Huguet del Villar Serratacó, Emilio. Granollers (Barcelona), 17.VIII.1871 – Rabat (Marruecos), 21.I.1951. Geógrafo, biogeógrafo, ecólogo, edafólogo y naturalista.
Nació en el seno de una familia de la burguesía de Barcelona: su padre, Joaquín Huguet del Villar, era abogado en ejercicio, probablemente en Barcelona, y su madre, Celeste Serratacò i Roig, pertenecía a una conocida familia de Granollers, donde pasaban los veranos. Él utilizó los dos nombres del padre bajo la forma de Huguet del Villar, firmando la mayoría de las veces como H. del Villar, e incluso como Del Villar o Villar, lo que ha llevado a algunos estudiosos de su obra a preferir este nombre. Huguet del Villar fue un científico atípico, sin formación universitaria, que se acomodó mal a las instituciones científicas españolas de la época, pero que gozó de reputación internacional y fue considerado como fundador de la edafología en España. En los últimos decenios, su figura ha sido recuperada y valorada por distintos autores del ámbito de la ecología, la geografía y la botánica.
Sus datos biográficos, aunque mal conocidos, cuentan, en cambio, con el aval de la noticia biográfica que él mismo redactó para la Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana (1929). En ella se dan las únicas noticias con las que se cuenta sobre su infancia y juventud: estudió en un colegio de jesuitas entre 1880 y 1885 y a los diecisiete años inició una temprana y prolongada estancia en países de América del Sur, principalmente en Argentina. Allí fue profesor de enseñanza secundaria, según él dice, de Historia y Geografía (incluso de Geografía Americana). Volvió a Europa en 1900. De esta experiencia americana debió de sacar el interés por la renovación pedagógica, de la que se ocupó en distintas ocasiones.
Al volver de América, se estableció en Madrid y se dedicó al periodismo que él llamaba “literario”, colaborando asiduamente en periódicos y revistas, como La Lectura, Hojas Selectas, Nuevo Mundo, La Ilustración Europea y Americana, La Ilustración Artística, Revista Contemporánea y Mercurio, además de diarios de ámbito nacional y provincial. Al mismo tiempo, se formó como autodidacta en investigación geográfica y botánica. Uno de sus maestros fue Eduardo Reyes Prósper. En estos años fundó la Federación Española de Tiro.
Si se analiza la trayectoria vital y científica de Huguet, se pueden distinguir tres etapas, en cada una de las cuales trabajó preferentemente en un campo, sin que por ello abandonara los demás. Los años que van desde su instalación en Madrid hasta 1916, en que publicó el Archivo Geográfico de la Península Ibérica, se pueden considerar como “la etapa geográfica”, dada su labor de divulgación geográfica y su empresa de valoración geográfica de España; sin embargo, su definitivo El valor geográfico de España. Ensayo de Ecética no vería la luz hasta 1921.
Entre 1917 y 1926 se puede hablar de “la etapa geobotánica” de Huguet. Fue en los años centrales del tercer decenio del siglo xx cuando hizo sus aportaciones fundamentales a esta ciencia, y planteó una reflexión ecológica con carácter fundacional en nuestro país. También en este caso, la obra de síntesis, Geobotánica, se demoró hasta 1929. A partir de los últimos años veinte, todos los treinta y los posteriores a la Guerra Civil en su extrañamiento magrebí, se dedicó a sentar las bases de la edafología española, tanto desde el punto de vista de la clasificación, como en la preparación de un mapa de suelos de la Península Ibérica. Es la etapa que podría llamarse “edafológica” de Huguet y más exactamente de “edafología mediterránea”.
A tenor de los numerosos enfrentamientos que tuvo Huguet del Villar con científicos españoles de su época, tanto madrileños como catalanes, de los juicios que vertió sobre algunos de ellos y de las dificultades laborales con las que tropezó, Emilio Huguet parece haber sido una persona difícil, de carácter fuerte, vehemente, a veces radical e intransigente, otras más posibilista, en sus opiniones y actitudes vitales y científicas.
En todo caso, nunca logró estabilidad laboral ni en Madrid ni en Barcelona, ni tuvo relación fácil con los naturalistas que fueron sus contemporáneos. En su vida personal, a las dificultades entrañadas por la temprana muerte de su mujer, Esperanza Maquíbar, a mediados de la década de 1920, hay que añadir la enfermedad mental crónica de su único hijo, Fernando Huguet, que estuvo recluido en el manicomio de Valencia.
Durante la etapa que se ha llamado “geográfica”, Huguet del Villar tuvo contactos con la Real Sociedad Geográfica (antes Sociedad Matritense) y frecuentó el Ateneo de Madrid, en el que dictó unas charlas en 1907. Sus primeras obras de divulgación geográfica, como Las Repúblicas Hispanoamericanas (1906) o la América sajona (1910), son de corte ratzeliano, centrando en el suelo el carácter de los estados, lo que le llevaba a postular la superioridad geográfica de Estados Unidos, y la debilidad de los países ibéricos. Tomó partido a favor de la expansión española en el norte de África, uno de los temas predilectos de la Matritense.
Por lo demás, su proyecto geográfico es de signo evolucionista, y consideraba a la geografía como la ciencia que tiene por objeto el estudio de la tierra en su relación con el hombre, postulando la influencia del medio y la posición del ser humano como parte de la escala biológica. A mediados de la década de 1910, Huguet del Villar había elaborado una teoría geográfica articulada, en la que la geografía se diferenciaría por su punto de vista, el locacional: lo propio de la geografía es para Huguet la localización de los fenómenos y sus conexiones, lo que le llevó incluso a hablar de “loconexión”.
Pero dos obras muy distintas constituyen los aspectos más originales y sobresaliente de su aportación geográfica. Por una parte, el Archivo geográfico de la Península Ibérica, de 1916, una aventura editorial de loable esfuerzo para suministrar información geográfica actualizada de toda índole, obra que no tuvo continuidad por falta de medios y por la imposibilidad de ser asumida por un solo autor. En 1921, cuando ya Huguet estaba trabajando en investigación naturalista, publicó El valor geográfico de España. Ensayo de Ecética que supuso su contribución más importante al debate sobre el valor del suelo ibérico —responsabilizado de los males de España, entre otros por Lucas Mallada— y un punto final a anteriores estudios en este sentido. La Ecética sería la parte de la Geografía que estudia la capacidad de las sociedades humanas para lograr el máximo de las potencialidades del medio, que se traduce en mayor población. El mal aprovechamiento de los recursos de España, debido a una inadecuada gestión agraria y a la cesión de los recursos minerales a compañías extranjeras, sería en este sentido una de las causas del atraso de España. La nomenclatura “ecética” sería mantenida por el autor en obras posteriores.
Pero cuando la Ecética veía la luz, Huguet del Villar se encontraba ya volcado sobre investigaciones concretas de historia natural. Es su etapa biogeográfica. Entró en 1915 en la Sociedad Española de Historia Natural, involucrándose en el proyecto impulsado por Obermaier para reconocer las huellas del glaciarismo cuaternario en la cordillera Central. Publicó sendos artículos sobre los glaciares de Gredos, el primero en 1915, lo que le haría mantener en su nota autobiográfica que había sido el primero en reconocer el glaciarismo de valle en el sistema Central. La discusión sobre prelación de resultados y autorías provocaron abiertos enfrentamientos, como el que mantuvo con Eduardo Hernández-Pacheco: Huguet se alejó de la Sociedad y del Museo de Ciencias Naturales y los naturalistas más acreditados de la época pasaron a ignorarle. Después de 1917, Huguet del Villar no volvió a publicar en el Boletín de la Sociedad Española de Historia Natural hasta 1933.
Estas circunstancias le hicieron buscar vías alternativas —en las que tampoco iba a lograr integrarse con una mínima continuidad—, pero que sí alentaron sus trabajos y representaron para él una plataforma internacional. En primer lugar, se vinculó en 1920 a la Sociedad Ibérica de Ciencias Naturales (antes Sociedad Aragonesa), fundada por el jesuita de acendrado conservadurismo Longinos Novás. Huguet fundó y dirigió la sección de Madrid de la Ibérica en diciembre de 1920, pero la institución era demasiado modesta. Eso explica que respondiera en 1923 a la oferta de inserción profesional en Cataluña, que se le hizo a través de Pius Font i Quer, para encargarse como regente de una nueva sección de fitogeografía en el Museu de Ciències Naturals de Barcelona. Pero tampoco en esta ocasión prosperó la relación, se produjeron desavenencias con el mismo Font y Huguet regresaba a Madrid un año después.
Este destino frustrado le dio, no obstante, ocasión para asistir a dos reuniones internacionales que cambiaron su vida profesional y reforzaron una red de relaciones mucho más fecunda para su obra que el naturalismo español: en el verano de 1923, la tercera excursión internacional de geografía botánica en Suiza, en donde, entre otros, conoció a (y discrepó de) Braun-Blanquet, el fundador de la Escuela de Sociología Vegetal llamada a triunfar en Europa; y en 1924 al Congreso Internacional de Ciencia del Suelo celebrado en Roma. En él se decidió la creación de la Asociación Internacional de Ciencia del Suelo, y Huguet quedó encargado de organizar la sección española y de confeccionar la parte ibérica del mapa de suelos de Europa. Parece que mantuvo desde entonces relaciones fluidas con los mejores edafólogos mundiales (Martí Henneberg, 1984).
En 1925 se publicó una de las obras de mayor repercusión doctrinal y metodológica en el campo de la geobotánica, considerada recientemente como “un hito fundacional de la ecología española” (Casado, 1997: 293). Se trata del “Avance geobotánico sobre la pretendida estepa central de España”, publicado en la Revista Ibérica en varios números. La obra es importante tanto por la cuestión de las estepas, como porque resulta ser una verdadera geobotánica e introduce una versión adaptada de las ideas de sucesión vegetal del americano Clements.
La existencia de vastas estepas en el interior ibérico había sido planteado por el naturalista alemán Willkomm tras su estancia en nuestro país en su obra Die Strand -und Steppengebiet der Iberischen Halbinsel und deren Vegetation de 1852, que el fundador de la ciencia forestal, Agustín Pascual, se había ocupado de verter parcialmente al castellano en la larga voz “Sosar” del Diccionario de Agricultura Rural de Esteban Collantes y Alfaro (1855). Pero, del campo científico, las “estepas” habían saltado al literario y al imaginario colectivo, y el “problema estepario” se había convertido en uno de los objetivos de regeneración. Una comisión real había encargado a Eduardo Reyes Prósper en 1915 estudiar las estepas españolas, pero el resultado, aunque valioso, no pasó de listados completos de plantas, sin planteamiento de asociaciones ni de hábitat (Gómez Mendoza, 1992).
Esta perspectiva permite valorar la gran innovación que supuso el “Avance”. Huguet negó que existiera problema estepario y que se pudiera hablar de estepas centrales ibéricas y sugirió que Reyes estaba al margen de la ciencia moderna —aunque le reconoce su valor como maestro—. Según él, la palabra estepa debía quedar excluida del lenguaje sinecológico y sería científicamente inaceptable poner en paralelo las estepas rusas, aludiendo a “formaciones herbáceas con máximo pluvial en verano”, y unas supuestas estepas ibéricas, en medios de “formaciones leñosas con mínimo de lluvia estival”. Las celebradas estepas no serían otra cosa que el producto de la destrucción del monte primitivo.
Pero Huguet se sirvió, además, de esta cuestión para abordar la dinámica de la vegetación peninsular, en su sucesión regresiva desde la formación clímax de xeroquercetum a través de etapas subseriales, hasta “los residuos” [sic] existentes. Aceptó el marco teórico y la nomenclatura de Clements y los introdujo en la literatura científica española. Pero no sin adaptaciones, reconocimiento riguroso de campo y puntos de vista propios, que son la mejor expresión de la invitación que hizo Huguet de Villar para evitar que la geobotánica de la Península quedara en manos de los extranjeros, una vez más, según él. El propósito aplicado del texto es manifiesto, enlazando con anteriores preocupaciones, afirmándose la trascendencia económica de la geobotánica para orientar las políticas agrícola, ganadera y forestal.
Esta etapa geobotánica de Huguet del Villar quedó coronada con la publicación del tratado de Geobotánica en 1929, síntesis doctrinal y metodológica. En la medida en que la geografía es ciencia de localización, la geografía botánica lo es de localización en la superficie terrestre de la vida vegetal y la geobotánica la ciencia que estudia el hábitat de las plantas. Pero, además, es una buena presentación sin complejos de las ideas más modernas. Huguet ni siquiera salvó de sus críticas a Braun Blanquet, de quien escribió: “Los métodos de Braun [Blanquet] son excesivamente suizo-alemanes. Es algo así como si para estudiar la distribución del color en el cuadro de las Meninas, lo cuadriculáramos y fuéramos estudiando la composición química de la pintura, cuadrado por cuadrado, para sacar luego la clasificación sintética” (Martí Henneberg, 1984: 166).
En todo caso, el autor tenía ya escrita la Geobotánica desde de la década de 1920, y se dedicaba ahora preferentemente y con ahínco a caracterizar y cartografiar los suelos peninsulares. Es la etapa del autor que se ha llamado edafológica. Había encontrado un lugar que le prestara, si no verdadero apoyo, sí cobertura oficial para sus investigaciones: la Estación Agronómica Central, que poco después se integraría en el Instituto Nacional de Investigaciones y Experiencias Agronómicas y Forestales, luego segregado como Instituto Forestal de Investigaciones y Experiencias (IFIE), bajo la dirección del que había sido primer director de montes, el ingeniero Octavio Elorrieta, de quien siempre tuvo apoyo, amistad y protección. Huguet se incorporó al IFIE como especialista en geobotánica y edafología, lo que no deja de ser una manifestación de la rivalidad entre botánicos del Museo y del Jardín, por un lado, y botánicos de los centros de investigación vinculados a las escuelas superiores, por otro (Gómez Mendoza, 1998). Con la salida de Elorrieta, Huguet renunció nuevamente al cargo por falta de reconocimiento, “por dignidad”, fueron sus palabras.
Huguet asistió al II Congreso Internacional de Edafología celebrado en San Petersburgo de 1930, al que presentó su método de clasificación internacional de suelos, y del que volvió como presidente de la Subcomisión de Suelos de la región mediterránea. En 1932, dirigió en Barcelona el Institut Mediterrani dels Sols, que colaboró con el Institut Català de Sols para la celebración en España de un congreso internacional, que no se llegó a celebrar, debido al cambio político en la Generalitat que determinó el gobierno de las derechas de 1933.
De nuevo en Madrid, Huguet del Villar trabajó con ahínco, con fe y con resultados en la que no dudaba en llamar ciencia del suelo, considerando al ruso Dokutchaev fundador, a Glinka consolidador mundial y a él mismo la autoridad para el Mediterráneo, aunque con obra en parte inédita, por el “coeficiente de retraso” que afectaba a España. Esto le llevó a considerarse inevitable en todo estudio edafológico, por lo que reprochó a Luis Ceballos por superficiales las consideraciones que había hecho con respecto a Málaga, escribiendo con este motivo de nuevo, y por una sola vez, en el Boletín de la Sociedad Española de Historia Natural (1933).
Desde mediados de la década de 1930, Huguet del Villar intensificó sus relaciones con agrónomos de Marruecos y Argelia y colaboró a menudo con ellos, encontrando allí el reconocimiento que no tenía en España. En 1937 publicó Los suelos de la Península luso-ibérica, con cartografía a escala 1:500.000, en Madrid y Londres a la vez, en versión bilingüe. Reseñó el libro el presidente de la Asociación Internacional de la Ciencia del Suelo, afirmando que iba a modificar las ideas corrientes sobre la génesis y la clasificación de los suelos; también la revista Ecology le dedicó una crítica elogiosa. La única disensión procedió de José María Albareda, el mentor, tras la Guerra Civil, de la edafología española y de los destinos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que tachó los resultados de Huguet de precipitados.
Huguet permaneció en Madrid durante los primeros meses de la guerra; en agosto de 1937, J. Cuatrecases, gran y fiel amigo y entonces director del Jardín Botánico, le envió al Congreso de Botánica en Viena, desde donde se fue a París y luego a Rabat, de donde no regresó por dificultades no esclarecidas por sus biógrafos, pese a los ofrecimientos de Cuatrecases. En abril de 1939, al acabar la guerra, trató de volver a España, consiguiéndolo en septiembre a través del consulado de Rabat: pese a los buenos informes de Octavio Elorrieta y de Arturo Caballero, juez depurador de catedráticos, y su propio alegato de que no se había comprometido durante la guerra, no consiguió recuperar la biblioteca y archivo de su piso, que había sido ocupado, lo que supuso la destrucción de muchos de sus materiales. Esto le condujo, tras su retorno a Rabat, a emprender una campaña contra la vida científica de la dictadura franquista y a empeorar sus posibilidades de retorno, al que renunció definitivamente en 1944, para quedarse en la capital marroquí. Antes había intentado irse a América (su amigo y protector Cuatrecases ya estaba instalado en el exilio de Colombia).
Huguet del Villar permaneció hasta su muerte en el norte de África, aunque volvió a España en dos ocasiones, en 1946 y en 1949-1950. Su biógrafo ha hablado de exilio (Martí, 1987: 181 y ss.), pero parece poco cierto, a la vista de los hechos que él mismo describe, y del retorno de 1939. Lo que es peor, Martí insinúa que el que se le acabe acusando de masón e insurrecto fue “fruto sin duda de los viejos rencores y envidias que suscitaba en buena parte de la comunidad de naturalistas españoles”, insinuación a todas luces poco afortunada, puesto que estos naturalistas estaban en su mayor parte, ellos sí, en el exilio. Las dificultades para su vuelta parecen haber procedido más bien de su poca estima del Instituto Español de Edafología, cuyo director era Albareda.
En sus últimos años publicó bastante en el Boletín de la Sociedad de Historia Natural marroquí, y en revistas francesas e inglesas. Sus publicaciones sobre los tipos de suelos de África del Norte han sido muchas, una de síntesis en 1947-1948. Con carácter póstumo se publicó su Geo-Edafología, probablemente de 1950, reeditada recientemente, junto con un texto inédito sobre El estado actual de la edafología, en el que se denuncia la supuesta infalibilidad de los grandes centros de edafología, Versalles, Rothamsted en Gran Bretaña y el Bureau of Soils, en los Estados Unidos de América.
Geógrafos, botánicos y ecólogos han reivindicado recientemente la obra y la capacidad de innovación de Huguet del Villar: “Uno de los autores que habría aportado avances conceptuales significativos al entendimiento de las propiedades globales de complejos ambientales como Humboldt, Darwin, Warming, Clements o Margalef ” (Casado, 1996: 337). Para avalar esta afirmación se incluyen estas líneas clarividentes del propio Huguet sobre la destrucción de los suelos: “Recuerdo a un ilustre agrónomo, por lo demás cultísimo y excelentísima persona, que ocupó altos puestos en su carrera, que se reía a carcajadas cuando oía hablar de la destrucción del suelo. Cuando sonaban esas alegres carcajadas, nacía ya una literatura, hoy cada vez más voluminosa, sobre la desertización del suelo y la necesidad de su reconstrucción y conservación. Entre ella nos permitimos señalar la obra de Osborn titulada ‘El pillaje del planeta’ donde se pone de relieve con datos concretos cómo, a pesar de las instituciones y presupuestos para la defensa del suelo, la destrucción continúa mientras la población aumenta en proporciones catastróficas sin que todos los horrores de las guerras modernas y de la lucha por la vida logren atenuarla”.
Obras de ~: Las Repúblicas Hispano-Americanas, Barcelona, Manuales Soler, 1906; Geografía General, Barcelona, Manuales Soler, 1909; América Sajona, Barcelona, Manuales Gallach, 1910; “El factor geográfico y el gran problema de España”, en Estudio (1914); La definición y divisiones de la geografía dentro de su concepto unitario actual, Madrid, 1915; “Los glaciares de Gredos”, en Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural (BRSEHN) (1915); “Nota sobre la presencia de la Betula pubescens en el centro de España”, en BRSEHN (1915); Archivo geográfico de la Península Ibérica, Barcelona, 1916; “Nueva contribución a la glaciología de Gredos: las hoyuelas del Hornillo”, en BRSEHN (1917); Bases para la política exterior de España: África y el Estrecho, Madrid-Barcelona, 1918; El valor geográfico de Gredos. Ensayo de Ecética, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1921; “Una obra de Davis y el problema entre Geografía y Geología en España”, en Boletín de la Real Sociedad Ibérica de Ciencia Natural (1921); “Avance geobotánico sobre la pretendida ‘estepa central’ de España”, en Ibérica (1925); “La edafología y la geobotánica en la vida internacional y en España”, en Ibérica (1926); “Una ojeada a la cliserie de la Sierra del Guadarrama”, en Ibérica (1927); “La composición mecánica de los suelos. Análisis y clarificación”, en Ibérica (1927); Estudios hispánicos: El Greco en España, Madrid, 1928; trad. de ~, vol. XX, de Vidal de la Blache y Vallois, Geografía Universal, añadiendo el capítulo V: “El desarrollo de la población y el valor ecético”, Barcelona, 1928; Geobotánica, Barcelona, Editorial Labor, 1929; Suelos de España. Primera serie de estudios, Madrid, 1929; El suelo, Barcelona, 1931; “Classification générale des sols”, Proceedings and papers of the II International Congress of Soil Science, San Petersburgo, 1932; “Sobre el habitat calizo del Pinus pinaster”, en BRSEHN (1933); “El regadío y el estudio de los suelos”, V Congreso Internacional de Riegos, Valladolid, 1934; Los suelos de la Península Luso-Ibérica (ed. bilingüe), vers. ingl. por G. W. Robinson, Madrid-Londres, Th. Murphy and Co., 1937; Types du sol de l’Afrique du Nord, Tunis, 1948; Tipos de suelo de especial interés del NW de Marruecos, Madrid, 1949; Geo-edafología, Madrid, 1950; “El estado actual de la edafología”, en Geo-Crítica (1983).
Bibl.: F. González Bernáldez, Ecología y paisaje, Madrid, H. Blumne, 1981; J. Martí-Henneberg, “Huguet del Villar y la Geo-edafología”, en Geo-Crítica, 45 (1983); El estado actual de la Geo-edafología. Un texto inédito de Huguet del Villar, Barcelona, Geo-Crítica, 1983; Emilio Huguet del Villar (1871- 1951). Cincuenta años de lucha por la ciencia, Barcelona, Universidad, 1984; J. Gómez Mendoza, Ciencia y política de los montes españoles (1848-1936), Madrid, ICONA, 1992; S. Casado de Otaola, “Emilio Huguet del Villar y la nueva ciencia de la vegetación”, en Los primeros pasos de la ecología en España, Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1997.
Josefina Gómez Mendoza