Guzmán Dávalos y Spínola, Jaime Miguel de. Marqués de la Mina (II). Sevilla, 15.I.1690 – Barcelona, 25.I.1767. Capitán general, diplomático.
Siguiendo los datos biográficos que ofrece Antonio Cánovas del Castillo en la “Introducción” a las Memorias del marqués, se puede señalar que su padre había sido Pedro José de Guzmán y Dávalos, I marqués de la Mina, presidente de la Audiencia de Panamá que fue encarcelado en la prisión de Chagres (Nueva Granada) por causas desconocidas (1694). En 1701 obtuvo permiso para trasladarse a España, donde escribió una especie de testamento espiritual dedicado a su hijo. Su madre fue Juana María Spínola y Ramírez de Haro, V condesa de Pezuela de las Torres, fallecida en 1701, año en que su hijo heredó el título. De sus padres heredó también los títulos de marqués de Cábrega, barón de Mozota y señor de Santarem.
Jaime Miguel de Guzmán Dávalos Spínola Palavizzino Ramírez de Haro Santillán Ponce de León y Mesía estaba destinado a la carrera militar, con la que siempre se sentirá identificado, pues combatió en todas las guerras que la Corona sostuvo durante su época. En 1706 era capitán de un regimiento y como tal participó en la Guerra de Sucesión. En 1709 era coronel de Dragones interviniendo en campañas contra los portugueses (1710, Badajoz). Desde Extremadura solicitó ser destinado a Cataluña con su regimiento, hasta que lo consiguió el 17 de agosto de 1713 para cubrir el Cinca y más tarde al Campo de Tarragona, Vic, Segarra y Conca de Tremp, persiguiendo migueletes y partidas diversas.
Casó en 1714 con Francisca Trives Villalpando, hija de José Pedro Funes de Villalpando y Sanz de Latras, V conde de Atarés, Grande de España, y de María Francisca Abarca de Bolea y Bermúdez de Castro, y fue destinado al Regimiento Lusitania de guarnición en Barcelona. Viudo de su primera esposa, contrajo nuevas nupcias, el 3 de abril de 1733, con María Agustina Zapata, VIII condesa del Real, V duquesa de la Palata, princesa de Massa, hija de Ximen Pérez de Calatayud, V conde del Real y de Villamonte, y de Francisca Fernández de Híjar y Navarra, heredera del ducado de la Palata. Agustina moriría el 21 de mayo de 1784, sobreviviendo al marqués de la Mina, pero tampoco le daría sucesión.
En 1717 se inició su actividad militar fuera de España, participando en las campañas de Italia y en la expedición a Orán de 1732. Su pericia militar le valió ser ascendido hasta la cúspide de la carrera militar. La primera campaña italiana fue en Sicilia y Cerdeña, como coronel de Dragones, motivada por la política de Alberoni que terminó con la intervención de la Cuádruple Alianza y la caída del ministro. Como teniente general participó en la segunda campaña italiana consecuencia del primer Pacto de Familia (1734), interviniendo en la expulsión de los austríacos de Lombardía y en la conquista de Nápoles. Su conocimiento de la vida castrense le convirtió en uno de los precursores más destacados de la reforma militar carlotercerista. En efecto, las Ordenanzas Militares de 1768 fueron el resultado de una larga historia. La redacción final fue la culminación del trabajo de cuatro juntas sucesivas. La primera fue constituida por Ensenada en 1749 y presidida primero por el capitán general Lucas Spínola y Spínola y luego por Sebastián Eslava. Probablemente a esta junta iba dirigido el Dictamen del Marqués de la Mina sobre la reforma del exercito de España en la retirada de Italia. Cuando el marqués de la Mina fue enviado a la embajada de París (1736), acabó de participar en la primera campaña de Italia. Conoció a los franceses, sus aliados, en la segunda campaña italiana, y estaba aprendiendo a desconfiar de ellos. Las Instrucciones recibidas, fechadas el 21 de noviembre de 1736, son un interesantísimo documento diplomático. A modo de resumen, se indican los asuntos diplomáticos en los que el marqués intervino: negociación sobre los preliminares de paz entre Francia y Austria que pusieron fin a la Guerra de Sucesión polaca y también dejaron clara la actitud francesa entendiéndose con el Emperador a espaldas de los españoles. Propuso a Madrid que negociara un tratado secreto con Francia y cuando, al fin, envió una copia del proyecto del tratado franco-austríaco, sugería que España no accediera al mismo. Aunque, en principio, Madrid parecía seguir el consejo de su embajador, terminó cediendo y se dieron plenos poderes a Mina para que se adhiriera al tratado.
Al objeto de mejorar las relaciones franco-españolas después del mal sabor dejado por la conclusión de la Guerra de Sucesión polaca, Mina y Amelot (secretario de Estado francés entre 1737-1744) se cruzaron diversas notas para negociar un tratado defensivo entre Francia y España.
En el fondo, este acercamiento iba dirigido contra Inglaterra, ya que era la época de la Guerra de la Oreja de Jenkins. Las negociaciones se encauzaron después hacia un tratado comercial del que se redactaron varios proyectos que Mina envió a Madrid (1738-1739). Además, continuando la política matrimonial de épocas precedentes, el marqués de la Mina llevó todo el peso de las negociaciones que desembocaron en el matrimonio entre el infante don Felipe y la primogénita de Francia Luisa Isabel de Borbón, el 26 de agosto de 1739. Precisamente, a raíz de este matrimonio el acercamiento entre las dos Coronas pasó por otro momento álgido (paralelamente se estaba negociando un tratado comercial) e incluso se planteó la posibilidad de un encuentro en la frontera de las dos familias reales, que no llegó a efectuarse.
Las negociaciones del tratado comercial hispano- francés iban a provocar el cese del marqués ya que éste lo consideraba perjudicial para los intereses españoles y así lo expuso años más tarde en sus Memorias.
No obstante, en esta época sería galardonado con la máxima condecoración posible, el Toisón de Oro, siendo elegido caballero el 23 de enero de 1738 e investido en París por el duque de Borbón el 18 de junio del mismo año. Diez años después, el 11 de julio de 1748, se le concedería la Grandeza de España.
También sería agraciado con el cargo de gentilhombre de cámara de Su Majestad, caballero de la Orden Militar de Calatrava y como administrador de la Encomienda de Silla y Bernascal en la de Montesa.
Los años franceses, además, fueron importantes en la formación personal del futuro capitán general de Cataluña. El esplendor de la Corte francesa, sus fiestas y cosmopolitismo, influyeron en la solemnidad —de más reducidas dimensiones— con que rodeó su gobierno en Cataluña.
Al cesar de la embajada en París (1740), fue nombrado director general de Dragones.
Posteriormente fue nombrado interinamente para ejercer la Capitanía General de Cataluña (1742), cargo que no le impidió ser de nuevo destinado a Italia para defender los intereses españoles a favor del infante don Felipe, duque de Parma (1742-1747, con un intervalo entre 1744-1746). Fue ésta su última intervención directa en los campos de batalla. Desde 1754 ejerció el cargo de capitán general de Cataluña en propiedad.
La institución del capitán general quedó jurídicamente establecida en el artículo 1 del Real Decreto de 16 de enero de 1716 (Nueva Planta): “He resuelto, que en el referido Principado se forme una Audiencia en la cual presida el Capitán General o Comandante General de sus Armas [...] el qual Capitán General o Comandante ha de tener voto solamente en las cosas de Gobierno, y esto hallándose presente en la Audiencia [...]”. Aunque el decreto era más explícito al tratar de la Real Audiencia y de los corregidores —otra novedad en el Principado—, no se regulaban con detalle las funciones del capitán general. De facto, éste asumía la representación del Rey, el mando militar de las fuerzas destinadas en Cataluña y la gobernación general del Principado a través de un principio de colegiación con la Audiencia conocido como Real Acuerdo.
El marqués de la Mina fue el más peculiar capitán general de Cataluña del siglo XVIII y quien ejerció el cargo con mayor poder, lo que provocó no pocos conflictos de competencias y quejas de la Real Audiencia a Madrid. Su acción de gobierno fue muy amplia y discutida. A caballo entre una cierta modernidad “ensenadista” y un espíritu autoritario tipo “Ancien Régime”, el marqués fue, en bastantes casos, más lejos que sus colaboradores y otros funcionarios del Principado.
Tuvo un sentido práctico e intuitivo para acertar en un buen número de medidas. Así, por lo que se refiere al Ejército, el problema más gravoso para los civiles del Principado era el alojamiento de oficiales, que motivaba numerosos expedientes de exención y grandes inconvenientes para los que lo sufrían. Tal como se había hecho el equivalente de “utensilios”, se habilitó el pago de un equivalente del “alojamiento”.
En marzo de 1740 se había constituido la Junta de Pabellones que administraría los ingresos de este impuesto destinándolo a la construcción de tales cuarteles.
Fue bajo el impulso del marqués de la Mina cuando se generalizó este impuesto y, consecuentemente, se construyeron pabellones militares. Quedaron no obstante, otros problemas, como los referentes a las exenciones de este impuesto y a los fraudes que se cometían.
En cuestión de orden público estableció medidas prohibitivas del uso de armas —frecuentemente reiteradas—, así como un cuidadoso estudio de cada solicitud de permiso para su porte, que completan un capítulo de lo que cabría llamar “política interior” del capitán general. Si fue estricto en la vigilancia y represión de las armas, aún lo fue más en la concesión de permisos. El mismo marqués lo explica en sus Memorias: “Para evitar abusos no concedía a nadie licencia de Armas, sin que hiciese constar su proceder y en el mismo despacho se expresaba a todos la persona abonada o distinguida que se interesó por el assumpto, constituyéndole fiador.” El control que ejercía el marqués de la Mina dio su fruto: el motín contra Esquilache no tuvo repercusión importante en Cataluña.
Aunque quizás la actividad más destacada y reformista del marqués de la Mina en el Principado fue en el fomento de obras públicas. En Barcelona la más importante fue la construcción de la Barceloneta, iniciada en 1753 para dar cobijo a los pescadores que se habían establecido anárquicamente en las proximidades del Portal del Mar, después de la destrucción parcial del barrio de la Ribera para construir la Ciudadela. En 1757 se habían construido ya doscientas cuarenta y cuatro casas y en 1759 se había llegado a trescientas veintinueve habitadas por mil quinientos setenta vecinos. No le faltaron dificultades al marqués —“todos se oponían a la Obra”, escribe en sus Memorias—, pero encontró la preciosa ayuda del intendente Contamina, a quien “hallé propenso a todo”. La pieza fundamental del barrio sería la iglesia de San Miguel —inaugurada en octubre de 1755—, donde años más tarde sería enterrado el propio marqués.
También en Barcelona se reforzaron las murallas, se abrieron caminos alrededor de la ciudad, se arregló el puerto quitando el banco de arena que impedía la libre entrada de barcos en el muelle y se reparó el puerto. Se empeñó también en arreglar la propia ciudad, empezando con la instalación de faroles y continuando con el empedrado de bastantes calles.
De gran envergadura fue la mejora de los caminos de acceso a la ciudad, especialmente el de Francia, vital para el comercio y en el que se instalaron postas en número suficiente. En el Principado, la mayor parte consistía en el arreglo de caminos, maltratados por las inclemencias del tiempo y el desinterés. Los expedientes son numerosos y abarcan toda la geografía del Principado. La realización de las obras se debía hacer con ciertas cautelas: se pedía un presupuesto y un informe técnico, muchas veces elaborado por ingenieros militares.
Pero sus acciones de gobierno también destacan en el terreno cultural, así la introducción de la ópera, a la que el marqués se había aficionado en Italia y París, y su decidida protección a las comedias, llegándose a enfrentar, por ese motivo, con el obispo de Lérida, que prohibía a sus diocesanos la asistencia a representaciones teatrales. En el campo de la educación y, aunque no prestó mucho interés a la Universidad de Cervera, desplegó también una brillante acción. En 1760, unos maestros de Barcelona dirigen un Memorial al marqués de la Mina para que autorice el colegio de Maestros y sus ordenanzas. Tras el perceptivo informe de la Audiencia, el capitán general las aprueba. Estas ordenanzas suponen un primer reconocimiento civil al magisterio, que se venía rigiendo por unas ordenanzas anteriores (1740) concedidas por el obispo, y un paso adelante hacia la “secularización” de la docencia. En este terreno, habría que destacar también la preocupación del capitán general por extender la enseñanza pública a los ámbitos rurales. A lo largo de la década de 1750-1760 el marqués de la Mina autorizó que se hicieran repartos entre los vecinos de los pueblos que así lo solicitaban, para dotar una plaza de maestro.
En conjunto, su acción gubernativa revela la de un ilustrado periférico, de la generación ensenadista, atento también a los problemas concretos de Cataluña, cuya incipiente pujanza económica supo valorar en muchos aspectos. Y, en el marco de la Monarquía borbónica, su gobierno refleja también la existencia de personas que, sin formar parte del Gobierno central, sintonizaron bien con los proyectos reformistas de éste.
Obras de ~: Máximas para la Guerra sacadas de las obras del Exmo. Sr. Marqués de la Mina, Capitán General de los Exércitos del Rey con un epítome de su vida, Vic, Pedro Morera, c. 1770 (est. intr. y ed. crítica de M. Reyes García Hurtado, Madrid, Ministerio de Defensa, 2006); “Dictamen del Marqués de la Mina sobre la reforma del exercito de España en la retirada de Italia”, en Semanario Erudito de Valladares, t. XII (1788), págs. 222-244; Memorias sobre la guerra de Cerdeña y Sicilia en los años 1717 a 1720 y guerra de Lombardía en los de 1734 a 1736, intr. y biografía de A. Cánovas del Castillo, Madrid, Est. Tipográfico de Fortanet, 1898, 2 vols.
Bibl.: A Canovas del Castillo, “Introducción”, en Marqués de la Mina, Memorias sobre la guerra [...], op. cit.; J. Becker, “La embajada del marqués de la Mina (1736- 1740)”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, vols. 83, 84, 85 y 86 (1923-1925); J. Mercader, Els Capitans Generals. Segle xviii, Barcelona, Vicens Vives, 1980; F. J. de Vicente Algueró, “El Marqués de la Mina, de militar profesional a ilustrado periférico”, en Actes. Primer Congrés d’Història Moderna de Catalunya, vol. II, Barcelona, Universidad, 1984, págs. 89-100; F. J. de Vicente Algueró, “La situación militar de Cataluña a mediados del siglo XVII”, en Revista de Historia Militar, 63 (1987), págs. 95-122; “El motín contra Squilace en Cataluña”, en Pedralbes. Revista de Historia Moderna (PRHM), 7 (1987), págs. 187-204; “Urbanismo y obras públicas en Barcelona a mediados del s. XVIII”, en Historia y Vida (HV), 238 (1988), págs. 94-105; “Los capitanes generales de Catalunya”, en HV, extra n.º 49 (1988), págs. 68-75; “La política de orden público en Catalunya en los años centrales del s. XVIII”, en PRHM, 10 (1990), págs. 249-270; A. de Ceballos-Escalera y Gila, marqués de la Floresta, La Insigne orden del Toisón de Oro, Madrid, Palafox & Pezuela-Fundación Carlos III, 2000, pág. 432; A. Alonso de Cadenas y López y V. de Cadenas y Vicent, Elenco de grandezas y títulos nobiliarios españoles, Madrid, Instituto Salazar y Castro, Revista Hidalguía, 2003, pág. 601.
Felipe José de Vicente Algueró