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José María de Zumalacárregui y Prat

Biografía

Zumalacárregui y Prat, José MaríaConde de Zumalacárregui (II). Lucena (Córdoba), 11.VII.1879 – Madrid, 30.IV.1956. Economista teórico, precursor y promotor de las Facultades de Ciencias Económicas en España.

Nació en el seno de una familia guipuzcoana, vinculada a Cegama. Su padre Tomás de Zumalacárregui y Arrúe era juez en Lucena. Sus destinos en San Sebastián, Valladolid, Salamanca y Burgos nos ilustran sobre las ciudades en las que vivió durante su juventud. Estudió Bachillerato en el Colegio de San José, de los padres jesuitas, en Valladolid. Buen estudiante, sus preferencias parecían decantarse por la física, la geografía, la historia y, sobre todo, por las matemáticas, pero, la influencia familiar le condujo a las Facultades de Derecho y de Filosofía Letras, de la Universidad de Salamanca, donde grandes maestros condicionaron su camino. Entre ellos Enrique Gil y Robles, García Valdecasas y Dorado Montero, en Derecho, y Unamuno, en Filosofía. Este último sería, en aparente paradoja, quien contribuiría, en mayor medida, a orientar los pasos de Zumalacárregui hacia la Economía.

Conocedor de que el Derecho no le atraía con fuerza suficiente y de que su habilidad y su afición apuntaban hacia las matemáticas, le desveló que, en universidades extranjeras, había profesores que las aplicaban al estudio de la economía, y le animó a incorporar a su programa lo “último de economía en su aspecto verdaderamente científico”. La convocatoria de las cátedras de Economía, vacantes en las facultades de Derecho, le decidió a prepararlas, cerrando un proceso que se había iniciado años atrás, en la asignatura de Derecho Penal, cuando realizó un trabajo sobre los aspectos económicos de la criminalidad, y continuó con la elaboración de sus tesis doctoral sobre La evolución de la propiedad comunal, dirigida por Gumersindo Azcárate, y defendida en la Universidad de Madrid.

En 1903 obtuvo la Cátedra, en la Universidad de Santiago, después de una preparación seria que inició con beca del Colegio Mayor San Bartolomé, en Salamanca, y continuó con estudios en el extranjero sobre todo en Francia y Suiza, primero de la literatura sociológica y la economía social, y de los grandes maestros del historicismo, hasta que el estudio de las obras de Walrás y de Pareto —para cuya comprensión tuvo que ampliar sus conocimientos matemáticos— le condujeron a la moderna teoría económica. Al finalizar el curso obtuvo por traslado la Cátedra de la Universidad de Valencia en la que permanecería —con el paréntesis de la Guerra Civil— durante treinta y ocho años, hasta que, en 1941, pasó a la de Madrid.

Integrado plenamente en la vida valenciana —participó en foros, de gran importancia regional, como el Fomento Industrial y Mercantil, la Caja de Previsión Social del Reino de Valencia, la Escuela Social y el Ateneo Científico—, colaboró en periódicos, y pronunció conferencias; pero su actividad primera fue la Universidad, en todos sus aspectos, y en particular, en lo que se refiere a la docencia. Consiguió que su curso fuera rigurosamente “científico y técnico”, aunque para facilitar la comprensión de los estudiantes de Derecho rebajó parte del mismo a un nivel más elemental. En 1921, fue elegido decano de la Facultad, cargo que desempeñó durante nueve años y, en 1930, fue designado rector. Pero nunca dejó de ser un economista teórico, que fue según Larraz “el trazo más sobresaliente de su personalidad”.

Al iniciarse la Guerra Civil fue suspendido en sus actividades docentes. Salió de Valencia, y, en Santander, se incorporó a los Servicios de Previsión Social del Estado, hasta que, en marzo de 1939, se reincorporó a su Cátedra en Valencia. En 1940, fue nombrado presidente del Consejo de Economía Nacional, y, al crearse el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, director del Instituto Sancho de Moncada, donde nació la revista Anales de Economía. En 1941 fue trasladado a la Cátedra de Madrid. Y, en 1946, fue nombrado consejero del Banco de España, cuando una grave enfermedad, empezó a minar sus facultades.

Para abordar la personalidad de Zumalacárregui, cabe referirse a tres aspectos fundamentales: su aportación a la enseñanza de la ciencia económica; sus trabajos en el campo de la economía aplicada; y su contribución a la creación en España de las Facultades de Ciencias Económicas.

En cuanto a lo primero, Julio Segura destaca a Zumalacárregui como una excepción, entre un profesorado mayoritariamente historicista, puesto que no solamente explicaba el marginalismo, sino que, además, se ocupaba de impartir clases de matemáticas para que grupos selectos de alumnos de Derecho dispusieran de la preparación indispensable para entender el significado último de las teorías económicas. Esta importante contribución personal tendría años después, su prolongación en la de los profesores que se encargaron de las enseñanzas de Teoría Económica en la nueva Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de Madrid. De los tres primeros, los profesores, Valentín Andrés Álvarez, Manuel de Torres Martínez y José Castañeda Chornet, estos dos últimos, habían sido alumnos destacados de Zumalacárregui, en Valencia, que les aconsejó sobre el posterior enfoque de sus estudios, en España y en el extranjero. Más adelante, ambos colaboraron en actividades del Consejo de Economía Nacional y del Instituto Sancho de Moncada.

Julio Segura se refiere a tres trabajos principales de Zumalacárregui, al estudiar su contribución a la investigación y a la enseñanza de la ciencia económica en España. En primer lugar al discurso de recepción en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, titulado, La Ley estadística en economía que, más allá de su interés en el campo del análisis económico, o en el de la epistemología, constituía una notable aportación, en su tiempo, para rebatir a quienes sostenían la posibilidad de intervenir en la economía sin coste alguno. Una afirmación que sólo era posible desde la negación de la existencia de leyes económicas, o leyes “en” la economía. En segundo lugar, el trabajo sobre “Vilfredo Pareto (1848-1923)”, en el que reclama un reconocimiento de su aportación a la moderna ciencia económica, al tiempo que destaca la persistencia del pensamiento paretiano en la teoría económica y en la econometría. En esta obra, Zumalacárregui, sin duda el introductor de las teorías de Pareto en España, sostiene una posición muy clara respecto del carácter científico de la economía y sobre la necesidad de no contravenir las leyes económicas al elaborar y aplicar la política económica. Finalmente, en 1946, apareció la traducción española de la obra de R. G. D. Allen Análisis matemático para economistas. Zumalacárregui, autor del prólogo, insiste en su defensa de los estudios de economía moderna, incluida la exigencia de una base matemática adecuada. La matemática no es sólo una herramienta para el economista, sino que le abre perspectivas insospechadas.

Otros trabajos como los comentarios a la publicación, en Madrid, de la obra de Stackelberg Principios de Teoría Económica (1946), su discurso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas Sobre el aspecto económico de 1848, y un último artículo titulado “Del equilibrio económico a la econometría” (1955), reafirman, desde distintos ángulos, la posición científica de Zumalacárregui, resultante de dos fuerzas: su formación teórica dentro de la economía pura —heredada de Walras, Pareto, Edgeworth y Fisher— y su posición, respecto de la estadística matemática. No otros son los “ingredientes” de la econometría, de la que, en cierta medida, se puede considerar a Zumalacárregui como un precursor: desde 1925 sostiene la necesidad de aplicar el enfoque dinámico al estudio de los fenómenos económicos, así como de utilizar la estadística y las matemáticas para investigar en economía. Una posición en la que se reafirma en sus últimas publicaciones.

Situado Zumalacárregui en el emplazamiento teórico, que le corresponde, no fue un teórico desentendido de los problemas prácticos. Aunque había llegado pronto a la conclusión de que “el historicismo no es economía”, tal afirmación que estaba basada en el desprecio de algunos historicistas por la teoría, nunca le llevó a negar que la historia económica y la política económica, eran partes importantes de la economía. En el campo de la economía aplicada, entre multitud de temas, cultivados por él, destacan dos. Uno de ellos, el transporte, en el que alcanzó singular autoridad, y al que dedicó su última etapa docente en la Facultad de Ciencias Económicas. Antes, había desempeñado un papel importante en los estudios para la reforma ferroviaria, promovidos por Cambó, con una considerable aportación a la obra colectiva Elementos para el estudio del problema ferroviario en España de la que fue redactor único —según Larraz— de tres de los tomos. Se sugiere en ella que la problemática de la ordenación del transporte debía abordarse de manera global. Una idea que aparece, también, en su trabajo sobre Los servicios marítimos y la ordenación del transporte en España, y que tuvo que recordarnos, ya en los años sesenta, el Banco Mundial. El otro tema es la política social, que inició colaborando con el P. Vicent, y le condujo, después, a participar en las Semanas Sociales, en las Comisiones del Instituto Nacional de Previsión y en la Comisión del Montepío Marítimo Nacional. Su constante preocupación social aparece también en el discurso de recepción en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, sobre La naturaleza jurídica y la económica del presupuesto y sus modalidades recientes. Hace una dura crítica del sistema impositivo español por su manifiesta injusticia y por la ausencia de cooperación social, planteando el problema del fraude fiscal que lamentablemente no ha dejado de tener actualidad. Tanto el tema de los transportes, como el de la política social, le llevaron a participar en reuniones internacionales, como la Conferencia Internacional del Trabajo, Ginebra 1935 y la XIX Reunión de la Oficina Internacional del Trabajo en la que intervino de forma muy activa en las discusiones sobre la semana laboral de cuarenta horas, el trabajo en las minas, el trabajo femenino, las vacaciones pagadas y la extensión de los seguros sociales.

También cultivó los estudios sobre población, y ello a pesar de las reticencias de algunos, que hizo explícitas del cardenal Segura, partidario de que “hombres de ciencia católicos” no participaran en la Unión Internacional para el estudio científico de los problemas de la población, creada en 1928. Zumalacárregui que era miembro de la Unión y que había sostenido que él no era un economista católico, sino un católico economista, colaboró en la creación de la Sociedad española para el estudio de los problemas de población —entre los fundadores, también católicos declarados, figuraba un jesuita, el P. Antonio Castro— y asistió al Congreso Internacional celebrado en Roma, en 1931, en el que presidió la Comisión que se ocupó de los problemas de la población desde el punto de vista económico.

Las actividades y estudios de Zumalacárregui en relación con la economía aplicada quedarían incompletas sin una mención a los trabajos que elaboró el Consejo de Economía Nacional, presidido por él, y que dieron como resultado el cálculo de la Renta Nacional de España. Fuentes Quintana ha destacado el avance que ello supuso en 1945. Tanto la Comisión como la Ponencia, creadas al efecto, fueron presididas por Zumalacárregui.

Es evidente que desde entonces se han dado otros pasos importantes —que en absoluto desmerecen la relevancia de aquél— para mejorar el conocimiento estadístico de la economía española y el cálculo de la renta nacional.

La creación de Facultades de Economía en nuestro país, ha sido una constante preocupación de Zumalacárregui al menos desde 1919 cuando en su discurso de apertura de Curso, en Valencia, titulado Misión de la Universidad en la vida económica contemporánea, pidió la plena inserción de los estudios técnicos en la Universidad y “reunir y organizar todos los que son indispensables para la enseñanza de la economía”. Su petición partía del convencimiento, apoyado en la experiencia de otros países, de que cuando la ciencia pura y la aplicada viven separadas, se hace difícil que los técnicos adquieran la exigible cultura económica, y los economistas la mínima base técnica.

El momento en el que formuló su petición era particularmente interesante. La Universidad de Valencia fue una de las pocas que hizo uso de las facilidades que ofrecía el Decreto de Autonomía de 17 de abril de 1919, para que las Universidades elaboraran sus propios planes de estudio. Aunque su aplicación fue suspendida con la llegada de la Dictadura, durante la Guerra Civil se organizaron las enseñanzas de economía, en la Universidad de Valencia, siguiendo las propuestas de Zumalacárregui, por cierto cuando había sido privado del desempeño de su cátedra. Ernest Lluch lo ha recordado llegando a afirmar que el plan de estudios, aprobado en Valencia, en 1937, era más coherente, y a su juicio superior, al que entraría en vigor en la década siguiente. Conviene recordar que entonces hubo otras propuestas como la de Madrid, de crear una Licenciatura en Ciencias Sociales, que no llegó a materializarse, y la de Barcelona, en la Universidad Autónoma, también en la Facultad de Derecho. Todas estas propuestas, equivocadas según Fuentes Quintana, fueron posteriores a la de Zumalacárregui que, además, fue la única que propugnó la creación de nuevos centros dedicados, en exclusiva, a la enseñanza de la economía.

En 1943 se creó, finalmente, la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas. Zumalacárregui, que lo había pedido con insistencia, desempeñó también un papel importante. Era entonces catedrático de Economía Política en la Facultad de Derecho de Madrid —sería nombrado, poco después, catedrático Extraordinario de Economía del Transporte en la nueva Facultad—; era, además, presidente del Consejo de Economía Nacional y director del Instituto Sancho de Moncada; y habían sido alumnos suyos en Valencia José Ibáñez Martín, ministro de Educación Nacional; Manuel de Torres Martínez, y José Castañeda Chornet, que colaboraban con él y que estaban situados en organismos —Consejo de Economía Nacional Instituto de Estudios Políticos, Instituto Sancho de Moncada— que desempeñaron un papel activo en la puesta en marcha de la nueva Facultad a la que se incorporarían, de inmediato, entre sus primeros catedráticos de Teoría Económica.

La vida y la obra de Zumalácarregui muestran cuatro características admirables que le definen: su valor personal, su sentido religioso, la amplitud de su cultura y su entrega a la Universidad. En primer lugar, su gran entereza en momentos difíciles. Entre ellos —dejando aparte su actitud sencilla y serena ante la muerte— habría que destacar el comienzo de la Guerra Civil, que le afectó profundamente, hasta el punto de que, para algunos, entre ellos el profesor Torres, nunca volvió a ser el mismo. Zumalacárregui, cuyo hijo mayor fue asesinado, fue suspendido en el ejercicio de su Cátedra, se le retiró el pasaporte y tuvo que salir de Valencia en un carguero inglés, gracias al apoyo del cónsul general de Francia, embajador en funciones, mediante un permiso utilizable tan solo por emigrantes, que, evidentemente, no era su caso. Su presencia de ánimo fue puesta a prueba, una vez más, al afrontar los graves riesgos ligados a los numerosos controles, no todos oficiales, que hubo de superar en el puerto para embarcar. Con esta iniciativa que pocos se hubieran atrevido a tomar, finalizaron dieciséis meses de indudable riesgo para su persona. Aunque no había participado en política, sus convicciones religiosas, su preparación económica y sus intervenciones en organismos y actividades en el ámbito social, en los que participaban todas las ideologías, no eran el mejor aval, en aquellos tiempos, para abandonar Valencia sin obstáculos. En segundo lugar su sentido religioso, firme y serio, pero nada inclinado a la beatería, aspectos que se reflejan en su gran labor a favor de los derechos sociales, tanto en España, como en reuniones internacionales, así como en su colaboración con la Unión Internacional para el estudio de los problemas de la población. En tercer lugar su amplísima cultura, reflejada, en su importante biblioteca con libros de filosofía clásica y semítica, textos en latín, griego, hebreo y sánscrito, que revelaban sus grandes inquietudes: historia, matemáticas, física, filosofía, además de navegación —su gran ilusión— y, por supuesto economía y estadística; la biblioteca pasó a manos de uno de sus discípulos, el profesor Perpiñá Grau.

Por último su dedicación a la Universidad sobre todo, por el tiempo que allí pasó, a la Universidad de Valencia. Una actividad que se refleja en las actas de la Facultad de Derecho, y de la propia Universidad y que no le niegan ni siquiera los que la juzgan desde ideologías opuestas. Apoyó, siempre, la autonomía universitaria que intentaron promover sin mucho éxito, primero el Decreto Silió, de 1919, y, años después, la República. La Dictadura, primero, y el comienzo de la Guerra Civil, más tarde, se encargaron de abortar estos intentos. María Fernanda Mancebo, en un interesante estudio ha destacado como, antes de la guerra, la Universidad de Valencia —en la que tanto peso e influencia tuvo Zumalacárregui— guardaba celosamente una parcela de libertad, sin estar nunca al servicio del poder “aun en los momentos de la Dictadura de Primo de Rivera”.

Zumalacárregui casó con una dama gallega, María Calvo Moreiras, y el matrimonio tuvo seis hijos. Como se ha dicho, perteneció a dos Reales Academias: la de Ciencias Morales y Políticas y la de Jurisprudencia y Legislación, y en las Facultades de Derecho —y en la de Ciencias Económicas desde su creación, en 1943, hasta su fallecimiento— fue siempre un economista teórico, un caso único en aquellos tiempos, que introdujo, en España las últimas teorías y la economía matemática.

 

Obras de ~: Ensayo sobre el origen y desarrollo de la propiedad comunal en España (Hasta el final de la Edad Media), tesis doctoral, Madrid, Est. Tipográficos Hijos de J. A. García, 1903; Programa de Economía Política, Valencia, Universidad Literaria, Imprenta Manuel Alufre, 1903; Ensayo sobre Espronceda, tesis doctoral, Valencia, Facultad de Filosofía y Letras, 1904; Misión de la Universidad en la vida económica contemporánea, [discurso de inauguración del curso 1919-1920], Valencia, Tipografía Moderna, 1919; “La Facultad de Ciencias Económicas y el sentido de la Universidad”, en Norma (Valencia), (1935) [repr. en Anales de Economía, Madrid, (1953)]; “La crisis económica y la organización de la producción”, en Semanas Sociales, Valencia, 1935; Los servicios marítimos y la ordenación general del transporte en España, Madrid, Artes Gráficas Dina, 1944; Economía Política. Programa del Curso 1944-1945, Madrid, Facultad de Derecho, 1944; “Prólogo”, en R. G. D. Allen, Análisis Matemático para economistas, Madrid, Aguilar, S.A. de Ediciones, 1946; “El Profesor Von Stackelberg y la teoría económica”, en Anales de economía (Madrid), vol. VI, n.º 22 (abril-junio de 1946); La Ley estadística en economía (discurso de recepción en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas), Madrid, M. Aguilar, Editor, 1946; Sobre el aspecto económico de 1848, Madrid, Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Imprenta C. Bermejo, 1949; “Vilfredo Pareto (1848-1923)”, en Anales de Economía (AE), Instituto Sancho de Moncada, vol. XI, n.º 36 (octubre-diciembre de 1949), [repr. en serie A, n.º 8, Teoría Económica, Madrid, (1951)]; “Del equilibrio económico a la econometría”, en AE, vol. XIII-XV, n.os 49-60 (1955).

 

Bibl.: S. Aznar, “Zumalacárregui social” y F. Cambó, “Un recuerdo”, en Diario de Valencia, 28 de abril de 1928; P. Soto, “El homenaje de la Universidad al señor Zumalacárregui”, en Las Provincias (Valencia), 28 de abril de 1928; M. Torres, “El Profesor D. José M.ª Zumalacárregui”, introducción al Programa del Curso sobre Transportes, Madrid, Facultad de Ciencias Políticas y Económicas, 1944; J. Larraz, “Contestación”, en J. M.ª Zumalacárregui, Discurso de recepción del Académico de Número ~, Madrid, M. Aguilar, Editor, 1946; E. Fuentes Quintana, “La Economía española vista a través de la contabilidad nacional”, en Información Comercial Española (Madrid), n.º 309 (mayo de 1959); J. Castañeda, “El Centenario del marginalismo”, en Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (Madrid), n.º 50 (1974); E. Lluch, “La primera Facultad de Ciencias Económicas en Valencia”, en D’Arguments (Valencia), n.º 1 (1974); J. Velarde, Unamuno y los estudiosos españoles de economía, Madrid, Fundación del INI, enero-abril de 1982; La vieja generación de economistas y la actual realidad económica española [discurso de apertura de Curso], Madrid, Universidad Complutense, 1989; Economistas españoles contemporáneos: primeros maestros, Madrid, Espasa Calpe, 1990 (Biblioteca de Economía); M. J. González, “Prólogo”, en M. de Torres Martínez, Obra escogida, Madrid, Fundación FIES, 1990; J. Segura, Una nota sobre la historia de la introducción y asimilación del análisis microeconómico en España, Madrid, Imprenta del Banco de España, 1990; H. Villar, “Prólogo”, en J. Castañeda, Lecciones de Teoría Económica, Madrid, Fundación FIES, 1991; E. Fuentes Quintana, El Legado de Flores de Lemus y la labor de los economistas españoles, discurso doctor honoris causa, Sevilla, Universidad, 1993; M.ª F. Mancebo, La Universidad de Valencia de la Monarquía a la República (1919-1939), Valencia, Universidad, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1994; M. Varela, “El Profesor Zumalacárregui: un precursor”, en J. M.ª Zumalacárregui, Obra escogida, Madrid, Fundación FIES, 1995 [reprod. en E. Fuentes Quintana (dir.), Economía y Economistas Españoles, vol. VI, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2001]; R. Perpiñá, “Zumalacárregui (1879-1956). Del equilibrio económico a la econometría”, en Economía y Economistas Españolesop. cit.; L. Perdices y J. Reeder, Diccionario del Pensamiento Económico en España (1500-2000), Madrid, Editorial Síntesis, 2003.

 

Manuel Varela Parache

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