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José Luis Mazzantini y Eguía

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Biografía

Mazzantini y Eguía, José Luis. Luis Mazzantini. Elgóibar (Guipúzcoa), 10.X.1856 – Madrid, 23.IV.1926. Torero y político.

José María de Cossío comienza su biografía sobre el torero vasco, publicada en 1943, con las siguientes palabras: “Aunque la mayoría y los mejores de sus biógrafos coinciden en que nació en Elgóibar el 10 de octubre de 1856, quiero señalar, para mayor escrupulosidad, los datos que aparecieron en una biografía contemporánea del torero, que dice que nació en Pistoya Toscana, y que fue bautizado en el pueblo guipuzcoano que los otros indican como el de su naturaleza”.

Según este autor, la fecha anterior es, por tanto, la de su bautismo y no la de su nacimiento.

Sin embargo, Juan Miguel Sánchez Vigil y Manuel Durán reproducen en su biografía publicada en 1993 el acta oficial de bautismo, firmada por Francisco de Lizarrituri, párroco de la iglesia de San Bartolomé, que dice de manera literal: “En diez de octubre de mil ochocientos cincuenta y seis, yo el infraescrito cura de esta parroquial de Elgóibar, bauticé a un niño que nació a las cinco y media de la misma mañana y le puse por nombre José Luis, hijo legítimo de José Mazzantini, natural de Pistoya en Toscana, y de Bonifacia de Eguía, natural de esta, y vecinos de Matamorosa, en la provincia de Santander”. Luis Mazzantini fue hermano del banderillero Tomás, nacido en Llodio (Álava) en 1862.

Debido a su cultura y circunstancias vitales, absolutamente alejadas de las que deben considerarse como arquetípicas en cualquier otro torero, Luis Mazzantini es un caso aparte en la historia de la tauromaquia.

Por ese motivo, Néstor Luján escribió: “Es el suyo el segundo ‘don’ de la historia del toreo, salvando el de Francisco Montes, que en alguna ocasión tuvo la humorada de ponérselo en los carteles de las plazas del norte. El primero fue don Rafael Pérez de Guzmán, que lo lució por derechos de sangre. Mazzantini, en cambio, lo exhibió porque iba unido a su personalidad pomposa, brillante y cultivada [...]. Exageró durante toda su vida la intención culta, la elegancia en el vestir, el rebuscamiento en el hablar y su posición, siempre con levita y sombrero de copa, ante la vida”.

Vigil y Durán le retratan de la siguiente manera: “Fue uno de los diestros más carismáticos de la historia de la tauromaquia. Su personalidad, digna de estudio psicológico, rompió los moldes de una profesión apegada a la tradición desde sus orígenes. El calificativo de revolucionario, tantas veces empleado por historiadores y periodistas, no solo es aplicable a su toreo sino también al comportamiento social del personaje”. Estos autores recogen una frase del propio Mazzantini: “Me llamaban el señorito loco porque creían una locura que un muchachito que no pertenecía a las más humildes capas sociales, que había estudiado, que no se había curtido al sol de los caminos y dehesas, en el dramático calvario del hambre y del dolor, se dedicara al toreo”.

El futuro matador de toros era hijo de Giuseppe Mazzantini Vangucci, un italiano vinculado con la empresa que construyó el ferrocarril que unía Bilbao y San Sebastián, según unos, como operario y, según otros, como jefe de estación de Elgóibar (entre otras posteriores). Luis Mazzantini, que recibió una esmerada educación, vivió con su familia de 1860 a 1867 en Bilbao. Este último año los Mazzantini- Eguía se marcharon a vivir a Marsella y, de ahí, a varias ciudades de Italia. La familia residió en Livorno, Nápoles, Civitavecchia, Foligno, Velletri, Frascatti y, finalmente, Roma. La subida al trono español en 1871 del monarca Amadeo de Saboya trajo de regreso a este país a la familia Mazzantini, de la mano de David Marchino, inspector general de Servicios de las Reales Caballerizas. El futuro torero, que tenía catorce años y conocía a la perfección tres idiomas (español, francés e italiano), fue nombrado mozo de escuadra de 1.ª clase para el cuidado de los caballos de tiro de Su Majestad. Según Cossío, “en 1875 se hizo bachiller en Artes, y poco después ingresó como factor-telegrafista en los ferrocarriles del Mediodía; en 1878 era jefe de estación en Malpartida, y en enero pasó a la Compañía de Ciudad Real a Badajoz, ocupando el cargo de jefe de estación en Santa Olalla”.

Tras asistir a las capeas y novilladas que se celebraban en las cercanías de esta localidad, de manera insospechada comenzó a despertársele una afición a los toros que hasta ese momento no había hecho el más mínimo amago de aparecer. Según Cossío, “hombre ambicioso e inteligente por una parte, y por otra acuciado de la necesidad, ya que tenía que mantener a sus hermanos [sus hermanas Concepción y Amelia y su hermano Tomás] y mujer, el empleó que tenía más le parecía una carga insuficiente para resolver su vida que un medio de ganarse la subsistencia”. Se atribuye a Mazzantini una frase premonitoria sobre su futuro: “En este país de los prosaicos garbanzos no se puede ser más que dos cosas: o tenor del Teatro Real o matador de toros”; intentó sin suerte ser cantante de ópera, trabajó como cómico en algunas funciones y, por último, logró convertirse en un buen torero. Pero no fue fácil el proceso. Escriben Vigil y Durán: “Acosado por la soledad y por la angustia de verse atrapado en un rincón del mundo, Mazzantini se sintió miserable.

El mayor castigo era resignarse a vivir el resto de sus días luchando contra la pobreza, por eso soñaba con ser rico. Cuánta ignorancia en aquellos toreros que le recibieron con desprecio cuando le vieron aparecer, vestido de señorito, en los cafés de la capital. Mientras se reían del personaje arrogante que aguantaba estoicamente insultos y vejaciones, las tripas crujían por los adentros, haciendo eco de una sola palabra: hambre”.

Toreó sus primeros festejos en Talavera de la Reina, Fonseca, Villena y Torrejón, y el 6 de octubre de 1879 se anunció en una becerrada en la madrileña plaza de los Campos Elíseos. En el coso de la carretera de Aragón (el principal de los que entonces estaban en funcionamiento en Madrid) hizo su presentación el 22 de febrero de 1880. Según Vigil-Durán y Pérez López, ese día, además del diestro José Ruiz Joseíto, actuó la “mojiganga denominada El Maca y la Antoñeja, donde los participantes vestían con frac y alpargatas.

A matar se presentó un joven aficionado, anunciado como de ‘buen familia’; estuvo desafortunado y le mandaron el toro al corral. El joven se llamaba Luis Mazzantini”. Una semana después, el 29 de febrero, volvió a torear en Madrid, en esa ocasión en la mojiganga Pepe-Hillo, y de nuevo le echaron el novillo al corral.

Vigil y Durán relatan un encuentro que meses más tarde tuvo lugar con Salvador Sánchez Frascuelo en un café de Madrid. Allí se encontraba el gran torero granadino junto a otros matadores y subalternos de su cuadrilla. Tras unas palabras que no todos tomaron en serio, Mazzantini le dijo muy firme a Frascuelo: “Dejé mi empleo y con el último sueldo me vine a Madrid convencido de que usted me ayudaría”. Esa frase le llegó al alma a Salvador Sánchez, que respondió: “¡Vamo a verlo!”. En septiembre de ese mismo año 1880 le consiguió una novillada en Colmenar Viejo, y, según los autores citados, “tumbó a sus enemigos de dos buenas estocadas. Lidió con poderío y el público se divirtió en la plaza, siendo ovacionado a la salida”.

El 5 de diciembre siguiente Mazzantini hizo su presentación oficial en Madrid y Valladolid como novillero, alternando con Mateíto, Pulguita, con reses de Isidoro Rico. Aunque no alcanzó un gran triunfo, su actuación debió de ser más que aceptable, pues se le anunció a él solo el día 26 de diciembre [Pérez López no especifica con cuántos novillos], festejo que fue suspendido a causa del temporal. El 1 de enero de 1881 toreó en esa misma plaza en la “parte seria” de la mojiganga Pompeya, viendo de nuevo cómo otro de sus novillos regresaba vivo a los corrales. A partir de ahí tomó la determinación de torear como banderillero y medio espada en diferentes cuadrillas por los pueblos, con el loable objetivo de curtirse como torero. El 18 de diciembre de ese año 1881 regresó a Madrid, en un festejo en el que también actuaron el picador (aunque ese día actuó como rejoneador) José Bayard Badila y la mojiganga Las hazañas de Bou- Amema, logrando un notable triunfo ante un toro manso y muy complicado de Juan Moreno. Ya con el cartel en alza, en 1882 toreó cinco novilladas serias en Madrid, y cuatro al año siguiente; en esa temporada de 1883, el 3 de mayo lidió cuatro toros del conde de la Patilla (acudieron a verle torear los Reyes y otros miembros de la Familia Real) y el 31 del mismo mes lidió dos del rejoneador Bartolomé Muñoz, en un festejo en el que también intervinieron los matadores Gordito, Lagartijo, Currito, Fernando el Gallo, Manuel Molina y Cuatrodedos.

Durante los meses siguientes alcanzó gran popularidad, especialmente en la plaza de El Puerto de Santa María, localidad gaditana en la que se anunció que iba a tomar la alternativa el 8 de julio de ese año 1883. Toreó la corrida junto a Lagartija y El Marinero, pero todavía en calidad de novillero, sin que hubiera ceremonia alguna de doctorado, lo mismo que El Marinero, que se haría matador de toros en Sevilla el 14 de mayo de 1885, un año después que el propio Mazzantini.

El 16 de septiembre lidió seis novillos en solitario en Sevilla. La alternativa, a la que llegó con una fama casi insuperable, la recibió en esta ciudad el 13 de abril de 1884, con Frascuelo como padrino de la ceremonia, que le cedió el toro Costurero, de la ganadería de José Antonio Adalid. Lagartijo le confirmó el doctorado en Madrid el siguiente 29 de mayo, al cederle el toro Morito, de Murube (o Muruve, como entonces se escribía). Mazzantini, que salió en hombros de la plaza, toreó ese año de 1884 un total de ocho corridas de toros, frente a las veinticinco de Lagartijo y las veintidós de Frascuelo.

La extraordinaria fama de Mazzantini corría pareja a su heterodoxia en el vestir y en las maneras de comportarse fuera del ruedo. Según Vigil y Durán, “fue un revolucionario en forma y fondo. [...] Casi nunca vistió de corto, algo imperdonable para los antiguos, ni soñó con terminar sus días en un cortijo. [...] Había algo más profundo, la ruptura con los tópicos del pueblo: el flamenco, el baile, la taberna y las juergas en torno al vino”. Francisco de Cossío lo vio así en el tomo IX de la enciclopedia Los Toros: “Mazzantini, aunque no creó escuela, en su tiempo fue el primero de los modernos métodos publicitarios basados en crear una imagen original ajena a la actividad del anunciado, y le ayudó mucho en su lanzamiento”.

Luis Mazzantini, que fue un torero poderoso y un excelente director de lidia, hizo de la suerte suprema su punto fuerte. Tanta maestría adquirió, que sus contemporáneos llegaron a llamarle “El rey del volapié”.

Llegó a competir con Lagartijo y Frascuelo, primero, y con Guerrita después, y aunque mantuvo una digna posición de figura del toreo, no alcanzó la categoría de estos maestros. Néstor Luján lo dice muy gráficamente, al señalar que durante diez años “les anduvo pisando los talones”, pero sin alcanzarles, “por todas las plazas de España”. En este sentido de cercanía a los diestros consagrados, es importante el cuadro de Daniel Vázquez Díaz titulado Las cuadrillas de Lagartijo, Frascuelo y Mazzantini, porque ofrece una idea de la consideración que en esa época tenía el torero guipuzcoano.

O este otro dato: en 1884 se estrenó la obra Mazzantini. Bosquejo cómico-lírico en un acto y cuatro cuadros, original de Tomás Infante Palacios, con música de Isidro Hernández.

Néstor Luján resume sus características como torero, al tiempo que analiza sus aspectos positivos y negativos: “Como torero, puede decirse que fue el último gran estoqueador del siglo xix, y como estilista del volapié, ni la personalidad audaz e incomparable del Tato llegó a su seguridad y aplomo. [...] Fue un excelente banderillero y un autoritario jefe de lidia. En cambio, tenía un capote acartonado, daba una verónica ajada, triste y lacia, era ingrácil y seco en quites. Con la muleta no tuvo jamás frescura ni sensibilidad. Daba unos banderazos impresionantes, dejaba que los toros le entablerasen y tenía un nulo repertorio. Fue un torero aplomado, de paso rotundo y sin bailoteos, que sólo en el instante de montar el estoque para entrar a matar se imponía por encima de todos los toreros. Tuvo una superioridad neta sobre el público, al que dominaba con un gesto oratorio y con la prestancia de su figura. Fue valeroso, con un valor macizo, rectilíneo, con énfasis y engolamiento y un trasteo seco. Su valor era algo palpable, vertical, de una consistencia recia, rotunda, como esculpida en bronce. Fue el blanco de las iras de un gran sector del público, que no podía soportar su muleta desangelada, ni sus lances de capa, ensabanados y despegadísimos”.

Se mantuvo en la primera fila cerca de veinte años, y, ya mermado de facultades, toreó su última corrida el 8 de marzo de 1905 en Guatemala. Su esposa Concepción Lázaro falleció el 14 de marzo en México, y su hermano Tomás le cortó la coleta el día 17. En España había puesto fin a su carrera el 19 de septiembre de 1904 en Santa Olalla, la misma localidad en la que, vestido de jefe de estación, soñó con hacerse torero.

En Madrid actuó por última vez el 4 de octubre de 1903 (junto a Quinito y toros de Prudencia Bañuelos), en una temporada en la que intervino en nueve corridas. Según la revista Sol y Sombra, como matador de toros en Europa toreó novecientas ochenta y seis corridas, a las que hay que sumar las ochenta y siete en que intervino en América y las ciento once novilladas previas al doctorado. En total estoqueó tres mil ochenta y cuatro reses. Escribe Néstor Luján que “ganó una cantidad fabulosa de dinero, unos cinco millones de pesetas, si bien se mermó considerablemente su fortuna con una serie de especulaciones desafortunadas”.

Una vez apartado de los ruedos, sus inquietudes culturales se mantuvieron intactas, al tiempo que se despertaron otros sueños, en esta ocasión políticos. Escribió, con la ayuda de Natalio Rivas, sus memorias, y fue empresario del Teatro Real (antes, mientras estaba en activo como torero, había sido empresario de la plaza de toros de Madrid), concejal del Ayuntamiento de Madrid por el Partido Conservador de Eduardo Dato, teniente de alcalde del distrito de Chamberí, diputado provincial por Navalcarnero, gobernador civil de Guadalajara y Ávila y fundador y director de la revista Adelante, dedicada a la información ferroviaria.

Finalizada su etapa en la política, y una vez que le retiraron la pensión de antiguo gobernador civil, llegó incluso a tener problemas económicos. Según Vigil y Durán, sus más recientes biógrafos, falleció de una dolencia cardíaca a las cinco en punto de la tarde del 23 de abril de 1926, si bien Don Ventura señala que el óbito tuvo lugar el día 24. Vigil y Durán indican que fue enterrado el día 25 en la sacramental de San Lorenzo de Madrid.

 

Bibl.: T. Infante Palacios, Mazzantini. Bosquejo cómicolírico en un acto y cuatro cuadros, música de Isidro Hernández, Madrid, 1884; Anónimo, Biografía de Luis Mazzantini, Madrid, Imprenta Alfredo Alonso, 1884; A. Peña y Goñi, “El toreo de Mazzantini”, en La Lidia, Madrid, 8 de noviembre de 1886; Lagartijo, Frascuelo y su tiempo, Madrid, Imprenta Palacios, 1887 (Madrid, Espasa Calpe, 1994); Dos Barbianes [seud.], El Arte de Mazzantini, San Luis Potosí (México), 1887; J. Cortés, Tratado Teórico-Práctico de Tauromaquia, dedicado a Luis Mazzantini, Bilbao, 1896; Lagartijillo [seud. de J. Epila], Luis Mazzantini, Editorial Carrasco y Cuesta, 1900 (Col. Glorias Taurinas Hispano-Americanas); L. Vázquez y Rodríguez, Luis Mazzantini, Madrid, Tipografía Ambrosio Pérez, 1901 (Bib. taurina, XVII); C. L. Olmedo, “Mazzantini en ‘La Coronela’”, en Sol y Sombra, Madrid, 12 de marzo de 1903; A. Fernández Heredia, Doctrinal Taurómaco, Madrid, 1904; Don Hermógenes [seud.], Luis Mazzantini, Madrid, Imprenta Ginés Carrión, Biblioteca 1907 (Sol y Sombra X); Curro Algaba [seud.], Luis Mazzantini Eguía, Barcelona, Editorial El Gato Negro s. f. (Col. Los grandes toreros); P. Iglesias, La España Trágica: Desde Pedro Romero hasta Belmonte, prólogo de Luis Mazzantini, Madrid, 1913; El Caballero Audaz [seud. de J. M. Carretero Novillo], “Don Luis Mazzantini, ‘el señorito loco’”, en El libro de los toreros. De Joselito a Manolete, Madrid, Imprenta Renacimiento, 1916 (2.ª ed. Madrid, Ediciones Caballero Audaz [Sáez], 1947; Madrid, Biblioteca Nueva, 1998, págs. 57-63); J. M. Cossío, Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III, Madrid, Espasa Calpe, 1943, págs. 576-580; Don Ventura [seud. de V. Bagués], Historia de los matadores de toros, Barcelona, Imprenta Castells-Bonet, 1943 (Barcelona, de Gassó Hermanos, 1970, págs. 80-81); N. Rivas, Semblanzas taurinas, Madrid, Mediterráneo, 1943; Barico [seud.], “Don Luis Mazzantini”, en El Ruedo (Madrid, Prensa y Radio del Movimiento), n.º 30 (4 de enero de 1945); Sin Firma, “Estampas de otros tiempos: Don Luis, el torero que fue gobernador”, en El Ruedo (Madrid, Prensa y Radio del Movimiento), n.º 46 (25 de abril de 1945); E. de las Navas, “¿Torero o ferroviario?”, en Trenes (1945); N. Rivas Santiago, Toreros del romanticismo (anecdotario taurino), prólogo de J. Belmonte, Madrid, Aguilar, 1947, págs. 277-279 (Madrid, Aguilar, 1987, págs. 165-176); J. M. Gutiérez Ballesteros, conde de Colombí, “Don Luis Mazzantini, factor de Caudete”, en Dígame (Madrid), 9 de mayo de 1947; V. Bagués, Los toros en el siglo xix, Madrid, 1951; Ganga, “Del centenario del nacimiento de don Luis Mazzantini”, en El Ruedo (Madrid, Prensa y Radio del Movimiento), n.º 644 (25 de octubre de 1956); C. Jalón, Memorias de “Clarito”, Madrid, Guadarrama, 1972; F. Bleu [seud. de Félix Borrell], Antes y después del Guerra, Madrid, Espasa Calpe, 1983; F. de Cossío, “La fiesta a través de las crónicas, 1880-1920”, en Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. IX, Madrid, Espasa Calpe, 1987; F. Claramunt, Historia ilustrada de la Tauromaquia, Madrid, Espasa Calpe, 1989; D. Tapia, Historia del toreo, vol. I, Madrid, Alianza Editorial, 1992; N. Luján, Historia del toreo, Barcelona, Destino, 1993 (3.ª ed.); L. Nieto Manjón, La Lidia. Modelo de periodismo, Madrid, Espasa Calpe, 1993, págs. 100-102; J. M. Sánchez Vigil y M. Durán Blázquez, Luis Mazzantini. El señorito loco, Madrid, Librería Gaztambide, 1993; F. Claramunt, Toreros de la generación del 98, Madrid, Tutor, 1998; V. Pérez López, Anales de la plaza de toros de Madrid (1874-1934), t. I (vols. 1 y 2) y t. II (vol. 3), Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 2004 y 2006.

 

José Luis Ramón Carrión

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