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José Goya y Muniain

Biografía

Goya y Muniain, José. Azanza (Navarra), 9.VII.1756 – Sevilla, 6.III.1807. Presbítero, bibliotecario de la Real Biblioteca y canónigo de Sevilla.

Fue hijo de Pedro de Goya y de Martina de Sagüés, padres de seis hijos de los que cinco, incluido José, profesaron en religión. Estudió Filosofía en el convento de San Francisco de Pamplona (1771-1773), Retórica en el Real Seminario de Vergara (en 1773, donde tuvo como profesor a Martín Erro, con quien ya había estudiado lLatín, de niño, en Andoain), y Leyes en la Universidad de Zaragoza (1773-1778), doctorándose en Cánones, en 1780, por la Universidad de Valencia (donde se relacionó con Mayans). Seguidamente se trasladó a Madrid, donde ingresó en la Real Academia de Sagrados Cánones, Liturgia y Disciplina Eclesiástica, sita en el oratorio de San Felipe Neri. Gozó de la protección económica de su tío Juan Gil de Goya, presbítero y beneficiado de Santa María la Mayor de Alcalá la Real, y desde 1781 hasta 1784 desempeñó la pasantía del licenciado José Ibarra.

Por indicación de Juan de Santander, director de la Real Biblioteca, estudió Lengua Griega y otras materias en los Reales Estudios de San Isidro, en 1783. Gracias a la protección de su sucesor, Francisco Pérez Bayer, ingresó como escribiente en la Real Biblioteca en marzo de 1784, pasando a oficial en 1789, y a bibliotecario en 1792, desempeñando el puesto de secretario de la Junta de Bibliotecarios al año siguiente. Nada más entrar en la Biblioteca debió iniciar su traducción de César, pues al año siguiente presentó a Pérez Bayer una primera muestra, y en 1788 estaba terminada y dedicada al infante don Gabriel; aprobada por Carlos IV para su publicación, no llegó a salir a la luz, sin embargo, hasta diez años después. La edición de Salustio por el infante don Gabriel, publicada en 1772, había puesto de manifiesto la conveniencia de editar en España a los autores clásicos en impresiones cuidadas, y los que se consideraban sus discípulos y amigos, como Pérez Bayer y el propio Goya y Muniain, intentaron poner en marcha, bajo el patrocinio de la Imprenta Real, una Colección de Autores Clásicos Latinos y Griegos, en 1788. A este fin se dirigiría la traducción de César, que probablemente respondía a un encargo de Pérez Bayer.

En 1790 había alcanzado el grado de presbítero. El Diálogo con su hermano, publicado por Goñi Gaztambide, refleja las preocupaciones religiosas y ascéticas de ese momento. Pero otras preocupaciones y ambiciones ocuparon su mente poco después. En 1791 concibió el plan de redacción de una Biblioteca española de Derecho Canónico, para lo que recurrió, a través de Pérez Bayer, al Colegio Español de San Clemente en Bolonia, así como al ministro de Carlos III en Roma, José Nicolás de Azara. Los colegiales de Bolonia respondieron al plan en sentido negativo, al ver en él, sin duda, actitudes regalistas contrapuestas al Derecho Canónico universal de la Iglesia, por lo que el proyecto, que habría tenido un considerable interés documental de haberse llevado a cabo, hubo de darse por olvidado.

Si quedó algo de este proyecto en la Collectio canonum ecclesiae Hispanae que la propia Biblioteca Real publicó en 1808, es decir, al año siguiente de la muerte de Goya y Muniain, es algo que hoy no se puede saber.

No se arredró Goya por este fracaso, pues en 1793 concibió otro proyecto de similares, si no mayores, proporciones, que incluso al cardenal Sáenz de Aguirre había parecido superior a sus fuerzas: se trataba de la recopilación de un corpus documental sobre los Hechos de los españoles en el Concilio de Trento. El plan presentado al Rey, para el que solicitó la intercesión del inquisidor general Manuel Abad y Lasierra, obispo de Ibiza, proponía el punto de partida en los manuscritos de la Biblioteca Real, entre los que se encontraban los papeles de P. Burriel, y preveía la posible colaboración de otros eruditos que, desde distintos puntos, se adhiriesen al proyecto. Al parecer, Abad y Lasierra, reconocido jansenista, se mostró reacio a la colaboración, quizá considerando el proyecto desproporcionado a las fuerzas que suponía a Goya, alegando que éste tenía bastante en aquel momento con la preparación de la edición de César, quizá no deseando implicarse en él.

Por desgracia, tampoco esta vez el plan de Goya fue atendido; aunque la envergadura del mismo hacía su realización dudosamente viable, la recopilación de los documentos que Goya y su equipo tenían más a mano, en Madrid, El Escorial y Toledo, podrían haber sido un interesante avance de la monumental colección publicada por los alemanes a comienzos del siglo xx.

En 1794, dando por fracasado el anterior proyecto, y encontrándose en proceso la edición y traducción de César, Goya y Muniain se dedicó a gestionar la publicación de otras dos obras más: el Catecismo católico trilingüe del P. Pedro Canisio, jesuita holandés, aprobado por el propio san Ignacio de Loyola en 1554, y la edición y traducción de la Poética de Aristóteles.

Las tradujo, según indica él mismo, “con intento [...] de que sirviesen en parte a la enseñanza del príncipe de Asturias, nuestro señor, y para utilidad común de los jóvenes españoles que aspiren a entender las referidas lenguas y quieran alcanzar alguna parte de erudición selecta”. Pérez Bayer, su protector en la Real Biblioteca, falleció ese año de 1794, y le sucedió Pedro Luis Blanco, quien informó favorablemente a la publicación a expensas de la Biblioteca, consiguiéndose también el acuerdo del ministro Eugenio de Llaguno.

Sin embargo, hasta 1798 no vieron la luz las tres obras, en cuidadas ediciones de la Imprenta Real la primera, de Benito Cano las otras dos.

Sabemos que en 1793 estaba autorizada la edición de César que tenía terminada desde 1788, aunque, según carta de Goya, el Decreto para la impresión no aparecía en la Secretaría de Estado, lo que ocasionaría las consiguientes dilaciones para la iniciación en la imprenta de los trámites de selección del papel y tipos de letra; tras las pruebas para su aprobación, vendría el encargo de las doce láminas, tres retratos y ocho mapas plegados que se habrían de grabar, con dibujos de Carnicero y Salesa, y que fueron grabados por Selma y Fontana. Por lo que el año y medio calculado por Goya para la impresión se convirtió en cuatro años.

En la dedicatoria al Rey del primero de los dos volúmenes aparecidos en 1798 resume la historia de la obra: “Los Comentarios de César que traduge en castellano siendo criado de V. Magestad en la Real Biblioteca, los presenté y dediqué entonces al Sr. Infante D. Gabriel, hermano de V. Magestad [...] Ahora que después de tantos años salen a luz impresos y adornados con varias láminas [...] pretenden llevar a la frente el augusto nombre”. En el prólogo que sigue reconoce el apoyo especial de Pérez Bayer, “persona de la mayor autoridad en la República de las letras y digna de todos mis respetos”, fallecido hacía cuatro años. La traducción de César por Goya se ha reimpreso en numerosas ocasiones desde entonces, y quizá le sean todavía aplicables las palabras de Menéndez Pelayo: “Su traducción continúa siendo la mejor de las castellanas, especialmente por la pureza del lenguaje, no inmune, sin embargo, de algún resabio de ranciedad afectada”.

Muy poco después, y dentro del mismo año 1798, aparecía el Catecismo católico trilingüe del P. Pedro Canisio, también cuidadosamente impreso, esta vez por Benito Cano, y precedido de una dedicatoria al príncipe de Asturias. La edición contiene el texto latino del Catecismo compendiado, más el texto griego de la traducción del padre Georg Mayr (hecha para su difusión y prevención de herejías en la Iglesia oriental), más la transliteración latina del griego, más la traducción castellana de Goya y Muniain; textos dispuestos a cuatro columnas, a doble página. Expresa claramente el editor y traductor: “Mi intención fue poner en manos de los jóvenes, ya medianos latinos, un sumario de la doctrina christiana, de donde puedan trasladar en sus ánimos los principales artículos de nuestra santa religión católica; proponerles un medio donde se estrenen en buena latinidad y griego; y proveerles de algún socorro con que pronta y fácilmente puedan leer el carácter griego impreso”.

Por último, el mismo año apareció también, e igualmente a cargo de la imprenta de Benito Cano, la edición bilingüe en griego y español, con dedicatoria a Jovellanos, del Arte poética de Aristóteles en castellano, en la que se incluyó el grabado de Aristóteles que se hizo para la vida de Cicerón por Middleton traducida por José Nicolás de Azara. Goya había enviado a Azara, a Roma, su traducción, y allí fue revisada, al parecer, por el exjesuita Esteban de Arteaga, quien dio su aprobación. Las circunstancias de la edición y traducción las explica con claridad el propio Goya en la dedicatoria de la obra: “Habiendo el Sr. Azara, ministro de S. M. en Roma, pedido a esta Real Biblioteca las lecciones variantes que resultasen entre un precioso códice que hay en ella, y entre las ediciones más correctas de la misma Poética, el Bibliotecario Mayor, quando me hallaba dedicado a otro linage de estudios más propios de mi genio, profesión y estado, me encargó que reconociese y anotase dichas variantes.

Al desempeñar el encargo me aficioné a la Poética de Aristóteles, y creyendo que las dos versiones que tenemos podrían todavía mejorarse algún tanto, determiné de probarme a hacer otra tercera. Acabada que fue, se remitió original a examen de inteligentes en Roma; como allí les hubiese parecido bien, quiso el Bibliotecario Mayor, y S. M. mandó, que se imprimiese a expensas de la Real Biblioteca”.

La acusación del jesuita emigrado a Italia, padre Manuel Luengo, de que la traducción de Goya era en realidad del padre José Miguel Petisco, también jesuita expulso, cuyo manuscrito original habría destruido aquél para ocultar el plagio, acusación que recoge Menéndez Pelayo, no parece que tenga muchos visos de realidad: estaría hecha muy a posteriori, referida a un trabajo terminado por Goya, presentado y aprobado en 1788, pero que no se publicó hasta 1798, y del que el propio padre Petisco (fallecido en 1800) no se sabe que dijera nada; y en cualquier caso no existe ninguna prueba de ello. Completamente disparatada es otra acusación, que también circula, según la cual el autor de la versión de la Poética de Aristóteles sería Pedro Luis Blanco, luego obispo de Albarracín y de Teruel. Blanco informó la instancia de Goya solicitando la publicación de la obra, y era bibliotecario mayor cuando se publicó aquélla, a expensas de la propia Real Biblioteca.

En 1797 Goya y Muniain había obtenido el cargo de auditor de la Rota en España, que era incompatible con el de bibliotecario, por lo que solicitó la jubilación en éste, que le fue concedida, conservándole los honores de bibliotecario y otorgándole una pensión de 6.000 reales sobre la mitra de Tarazona. El mismo año solicitó y obtuvo ejecutoria de hidalguía, en proceso sentenciado en 20 de diciembre de 1797, cuyo expediente se conserva en el archivo de la catedral de Sevilla.

Carlos IV le proporcionó, en 1801, una canonjía en Sevilla, de la que tomó posesión por procurador, aunque de hecho no la ocupó hasta 1806. El mismo año 1801 los tres estados de Navarra, reunidos en Olite, le agradecieron sus gestiones cerca del príncipe de la Paz para lograr la conservación de su constitución.

El agradecimiento de sus paisanos fue tan vivo, que en 1803 el clero navarro y el Ayuntamiento de Pamplona solicitaron al Rey su nombramiento para la sede episcopal de la capital navarra. Aparte de su reconocida caridad y dotes de administración, se resaltaba el hecho de ser conocedor de la lengua vascongada, utilizada en parte del territorio, y de tener un conocimiento perfecto del genio, usos y costumbres del país.

Finalmente Carlos IV nombró al benedictino fray Veremundo Arias para el Obispado de Pamplona, y Goya escribió elegantemente al Ayuntamiento de esa ciudad agradeciéndole sus desvelos y felicitándole por el nombramiento de su nuevo obispo.

Las circunstancias políticas de 1805-1806 le hicieron caer en desgracia, siendo destituido (jubilado, se dijo entonces) de su cargo de auditor. Tras un período de reclusión en su tierra, desde donde hizo gestiones para su rehabilitación, decidió trasladarse a Sevilla para ocupar el puesto de canónigo para el que había sido nombrado cinco años antes. Allí falleció el 6 de marzo de 1807.

Buena parte de los datos biográficos de Goya y Muniain, hasta 1784, los conocemos gracias a los “Libros de memoria” que redactó, hoy conservados en el Archivo General de Navarra, publicados por Goñi Gaztambide.

 

Obras de ~: Relación de los méritos, grados y exercicios literarios del Dr. D. Joseph Goya y Muniain, presbítero, opositor a prebendas de oficio, bibliotecario en propiedad de la Real Biblioteca de S. M., ¿Madrid?, 1795 (ejemplar en el Archivo Histórico Nacional); C. J. César, Los Comentarios de Cayo Julio César, traducidos por D. Joseph Goya y Muniain, Madrid, en la Imprenta Real, por Pedro Julián Pereyra, 1798, 2 vols.; P. Canisio, Catecismo católico trilingüe del P. Pedro Canisio [...], dispuesto para uso de la juventud española por D. Joseph Goya y Muniain, Madrid, Benito Cano, 1798; Aristóteles, El Arte poética de Aristóteles en castellano, por D. Joseph Goya y Muniain, Madrid, Benito Cano, 1798.

 

Bibl.: M. Batllori, “Un corpus documental español”, en Estudios eclesiásticos, 17 (1943), págs. 319-327; A. Huarte, “Un proyecto frustrado”, en Revista de bibliografía nacional, 5 (1944), págs. 136-149; M. Menéndez Pelayo, Bibliografía hispano-latina clásica, ed. de E. Sánchez Reyes, vol. II, Santander, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1950, págs. 161-185; J. García Morales, “Los empleados de la Biblioteca Real (1712-1836)”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, LXXIII (1966), pág. 48; J. Goñi Gaztambide, “El Diálogo de José Goya y Muniain”, en Príncipe de Viana, 32 (1971), págs. 77-115; “Las Memorias de don José Goya y Muniain († 1807)”, en Hom enaje a don José Esteban Uranga, Pamplona, Aranzadi, 1971, págs. 441-471; A. García y García, “Plan de una Biblioteca canónica hispana del siglo xviii”, en Anuario de historia del derecho español, XLIII (1973), págs. 445-450; L. García Ejarque, La Real Biblioteca de S. M. y su personal (1712-1836), Madrid, Tabapress, 1997, pág. 498.

 

Manuel Sánchez Mariana

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