Martínez Cid, Juan. Beato Juan de Santo Domingo. Manzanal de los Infantes (Zamora), c. 1577 − Nagasaki (Japón), 19.III.1619. Sacerdote dominico (OP), mártir y beato.
Nacido y criado en un ambiente rural, sintió muy pronto afición a la ciencia y, probablemente algo iniciado en el latín, se dirigió a Salamanca para inscribirse en su Universidad. Las frecuentes visitas que hacía al convento de San Esteban le ayudaron a descubrir su vocación.
En efecto, allí tomó el hábito dominicano y, terminado el noviciado, hizo la profesión religiosa (1594), iniciando así el camino hacia el presbiterado. Tras ser ordenado sacerdote (c. 1600), se ofreció para ejercer el ministerio en Oriente y esperó la ocasión de ser llamado para este destino. No era la primera vez que en aquella comunidad salmantina se ofrecían voluntarios para Filipinas, China y Japón. La ocasión no tardó en presentarse porque poco después pasó por Salamanca el padre Diego Soria, misionero y posteriormente obispo de Nueva Segovia, en Filipinas, el cual aceptó el ofrecimiento del joven dominico zamorano.
Sin temor a la peste que por entonces afectaba a Sevilla, el padre Juan Martínez se dirigió hacia la capital andaluza para embarcar rumbo a las islas Filipinas (1601). A su paso por México experimentó la prueba de recorrer el “camino de la China”, cerca de quinientos kilómetros, por sendas pedregosas para dirigirse a Acapulco, puerto de embarque con destino a Manila, lugar caracterizado por un clima extremadamente caluroso que puso a prueba la paciencia de los que integraban la barcada. Después de una angustiosa espera en la “Boca del infierno”, como se llamaba a aquel puerto mexicano, los treinta y cuatro dominicos de la barcada pudieron zarpar hacia la capital filipina, adonde llegaron en abril de 1602. Era la “barcada” más numerosa llegada a Filipinas desde 1587.
En estas tierras, su primera y fundamental tarea fue el aprendizaje de la lengua tagala y, según la crónica del padre Diego Aduarte, “salió con ella muy presto y con mucha perfección”. Fue destinado a diversas zonas para ejercer el ministerio apostólico: primero en Manila, luego en Bataán, nuevamente en Manila con el cargo de superior de la casa de San Juan de Letrán y comisario del Santo Oficio, en Pangasinán, donde se impuso en el dialecto pangasinán, y, en 1614, en Binondo, zona que exigía un dominio de la lengua china y un sentido de adaptación a una mentalidad totalmente extraña. Cuando más centrado estaba en la colonia china, fue destinado al manileño convento de Santo Domingo, de donde volvió a salir (1617) para despedirse de sus fieles.
El padre Juan fue uno de los dos misioneros designados para abrir una misión en Corea, aceptando la petición de un joven coreano bautizado con el nombre de Tomás. En compañía del italiano Tomás Orsucci y del joven coreano, salió de Manila hacia Japón (15 de julio de 1618) con la intención de reembarcar allí y dirigirse a la península de Corea. Sin embargo, a su llegada al puerto de Nagasaki, tuvo que disfrazarse de mercader español para no ser capturado por las autoridades. Junto con dos compañeros de su Orden trabajó por conseguir un barco que zarpara hacia Corea, pero, cuando ya estaba contratada la nave y todo preparado para el embarque, inesperadamente fue suspendida la salida de la embarcación por causas desconocidas. Interrumpido el viaje y ante las opciones de volver a Filipinas o quedarse en Japón, el padre Juan prefirió permanecer en tierras japonesas a pesar de la violencia de la persecución.
Japón ardía ya en llamas de odio contra el cristianismo y de manera especial contra los misioneros.
Habían sido publicados decretos de expulsión y habían sido sacrificados numerosos cristianos en aras de su fidelidad a la fe. El perseguidor era el sogún Tokugawa Hidetada, tercer vástago de la saga Tokugawa.
Él era quien mandaba en el país a pesar de existir un emperador recluido en Kyoto. Del shogunado salían los decretos generales de persecución, pero correspondía a los gobernadores y alcaldes la aplicación local de la ley, así como la búsqueda y captura de los misioneros y cristianos y la ejecución de las sentencias con las diversas formas de tortura. El gobernador encargado de cumplir estas responsabilidades con el padre Juan y demás misioneros de Nagasaki fue Gonroku Hasegawa, enemigo acérrimo del cristianismo.
De hecho, el apostolado del misionero zamorano se desarrolló entre temores, huidas, escondites o, como escribe él mismo, “a sombra de tejados [...], sin salir sino de noche, y esto raras veces, cuando lo pide la necesidad o la caridad”. Con todo, a medianoche del 13 de diciembre de 1618, fue asaltada por los perseguidores la casa donde el misionero se escondía. Llevado ante el juez, confesó haber llegado a Japón para predicar la doctrina de Cristo. Fue conducido a la cárcel de Suzuta. En este ambiente tuvo que sufrir diversos males físicos y psicológicos. El rigor del ergástulo terminó con su quebrantada salud. El mismo padre Orsucci escribía entonces: “el padre fray Juan de Santo Domingo está enfermo y muy peligroso”. Seis días antes de morir, el padre Juan escribió a sus superiores de Manila una carta en la que pedía oraciones por él, por su flaqueza. Después de tres meses de prisión, murió en la misma cárcel (19 de marzo de 1619) tras haber manifestado su deseo de ir al patíbulo, a la hoguera o a la tortura más refinada. Sus restos fueron arrojados a las llamas pero no quedaron calcinados y el padre Francisco Morales recuperó los huesos y los envió a Manila. Fue beatificado por el papa Pío IX (7 de julio de 1867). Su fiesta se celebra el 10 de septiembre.
Obras de ~: “Cartas”, en Misiones dominicanas, Ávila, 1923, 1924 y 1925, y en D. Aduarte (OP), Historia de la provincia del santísimo rosario [...], ed. de M. Ferrero, t. I, Madrid, 1963, pág. 135.
Bibl.: H. Ocio, Compendio de la reseña biográfica de los religiosos de la provincia del Rosario, Manila, Est. Tipográfico del Real Colegio de Santo Tomás, 1895, págs. 42-43; J. M. González, “Santo Domingo, Juan de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. IV, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1975, pág. 2203; P. G. Tejero y J. Delgado, “Mártires de Japón”, en Testigos de la fe en Oriente, Madrid, Secretariado de Misiones Dominicanas, 1987, págs. 22-24; J. Delgado, “El Beato Juan de Santo Domingo Martínez, O. P. (1577-1619)”, en Ciencia Tomista, 114 (enero-abril de 1987), págs. 133-162; J. González Valles, Beato Juan de Santo Domingo, O. P., Astorga, 1989; Beato Juan de Santo Domingo, O. P., Astorga, 1989; H. Ocio y E. N eira, Misioneros Dominicos en el Extremo Oriente, vol. I, Manila, Life Today Editions, 2000, pág. 83; J. González Vallés, “Beato Alfonso Navarrete y 19 compañeros mártires”, en J. A. Martínez Puche (dir.), Nuevo año Cristiano (septiembre), Madrid, Edibesa, 2001, pág. 180.
Jesús González Valles, OP