fue ajeno al combate naval, el ámbito propio de sus opositores, los “oficiales de caza y braza, más aficionados al ron que a las ecuaciones”, en feliz expresión de Cesáreo Fernández Duro. De tal modo que Bauzá navegó hasta 1782 con plaza de grumete en las goletas San José y San Antonio y tomó parte en el sitio de Gibraltar y la toma de Mahón contra los británicos. Ascendido a pilotín de número, hasta 1784 estuvo destinado en los jabeques San Luis y Catalán —en este caso bajo el mando del gran Federico Gravina— y en la fragata Juno. Por entonces también tomó parte en acciones de corso contra los piratas argelinos y en dos bombardeos de Argel efectuados al mando del teniente general Antonio Barceló, también de origen mallorquín.
En 1785, la vida de Felipe Bauzá sufrió un cambio radical, pues fue destinado en calidad de ayudante de piloto y maestro de dibujo —posiblemente por recomendación de Francisco Catalá, primer piloto, que lo conocería de Cartagena— al proyecto del Atlas marítimo de España puesto bajo el mando de Vicente Tofiño, director de la Academia de Guardamarinas de Cádiz. Se trató de uno de los grandes retos científicos del momento, pues el Atlas vinculó a un objetivo de gran magnitud —la confección de la cartografía costera española y la determinación de la longitud del perímetro peninsular— la participación de un equipo de oficiales formados en el curso de estudios mayores, entre ellos José Vargas Ponce, José Espinosa Tello, Dionisio Alcalá Galiano, Juan Vernacci, Julián Ortiz Canelas, Cayetano Valdés, José María de Lanz y en algunos períodos Salvador Fidalgo y Alejandro Malaspina. Precisamente en el curso de esta misión, cuando regresaba de África a bordo de la corbeta Lucía el 3 de enero de 1786, Bauzá tuvo noticia de su ascenso a segundo piloto. En las campañas para los levantamientos costeros de Portugal y Galicia, efectuadas entre 1786 y 1788, tuvo una destacada participación, embarcado en la corbeta Loreto y la fragata Perpetua, mandada por el propio Tofiño. Destinado luego como profesor de fortificación y dibujo a la Academia de Guardamarinas de Cádiz y ascendido a alférez de fragata en 1789, dejó constancia en el Derrotero de las costas de España en el océano Atlántico y de las islas Azores o Terceras y el Atlas marítimo de España, publicados ese mismo año, de sus sobresalientes méritos. La labor de Bauzá resultó fundamental en la delineación y preparación para el grabado de las planchas de cobre, pues diseñó las escalas graduadas de paralelos y meridianos y dispuso sobre el cobre los puntos geográficos con sus verdaderas posiciones. Entre las cartas que figuran con la fórmula de autoría “Dib.
F. Bauzá”, que evidencia su participación, se encuentran las cartas esféricas de una parte del Atlántico, las islas Azores o Terceras, la costa de Punta Candor a cabo Trafalgar, la costa de Asturias y la de Galicia, así como los planos de las rías de Ferrol, La Coruña y Betanzos, Corcubión y plano de la ría de Pontevedra, Cádiz y sus bahías, Gijón, Cartagena, Ceuta, Pasajes, San Sebastián y Mogador. También existe testimonio de su mano en preciosas vistas de las costas de Galicia, Portugal, Cantabria y las Azores.
Años después, Bauzá señaló con orgullo que los trabajos del Atlas marítimo le habían habilitado “en todas las operaciones de la geografía matemática, que desde entonces me fueron familiares”. Como no podía ser de otro modo, la convivencia laboral y personal en aquellos importantes trabajos determinó el futuro de su carrera. Así, fue el propio Alejandro Malaspina quien reclamó al ministro de Marina, Antonio Valdés, que Bauzá participara en la expedición de circunnavegación cuyo mando se le había encomendado en calidad de director de cartas y planos de la Descubierta. De ese modo, a la responsabilidad experimentada en el delineamiento y grabado de cartas sumó la que concernía a los levantamientos sobre el terreno, Geodesia y Astronomía náutica. En la expedición, Bauzá vivió uno de los períodos más felices de su vida, pues no sólo amplió hasta el infinito sus horizontes personales y profesionales, sino que tuvo posibilidad de conocer por experiencia propia la variedad del mundo y los amplios dominios de la Monarquía española. Ascendido el 30 de marzo de 1789 a alférez de fragata, embarcó en la Descubierta, que partió de Cádiz el 30 de julio, con destino a la Trinidad del sur, pero fue Montevideo, adonde llegaron en octubre, el lugar en que comenzaron los trabajos de alcance con la determinación de su longitud, que serviría de referencia para las cartas del Atlántico. Allí levantaron un plano geométrico del Río de la Plata y poco después fijaron la posición de Buenos Aires. Malaspina y Bauzá, que emprendieron junto a los naturalistas Antonio Pineda y Luis Neé un reconocimiento de los alrededores de Montevideo, se ocuparon de dibujar los planos de Maldonado y la costa hasta Montevideo; también situaron astronómicamente el río Negro, la península de San José y la costa hasta Puerto Deseado.
A continuación, la expedición se desplazó a las islas Malvinas, en las que levantaron el plano de Puerto Egmont y situaron La Soledad y la costa oriental. El trabajoso paso del estrecho de Magallanes no detuvo los trabajos, pues allí reconocieron el bajo Sarmiento, el cabo del Espíritu Santo, Tierra de Fuego y la entrada al estrecho de Le Maire. En febrero de 1790 llegaron a la isla de Chiloé, en el Pacífico, y mientras la Atrevida se dirigía a Valparaíso, Bauzá permaneció a bordo de la Descubierta, en la que dibujó los planos de Talcahuano, San Vicente y Coliumo, realizó diversas triangulaciones costeras hasta Concepción y en la capital, Santiago de Chile, levantó un plano del río Mapocho. Siempre en compañía de Malaspina, participó en la determinación de la longitud de Coquimbo —que sería la referencia para las cartas del Pacífico— y el levantamiento de planos de las islas de San Félix y el puerto de El Callao y Guayaquil. El 16 de noviembre llegaron a Panamá y luego ascendieron por la costa de América Central hacia Realejo y Acapulco, donde Bauzá enfermó de calenturas. La campaña del noroeste, iniciada a continuación, constituyó uno de los momentos culminantes de la expedición.
Emprendida con el ánimo de comprobar la existencia de un paso entre el Atlántico y el Pacífico a los 60º de latitud, llevó a las corbetas hasta el límite de sus posibilidades técnicas y a los expedicionarios hasta escenarios insospechados, pues alcanzaron la bahía de Behring y recorrieron la costa de Alaska, desde Mulgrave hasta Nutka, cuyo carácter insular determinaron con precisión. Tras retornar a Acapulco, navegaron a Guam y las Filipinas. El 26 de marzo de 1792, Bauzá empezó a levantar, junto a Fabio Alí Ponzoni, un plano de la barra de Manila y también participó en el levantamiento de mapas del estrecho de San Bernardino y Luzón. En noviembre, los expedicionarios partieron hacia Nuevas Hébridas y Nueva Zelanda, en cuyo extremo meridional Bauzá trazó un croquis de Puerto Dudoso. En 1793 también visitaron Australia, donde levantaron planos de Bahía Botánica —Sidney— y Puerto Jackson. De allí prosiguieron viaje hasta Vavao y El Callao, adonde llegaron el 23 de julio de 1793, con las tripulaciones enfermas y exhaustas. Bauzá se vio obligado a desembarcar con un ataque de asma y, junto a José Espinosa Tello, emprendió viaje a Valparaíso en la fragata mercante El Aguila para cruzar por tierra a Montevideo, a fin de evitarse la travesía marítima del cabo de Hornos. Fruto de este periplo a través de los Andes entre noviembre de 1793 y marzo de 1794, en mula, carreta y silla de postas, fue la realización de abundantes observaciones astronómicas —entre ellas la comprobación de la posición de Santiago y Mendoza— y de una carta del camino de Valparaíso a Buenos Aires. La travesía hacia Cádiz, adonde llegaron en septiembre, marcó el inició de los preparativos de publicación de los extraordinarios materiales recogidos. Bauzá, que acababa de ascender a teniente de fragata, recibió el encargo de Malaspina de ocuparse del grabado de cartas y su exactitud astronómica; según anotó posteriormente, la obra debía tener 70 cartas y 70 láminas y figuras, con siete tomos en total. Según indica L. Martín-Merás, de las 185 cartas manuscritas conservadas de la expedición, Bauzá hizo 19; de 200 borradores de cartas, 98 llevan su firma. Además, realizó ocho cálculos astronómicos, 307 perspectivas de costa y 333 dibujos de personas y lugares y colaboró en la preparación de la obra editorial derivada del viaje, la enciclopedia de los dominios ultramarinos cuya redacción pretendió Malaspina, hasta que su encarcelamiento en 1795 frustró la iniciativa.
Al regreso a España, Bauzá tuvo un breve destino de armas, pues fue enviado en 1796 al departamento de Cádiz y se incorporó a la fragata Mahonesa. Ésta se vio envuelta en un combate con el navío británico Terpsichore en el cabo de Gata, de resultas del cual permaneció prisionero en Gibraltar por ocho meses, hasta mayo de 1797. Ese mismo año, con el nombramiento de José Espinosa Tello como director del recién fundado Depósito Hidrográfico, fue incorporado como segundo director a la importante institución, dedicada a la elaboración y publicación de mapas, cartas y planos de todo el mundo para uso de los navíos de guerra y el comercio. Colaborador destacado y hombre de confianza de Espinosa Tello, éste no dudó en señalar: “Bauzá es el alma del Depósito, porque hace el trabajo de tres con sumo interés y empeño, ya construyendo y dibujando las cartas, ya trasladándolas sobre el cobre y guiando a los profesores para grabarlas, ya llevando al mismo tiempo cuenta y razón de lo que hay, de lo que sale, de lo que se recibe”. La pujanza de la institución, instalada desde 1804 en una casa situada en el número 56 de la madrileña calle de Alcalá, se reflejó en la publicación incesante de cartas y derroteros y en su gran prestigio internacional. En cuanto a Bauzá, continuó acumulando recompensas y honores, pues en 1802 ascendió a teniente de navío y en 1806 a capitán de fragata, quizá para compensarle por la denegación de una solicitud para desempeñar el consulado español en Génova. En ese mismo año formó parte de la comisión que informó sobre el Real Instituto Pestalozziano, dedicado a un innovador método pedagógico, y en 1807 fue nombrado supernumerario de la Real Academia de la Historia. Con motivo de su toma de posesión el 24 de julio, leyó un discurso titulado Discurso sobre el estado de la geografía en la América meridional.
Su destino, como el de todos, se vio profundamente alterado con la invasión napoleónica de 1808.
El 10 de octubre de aquel año, la Junta central suprema le encargó un mapa de los Pirineos y la frontera con Francia, pero permaneció trabajando en el Depósito madrileño. Al año siguiente, gracias a un plan coordinado entre los marinos, que tuvo el apoyo de José Mazarredo, ministro de Marina afrancesado, Espinosa Tello salvó de las incautaciones y la brutal avaricia de los oficiales franceses los fondos de la institución. En el verano de 1809, Espinosa Tello, una vez eximido del cargo “debido a “una melancolía [...] invencible de corazón”, partió para Sevilla, Cádiz y finalmente Londres, donde continuó la publicación de cartas y derroteros por encargo de la Junta. Fue sustituido como director del Depósito el 31 de agosto de 1809 por José María de Lanz, marino y afrancesado, pero también compañero suyo y de Bauzá en el Atlas marítimo español. Felipe Bauzá siguió parecida trayectoria a la de Espinosa, pues en mayo de 1810 pidió licencia para tomar las aguas en Sacedón, pero se dirigió a Cádiz, donde organizó en la llamada “Casa de la Camorra” un Depósito Hidrográfico paralelo, al servicio de las armas españolas. En primera instancia, tuvo que reclamar sus derechos, pues Joaquín Francisco Fidalgo, jefe de la expedición del Atlas americano, había sido nombrado director del Depósito Hidrográfico. El 24 de febrero de 1811 Bauzá fue nombrado director interino con opción a la propiedad. En la capital gaditana, no sólo asumió los principios liberales de manera irrenunciable, sino que formó parte de la Junta de censura por orden de la Regencia y asistió a los oficiales británicos radicados en la isla de León para la fortificación de la ciudad. En septiembre de 1812, tras la batalla de Arapiles, se trasladó a Madrid para recoger materiales cartográficos que luego llevó a Cádiz, un total de “doce carros de buena carga”. En la capital gaditana residió hasta abril de 1814, dedicado al levantamiento de un plano de Sancti Petri, los planos de Cataluña del “Portulano de las costas de España”, el plano de las fronteras con Francia en el que trabajaba hacía tiempo y un mapa de la provincia de Cádiz, ligado a un encargo en 1813 de las Cortes para que abordara un plan de división del territorio de la España metropolitana. Bauzá —que desde 1801 reunía materiales para elaborar atlas con mapas definitivos de España y sus dominios americanos, empeño que consideraba un deber patriótico— preparó un plan con cuarenta y cuatro provincias de tres clases, respetuoso de criterios históricos y naturales. El proyecto fue informado por Miguel de Lastarria, que las redujo a cuarenta y dos, pero quedó detenido en su procedimiento por la abolición del sistema constitucional en mayo de 1814. De regreso a Madrid en octubre con los ricos materiales de que disponía, Bauzá sirvió como director del Depósito Hidrográfico entre el 10 de septiembre de 1815 —cuando fue nombrado por fallecimiento de Espinosa Tello— y el 26 de febrero de 1822, cuando fue declarado en excedencia al haber sido nombrado diputado por Mallorca, donde poseía tierras por un repartimiento del gobierno efectuado en 1799. Protegida la institución y él mismo de los desmanes de la represión absolutista por el ministro de Marina Luis María de Salazar, en esta brillante etapa fue dotada de un nueva Instrucción —cuya inspiración, sin duda, remite de nuevo a la labor de José de Mazarredo— y se introdujo la litografía, técnica aprendida en Múnich por el propio sobrino de Bauzá, José Cardano.
La llegada del trienio liberal impuso a Bauzá nuevos deberes, pues Agustín Argüelles, responsable de Gobernación, le confió el proyecto de división provincial abandonado en 1814, asunto en el que trabajó junto al ingeniero de Caminos José Agustín de Larramendi, así como en la formación de la carta geométrica de España y la red de comunicaciones del reino.
Tras meses de duros trabajos, en los cuales la actitud y el desprendimiento de Bauzá fueron decisivos, no sólo puso a disposición de las Cortes sus materiales cartográficos sino que renunció a su sueldo, al considerar que “las producciones de las ciencias, por lo general, son hijas del amor propio de los sujetos que se dedican a ellas, y nunca de premios pecuniarios”, en marzo de 1821 entregaron una memoria y un mapa de la propuesta división territorial. Ésta contenía cuarenta y ocho provincias, y a pesar de que su naturaleza tendente al equilibrio y la uniformidad, fue matizada en el posterior debate parlamentario, que incorporó realidades históricas y límites antiguos. La división entró en vigor a mediados de 1822, con cincuenta y dos provincias en las que se instituyeron las correspondientes diputaciones. Acogido sin problemas, el plan fue eliminado con la reacción absolutista y la invasión en 1823 de los Cien Mil Hijos de San Luis. Condenado a muerte, Bauzá tuvo que dirigirse de nuevo a Cádiz, “abandonando la patria seducida por los ministros del altar y por la más negra perfidia de los potentados de Europa”. De Cádiz el buque inglés Falcon le llevó a Gibraltar, y tras recuperar sus diez baúles con libros y mapas, “una riqueza para la geografía tanto de América como de España”, en noviembre de 1823 se desplazó a Londres. Humillado por el trato recibido en la aduana, convertido en una víctima más de la “fatal emigración” del primer liberalismo español, a pesar de contar con la amistad y protección de lord Holland, en la capital británica se radicó en Sommers Town, un barrio de exiliados de pocos recursos. Mientras su sobrino Cardano le ayudaba en la confección de mapas y cartas que les facilitaran algún ingreso, Bauzá mantuvo fluida colaboración (que cortó cuando consideró abusiva), con Basil Hall, W. H. Smith, Alexander von Humboldt, Francis Beaufort, Jacob Oltmanns y F. X. Von Zach, así como con sus colegas de la Hydrographical Office, a la que aportó valiosos datos que fueron incorporados a las cartas británicas con su nombre. Su condena a garrote vil el 28 de julio de 1828, con confiscación de bienes y pérdida del cargo de director de trabajos hidrográficos, no impidió que continuara trabajando en medio de la pobreza. Así, mantuvo correspondencia con su sucesor y amigo, Martín Fernández de Navarrete, y afrontó nuevos proyectos cartográficos, entre ellos un plano del valle de Caracas, una carta oriental de las costas del seno mexicano y un mapa de parte del territorio de Colombia. Por fin, a fines de 1833, el decreto de amnistía de la Reina gobernadora le permitió el regreso a España, que no pudo cumplir, pues murió de una hemorragia cerebral el 3 de marzo de 1834. Fue enterrado cinco días después en la capilla católica de Moorfields, hoy desaparecida.
Felipe Bauzá fue miembro de la Real Sociedad Económica Matritense (1805), la Real Academia de la Historia (1807), la Royal Society de Londres (1819), la Academia de Ciencias de Turín (1821), la Academia Nacional (1821), la Royal Geographical Society (1831), la Real Sociedad Marítima de Lisboa (1832), la Academia de Ciencias de Baviera, y fue condecorado por el zar de Rusia con la orden de San Vladimiro.
Se casó en 1800 con María Teresa Ravara y tuvo dos hijos, Felipe —ingeniero y geólogo, que murió soltero en 1875— y Amalia, esposa del ingeniero de minas Rafael de Amar de la Torre, con quien tuvo tres hijos. Los valiosos libros y materiales cartográficos que constituyeron su herencia intelectual y científica retornaron a España y se depositaron en el Ministerio de Estado, donde se recuperaron algunos materiales del Depósito Hidrográfico y del Depósito de la Guerra que Bauzá guardaba a causa de sus encargos oficiales. Sin embargo, la viuda, ante la falta de cumplimiento de una promesa de pensión, vendió en 1844, por dos mil quinientos duros, al viajero venezolano Francisco Michelena y Rojas, la parte perteneciente a las antiguas posesiones españolas. Hay evidencias de ella en Estados Unidos, Colombia y Venezuela, pero la mayor parte constituye la Bauzá Collection de la Biblioteca Británica, que se la compró en 1848 por trescientas cincuenta libras. Por otra parte, en 1846 la Comisión del Atlas de España, que dirigía Francisco Coello de Portugal, logró que la familia vendiera al Estado el material relativo a España, de cuya extraordinaria riqueza se haría eco poco después el gran geógrafo Pascual Madoz.
Obras de ~: “Beiträge zur Hidrographie und Geographie von Amerika”, en Hertha, XII (1828); “Table of heights of various points in Spain”, en Journal of the Royal Geographical Society, II (1832); “Cartas, mapas y vistas de la expedición Malaspina”, en J. M. Cano Trigo y L. Martín-Merás (eds.), Atlas marítimo español y otras comisiones; La dirección de trabajos hidrográficos (1797-1808). Catálogo de las cartas náuticas publicadas, t. II, Madrid, Ministerio de Defensa, 2003; “Descripción de una nueva división de España (1813)”, en M. J. Vilar, “El primer proyecto liberal de división provincial de España. El propuesto por Felipe Bauzá y revisado por Miguel de Lastarria, 1813-1814”, en Anales de Historia Contemporánea (Murcia), n.º 20 (2004).
Bibl.: J. Llabrés Bernal, Breve noticia de la labor científica del capitán de navío Don Felipe Bauzá y de sus papeles sobre América. 1764-1834, Palma de Mallorca, Guasp, 1934; U. Lamb, “Martín Fernández de Navarrete clears the deck: The Spanish Hydrographic Office, 1809-1824”, en Revista da Universidad da Coimbra (1980); P. Barber, “Riches for the geography of America and Spain: Felipe Bauza and his topographical collections, 1789-1848”, en The British Library Journal, vol. 12-1 (1983); L. Martín-Merás, “Felipe Bauzá: sus trabajos sobre el mapa de España”, en Revista de Historia Naval (Madrid),n.º 27 (1989); M. Lucena Giraldo y M. Flores, “Una aproximación a la Colección Bauzá”, en Revista de Indias (Madrid), vol. L, n.º 189 (1989); M. Lucena Giraldo y J. Pimentel, Los “Axiomas Políticos sobre la América” de Alejandro Malaspina, Aranjuez, Doce Calles, 1991; C. A. Bauzá, “Alejandro de Humboldt y Felipe Bauzá: una colaboración científica internacional en el primer tercio del siglo xix”, en Revista de Indias, vol. LIV, n.º 200 (1994); J. Burgueño, Geografía política de la España constitucional. La división provincial, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1996; J. Pimentel, La física de la monarquía. Ciencia y política en el pensamiento colonial de Alejandro Malaspina (1754-1810), Aranjuez, Doce Calles, 1998; L. Martín-Merás, “Felipe Bauzá y Cañas, un marino liberal para la nueva cartografía de América y el Pacífico”, en M.ª D. Higueras (ed.), Marinos-cartógrafos españoles, Madrid, Prosegur y Sociedad Geográfica Española, 2002; F. J. González y L. Martín-Merás, La dirección de trabajos hidrográficos (1797-1808). Historia de la cartografía náutica en la España del siglo xix, t. I, Madrid, Ministerio de Defensa- Museo Naval, 2003.
Manuel Lucena Giraldo