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Ignacio Sánchez Mejías

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Biografía

Sánchez Mejías, Ignacio. Sevilla, 6.VI.1891 – Madrid, 13.VIII.1934. Torero, dramaturgo y mecenas.

Nació el 6 de junio de 1891 en Sevilla, en la calle de la Palma (hoy, Jesús del Gran Poder). Fue bautizado en la parroquia del barrio popular sevillano de San Lorenzo; el barrio de Gustavo Adolfo Bécquer y del Jesús del Gran Poder. Era hijo del doctor José Antonio Sánchez Martínez, médico cirujano de la Beneficencia Municipal de Sevilla, y de su mujer, María de la Salud Mejías y Díaz, miembro, por tanto, de una familia burguesa sevillana, relativamente acomodada; no se dedicó a los toros, pues, por huir del hambre. Parece ser que estudió con los Escolapios y en el Instituto. Durante años, se creyó que inició la carrera de Medicina, pues eso fue lo que dijo a sus padres. La realidad es que ni siquiera acabó a su tiempo el bachillerato: lo hizo muchos años después, ya famoso, examinándose en una sola jornada de todas las asignaturas que le faltaban.

Como tantos chiquillos sevillanos, se inició en la tauromaquia, probablemente, jugando al toro. En la Alameda de Hércules conoció a José Gómez, de la familia de los Gallos, el futuro “dios de la tauromaquia”.

En 1908, con diecisiete años, Ignacio dio pruebas de su espíritu aventurero: se escapó de casa con su amigo Enrique Ortega, el Cuco, primo de los Gallos. Querían “hacer las Américas”, como toreros, en México, y en Cádiz se embarcaron como polizones en el transatlántico Manuel Calvo, con rumbo a Nueva York. Al llegar a Estados Unidos, las autoridades creyeron que se trataba de peligrosos anarquistas. Aclarada la confusión, las leyes de emigración, tan severas, les impidieron entrar en el país. Felizmente, su hermano mayor, Aurelio, que vivía en México, consiguió que reembarcaran a los polizones con rumbo a Veracruz.

En 1910 actuó como banderillero por primera vez en Morelia; al año siguiente, como novillero, en la plaza de México y se incorporó luego a la cuadrilla de Fermín Muñoz, Corchaíto. Se fue haciendo un nombre como novillero y como banderillero, en las cuadrillas de Cástor Jaureguibeitia Cocherito de Bilbao y de Rafael González Madrid Machaquito. Al revés de lo que hoy sucede, era habitual entonces que los toreros aprendieran el oficio como banderilleros, para pasar luego, si sus condiciones lo permitían, a novilleros y matadores.

El 7 de septiembre de 1913, se presentó en Madrid como novillero. El 21 de junio del año siguiente actuó por primera vez en Sevilla y fue herido gravemente al entrar a matar. En 1915 actuó como peón de Juan Belmonte y de Rafael Gómez Ortega el Gallo.

Al concluir el año se casó con Lola Gómez Ortega, hermana de Rafael y de José Gómez Ortega Joselito. Con este último actuó como banderillero durante el trienio de 1916 a 1918. El 16 de marzo de 1919 tomó la alternativa en Barcelona y al año siguiente, el 5 de abril, la confirmó en Madrid. El 16 de mayo de 1920, alternaba Sánchez Mejías con su cuñado José en la trágica corrida de Talavera de la Reina, en la que éste fue herido mortalmente.

Se había convertido ya Ignacio en una figura de la tauromaquia, que competía en México con Rodolfo Gaona y en España, entre otros, con el malogrado Manuel Granero.

Sánchez Mejías dejó los ruedos en 1922, pero volvió en 1924. A pesar de su pelea con la Unión de Empresarios, era ya la máxima figura. En 1925, a la vez que toreaba, escribía sus crónicas para La Unión. Fue entonces cuando inició su larga relación sentimental con Encarnación López Júlvez La Argentinita y su interés comenzó a alejarse del mundo de los toros. En 1927 toreó solamente tres corridas y se retiró de los ruedos por segunda vez. En diciembre de ese año, tuvo lugar el homenaje a Góngora. Viajaron a Sevilla siete escritores: Federico García Lorca, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Juan Chabás, Jorge Guillén y José Bergamín. Los acompañaba Sánchez Mejías, a quien se debía tanto la idea del viaje como el dinero que lo hizo posible.

Los actos de Sevilla los organizaba el Ateneo y tuvieron lugar en la sala de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, el 16 y 17 de diciembre. En sus revistas Carmen y Lola cuenta Gerardo Diego los detalles anecdóticos de aquellas veladas poéticas. Para agasajar a sus invitados, organizó Ignacio aquella noche una fiesta en su finca de Pino Montano, en las afueras de la capital. Disfrazados de moros, asistieron al alarde de Dámaso Alonso, que recitó de memoria los 1091 versos de la Primera Soledad de Góngora, y escucharon al cantaor Manuel Torre en lo que él llamaba las placas de Egito. En la Venta de Antequera, donde hasta hace poco se exhibían los toros para la Feria de Abril, celebraron los poetas una comida, en la que se coronó poéticamente a Dámaso Alonso, con un laurel cortado por Sánchez Mejías.

En 1928, se reveló Ignacio como autor dramático: Sinrazón se estrenó en Madrid, en el Teatro Calderón, el 24 de marzo, por la compañía de María Guerrero López (Mariquita, la hija de doña María, que había muerto poco antes) y Fernando Díaz de Mendoza. En sus memorias, cuenta Rafael Alberti el asombro del público ante una obra que se alejaba del costumbrismo folclórico andaluz para adentrarse con indudable categoría por los caminos del psicoanálisis y de las múltiples posibilidades de cada personalidad, con la difícil frontera entre locura y cordura, un poco a la manera de Pirandello, Unamuno o Ramón Gómez de la Serna.

La segunda obra de Sánchez Mejías se estrenó en Santander, pocos meses después: el 8 de agosto de 1929, en el Teatro Pereda, por la misma compañía Guerrero-Díaz de Mendoza, con la asistencia de los Reyes. Zaya ofrecía lo que se esperaba de él, lo que mejor conocía, una obra de ambiente taurino: del sainete andaluz se iba pasando a una angustiosa “búsqueda del tiempo perdido”, que reflejaba, sin duda, las contradicciones y melancolías de su creador.

La tercera obra teatral, Ni más ni menos, no fue estrenada ni editada en su tiempo. Se tiene noticia de que la ensayó un grupo de amigos en su finca de Pino Montano. A partir del tema de Raffles, el ladrón de guante blanco, se situaba Sánchez Mejías entre cielo y tierra, en conexión con la vuelta al auto sacramental que se produce en Europa en esos años.

En 1929, viajó a Nueva York. Allí coincidió con La Argentinita y con Federico García Lorca. Los amigos planearon entonces las armonizaciones de canciones populares españolas que hizo Federico y cantó Encarna. En esos días de Nueva York, los dos enamorados soñaron con un gran proyecto: una Compañía de Bailes Españoles. El espectáculo se acabó llamando Las calles de Cádiz, con texto de Jiménez Chávarri (seudónimo del propio Sánchez Mejías para su nueva tarea), música de Falla y decorados de Santiago Ontañón. Se estrenó en junio de 1933 en Cádiz, en el Homenaje a Manuel de Falla, con la Orquesta Bética de Cámara, que había creado el compositor en Sevilla, dirigida por su discípulo predilecto, Ernesto Halffter. El espectáculo se repitió, días después, en el Teatro Español de Madrid, con enorme éxito de Encarna y de su hermana, Pilar López.

La actividad de Sánchez Mejías desbordaba ampliamente el ámbito taurino. En 1930 fue elegido presidente del Betis Balompié y consiguió que ascendiera a la Primera División. Durante la Segunda República, fue también presidente de la Cruz Roja de Sevilla, amigo del general Sanjurjo, tuvo un incidente con Indalecio Prieto, se habló mucho de su entrada en la política... El 15 de julio de 1934, volvió a torear en Cádiz, reses de Domecq, con Cayetano Ordóñez Aguilera el Niño de la Palma y Pepe Gallardo, y cosechando un gran éxito. Con cuarenta y tres años cumplidos, no se qué insatisfacción le hacía volver a los ruedos. En menos de un mes, toreó seis corridas de toros: el 15 de julio, en Cádiz; el 22 de julio, en San Sebastián; el 5 de agosto, en Santander; el 6 de agosto, en La Coruña; el 10 de agosto, en Huesca y el 11 de agosto, en Manzanares.

Muchas casualidades le empujaron, contra su voluntad, a esta última corrida: un accidente de automóvil de Domingo Ortega, la petición de Dominguín para que le sustituyera... Torearon, por fin, Sánchez Mejías, el mexicano Armillita, Alfredo Corrochano (hijo de Gregorio, el gran crítico) y el rejoneador portugués Simao da Veiga y los toros fueron de la ganadería de Ayala. Como era habitual en sus faenas (uno de sus “trucos”, decían sus enemigos), Sánchez Mejías recibió al toro Granadino, para iniciar la faena de muleta, sentado en el estribo. En el segundo muletazo, al pasar, el toro lo derribó con los cuartos traseros, lo hirió y lo llevó desde la barrera hasta el centro del ruedo. A todos les impresionó la serenidad del diestro. Desde los cuernos, le dijo al que llegaba a hacerle el quite: “¡Por ahí no, Alfredito, que no me suelta!... ¡Por el otro lado!”. El propio Corrochano ha contado a quien suscribe este dato espeluznante. Sánchez Mejías, herido mortalmente, tenía los ojos muy abiertos, como luego cantará García Lorca en su poema: “No se cerraron sus ojos...”. Trasladaron a Sánchez Mejías a Madrid, al sanatorio del doctor Crespo, en la calle Goya, n.º 22. Murió dos días después, el 13 de agosto. Trasladaron sus restos a Sevilla y fue enterrado en el cementerio de San Fernando, en el mismo mausoleo de su cuñado Joselito, bajo el precioso grupo que había esculpido Mariano Benlliure.

Su muerte conmocionó profundamente a los aficionados a los toros y a los poetas del 27, sus amigos. Le dedicaron poemas Luis Fernández Ardavín, Miguel Hernández, José María de Cossío, Gerardo Diego, Rafael Alberti (Verte y no verte) y, sobre todo, Federico García Lorca: su Llanto es, junto al poema de Jorge Manrique, el mejor poema fúnebre de la literatura española. Gracias a él, Ignacio Sánchez Mejías sigue vivo, convertido en un héroe, en el mundo entero.

Fue, en fin, una personalidad excepcional, de un atractivo singularísimo, por la pluralidad de sus dotes.

Como torero, baste, como resumen, con decir que alternó dignamente con su cuñado Joselito y con Juan Belmonte, los dos genios mayores de la tauromaquia en toda su historia. Pero no se quedó en eso. Absolutamente insólito es el caso de un matador de toros que escribe crónicas periodísticas sobre las corridas en que él mismo ha participado o lee en un Ateneo el comienzo de una novela que está escribiendo, pocas horas después de lidiar sus toros, en la corrida de Feria. Y no se diga del que estrena un drama que quizá es la primera huella directa de Sigmund Freud en la escena española o diserta sobre la Tauromaquia, en la Universidad de Nueva York en términos muy conceptuosos, de una agudeza comparable a la de José Bergamín.

Algo más. La Generación del 27 supone, sin duda, uno de los momentos más gloriosos de la literatura y, en general, de la cultura española. El momento simbólico en que se manifiesta públicamente es el homenaje a Luis de Góngora, en su centenario: como se ha visto, esos actos no se hubieran celebrado sin el patrocinio —amistoso y económico— de Ignacio Sánchez Mejías.

Su biografía ha sido suficientemente aclarada, en los últimos años, por Antonio García Ramos con Francisco Narbona y por Andrés Amorós.

 

Obras de ~: Teatro, ed. de A. Gallego Morell, Madrid, Ediciones del Centro, 1976; P. Romero de Solís, “Un torero en Nueva York (sobre la conferencia de Ignacio Sánchez Mejías en la Universidad de Columbia)”, en Quites (Valencia, Diputación), n.º 1 (1982); Teatro, ed. de A. Gallego Morell, Madrid, Espasa Calpe, col. Austral, 1988; Escritos periodísticos, ed. de A. C. Saiz Valdivielso, Bilbao, Laida, 1991; La amargura del triunfo, ed. e intr. de A. Amorós, Córdoba, Berenice, 2009.

 

Bibl.: Uno Al Sesgo, Ignacio Sánchez Mejías; Librería Granada, col. Los Ases del Toreo, 1920; F. M. Alcazar, Sánchez Mejías: el torero y el hombre, pról. de G. Corrochano, Madrid, Imprenta J. Pueyo, 1922; J. Sánchez Moreno, Ignacio Sánchez Mejías (Vencedor de la muerte), Barcelona, Los Triunfadores del Ruedo, 1925; G. Diego, Carmen y Lola, ed. facsímil, Madrid, Turner, 1944; D. Alonso, Poetas españoles contemporáneos, Madrid, Gredos, col. Biblioteca Románica Hispánica, 1958; C. Morla, En España con Federico García Lorca, Madrid, Aguilar, 1959; A. Álvarez de Miranda, La metáfora y el mito, Madrid, Taurus, 1963; M. Auclair, Enfances et mort de García Lorca, Paris, Editions du Seuil, 1968; E. Camacho Guizado, La elegía funeral en la poesía española, Madrid, Gredos, col. Biblioteca Románica Hispánica, 1969; T. Durán Medina, Federico García Lorca y Sevilla, Sevilla, Diputación, 1974; R. Alberti, La arboleda perdida (Memorias), Barcelona, Seix Barrral, 1975 (col. Biblioteca Breve); M. Auclair y F. Prevost, Memoire de deux voix, Paris, Editions du Seuil, 1978; F. Lázaro Carreter, “Lectura del Llanto de García Lorca”, en Los Domingos de ABC, Madrid, 12 de agosto de 1984; I. Gibson, Federico García Lorca, Barcelona, Grijalbo, 1985; VV. AA., La música en la generación del 27 (Homenaje a Lorca), Madrid, Ministerio de Cultura, 1986; A. Amorós, Toros y cultura, Madrid, Espasa Calpe, 1987 (col. La Tauromaquia); A. García Ramos y F. Narbona, Ignacio Sánchez Mejías, Madrid, Espasa Calpe, 1988 (col. La Tauromaquia); M. Roldán, Poesía universal del toro, Madrid, Espasa Calpe, col. La Tauromaquia, 1990; G. Corrochano, La edad de oro del toreo, Madrid, Espasa Calpe, 1992 (col. La Tauromaquia); R. Martínez Nadal, Federico García Lorca, Madrid, Casariego, 1992; E. Giménez Caballero, Visitas literarias, Valencia, Pretextos, 1995; N. Luján, Historia del toreo, Barcelona, 1995 (3.ª ed. ampliada); A. Amorós, Ignacio Sánchez Mejías, Madrid, Alianza Editorial, 1998 (col. El Libro de Bolsillo); VV. AA., ¡Viva don Luis! 1927, desde Góngora a Sevilla, Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1998; A. Amorós, El “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” de Federico García Lorca, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000 (col. La piel de toro).

 

Andrés Amorós Guardiola