Obermaier y Grad, Hugo. Ratisbona (Regensburg, Alemania), 29.I.1877 – Friburgo (Suiza), 12.XI.1946. Presbítero, prehistoriador y geólogo, iniciador de la prehistoria científica y profesional en España.
Hugo Obermaier era hijo de Antonio Obermaier, inspector del Consejo Real, bibliotecario y director de la Biblioteca Real de Ratisbona y coleccionista de antigüedades. Tras estudiar primaria y secundaria en su ciudad natal, se consagró sacerdote en 1900 y se doctoró en Teología. Estudió en la Universidad de Múnich y, quizás por influencia del profesor F. Birkner, decidió estudiar Prehistoria en la Universidad de Viena (de 1901 a 1904), además de Arqueología, Geografía Física, Geología, Paleontología, Etnología, Filología Alemana y Anatomía Humana. Estudió con el prehistoriador M. Hoernes, el naturalista K. Toldt y J. Szombathy, descubridor de la Venus de Willendorf, pero, sobre todo, fue el alumno aventajado del geógrafo y geólogo Albrecht Penck (1858- 1945), gran estudioso del glaciarismo alpino. Tras licenciarse con un trabajo sobre Die Verbreitung des Menschen während des Eiszeitalters in Mitteleuropa (“La expansión humana durante la Edad del Hielo en Centroeuropa”), se doctoró en 1904 con un excedente estudio sobre Beiträge zur Kentnis des Quartärs in den Pyrenäen (“Aportación al conocimiento del Cuaternario en los Pirineos”), que publicó parcialmente en 1906.
En 1905 pretendió a una plaza de asistente (Privatdozent) en Friburgo, pero se retiró para no competir con H. Breuil, que también optaba a ella, pues había sido su maestro en Francia, generándose una larga amistad entre ambos. En 1905 los dos jóvenes prehistoriadores fueron secretarios en el I Congrès Internacional d’Anthropologie et d’Archéologie Préhistorique, que se celebró en Mónaco, donde tomaron contacto con quien sería su mecenas, el príncipe Alberto I, interesado por la prehistoria desde hacía años en las cuevas de Grimaldi (Liguria, Italia).
En esos años viajó por Europa para ampliar su formación y conocer a prehistoriadores e instituciones europeas. Con H. Breuil visitó los yacimientos del Somme, la Dordoña, el Garona y los Pirineos, acompañando él después a Breuil en su visita para conocer los yacimientos de Centroeuropa. De 1904 a 1906 estudió también Prehistoria en París, ciencia que cada vez le atraía más, y conoció a M. Boule, E. Cartailhac, L. Capitain y al abate H. Breuil, con quien colaboraró posteriormente en diversos trabajos, en especial, en España, pues Breuil ya era una figura consagrada en esta ciencia. De 1904 a 1907 estudió las glaciaciones alpinas y de los Pirineos franceses, prosiguiendo la labor iniciada por Penck y que él retomó años después en España, país al que llegó en 1909 para estudiar las cuevas paleolíticas de la cordillera Cantábrica con E. Cartailhac y H. Breuil. También en esos años realizó sus primeras excavaciones, en Essing (Baviera) y en Willendorf (Austria), donde se descubrió en 1908 una de las más famosas “venus” paleolíticas. En 1908 logró su habilitación sobre Die Steingeräte des franzosischen Altpaläolitikums (“Los instrumentos de piedra del Paleolítico Inferior francés”) y, con apoyo de A. Penck, fue nombrado asistente de la Universidad de Viena (1909-1911).
En 1909, junto a H. Breuil, acompañó a Alberto I a visitar Altamira y otras cuevas con pinturas cuaternarias de Cantabria. Con su patrocinio comenzaron las primeras excavaciones en la cueva de Hornos de la Peña, visitando conjuntamente las cuevas conocidas. De estos contactos saldría el Institut de Paléontologie Humaine (IPH) en París, creado por el príncipe Alberto I de Mónaco en 1910, quien le ofreció una Cátedra de Geología del Cuaternario (1911-1914). A través del IPH, Alberto I de Mónaco sufragó sus misiones científicas, entre otras, las famosas excavaciones de la Cueva del Castillo (Puente Viesgo, Cantabria) de 1909 a 1914, que se iniciaron con H. Alcalde del Río y H. Breuil, pero fue Obermaier quien tenía mayor responsabilidad y las dirigía con su alumno Paul Wernert. Estos trabajos permitieron valorar este yacimiento paleolítico, considerado el más importante de Europa, por donde pasaron especialistas de todo el mundo, como G. A. Blanc, de Roma, H. F. Osborn, de Nueva Y ork, M. C. Burkitt, de Cambridge, Teilhard de Chardin, de París, etc., aparte de los especialistas españoles, desde Alcalde del Río al padre Jesús Carballo, E. Hernández Pacheco y el conde de la Vega del Sella.
Durante esos años descubrió la Cueva de La Pasiega, que copió Breuil y que publicaron con H. Alcalde del Río en 1913 en una monografía sufragada por el príncipe de Mónaco. En 1912, la atención de ambos se dirigió al arte levantino y estudiaron la Cueva de la Vieja, en Alpera (Albacete), y, tras visitar las colecciones de Enrique Siret en Cuevas de Almanzora (Almería), visitaron la Cueva de La Pileta (Málaga), que también publicó en 1915 con H. Breuil y su descubridor, W. Verter, y, ese mismo año visitaron las pinturas rupestres de Sierra Morena, a las que Breuil dedicó una extensa monografía.
Las excavaciones de El Castillo avanzaban bien, a pesar de ciertos problemas sobre la propiedad de la cueva, pero en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, lo que supuso la disolución del equipo investigador y el final de las subvenciones, quedando los estudios inéditos, hasta que pudieron ser retomados y editados en la década de 1980 gracias a su discípulo M. Almagro Basch. H. Obermaier pensó inicialmente acudir a la guerra como capellán, pero no podía cruzar Francia e, incluso, M. Boule le cesó en el IPH por ser ciudadano alemán, sufriendo al mismo tiempo el acoso de sus compatriotas por tener pública amistad con un francés como era H. Breuil. Gracias a la Junta de Ampliación de Estudios pudo permanecer en España como profesor agregado al Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, donde pudo proseguir sus trabajos, en especial en la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas (1914-1919), creada en 1913 por la Junta para la Ampliación de Estudios para que las investigaciones prehistóricas no estuvieran exclusivamente en manos de extranjeros.
Obermaier dio a la Comisión y sus publicaciones un impulso definitivo, que decayó años después, ya que sus relaciones con E. Hernández Pacheco y J. Cabré se deterioraron, al parecer por sus críticas científicas, lo que le hizo dejar el puesto y verse obligado a sobrevivir como capellán del Colegio del Pilar de Madrid.
Durante esos años, sin medios para proseguir las excavaciones y sin acceso para estudiar los materiales que estaban en París, se dedicó a estudiar las glaciaciones en la Península Ibérica. En 1916, en medio de las dificultades de la Gran Guerra, publicó en castellano, editado por la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, la que es considerada su obra maestra, El hombre fósil, que amplió posteriormente, reeditó en 1925 y se tradujo al inglés por la Hispanic Society of America de Nueva Y ork. Al año siguiente, en 1917 estudió, junto a P. Wernert, las pinturas levantinas del Barranco de la Valltorta (Castellón).
Las circunstancias le llevaron a incorporarse paulatinamente a la vida española, en los primeros años con el apoyo del padre J. Carballo y del conde de la Vega del Sella en Cantabria, al quedarse aislado en España, pero fue bien recibido en Madrid en los círculos académicos y de la alta sociedad, en particular gracias al apoyo del duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart, que le nombró su capellán, sufragó y prologó la magnífica obra La Cueva de Altamira en Santillana del Mar (Madrid, Real Academia de la Historia, 1935) y le ayudó como director de la Real Academia de la Historia, y también fue favorablemente acogido por los intelectuales, como manifiestan sus buenas relaciones con José Ortega y Gasset.
En 1922 fue nombrado catedrático de Historia Primitiva del Hombre a propuesta de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, tras superar los recelos de la Facultad de Ciencias, aunque no ingresó en el escalafón ordinario hasta 1928. Ocupó la Cátedra hasta el estallido de la Guerra Civil en 1936 y fundó el Seminario de Historia Primitiva, que ha sido durante el siglo xx el más importante centro de estudios prehistóricos en España. En 1924 adquirió la nacionalidad española y en 1925 fue elegido académico de la Real Academia de la Historia, en cuyo Boletín colaboraba, con un discurso sobre La vida de nuestros antepasados cuaternarios en Europa. En esos años excavó y restauró la Cueva de Altamira, en grave riesgo de derrumbarse, de cuya guía llegó a hacer once ediciones en castellano, inglés, alemán y francés, preparando la gran monografía que se publicó en 1935. En esos años escribió sin cesar, editó en la Revista de Occidente y ganó prestigio social, lo que le permitió divulgar los avances de la nueva ciencia y cerrar definitivamente los resquemores suscitados hacia esta ciencia en el siglo xix. También se dedicó a pronunciar conferencias por instituciones y universidades, españolas y americanas, como la de Buenos Aires (1926) y otras de América del Sur. Ese año asistió en Nueva Y ork al XXIII Congreso Internacional de Americanistas, en 1925 publicó, con L. Frobenius, El arte rupestre norteafricano, y algunos años después, en 1931, realizó un nuevo viaje de estudios por Francia, Alemania, Austria y Checoeslovaquia.
En 1933 participó en el Crucero por el Mediterráneo organizado por la Universidad de Madrid, junto con P. Bosch Gimpera, A. García Bellido, L. Pericot, J. Martínez Santa-Olalla y M. Almagro Basch. En 1927 había fundado la revista Investigación y Progreso, publicada con ayuda alemana, que dirigió hasta 1936. También en 1933 se le ofreció la Cátedra de Berlín que había dejado vacante Max Ebert, pero, a pesar del honor que esto le suponía, tras pensárselo, prefirió seguir sus líneas de trabajo en España, donde ya había organizado su vida, aunque también pudo influir en esta decisión su desconfianza hacia el creciente auge del nacionalismo alemán y, aunque la situación en España también se degradaba, no parece haber tenido particulares problemas.
El estallido de la Guerra Civil en 1936 le sorprendió en Oslo, donde era representante oficial en el II Congrès Internacional d’Archéologie Préhistorique et Protohistorique.
En 1938 aceptó una Cátedra en la Universidad Católica de Friburgo (Suiza), a pesar de la recomendación de sus amigos españoles, particularmente el duque de Alba, de que volviera a España. Al acabar la guerra, a pesar de su prestigio y de que no tenía problemas para volver, no quiso quedarse, dolido de la brutalidad de lo que representaba la Guerra Civil, en la que no se había querido comprometer con ningún bando, a pesar de su lógica afinidad con la zona Nacional. La guerra supuso la pérdida de sus documentos de trabajo, pero más doloroso fue que su Cátedra la reclamó públicamente su discípulo, J. Martínez Santa-Olalla. Obermaier renunció a ella, por pundonor, al no querer disputas sin altura, además de que su mala salud le hacía desconfiar de su pensión de vejez en España. Sin embargo, su huella y prestigio seguían vivos en España y con A. García Bellido, también alumno suyo, publicó en Madrid en 1941, en la Revista de Occidente, El hombre prehistórico y los orígenes de la humanidad, una reedición ampliada del texto publicado en 1932. En Suiza también siguió trabajando en yacimientos locales, de menor interés que los españoles, pero dejó nuevos alumnos, como el profesor H.-G. Bandi y J. Maringer. Sin embargo, sufría por su doble exilio, separado de España por las circunstancias señaladas y de Alemania y su familia, inmersa en la Segunda Guerra Mundial, lo que entristeció los últimos años de su vida. Enfermo de arterioesclerosis, a finales de 1945 sufrió una hemiplejía, de la que murió un año después. Fue enterrado en Friburgo, donde cada año le recuerda la Hugo Obermaier-Gesellschaft für Erforschung des Eiszeitalters und der Steinzeit, con sede en Erlangen.
De carácter introvertido, enérgico y recto, “hombre de valor científico y de carácter moral y humano”, como lo definió Alberto I de Mónaco, tuvo sus problemas con H. Alcalde del Río sobre la propiedad y la dirección de las excavaciones de la Cueva del Castillo, lo mismo que con algunos investigadores españoles, en especial con J. Cabré y E. Hernández Pacheco, a propósito de la cronología del arte levantino, que él, como Breuil, seguía considerando de fecha paleolítica. Pero, más que estos temas, era la forma clientelar de la sociedad, la falta de rigor científico de algunos profesionales, en ocasiones con escasa diferenciación de los coleccionistas, lo que más le apartaba de las formas de vida habituales en España.
Sorprende en H. Obermaier la amplitud de su obra científica en los casi veinticinco años que estuvo en España. El primer lugar hay que señalar sus estudios sobre el Paleolítico, en los que destacan sus investigaciones sobre el glaciarismo de las montañas y terrazas de la Península Ibérica, siguiendo a su maestro A. Penck, que entonces eran un elemento clave para datar el Paleolítico al determinar los cambios climáticos. Obermaier ha sido el gran estudioso de estos temas en España, que inició en Picos de Europa (1914) y que prosiguió con su alumno Juan Carandell Pericay en las sierras de Gredos (1916), Guadarrama (1917) y Sierra Nevada (1917), mientras estudiaba las terrazas del Manzanares con P. Wernert y J. Pérez de Barradas.
Pero su labor más importante fueron sus excavaciones en yacimientos con industria humana, gracias a las cuales dio un avance espectacular en los conocimientos sobre el Paleolítico, que supo sintetizar en su obra más representativa, El hombre fósil. También trabajó el arte cuaternario, con importantes monografías, pero, como Breuil, mantuvo siempre su visión sobre la conología cuaternaria del arte rupestre levantino, a cuyo estudio dedicó importantes aportaciones. Investigó igualmente otros temas más recientes de la Prehistoria, como el Mesolítico, pues dio a conocer el Asturiense, el Neolítico y el Arte Esquemático, pero mostró también gran interés por las grandes tumbas megalíticas, como las de Matarrubilla (1918) y El Soto (1934), e, incluso, por hallazgos ibéricos y celtibéricos.
Formado en la Escuela cultural de Viena, Obermaier ha sido el fundador de la Prehistoria y de la Arqueología profesional en España, al estimular a sus discípulos a hacer viajes de estudio, ayudando a muchos de ellos a formarse en Alemania. Fue un profesional ético, riguroso en los métodos y que enseñó que el saber se conoce por las publicaciones científicas. De Obermaier, a través de sus discípulos, en especial M. Almagro Basch, procede casi el 90 por ciento de los especialistas españoles en Prehistoria, no todos a la altura de sus enseñanzas. Entre ellos, cabe señalar a J. Carandell Pericay, con el que trabajó el glaciarismo de montaña, J. Pérez de Barradas, que se especializó en Antropología y estudió las terrazas del Manzanares, A. García Bellido, con el que reeditó El hombre prehistórico y los orígenes de la humanidad, J. Martínez Santa-Olalla, que fue su ayudante pero acabó disputándole la cátedra, M. Almagro Basch, que continuó su obra a partir de 1956, Julio Caro Baroja, dedicado a la Antropología, Carlos Alonso del Real, antropólogo y prehistoriador, o Domingo Fletcher, quien, en Valencia, también reconocía haber frecuentado sus cursos de doctorado.
Promotor de la nueva ciencia sobre el origen del hombre, contribuyó a su desarrollo, su prestigio y su difusión, pues sus libros casi podrían considerarse best sellers de la época, siendo sus teorías tomadas y repetidas por intelectuales como J. Ortega y Gasset, que le cita con relativa frecuencia en sus obras. Su labor, junto a la de H. Breuil, también supuso la superación y cierre definitivo de la fosa abierta entre la Iglesia y la Prehistoria en el siglo xix.
Su ejemplar labor científica fue reconocida en España y aún más en el extranjero. Fue correspondiente de la Real Academia de la Historia por Alemania (1913) y, elegido el 12 de junio de 1925 como numerario, ingresó en 1926 con un discurso sobre La vida de nuestros antepasados cuaternarios en Europa, contestado por Antonio Ballesteros, aunque pasó a correspondiente en 1939 al residir en Suiza. También fue miembro de la Academia de Ciencias de Baviera, de la Pontificia Academia Romana dei Nuovi Lincei de Roma y presidente de la Sociedad Española de Historia Natural, correspondiente de la Academia de Ciencias de Prusia, de la Real de Buenas Letras de Barcelona y de la Real de Bellas Artes y Ciencias de Toledo, honorario de la Sociedad Antropológica de Viena y doctor honoris causa por la Universidad alemana de Friburgo, en Brisgovia, y la de Oporto.
Obras de ~: Der Mensch der Vorzeit, Berlin-München- Wien, Allgemein Verlags-Gesellschaft, 1912 (trad. rusa, San Petersburgo, 1913); con H. Breuil y H. Alcalde del Río, La Pasiega à Puente Viesgo (Santader-Espagne), Mónaco, 1913; Estudio de los glaciares en los Picos de Europa (Trabajos del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Serie Geológica 9), Madrid, 1914 (ed. facs. Gijón, Grupo de Montaña de la Calzada, 1988); La Pileta à Benaoján; con E. Hernández-Pacheco, La mandíbula Neandertaloide de Bañolas (Memoria de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas 6), Madrid, 1915; El hombre fósil [Memoria de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas (MCIPP) 9], Madrid, 1916 [reed., 1925 (1985); trad. ingl. con el tít., Fossil Man in Spain, New Haven, Y ale University Press, 1924, reed. Greenwood Press Reprint, 1969]; con J. Carandell, Contribución al estudio del glaciarismo cuaternario de la Sierra de Gredos (MCIPP 14), Madrid, 1917; El yacimiento Prehistórico de Las Carolinas (Madrid) (MCIPP 16), Madrid, 1917; con J. Carandell, Los glaciares cuaternarios de Sierra Nevada (MCIPP 17), Madrid, 1917 (reed., Granada, Fundación Caja de Granada, 1997); con J. Carandell, Los glaciares cuaternarios de la Sierra de Guadarrama (MCIPP 19), Madrid, 1917; con P. Bosch Gimpera, “Prehistoria y orígenes de la civilización”, en G. Oncken (dir.), Historia Universal I, Barcelona, Montaner y Simón, 1917, págs. 31-132 (reed., 1929); con P. Wenert, Yacimiento Prehistórico de Las Delicias (Madrid) (Memorias de la Real Sociedad Española de Historia Natural XI), Madrid, 1918; con el Conde de la Vega del Sella, La Cueva del Buxu (MCIPP 20), Madrid, 1918; con P. Wenert, Las Pinturas rupestres del Barranco de la Valltorta (Castellón) (MCIPP 23), Madrid, 1919; con P. Wernert, El Dolmen de Matarrubilla (Memorias de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas 26), Madrid, 1919; “Die Dolmens Spaniens”, en Mitteilungen Anthropologishe Geschellschaft Wien, 50 (1920), págs. 107- 132; “Bronce ibérico representando un sacrificio, en Boletín de la Sociedad Española de Excursiones (BSEE), 29 (1921), págs. 130-142; “El Dolmen de Soto (Trigueros, Huelva)”, en BSEE, 32 (1924), págs. 1-31 (reed. Huelva, Diputación Provincial, 1993); con L. Frobenius, Urzeitliche Felsbilder Kleinafrikas, München, 1925; La vida de nuestros antepasados cuaternarios en Europa. Discurso leído ante la RAH en la recepción de D. ~ el 2 de mayo de 1926, Madrid, RAH, 1926; La cueva de Altamira y la villa de Santillana del Mar (Santander), Madrid, 1926; con H. Kuhn y K. Wolf, Bushman Art. Rock Painting of South Africa, Oxford, University Press, 1930 (ed. alemán, München, 1930); Urgeschichte der Menscheit, Friburgo, 1931 (trad. como El hombre prehistórico y los orígenes de la humanidad, Madrid, Revista de Occidente, 1932; reed., con A. García Bellido, 1941, 1944, 1947, 1955, 1957); The Caves of Altamira (Santander), Madrid, Patronato Nacional de Turismo, Blass, s. l., 1928; con A. Belda, “El casco griego de Huelva”, en Boletín de la Real Academia de la Historia (BRAH), 98 (1931), págs. 646-648; “Una excursión a la fortaleza celtibérica de Termancia (Soria)”, en BRAH, 105, (1934), págs. 181- 188; con H. Breuil, La Cueva de Altamira en Santillana del Mar, Madrid, RAH, 1935 (ed. inglesa, Madrid, 1935, y reed., Madrid, El Viso, 1984); con J. Porcar y H. Breuil, Excavaciones en Cueva Remigia (Castellón) (Memoria de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, 136), Madrid, 1935; “The first beginnings of painting during the Ice Age”, en Research and Progress, 8 (1942), págs. 125-132.
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Martín Almagro-Gorbea