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María Dolores de Rivas Cherif

Biografía

Rivas Cherif, María Dolores de. Madrid, 20.II.1904 – Ciudad de México (México), 30.IV.1993. Esposa de Manuel Azaña Díaz.

Última de seis hijos de Mateo de Rivas Cuadrillero y Susana Cherif Iznart. Su padre, abogado de ideas liberales, era hijo de Cipriano de Rivas Díez, terrateniente natural de Villalba de los Alcores (Valladolid), abogado y, hasta 1868, oficial 1.º de la Secretaría de Cámara y Real Estampilla de Isabel II. Su madre, devota católica, era de alcurnia marroquí, transferida a Marchena a fines del siglo XVIII. La infancia y adolescencia de Lola —su nombre familiar— transcurrieron entre Madrid y largos veraneos en Villalba de los Alcores plácidamente, salvo por la muerte en 1914 de una hermana niña y, en 1921, de un hermano de dieciocho años. Cursó sus estudios en el colegio de Santa Genoveva en la calle de La Salud de Madrid, institución laica pero de inspiración católica de lengua francesa.

Por su hermano mayor, Cipriano, muy activo en la vida cultural madrileña, conoció a personas de ese ambiente, entre ellas a Manuel Azaña, quien en septiembre de 1921 pasó dos semanas en la finca de Villalba. Frecuentó luego a Azaña en el hogar de los Rivas y de la familia Baroja. En 1928 Azaña escribió La Corona, drama de tema amoroso que dedicó a Lola. Se casaron en la iglesia de los Jerónimos de Madrid el 27 de febrero de 1929. Tras la boda, pasaron tres meses en París.

Desde 1930, al entrar Azaña en política activa, ella le acompañó y apoyó discretamente: Pacto de San Sebastián, ocultación de Azaña para evitar su detención desde diciembre de 1930 hasta abril de 1931; proclamación de la República el 14 de abril. Desde ese día gustó de asistir a sus discursos en el Congreso y compartió los altibajos de su actividad gubernativa y política: el fallido asalto al Ministerio de la guerra en 1932; el homenaje de Cataluña a Azaña en septiembre de ese año; los sucesos de octubre a diciembre de 1934, cuando su marido fue detenido en Barcelona y recluido en un barco de guerra, ella se trasladó allí y permaneció cerca de él. En septiembre de 1935 hicieron un viaje por Holanda, Bélgica y París.

Al estallar la Guerra Civil, Lola y su hermana se incorporaron como enfermeras al Hospital de Sangre instalado en el Instituto Oftálmico de Madrid. En septiembre se ocuparon de un refugio infantil cerca de Alicante. En octubre se reunió con su marido en el Palacio de Pedralbes de Barcelona. Juntos vivieron las dramáticas jornadas de mayo de 1937, el azaroso traslado a Valencia, y tras la vuelta a Cataluña en 1938, la salida definitiva de España. A pie cruzaron la frontera con Francia por La Vajol el 5 de febrero de 1939. De ella escribe Azaña en sus Memorias de mayo de 1937: “Nunca ha influido mi mujer en ningún acto político mío [...] todo lo que hago y digo le parece bien y no ve más que por mis ojos, y no ha tenido otra vocación que la de hacerme llevaderos todos los disgustos y sinsabores de la vida pública rodeándome de ternura”.

De la frontera se trasladan a la Alta Saboya, donde les esperaba la familia de Cipriano. Tras estallar la Guerra Mundial, establecieron su residencia en Pylasur-Mer, frente a la bahía de Arcachon. En febrero de 1940 Azaña acusó los síntomas de una afección cardíaca que ponía en peligro su vida. Lola, ayudada por su hermana Adelaida, le hizo de enfermera. Rescató de un campo de concentración al antiguo amigo, el doctor Gómez Pallete, quien se alojó en la casa en tanto que médico de cabecera. Una leve mejoría del expresidente coincidió con el avance del ejército alemán y el armisticio, que dividió a Francia en dos zonas, libre y ocupada, incluyendo en ésta Pyla-sur- Mer. Se decidió la salida inmediata, y el 25 de junio partió el matrimonio en una ambulancia con el médico y Antonio Lot —fiel ayudante desde 1935—, hacia Montauban, en zona libre o de Vichy.

Instalados precariamente en un piso que condividieron con otros españoles refugiados, allí les sorprendió a mediados de julio la noticia del secuestro en zona ocupada de su hermano Cipriano y otros amigos republicanos por la Gestapo y la policía española que los condujo a Madrid. Azaña intentó hacer personalmente gestiones, pero su enfermedad se lo impidió. Desde ese momento fue Lola quien, ayudada por Gómez Pallete, multiplicó los intentos de salvar al hermano ante el gobierno francés, ante autoridades religiosas, ante el gobierno de México y su presidente el general Lázaro Cárdenas. Éste fue el único que respondió positivamente.

Ante la negativa del gobierno de Pétain y Laval de permitirles salir de Montauban, el general Cárdenas asumió la protección del enfermo a quien mandó alojar en el Hotel du Midi bajo la bandera mexicana, a partir del 16 de septiembre. Ese mismo día, Azaña sufrió una hemiplejía devastadora. Durante las seis semanas que siguieron, la “vocación” de Lola se acentuó, al límite de sus fuerzas, como lo atestiguan las cartas que el médico, preocupado por su salud física y mental, envió a la familia y a Martínez Saura, en México.

Pero el apoyo del médico, fallecido trágicamente el 16 de octubre, le vino a faltar. El 3 de noviembre, una hora antes de la medianoche, Azaña murió. Ella, postrada, no pudo asistir al entierro. Al día siguiente se trasladó a la Legación de México en Vichy llevando consigo los manuscritos inéditos de su marido. Tres meses después, se reunió con su hermana Adelaida y la mujer e hijos de Cipriano, y el 1 de abril zarparon de Marsella en un carguero, hacinados con otros cuatrocientos refugiados, hacia La Martinica, Nueva York y Veracruz, a donde llegaron el 24 de junio de 1941.

En la ciudad de México estaban desde 1939 su hermano oftalmólogo, Manuel y la familia de la mujer de Cipriano. Y docenas de amigos españoles y mexicanos.

Los refugiados españoles republicanos le brindaron ayuda y apoyo moral y material a la joven viuda de Azaña, en quien veían un espejo de fidelidad a las ideas y sentimientos de su marido. Ella, sumida en un luto perpetuo, llevó una vida retirada en un modesto piso junto con su hermana Adelaida, dedicada a los afectos familiares y a luchar por lograr la libertad de su hermano Cipriano. Sólo apareció en los actos públicos en memoria de Azaña que se celebraban cada 3 de noviembre, salvo en 1946, cuando viajó a Montauban para la ocasión ante su sepultura. A finales de 1947, ya con su hermano Cipriano al lado, emprendió la misión que sentía como ejecutoria imperativa: publicar y difundir la obra escrita de su marido. Fue una ardua tarea contra obstáculos múltiples que sólo logró vencer tras veinte años, mediada la década de 1960, gracias a una nueva editorial mexicana. Después de 1975 pudo ir difundiendo sus obras en España.

En 1978 le fue reconocida la pensión de viuda de jefe de Estado, y el 20 de noviembre la prensa mexicana y española destacaron su visita en la Embajada de España al Rey Juan Carlos I, que ella motivó en el último discurso de Azaña a la Nación, en 1938, invocando, cara al futuro, la reconciliación de los españoles.

Las conmemoraciones del centenario del nacimiento de Azaña en 1980 y del cincuentenario de la muerte en 1990 significaron para ella la culminación de la misión moral sentida y la compensación de una hipotética vuelta a España que nunca pudo realizar.

“No lo resistiría”, decía lacónicamente. Murió el 30 de abril de 1993, cincuenta y cuatro años después de haber pisado tierra española por última vez.

 

Bibl.: M. Azaña, La Corona, Madrid, CIAP, 1930; J. Carabias, “Azaña cuando era novio de su mujer y se disfrazó de cardenal”, en Mundo Gráfico, 2 de mayo 1936 [reprod. en J. Carabias, Crónicas de la República, Madrid, Ed. Temas de Hoy, 1997, págs. 259-261]; J. Peña González, “Doña Lola”, en Aportes, año X, n.º 28 (octubre de 1955), págs. 26-28; M. Azaña, Memorias políticas y de guerra, Barcelona, Editorial Crítica, 1978, t. I, pág. 353, t. II, págs. 263-274; J. M. Martínez, “Méjico, el Rey abrazó a la viuda de Azaña”, Informaciones, 21 de noviembre de 1978; C. de Rivas Cherif, Retrato de un desconocido (Vida de Manuel Azaña seguido por el epistolario de Manuel Azaña con Cipriano de Rivas Cherif de 1921 a 1937), introd. y notas de E. de Rivas, Barcelona, Grijalbo, 1979, págs. 145-147, 500-511, 642-644, 650-651; J. Carabias, Azaña, los que le llamábamos don Manuel, Barcelona, Plaza y Janés, 1980, págs. 14, 21, 24, 263-264; E. de Rivas, “De un signo spinoziano al voto apotropeico”, en VV. AA., Azaña (catálogo de exposición), Madrid, Ministerio de Cultura, 1990, págs. 120-121 y 129-130; E. de Rivas, “Azaña en Montauban: del asilo político al confinamiento a perpetuidad”, en Historia 16, año XV, n.º 178 (febrero 1991), págs. 12-30; M. G. Núñez Pérez, “Sentimiento y razón: las mujeres en la vida de Azaña” en VV. AA., Manuel Azaña, pensamiento y acción, pról. de E. de Rivas, Madrid, Alianza editorial, 1996, págs. 176-183; A. Egido León, Manuel Azaña. Entre el mito y la leyenda, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1998, págs. 69-82, 430-447; S. Martínez Saura, Memorias del secretario de Azaña, ed. y pról. de Isabelo Herreros, Barcelona, Planeta, 1999, págs. 637-639, 641-650.

 

Enrique de Rivas

Relación con otros personajes del DBE

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