Barco González, Miguel del. Casas de Millán (Cáceres), 13.XI.1706 – Bolonia (Italia), 24.X.1790. Jesuita (SI) expulso, misionero, antropólogo, historiador y geógrafo.
Su mejor biógrafo es el coetáneo padre Félix de Sebastián (1736-1815), quien había sido misionero entre los tubares, en la Misión de Chinipas (Chihuahua, México). Refiriéndose a sus padres, en la nota que dictó el propio Barco en el puerto de Santa María (1768), camino del destierro, consignó ser “hijo de Juan Fernández de el Barco y de Isabel González, cristianos viejos, como lo fueron a su vez sus padres”.
Es verosímil suponer que su familia debió disponer de algunos recursos, ya que, de hecho, se esforzó por dar al joven Miguel la mejor educación posible. Según Félix de Sebastián: “De su infancia no sé nada, mas lo ajustado de su vida, su nobleza de trato y aquella honradez y hombría de bien que se le observó siempre dan a conocer la buena crianza que tuvo [...]; pasó mancebo a estudiar a la célebre Universidad de Salamanca y aquí, todo lleno de deseos de hacerse un hombre grande, se dedicó a las letras”.
En efecto, tras haber cursado las primeras letras en su lugar de origen o quizás en la vecina ciudad de Plasencia, Barco había decidido adquirir una amplia formación universitaria. Se dedicó, en consecuencia, por algunos años a la filosofía y posteriormente a la jurisprudencia que, según su biógrafo Sebastián, “miraba como el apoyo de su fortuna y de su bienestar”, llegando a ser considerado, “como uno de los mejores estudiantes juristas”. Pero Barco decidió ingresar en la Compañía de Jesús el 18 de mayo de 1728, en el noviciado de Villagarcía de Campos (Valladolid).
Después del noviciado, enseñó gramática en el colegio de Monterrey y repasó filosofía en Santiago de Compostela. De vuelta en Salamanca, empezó la teología, y zarpó (1735) de Cádiz hacia Nueva España (México) en una fragata que naufragó cerca de Veracruz (México). Hizo la travesía en compañía de un buen número de jóvenes jesuitas, a las órdenes del padre Juan Guendulain, que regresaba a la Nueva España tras haber cumplido varios encargos en Roma y Madrid. El grupo de jesuitas que formaban parte de aquella expedición llegó felizmente a San Juan de Ulúa, “de donde, abonanzando el tiempo, pasó al inmediato puerto de la Veracruz, y de aquí emprendió su viaje para la ciudad de México”.
La vida de Barco en América se desarrolla en tres etapas perfectamente delimitadas: el período comprendido entre 1728 y 1735, que corresponde a su formación religiosa; los tres años (1735-1738) en la región central de México; y la etapa de misionero en la Baja California, que abarca desde 1738 a 1768 (según su propio testimonio, cuando la expulsión de 1767, estuvo treinta años de misionero).
En la región central de México estuvo tres años (1735-1738). En el Colegio Máximo de México, completó sus estudios de teología (1735-1736), mientras asistía a los afectados por la epidemia de matlazáhuatl (fiebre tifoidea) y allí recibió el orden sacerdotal el 3 de septiembre de 1736. Probablemente hacia 1737, pocos meses después de su ordenación, ejerció en Puebla de los Ángeles y, hacia finales de 1738 o comienzos de 1739, se encaminó a California e inició su trabajo misional en San Javier.
Luego, trabajó en el Sur, seguramente en las misiones de San José del Cabo, Santiago, La Paz y Todos los Santos. Hacia 1741, regresó a San Javier (Baja California Sur), donde pasó el resto de su vida misionera y donde hizo los últimos votos el 15 de agosto de 1747.
Durante el siglo XVIII, los jesuitas levantaron dieciocho misiones a lo largo de toda la península de California.
La primera fue la de Loreto, fundada por Juan María Salvatierra, y la segunda la de San Francisco Javier, creada por Miguel del Barco y cuya función civilizadora la continuó Juan de Ugarte. Barco llegó a la Baja California cuando la empresa misional de los jesuitas acababa de sufrir la más seria de sus crisis (1734-1738), pues las fundaciones en el sur de la península (San José del Cabo, Santiago, La Paz y Todos los Santos) se habían visto convulsionadas por la rebelión de los pericues, los huchitíes y otros grupos de filiación guaicura. Tan grave había sido la violencia que dos misioneros, Nicolás Tamaral y Lorenzo Carranco, habían perdido la vida a manos de los nativos.
Barco fue enviado por sus superiores para compensar la pérdida sufrida, una vez que la situación comenzó a volver a la normalidad.
Aunque recorrió frecuentemente la península, y dos veces fue visitador y superior de las misiones de la Baja California (1751-1761), San Javier, entre los cochimíes, siempre fue el centro de operaciones y la cabecera de la misión a que se le destinó (poblado que cuenta hoy con menos de doscientas almas, prácticamente el mismo número que hace dos siglos y medio, en tiempos de Barco). No sólo se dedicó a la catequesis (dificultada por el nomadismo de los nativos, que no podían ser reducidos a poblaciones fijas por la escasez de tierras, y, ante la carencia de recursos, era necesario dejarlos durante largos períodos para que se dedicaran a cazar en los montes) y la administración de los sacramentos, sino que destacó como constructor de sólidos y hermosos templos. La iglesia de San Javier, que perdura hoy relativamente bien conservada, siendo expresión notable del arte barroco de mediados del siglo XVIII, fue ocupación preferente de Barco entre 1744 y 1758.
Fabricó además bordos y canales para aprovechar al máximo la escasa agua de la región y cultivar las tierras. Escribió varios informes de sumo valor acerca de la península, fundamentales para el estudio de la Baja California. Del mismo modo, propició y alentó las exploraciones del jesuita croata Fernando Consag (1703-1768) y del bohemio Wenceslao Linck (1736- 1790). En resumen, fue un magnífico misionero que en 1762 se ufanaba de que su misión de San Javier era la única que “de veinte y cuatro años a esta parte ha aumentado su número” de indígenas. En el resto de la península había sido lo contrario y en proporciones verdaderamente alarmantes.
En virtud de la Real Orden de expulsión de todos los jesuitas dictada por Carlos III, el padre alemán Francisco Du Crue narró la peripecia del viaje en latín, recientemente traducida por Sánchez Salor (Relato de la expulsión de la Compañía de Jesús de la Provincia de México y especialmente de California en el año 1767 con otras noticias dignas de ser conocidas escrito por el padre Benon Francisco Du Crue, misionero de esta provincia durante veinte años). Viajaron juntos hasta Cádiz, donde fueron separados españoles y alemanes; los españoles para ser expatriados a Bolonia, donde moriría Miguel del Barco. Los alemanes, para ser enviados a Ostende.
Barco y los demás misioneros, dieciséis en total, salieron del puerto de Loreto el 3 de febrero de 1768. Daba inicio a su última etapa vital: los veintidós años del exilio en Bolonia (1768-1790). Su primer destino fue Matanchel en las costas del Pacífico. De allí pasaron a Tepic, Guadalajara, México y Veracruz. El 13 de abril embarcaron con rumbo a La Habana y de allí salieron nuevamente hacia Cádiz, a donde llegaron a principios de julio.
En España, los jesuitas extranjeros obtuvieron permiso para marchar a sus países de origen. Los españoles, en cambio, como en el caso de Barco, quedaron allí confinados por algún tiempo. No fue probablemente sino hasta mediados de 1769 cuando se autorizó que algunos de éstos pasaran, en calidad de exiliados, a Italia, donde el pontífice romano les concedió asilo. Barco se estableció al fin en Bolonia, ciudad en la que también habían fijado su residencia otros jesuitas procedentes del Nuevo Mundo y de Castilla.
Es relativamente poco lo que se puede decir acerca de la vida exterior de Barco como exiliado en Bolonia durante los últimos veinte años de su vida (1770-1790). Nos consta que los dedicó a corregir y anotar la historia de la Baja California de Venegas-Burriel.
Aunque acabó su trabajo en 1780, no se publicó hasta que Miguel León Portilla lo hizo (1973) en México con el título de Historia Natural y Crónica de la Antigua California (Barco le había dado el sencillo título de Correcciones y adiciones a la Historia o Noticia de la California en su primera edición de Madrid, año de 1757). En su trabajo, realizado probablemente entre los años 1773 y 1780, además de consultar diversos documentos que pudo reunir, contó con los consejos de otros antiguos misioneros de California, de manera especial con los del padre Lucas Ventura. Su intención fue eliminar los errores que había encontrado en la bastante difundida Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual, atribuida a Miguel Venegas, y remediar asimismo sus carencias con nueva información, fruto de su larga experiencia personal.
Hacia 1744, por orden de su provincial Cristóbal Escobar y Llamas, Barco había escrito un importante informe sobre su misión, que luego sirvió de base a Miguel Venegas (1680-1764) para sus Empresas apostólicas, que Andrés Marcos Burriel (1719-1762) reelaboró en Madrid y publicó, con mejor estilo, con el título de Noticia de la California (1757). Pese a las revisiones y esfuerzos múltiples de objetividad, la obra de Venegas-Burriel no satisfizo a los misioneros y motivó que Francisco Javier Clavigero y Miguel del Barco escribiesen sus propios tratados sobre el mismo tema.
Concebidas por Barco humildemente como correcciones y adiciones, sus páginas constituyen, en realidad, una contribución esencial a la antropología, geografía e historia de California. El trabajo de Barco se inicia con una descripción de las características geográficas y fisiográficas de la península, que constituye una especie de introducción al tema sobre historia natural, que es el verdadero asunto de su estudio, estructurado en once capítulos (animales montaraces, insectos, reptiles, aves, árboles, arbustos, hierbas, raíces, peces, trigo, crustáceos, minerales, salinas y piedras, entre otras materias).
Su propósito era rescatar del olvido su experiencia de cerca de treinta años de vida activa y de observación asidua en la Baja California. En ello procedió con minuciosidad verdaderamente digna de admiración, reflejo de su propio carácter en extremo meticuloso.
Barco incluyó algo que faltaba por completo en la Noticia de Venegas-Burriel: un breve tratado de cuatro capítulos sobre la lengua indígena que él había llegado a conocer con bastante perfección, la de los ya citados cochimíes. Aunque el famoso lingüista, también exjesuita, Lorenzo Hervás no lo reseña en la Biblioteca jesuítico-española (1793), sin embargo, Barco lo informó sobre las lenguas de California (Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas, vol. I, Madrid, en 1784, que le proporcionara materiales acerca de los idiomas indígenas de California para el Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas [...], que tenía entonces en preparación.
La Historia natural de la Antigua California de Barco es una obra sobresaliente en el campo de la historia natural del Nuevo Mundo (muy rica en testimonios sobre la flora y la fauna), y al mismo tiempo aporta abundante información sobre las costumbres de los habitantes indígenas de la semidesértica, larga y estrecha península de California. Se dice que, al llegar los jesuitas en 1697, los indígenas bajacalifornianos eran cerca de cuarenta mil; al salir los misioneros, expulsados por orden de Carlos III, sólo sobrevivían unos siete mil indios.
La obra de Barco es la primera en la que se realiza un estudio exhaustivo y científico de la península californiana, a pesar de que otros autores habían hecho previamente descripciones de la naturaleza de Nueva España. Forma parte de las que son muy ricas a la hora de aportar datos sobre la historia natural del Nuevo Mundo. El autor trata de los tres reinos naturales clásicos: animal, vegetal y mineral, en once capítulos; los tres primeros dedicados a especies zoológicas pero agrupadas de forma pintoresca. Los capítulos del cuarto al octavo son dedicados al reino vegetal, agrupando las especies botánicas de manera peculiar.
Los capítulos nueve y diez vuelven a ser de asunto zoológico y el undécimo es de tema geológico.
La Historia natural de la Antigua California rebosa didactismo; el jesuita trata de ser comprendido por los lectores y, por ello, utiliza con frecuencia la comparación entre las especies californianas y las españolas o las europeas. Las descripciones de la naturaleza tienen como telón de fondo al auténtico protagonista de la misma, el indio, lo cual le lleva a relatar importantes aportaciones de los usos y costumbres indígenas.
De esta forma, el relato de la naturaleza adquiere así una doble función, didáctica, por un lado, y de aprovechamiento del entorno, por otro (por ejemplo, fomenta la industria vinícola californiana, con la sustitución de especies autóctonas por otras llevadas a la península americana desde Europa). La etología y ecología también aparecen en la obra del extremeño.
Tristes debieron ser los últimos años de la vida de Barco. Padeciendo de la vista y falto de recursos, tuvo al menos la satisfacción de haber cumplido, en circunstancias adversas, aquello que se había propuesto: rescatar del olvido sus propias observaciones y experiencias acerca de California, tierra a la que había dedicado lo mejor de su existencia. Miguel del Barco murió a los ochenta y cuatro años de edad, en Bolonia.
Sus restos descansan en la iglesia de San Giorgio, convento de religiosos servitas de dicha ciudad.
Hombre culto, de “habilísimo ingenio”, según su biógrafo, adquirió amplia formación en Salamanca, en especial en los temas jurídicos y filosóficos, de manera que los asuntos de sus escritos son tratados frecuentemente como si estuviera sosteniendo un alegato en términos de filosofía y de derecho escolásticos.
Pero, al mismo tiempo, se trasluce en su obra un cierto sentido de modernidad que lo hace buscar, por encima de todo, lo que considera testimonios irrefutables de la experiencia.
En resumen, puede decirse acerca de Miguel del Barco, asiduo contemplador de la naturaleza, que, si bien nunca perdió su mentalidad de escolástico, supo aunar ésta con su inclinación a las observaciones de su entorno geográfico y de las realidades culturales diferentes, como las que habría de encontrar entre los grupos nativos de California. Si su ocupación principal fue la de misionero, también puede decirse que actuó como acucioso investigador de la naturaleza y de los rasgos culturales indígenas; fue igualmente hombre que desempeñó cargos de gobierno como los de rector y visitador, arquitecto espontáneo, escritor que preparó y remitió diversos informes, y animador de empresas de grande significación geográfica, como la que llevó a cabo el padre Linck. Nadie como él, notable como misionero, ingeniero, filósofo e historiador, había dedicado sus energías y su inteligencia a conocer y transformar de raíz la realidad californiana.
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Antonio Astorgano Abajo