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Fernando María Castiella y Maíz

Biografía

Castiella y Maíz, Fernando María. Bilbao (Vizcaya), 9.XII.1907 – Madrid, 25.XI.1976. Político, embajador de España, catedrático y ministro.

Fernando María Castiella y Maíz nació en Bilbao el 9 de diciembre de 1907. Su padre, Cesáreo Castiella y Taramona, era médico oculista de extendida reputación clínica. El linaje de Castiella venía del Alto Aragón, en la provincia de Huesca. Los Taramona eran vizcaínos encartados, de familia de mineros y terratenientes.

Por su madre, María de Maíz y Nordhausen, era de origen vasco y germano-americano.

Este vínculo genético norte-europeo era muy visible en Fernando Castiella, en la ordenada trabazón de su pensamiento, en el rigor metodológico de su trabajo y en la inmensa constancia en que sostenía una tarea, una vez emprendida. Tras obtener el Premio Extraordinario de bachillerato en el Instituto de su ciudad natal, cursó estudios y se doctoró en Derecho en la Universidad de Madrid con una tesis sobre Origen, naturaleza y alcance de los dictámenes del Tribunal Permanente de Justicia Internacional. Completó su formación como internacionalista en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de París, en la Academia de Derecho Internacional de la Haya y en las Universidades de Cambridge y Ginebra, donde llegó a colaborar temporalmente en la Secretaría General de la Sociedad de Naciones. Conoció, por tanto, las estrategias de la Institución sobre la que centró sus investigaciones.

Durante su estancia en Madrid participó como redactor en el diario El Debate y editorialista de política exterior y fue vicepresidente de la Confederación de Estudiantes Católicos y miembro de la Asociación Católica de Propagandistas.

Catedrático, por oposición, desde 1935 de Derecho Internacional Público y Privado, desempeña, a partir de 1939, la Cátedra de Estudios Superiores de Derecho Internacional en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid. También desde 1939 es miembro del Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya.

Durante la Guerra Civil permaneció en Madrid, y desde enero de 1937 hasta febrero de 1939 vivió refugiado en la embajada de Noruega. Se alistó en la División Azul y desde el verano de 1941 hasta la primavera del año siguiente estuvo en el frente, a unos cien kilómetros de Leningrado. Regresó a España en mayo de 1942 requerido por el Ministerio de Asuntos Exteriores.

Director del Instituto de Estudios Políticos de 1943 a 1948, en 1944 fue el organizador y primer decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas madrileña, en donde, al igual que en el Instituto, reunió excelentes profesores, como Luis Díez del Corral, José Antonio Maravall, Carlos Ollero, Salvador Lissarrague, Rodrigo Uría, Royo Villanova, Antonio Poch, y los economistas Stackelberg, Castañeda, Valentín Andrés Álvarez, Larraz, Zumalacárregui, Perpiña y Olariaga. Escribió en 1941, junto a José María de Areilza, la obra Reivindicaciones de España, alegato a favor de los derechos españoles en el mundo. En esa época puso en marcha el Consejo de la Hispanidad, del que fue nombrado consejero. El perfil de Castiella como catedrático es bien conocido por los muchos españoles que pasaron por sus aulas. Era minucioso y a veces exhaustivo en la presentación de los problemas y riguroso en el cumplimiento del deber profesoral y acercaba a los oyentes y alumnos a las entrañas de las cuestiones en una participación investigadora.

En 1948 comienza su actividad diplomática. Fue embajador en Lima (1948-1951) donde desarrolló una intensa actividad y tuvo siempre la preocupación de proyectar una imagen de reconciliación doble; superadora de la ruptura fratricida de la Guerra Civil y del desgarro que había representado el proceso de la Independencia americana. Perú, con la embajada de Castiella se convirtió en pilar de la política de España con Sudamérica. A continuación, fue embajador en la Santa Sede (1951-1957) donde negoció y firmó el Concordato de 1953. Seis años trabajó allí, tesoneramente, para abrir inteligentemente los nuevos cauces de las relaciones hispano-vaticanas. Fruto de esa labor fue, a los dos años de iniciar su misión, en 1953, la elaboración y firma de un nuevo Concordato entre España y la Santa Sede.

El 26 de febrero de 1957 pasó a ocupar la cartera de Asuntos Exteriores durante el más largo período que un ministro español haya regentado ese departamento (1957-1969). Fueron casi trece años de acción continuada y diversa, realizada en distintas vertientes, y en contradicción, a veces altamente conflictiva, con superiores tendencias y criterios de elevado nivel.

Castiella dio al Ministerio un empuje cálido y renovador; creó equipos de trabajo con espíritu conjuntado y audaz; despertó en las nuevas generaciones diplomáticas una iluminada esperanza; modernizó reglamentos y administración; y, una vez puesta a punto la máquina instrumental, se lanzó a múltiples iniciativas llevadas a cabo durante tan largo e importante período de nuestra historia.

Castiella se encaró tesoneramente con todos los problemas sociales del período histórico que le tocó vivir.

Su actuación internacional ofrece la clara imagen de un plan coherente que trata siempre, adaptándose a la coyuntura del día, de conseguir unos resultados.

Se enfrenta, así, con los problemas derivados de la relación de vecindad con otros Estados, con los que se deducen de nuestra situación geográfica, de nuestra condición de europeos, con el hecho de nuestra pertenencia a la Comunidad Iberoamericana de Naciones y nuestra historia común con los países árabes, sin olvidar el amplio capítulo de nuestra relación con Estados Unidos y con el bloque de países del Este.

Moderno y pragmático, acepta sin vacilar las consecuencias del gran movimiento descolonizador y a la hora de los principios defiende la no injerencia en los asuntos de terceros, la igualdad entre todos los Estados, el derecho a la integridad territorial y al respeto de la soberanía en todos los espacios soberanos del Estado.

En relación con los vecinos, estableció con Portugal una política de amistad desde el respeto a las diferentes posiciones en materia de descolonización. Respecto a Francia, sus viajes anuales a París marcaron los hitos de una fecunda aproximación entre los dos países y el general De Gaulle le confirió la Gran Cruz de la Legión de Honor.

Una de sus principales preocupaciones fueron las relaciones con Marruecos. Desde el mismo año de su nombramiento dedicó muchas horas de actividad al intento, no siempre bien comprendido, de resolver toda una serie de cuestiones que pesaban en nuestras relaciones: las negociaciones para poner fin al Protectorado, la devolución de Tánger y la retrocesión de Ifni.

Entre los grandes temas que preocuparon a la comunidad internacional tras el fin de la Segunda Guerra Mundial está la descolonización. Castiella defendió desde el principio de su gestión la necesidad de facilitar el acceso a la independencia de todos los pueblos dependientes. Marruecos fue un ejemplo; el otro sería Guinea y en relación al Sáhara sostuvo la celebración de un referéndum que permitiera el ejercicio de la libre determinación de la población originaria del territorio.

La entrada de Castiella en el Ministerio se caracteriza por la puesta en marcha del proceso de integración de España en los organismos económicos, como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y el Fondo Monetario Internacional, que coinciden con el plan de estabilización elaborado por el equipo tecnocrático y a partir del cual se inicia el desarrollo económico-social en grande y planificada escala. Castiella quiere dar un paso más allá, y en 1962, previa intensificación y esclarecimiento de las relaciones con la Francia del general De Gaulle, plantea formalmente la petición de adhesión, seguida de integración, como miembro de pleno derecho, de España en la Comunidad Económica Europea.

La carta que contiene esa solicitud y que data de febrero de ese año, es un hito importante, porque inicia el proceso del acercamiento al continente por parte del Régimen del general Franco.

Mención especial merece la política de Castiella en relación con Gibraltar. Cuando el Gobierno británico, pretendiendo ampararse en la ola descolonizadora de los sesenta para anular el Tratado de Utrecht, inscribió el tema de Gibraltar ante el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, Castiella impidió que la colonia perdiera su ligamen jurídico de origen con España y ello gracias a una dura pelea en la ONU en la que los nuevos países independientes salidos de la descolonización entendieron y apoyaron las tesis españolas, aunque vinieran de un viejo gran país con historia colonial.

En relación con Estados Unidos después de la firma de los Acuerdos de 1953, Castiella al iniciar su tarea tomó inmediato contacto con la Administración americana; visitó a Eisenhower en Londres, y más tarde en Washington. Y luego, sucesivamente, a los presidentes Kennedy, Johnson y Nixon, entre 1963 y 1969, en la Casa Blanca. Al llegar, en 1963, la fecha de expiración de los Acuerdos suscritos diez años antes, Castiella los renueva, después de una larga negociación con su colega Dean Rusk, en la que obtiene sustanciales ventajas en las contrapartidas para España.

Cinco años después, en 1968, expiraba la prórroga de los Acuerdos. Castiella decidió elevar el precio de esos Acuerdos por el enorme añadido —para España— y consiguiente valor que suponen para la política norteamericana. Pide que el rango del Acuerdo se eleve a Tratado; que las contrapartidas financieras sean tres veces mayores; que se ponga plazo final a la presencia del armamento nuclear en las bases españolas; que el Tratado sea de amistad y cooperación y que esa cooperación abra a España las puertas de la Alianza Atlántica y se extienda además al campo educativo, tecnológico, económico y cultural entre dos países. Al no alcanzarse soluciones satisfactorias, impuso una prórroga hasta 1970, lo que en buena medida fue la causa de su cese el 29 de octubre de 1969.

Con Hispanoamérica impulsó la firma de numerosos convenios de doble nacionalidad e importantes acuerdos económicos, concretamente con Argentina, que liquidaron la deuda española por el suministro de trigo de 1945.

Como hombre de su época, comprendió desde su juventud la importancia decisiva que tenían los organismos internacionales de todo tipo que los pueblos han creado con la ilusión de resolver sus problemas.

Como estudioso, dedicó largos períodos de su tiempo al cotejo de los archivos de la Sociedad de Naciones, rastreando en ellos la actividad española. Como político consagró un porcentaje muy alto de su actividad a intentar potenciar la presencia española en los más altos Cuerpos internacionales.

En la incesante actividad de Castiella hay un tema que resalta por su indudable profundidad, pero que trasciende de la pura política exterior. Es el tema de la libertad religiosa, planteado por el ministro dos años antes de comenzar el Concilio Vaticano. En él se aprecian las ideas de un hombre profundamente católico, pero respetuoso con la libertad esencial de los demás. Hay que situarse en aquellos años sesenta y en las circunstancias de la España de entonces para comprender que sólo una profunda convicción es capaz de proporcionar la energía necesaria, incluso frente a altos dignatarios de la Iglesia, para intentar devolver a los españoles un principio tan esencial como el de la libertad religiosa.

Tal vez el problema que tuvo Castiella fue intentar realizar una política exterior objetiva y a largo plazo, partiendo de un sistema que necesariamente operaba a corto y subjetivaba cualquier planteamiento internacional en razón de unos supuestos muy concretos.

Esa dificultad es la que condujo a la existencia de una política exterior no siempre congruente con la interior, disparidad insostenible más allá de la voluntad de un hombre y que lógicamente debería conducir o al cambio del sistema o a la sustitución del hombre.

Pero ese planteamiento inicial no hace sino engrandecer la personalidad de quien conscientemente lo asumía, con todos los riesgos.

Cuando cesó en Exteriores se dedicó con entrega total a la universidad y preparaba sus clases en la cátedra de Estudios Superiores de Derecho Internacional con la misma dedicación y el mismo rigor que los Consejos de Ministros. Llevaba las lecciones redactadas para no dejar ningún detalle y acudía a la facultad con libros, apuntes, resoluciones de Organismos Internacionales, noticias de prensa internacional y al terminar sus explicaciones mantenía un amplio diálogo con sus alumnos contestando a las preguntas sobre las negociaciones diplomáticas y los objetivos de una política de Estado.

En 1976 fue elegido académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Le contestó, en nombre de la Academia, José María de Areilza. El tema de su discurso fue Una batalla diplomática, interesantísimo alegato de la defensa de los intereses nacionales en la Sociedad de Naciones. Pero hizo algo más. Pidió a los nuevos gobernantes españoles nuevas metas internacionales para el país, capaces de conciliar el máximo consenso nacional para mejorar la posición de España en el ámbito internacional y contribuir a la paz y a la justicia mundiales. Un proyecto coherente que permita a España incardinarse en sus coordenadas históricas y contemporáneas, en la Europa a la que pertenecemos, en el mundo hispánico del que somos la raíz y la clave de unidad, en Occidente que es nuestro horizonte histórico afectivo. Igualmente apuntaba a la integración de la Europa Comunitaria y a un proyecto de Europa federal como solución al futuro continental. Y defendía una política de neutralidad activa e independiente, sólo posible una vez recuperado el control sobre el Estrecho: Gibraltar y Rota.

Esa llamada al consenso y el objetivo europeo fue su aportación al espíritu de cambio del momento que él veía como una oportunidad histórica que debía ser aprovechada y terminaba su discurso haciendo suyos los diagnósticos de liberales como Jerónimo Becker y nombres como Salvador de Madariaga por quien sintió gran admiración, y que representaba lo que él mismo sentía como objetivo prioritario: la reconciliación nacional y la superación de la Guerra Civil.

Algo que no se puede omitir en la biografía de Castiella es el orgullo que sentía de su condición de vasco.

Muchas veces puso de manifiesto —y con gran solemnidad lo manifestó en Guernica en 1964 al conmemorar la Fiesta de la Hispanidad— cómo lo vasco no sólo no es un elemento extraño a la línea histórica común de España, sino que es un ingrediente purísimo de españolidad e hispanidad. Castiella fue siempre un vizcaíno español, embebido con pasión a la vida común de España y vizcaíno universal que jugó un papel crucial en sus responsabilidades públicas al frente de la política exterior de España.

Fernando Castiella estaba casado con Sol Quijano y siempre rindió culto a la vida familiar de modo insistente y conmovedor. Su mujer secundó siempre de modo eficaz y complementario las altas tareas representativas que tantos años desempeñara.

Hay un rasgo último que no es posible ignorar que es el de su fe. Su fe ardiente, inalterable, cotidiana.

Catolicismo practicante de todos los días, sin exhibición ni ruido, a veces en visitas a iglesias solitarias, en ocasión de sus viajes oficiales.

Falleció en Madrid el 25 de noviembre de 1976.

 

Obras de ~: con J. M.ª de Areilza, Reivindicaciones de España, pról. de A. García Valdecasas, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1941 (2.ª ed.); Política exterior de España (1898-1960) (disertación del día 24 de marzo de 1960, en la Universidad de Georgetown, Washington D.C.), Washington D.C., Universidad de Georgetown, 1960; España en las Naciones Unidas (texto del discurso pronunciado en el debate general de la XVIII Asamblea de las Naciones Unidas, el 24 de septiembre de 1963), Madrid, Oficina de Información Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores, 1963; Gibraltar en las Cortes españolas (texto del discurso pronunciado el 20 de diciembre de 1965 por el [...] Ministro de Asuntos Exteriores Fernando M.ª Castiella en la sesión plenaria de las Cortes Españolas), Madrid, 1965; Razones de España sobre Gibraltar, Madrid, Aguilar, 1966; Documentos sobre Gibraltar, presentados a las Cortes Españolas por el Ministro de Asuntos Exteriores, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1966 (4.ª ed.); España ante las Naciones Unidas (discurso pronunciado en [...] la XXIII Asamblea de las Naciones Unidas [...] el 16 de octubre de 1968), Madrid, 1968; con J. M.ª de Areilza, Una batalla diplomática (discurso leído el 25 de mayo de 1976 [...] en el acto de su recepción en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas [...], contestación de [...] D. José María de Areilza, conde de Motrico), Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1976 (Barcelona, Planeta, 1976).

 

Bibl.: R. Villanueva Etcheverría (ed.), La primera embajada del profesor García Gómez: selección de sus despachos y cartas al ministro Castiella de 1958 a 1960, Madrid, Agencia Española de Cooperación Internacional, 1997, 2 vols.; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles? (1705-1998), Madrid, Editorial Actas, 1998; E. Fuentes Quintana (dir.), Economía y economistas españoles, vol. VII, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1999, passim; H. C. Senante Berendes, España ante la integración europea: el largo proceso para la apertura de negociaciones (1962-67), tesis doctoral, Alicante, Universidad, 2001 (inéd.); M. Oreja Aguirre, Tres vascos en la política exterior de España (discurso de recepción en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas el 24 de abril de 2001, contestación de S. del Campo Urbano), Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 2001; M. Sánchez Soler, Los banqueros de Franco, Madrid, Oberón, 2005; M. Oreja Aguirre y R. Sánchez Mantero (coords.), Entre la historia y la memoria. Fernando María Castiella y la política exterior de España (1957-1969), Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 2007.

 

Marcelino Oreja Aguirre

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