Alemcastre, Alfonso de. Duque de Abrantes (I). ?, f. s. xvi-p. s. xvii – Madrid, 1659. Noble portugués, cabeza de los exiliados portugueses en Madrid después de 1640.
Quien estaba llamado a desempeñar uno de los papeles más destacados —y menos conocidos— de la corte de Felipe IV nació hijo de la más rancia aristocracia lusa. Fue su padre Álvaro de Alemcastre (o Lencastre, o Lencastro, según la grafía al uso), III duque de Aveiro, y su madre Juliana de Alemcastre, sobrina del anterior. Hija única de Jorge de Alemcastre, II duque de Aveiro y II marqués de Torres Novas, su tío Álvaro interpuso pleito por la sucesión del título ducal de Aveiro —el único existente en Portugal aparte del de Bragança—, asunto que Felipe II resolvió instando al matrimonio entre ambas partes como vía de reconciliación.
Éste se efectuó en 1598, y de la unión de los dos Alemcastre nacieron dieciséis hijos, de los que cabe destacar al primogénito, Jorge de Alemcastre, y a su siguiente hermano, Alfonso de Alemcastre. Jorge de Alemcastre, siendo heredero, casó con Ana María de Cárdenas Manrique, de quien nació Raimundo de Alemcastre. Dado que Jorge de Alemcastre falleció sin llegar a ser IV duque de Aveiro, el título debía pasar a su hijo Raimundo cuando muriera la abuela, ya viuda, Juliana de Alemcastre, III duquesa de Aveiro.
Esto ocurrió en 1636. Fue entonces cuando el tío de Raimundo, Alfonso de Alemcastre, reclamó el título ante los tribunales, con lo que vino a repetirse la historia de sus progenitores, Álvaro y Juliana de Alemcastre.
Pero esta vez la sentencia, hecha pública el 18 de septiembre de 1637, resultó enteramente favorable al sobrino, de modo que Alfonso no logró su objetivo.
El tiempo haría ver la trascendencia de este acontecimiento, seguido en Madrid y Lisboa con la pasión que era de esperar.
Lo cierto es que para cuando Alfonso de Alemcastre había reclamado la sucesión del “Estado y Casa de Aveiro” ya había obtenido un lugar preeminente en el orden social. Por su boda con Ana de Sande y Padilla, dama de la reina Isabel de Borbón, Felipe IV le hizo marqués de Porto Seguro, en Brasil, el 18 de abril de 1627. Como además se trataba de la heredera de Álvaro de Sande, III marqués de la Pionera y I marqués de Valdefuentes —título otorgado por Felipe III en 1616—, y de la condesa de Mejorada, los títulos de sus suegros fueron a parar a él. Se hallaba, pues, en una situación adecuada para intentar desarrollar una carrera política que, sin embargo, sólo tras la separación de Portugal en 1640 alcanzaría relumbre.
Con todo, antes de esta fecha el marqués de Porto Seguro (título con que era conocido) ocupó el cargo de regidor de la Casa da Suplicação, alto tribunal de Lisboa. Su paso después por el Consejo de Estado de Portugal —el órgano consultivo que asistía a los gobernadores o, en su defecto, a los virreyes del reino— fue casi obligado por su alcurnia estamental y, en comparación con otros consejeros, su papel resultó discreto. En todo caso, en los comienzos de los agitados años de 1630 se mantuvo al margen de la facción que se formó en Lisboa contra la política reformista del conde duque de Olivares o, al menos, eso es lo que en 1634 pensaba al respecto el secretario Diogo Soares. Se sabe que en 1638 Felipe IV incluyó al marqués entre los nobles que desde Lisboa debían enviar su parecer sobre la nueva forma de gobierno que convenía implantar en Portugal tras los graves disturbios antifiscales que se habían adueñado del sur del país entre el verano de 1637 y el invierno de 1638. Por estas fechas Porto Seguro ya debía de haber simpatizado con los olivaristas Diogo Soares y Francisco Leitão (sus detractores le acusarían de esto algunos años después) o, cuando menos, no debió de resultar molesto para ellos. Poco después se instalaría en Madrid (tal vez con motivo de su entrada en el Consejo de Guerra) según la trayectoria habitual de la aristocracia lusa con aspiraciones de medro. Aquí le sorprendería la aclamación del duque de Bragança como rey de Portugal.
Este cambio tan brusco dio un giro inesperado a la carrera del marqués. Como tantos portugueses, Alemcastre vio en la Restauración una oportunidad extraordinaria para transformar su lealtad a Felipe IV en una fuente de favores capaz de situar a su familia en una posición privilegiada que, en circunstancias normales, habría durado varias generaciones. La necesidad que la Corona tenía de disponer de estos portugueses, que pronto se presentaron a sí mismos como exiliados, hizo el resto. En las primeras “juntas de portugueses” que Olivares organizó en Madrid en 1641 para preparar la que se suponía inmediata reintegración de Portugal, el marqués de Porto Seguro ya figuró en tres de ellas: en la Junta Ordinaria de Portugal, en otra “de Portugal” propiamente dicha y en la de Inteligencias, cuyos cometidos eran los asuntos generales del reino en instancia inferior, las colonias lusas y la información secreta del reino, respectivamente.
De las ocho juntas formadas, Porto Seguro no sólo estaba en tres de ellas, sino sobre todo en la más importante, la de Inteligencias. Probablemente ésta fue la primera señal del ascenso que le aguardaba al abrigo de su lealtad austracista. La segunda llegó el 3 de marzo de 1642 y consistió en la concesión del título de señor y duque de Abrantes, lugar de Portugal, en tres vidas y con setecientos cincuenta mil reales de asentamiento, con jurisdicción sobre la villa homónima. Había varios motivos para que la Corona tomara esta medida. Por un lado, la consolidación de la fidelidad de un Alemcastre y la necesidad de contar con un nuevo duque tras lo acaecido con el de Bragança y Caminha —este último condenado a muerte en Lisboa en 1641 por conspirar a favor de Felipe IV—. Por otro, en mente de todos debía andar el recuerdo de la sentencia de 1637 que había frustrado la aspiración del marqués de Porto Seguro al ducado de Aveiro, que ahora quedaba satisfecha. Además, su nuevo estatus contribuyó a paliar la confiscación de los bienes y rentas de la Orden de Santiago que disfrutaba en Portugal, decretada por Juan IV el 31 de diciembre de 1642. En cualquier caso, dado que el actual duque de Aveiro, su sobrino, era un niño que permanecía en Portugal junto a su madre, el nuevo duque portugués se alzó como el máximo titular de esta categoría nobiliaria con actividad política. Ésta no se detuvo en la participación de las juntas mencionadas.
A las dos o tres grandes figuras que podían hacerle sombra, Francisco de Melo, conde de Asumar, Manuel de Moura, II marqués de Castelo Rodrigo, y Carlos de Borja y Aragón, VII duque de Villahermosa, se las ocuparon en varias contingencias.
Los dos primeros fueron destinados al gobierno de los Países Bajos entre 1641-1644 y 1644-1647, respectivamente, mientras el tercero falleció en este último año. Precisamente el nuevo destino de Melo en Cataluña en 1645 propició que Abrantes entrara a formar parte de la Junta de Portugal por excelencia, o sea, la heredera de la constituida en 1639 tras la supresión del Consejo de Portugal y que siempre estuvo por encima de las creadas en 1641 (siendo casi todas ellas, a su vez, disueltas en pocos años). Hay indicios de que Abrantes llegó a dominar desde aquí el despacho de los principales asuntos lusos entre 1647 y hasta su muerte. De hecho, la elección de Abrantes para esta Junta motivó una dura queja por parte de uno de sus rivales, Jerónimo de Ataide, marqués de Colares, quien consideraba al duque menos antiguo que él para ingresar en ella. En realidad, la protesta era una continuación de las luchas faccionales del Portugal de Olivares, en la medida en que Abrantes era asimilado a las criaturas del conde duque que después de 1640 pretendían perjudicar a sus oponentes de antaño, entre ellos los Ataide.
Éstos fueron, sin duda, sus años de máximo poder, ejercido para defender las posiciones más rígidas en lo referente a Portugal. Se negó siempre a cualquier tipo de negociación o trato con el régimen bragancista, al que llegó a considerar más execrable que el que había surgido de la rebelión de los holandeses, “pues ellos no han llegado a dar la corona a un vasallo de Vuestra Majestad como lo han hecho en Portugal”. Desechó, igualmente, la oferta realizada en 1647 por los colonos de Río de Janeiro y São Paulo de acogerse de nuevo a la soberanía de Felipe IV a cambio de concesiones en materia económica y de gobierno.
Puede creerse que esta inflexibilidad fue consecuencia del objetivo que perseguía buena parte de la nobleza lusa exiliada en Madrid: recuperar sus propiedades y rentas y preparar, además, el asalto definitivo a las estructuras políticas de Portugal cuando éste se reintegrara a la Monarquía, operación que implicaría eliminar a los grupos partidarios de los Bragança e incluso a los que habían permanecido neutrales. De su matrimonio con la mencionada Ana de Sande, Abrantes tuvo dos hijos, Agostinho de Alemcastre e Sande, su heredero, y María de Alemcastre. Ambos se casaron, respectivamente, con Joana de Noronha, hija del conde de Linhares, también portugués, y con Pedro de Leiva y de la Cerda, III conde de Baños.
Fuentes y bibl.: Biblioteca Nacional de Lisboa, ms. 201, n.º 15; Biblioteca del Palacio de Ajuda, Memorial del marqués de Colares a Felipe IV, Madrid, 26 de mayo de 1654, ms. 51-IX-10; Archivo General de Simancas, Estado, leg. 3850; Consejo de Guerra, 16 de diciembre de 1644.
F. Velasco de Gouveia, Allegasam de directo por o Duque de Torres Novas, Dom Raimundo, contra o Marqués de Porto Seguro, seu tío, sobre a sucesão do Estado e Casa de Aveiro por falecimento da Sra. Duquesa Dona Luliana, Lisboa, 1637; S. de Luxán Meléndez, La revolución de 1640 en Portugal, sus fundamentos sociales y sus caracteres nacionales. El Consejo de Portugal: 1580-1640, Madrid, Universidad Complutense, 1988; R. Valladares, La rebelión de Portugal, 1640-1680. Guerra, conflicto y poderes en la Monarquía Hispánica, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1998.
Rafael Valladares Ramírez