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Pedro Montengón y Paret

Biografía

Montengón y Paret, Pedro. Filópatro. Alicante, 17.VII.1745 – Nápoles (Italia), 18.XI.1824. Jesuita (SI) expulso, novelista y poeta.

Originario de una familia bearnesa (sus abuelos paternos fueron los comerciantes franceses Juan Montengón y María Larraux, establecidos), su padre, Pedro Montengón Larraux (natural de Oloron) casó en 1743 con Vicenta Paret Nobles, comerciantes en buena situación económica.

Pedro Montengón y Paret fue el segundo de un total de quince hermanos (tuvo por padrinos a otros mercaderes franceses establecidos en Alicante), varios de los cuales alcanzaron puestos relevantes en la Administración (diplomáticos en Argelia, Nápoles...). Estudió en el colegio de la ciudad hasta 1755, y luego en el de Nobles de Valencia, donde fue discípulo del jesuita, matemático y musicólogo Antonio Eximeno, profesor de Retórica y Poesía, quien hizo “debutar al caballero seminarista” Pedro Montengón en la tragedia Amán, con un pequeño papel en 1758. A Eximeno, filósofo sensualista, quizá su profesor más influyente, le dedicó una de sus Odas, en señal de recuerdo y agradecimiento.

Tras su entrada en la Compañía, el 25 de octubre de 1759 en el noviciado de Torrente (Valencia), el mismo año que subió al Trono Carlos III, completó Humanidades en Tarragona (1761-1762) y cursó Filosofía (1762-1765) en Gerona (en Urgel, según Batllori), a cuyo profesor Miguel Dámaso Generés recordó con loa, donde fue compañero de estudios de Antonio Conca, del apologista Francisco Gustá, del historiador Juan Francisco Masdeu y del futuro arqueólogo José Quirós (Jumilla, 1745-Barcelona, 1799). La expulsión de 1767 le alcanzó en el colegio de Onteniente (Valencia), donde enseñaba Gramática desde 1765, como “maestrillo”.

Su vocación sacerdotal fue muy débil, pues, según confesión propia, ingresó en el colegio jesuítico de Valencia por deseo de sus padres, donde tuvo como profesor a Antonio Eximeno. En el momento de la primera expulsión (abril de 1767), salió de España porque el comisario regio Lorieri no atendió sus súplicas en Salou (punto de embarque). En no pocas ocasiones critica la pedagogía jesuítica. Así difundió contra la filosofía aristotélica predicada por la Compañía, tales sátiras en hexámetros latinos en Italia (De tota Aristotelaeorum schola sermones quatuor ad Luc. Sextilium, Massiliae, 1770) que los jesuitas le tuvieron poco menos que por un hereje y como tal le acusaron ante los comisarios reales Pedro de la Forcada y Fernando Coronel, que le quitaron la pensión de la cual vivía, pero se le restituyó al poco tiempo. En esta sátira, seguramente con pie de imprenta falso, se ridiculiza el sistema de enseñanza jesuita citando los nombres de muchos de sus condiscípulos y maestros.

El período de Montengón en Italia presenta claras lagunas biográficas, ya que su pronta actitud antiescolástica y supuestamente no muy jesuítica confluyeron para que sus compatriotas ignacianos no dieran abundante información de sus movimientos y tareas. Incluso Batllori, tan proclive al jesuitismo de la provincia de Aragón, dice que la figura de Montengón “interesa muy poco, por su mismo aislamiento, en la historia de aquel período de tan íntimos contactos culturales hispano-italianos”. Después de pasar un año (de julio de 1767 a septiembre de 1768) en Córcega (Ajaccio), se estableció, como todos los jesuitas aragoneses, en Ferrara. Allí emprendió el estudio de la Teología, pero pronto colgó la sotana jesuítica y, no hallándose con la suficiente congrua y vocación religiosa para ordenarse, se secularizó el 22 de febrero de 1769. De sus años de estudios en la Compañía conservó, a la vez, una gran afición por la lectura de los autores clásicos griegos, latinos y modernos castellanos (más adelante ampliada a los extranjeros), el carácter pedagógico de gran parte de sus escritos y una fuerte ojeriza a la escolástica y a los escolásticos, contra quienes dirigió sus De tota scholasticorum schola sermones guatuor, de autoría y lugar discutidos (Marsella [quizá nombre fingido], 1778). Son cuatro sermones-sátiras, escritos en hexámetros latinos, contra la filosofía escolástica, más contra el método de enseñar filosofía que contra los contenidos, cargados de erudición y de rebeldía, que hicieron que los comisarios reales (Pedro de Forcada y Fernando Coronel) lo acusaran de hereje y que se le privase de la pensión durante algún tiempo, que recobró gracias a los amigos y protectores que tenía en la Corte de Madrid. Durante toda su vida mantuvo la crítica contra los modelos pedagógicos tradicionales y escolásticos, no sólo en el Eusebio, sino en otras novelas: “Yo he perdido los mejores años de mi juventud estudiando la filosofía escolástica” (El Mirtilo, 1795).

Fijó su residencia en Ferrara, donde también residía su hermano José, ex jesuita, cuya ocupación en Italia fue la de secretario del conde Alessandro Pepoli, autor dramático de cierta relevancia en su tiempo e impulsor de frecuentes publicaciones. En sus funciones de secretario, José no sólo acompañaba al marqués en sus viajes y gestionaba la impresión de sus obras, sino que facilitó las de su hermano Pedro, e incluso le tradujo alguna al italiano, como El Antenor en 1790.

En 1772 Montengón entró al servicio del conde de Peralada, lo que le permitió viajar por Bolonia, Génova y Venecia, donde fue secretario de dicho conde. Con estos apoyos, no es de extrañar que en Ferrara (Marsella en el pie de imprenta, que encubre a Bolonia, según Luengo) apareciese pronto (1770) el aludido alegato antiescolástico y la primera edición de sus Odas de Filópatro en 1778-1779, temporada de fuerte polémica entre los italianos Tiraboschi y Betinelli y los ex jesuitas españoles (Llampillas, Tomás Serrano, Juan Francisco Masdeu). Su participación en dicha polémica, la fama de las Odas y su contenido patriótico congraciaron a Montengón con el Gobierno de Madrid y con parte de sus compañeros de exilio. El seudónimo (Filópatro) refleja su amor a la patria lejana, que se manifestó en el uso casi exclusivo de la lengua castellana, tanto en sus obras publicadas en Italia como en España (con la única excepción de su Compendio della storia romana). Batllori encuentra cierto simbolismo en el seudónimo Filópatro (amante de su patria y de su lengua): “Este epíteto nos explica, más que otra cosa alguna, el mundo aparte y reconcentrado en que vivió durante el destierro este ex jesuita alicantino: tan filópatro fue Montengón que compuso casi todas sus obras en castellano y las publicó en España [...]” (M. Batllori, 1966: 497). Es innegable la mediocridad y prosaísmo de los temas de las Odas: la educación, la industria, el trabajo, el lujo, la navegación, el comercio, y otros asuntos más propios de una asamblea de cualquier Sociedad de Amigos del País que de un desterrado que añora su patria. Pero es una modalidad nueva de poesía, la ilustrada, caracterizada por su utilidad patriótica y reformista (contenidos históricos, económicos, científicos, filosóficos, bíblicos, morales, horacianos, elogios a personajes), en la que, en cierto sentido, se adelanta a Meléndez Valdés.

En 1784 Montengón inicia una fluida correspondencia con su impresor Antonio Sancha, año en el que acordaron editar la novela el Eusebio, con la cual ambos ganaron más de 30.000 reales cada uno, dado el éxito de la misma. Fue una obra que posteriormente provocó un afamado pleito entre los dos. Más adelante el alicantino se aprovechó de la amistad de los hermanos Rodríguez Laso con el editor Sancha para sus proyectos editoriales, aunque infructuosamente, pues el editor no aceptó algunas comedias ofrecidas en 1790 (Matilde, El impostor arrepentido, Los ociosos, El avaro enamorado).

Montengón tuvo muy buenas relaciones con los hermanos Rodríguez Laso (el rector Simón y el inquisidor Nicolás). En 1786 le había dedicado el Eusebio a Simón, futuro rector del Real Colegio de España o de San Clemente en Bolonia (Italia), y se desplazó a Bolonia desde Ferrara, el 9 de septiembre de 1788, para visitar al inquisidor Laso, según relata Nicolás Rodríguez Laso en su Diario en el viaje de Francia a Italia: “Vino a vernos don Pedro Montengón, autor del Eusebio, desde Ferrara, donde reside, y nos habló de ésta y de otras obras suyas que se estaban imprimiendo en Madrid”. Entre el 22 de septiembre y el 11 de octubre, ambos realizaron una excursión hasta Venecia, visitando Ferrara (23-24), Venecia (del 25 de septiembre al 7 de octubre) y Padua (día 8). El 23 de septiembre de 1788 en Ferrara, donde tenía su residencia Montengón, éste insertó de su puño y letra un párrafo en el Diario en el viaje del inquisidor, por el que se tiene conocimiento de las obras escritas por el alicantino hasta la fecha: “Esto está escrito por mano de don Pedro Montengón: Quiso el señor inquisidor que pusiese de mi pluma haber estado conmigo en la casilla que habito y en el cuartito donde compuse las “Odas”, el “Eusebio”, dedicado a su digno hermano [Simón], el “Antenor”, el “Mirtilo” y la “Eudoxia”, con las tragedias el “Guzmán” y la “Hinsilce” o “Sacrificio de Aspar, hijo de Aníbal”. Así se ve que a finales de la década de 1780 Montengón tenía escritas muchas de las obras que publicó en la década siguiente, por lo que hay que matizar la afirmación de que “la década del 90 fue de gran fecundidad literaria para nuestro autor” (Rogelio Blanco). Tampoco se alude a su mujer, Teresa Gayeta, por lo que hay que considerar poco fundada la opinión de los que afirman (García-Saez) que en 1786 fue a Venecia y contrajo matrimonio, “el estado más respetable de la tierra”, cosa que hará en 1791, a los cuarenta y seis años, lo cual no fue óbice para que del mismo nacieran cuatro hijos, de los cuales uno recordaba, en Nápoles, la admiración que a su padre le inspiraba el líder de los jesuitas aragoneses José Pignatelli.

En 1790 viajó a Venecia, acompañando al conde de Peralada, del que era secretario, donde se encontró con su hermano José, a su vez, secretario del conde Alejandro Pépoli. En 1786 había obtenido un éxito notable con el Eusebio, que le proporcionó bastantes ingresos, los cuales, unidos a la pensión doble (orden de concesión firmada por Floridablanca en Aranjuez el 13 de mayo de 1788), le dieron cierto desahogo económico que, tal vez, animó al novelista a embarcarse en la aventura matrimonial, ya que no había recibido nunca las órdenes mayores que le obligasen al celibato.

Toda su restante producción literaria oscila —y se ensambla— entre la utopía literaria y la educación utópica. La novela El Antenor (Madrid, 1788, previa corrección de las incorrecciones formales por Carlos Andrés, hermano del jesuita Juan Andrés; traducción italiana de su hermano jesuita José Montengón, Venecia, 1790, dedicada al conde Pépoli) evoca la utopía democrática del héroe troyano, uno de los supervivientes de la destrucción de Troya, quien, al modo de Eneas, tras recorrer Grecia, termina fundando Venecia. Aunque Antenor representa al gobernante perfecto y la novela está cargada (ochocientas páginas) de conocimientos humanísticos, históricos, ilustrados, reformistas, didácticos, estoicos y utópicos, los venecianos la consideraron simplemente una mala copia de la Eneida, y vieron con gusto que la Inquisición veneciana la decomisase. Se puede encuadrarla en el género narrativo denominado “Romance épico”, obra farragosa, escrita a continuación del Eusebio, en la que Montengón pretende desarrollar en los ámbitos de la república (espacios macrosociales) aquellos aspectos que en el Eusebio abordó en los ámbitos de la familia (espacios microsociales). El Antenor es una obra antibelicista inspirada en la Eneida de Virgilio y en el Telémaco de Fénelon.

La obra más importante de Montengón es el Eusebio (1786-88), una novela educativa que apareció en cuatro partes de cinco libros cada una. Denunciada a la Inquisición en 1799, la obra pasó por un proceso a causa del cual tuvo que reescribirla y publicar una edición enmendada en 1807-1808. En esta novela reflejó sus ideas pedagógicas y planteamientos paralelos, en cierta medida, a Rousseau. Está considerada por algunos críticos como el Emilio español y su autor como el Rousseau español. Llegó a vender 70.000 ejemplares, todo un bestseller en aquella época.

Su argumento, propio de la novela sentimental, encandilaba a los lectores de la época. Versa sobre la educación de un niño de seis años, Eusebio, que llega a Norteamérica salvado de un naufragio y adoptado por un matrimonio de cuáqueros. Por ellos, aprende del personaje Hardyl el oficio de la cestería y la filosofía de Epicteto. La humildad y austeridad son base del ejercicio de la virtud. Luego, Eusebio, prometido a Leocadia, marcha a Europa con Hardyl. En Inglaterra -parte segunda- son víctimas de un robo y se convierten de nuevo en cesteros. La lectura de Séneca alivia una prisión injusta, de la que los libera John Bridge. Eusebio resiste las tentaciones de bellas mujeres. Una representación de Hamlet y otros altercados sirven para comentar las costumbres nuevas con criterio neoclásico. De Londres marchan a París, en la tercera parte, y viajan a España buscando una herencia otorgada a Eusebio, pero unos montañeses hugonotes los secuestran. En España ven malos caminos, predicadores pedantes, precios elevados y universidades estériles. Presencian un lance de honor, en el que un padre acepta un yerno enamorado, liberando a su hija del convento que la esperaba. Un accidente provoca la muerte de Hardyl, que confiesa ser tío carnal de Eusebio. En la cuarta parte, Eusebio aprende del pastor Eumeno su historia y estudia la literatura española, hasta que una carta de Leocadia le recuerda su matrimonio, que celebra en América, entre lágrimas y sentimientos. Goza de su nueva vida, redacta sus memorias y educa a su hijo con esmero, confiándolo a una granjera. Una carta de España anima al matrimonio a volver. Aquí son denunciados por un hermanastro de Leocadia. Pierden sus bienes y se hospedan con una miserable anciana. Eusebio retoma su oficio de cestero, pero Lord Harrington les ayuda a regresar a América, donde se reúnen con sus seres queridos.

Posiblemente Eudoxia, hija de Belisario (Madrid, 1793) sea la novela más reconocida de Montengón. Ambientada en la caída del Imperio Romano, el tema central de la misma es la educación senequista de la mujer, y está dirigida, fundamentalmente, al público femenino. Relata en seis libros los amores de ésta con Maximio, entre discursos alusivos a la tesis que defiende el autor: el interés por la educación de las mujeres en igualdad con los hombres. Montengón sostiene una tesis contraria a la de Rousseau, pues defiende que las mujeres tienen igual capacidad y han de recibir instrucción general.

El Mirtilo o los pastores trashumantes (Madrid, 1795), su última novela, es una utopía bucólico-anacreóntica, calificada por Menéndez Pelayo como la última de las novelas pastoriles castellanas. La trama es mínima: Mirtilo, desengañado de la Corte, marcha al campo y cultiva la poesía.

Posteriormente tradujo, en verso endecasílabo blanco, el pseudo-Ossían (Fingal y Temora, 1800), sobre los míticos orígenes de la Europa norteña, poemas inventados por el poeta James Macpherson (1736-1796, traducidos por Melchiorre Cesarotti [1730-1808] al italiano, de donde Montengón hizo lo mismo al español), lo que indica que el alicantino atisbaba complacientemente los nuevos aires del inminente Romanticismo europeo, sin olvidar los modelos clásicos.

Las obras de la última etapa de su vida tienen temas históricos. Su Rodrigo, romance épico, en prosa (1793) y en verso (Nápoles, 1820), y su Pelayo (Nápoles, 1820), que tratan del hundimiento y la resurrección de España; el poema épico La conquista del Méjico por Hernán Cortés (Nápoles, 1820), sobre la mítica historia de España en América. El Rodrigo es una novela, la primera histórica del Romanticismo español, reconstruida sobre la leyenda popularizada de los romances clásicos relacionada con el último Rey godo y la degradación del pueblo español, por el mal gobierno, que Montengón adulteró con no escasa libertad. Aunque se encuentran las intenciones moralizantes de siempre, sin embargo, en esta novela el alicantino acentúa el sentimentalismo y disminuye el didactismo. Respecto a otras novelas del autor, su mayor defecto continuó siendo su carácter farragoso, aunque su lenguaje es más castizo y menos neoclásico.

No satisfecho con esta tarea de creación literaria, propuso al editor Antonio Sancha la publicación de una gaceta literaria titulada Ropavejero Literario, que contendría “discursos literarios, científicos, instructivos y curiosos bajo de epígrafes latinos, griegos, franceses, italianos, ingleses, españoles, según sean los autores de quienes se tomasen. A más de esto contendrá otras noticias curiosas o interesantes o las mejores piezas cortas en poesía que saliesen en los países extranjeros”. La propuesta no tuvo éxito. No obstante, el material que recogió para esta oferta periodística formó parte de la obra Frioleras eruditas y curiosas para la pública instrucción, publicada en 1801, no en las prensas de Antonio Sancha, sino en las de Benito García y Cía, su editor después de la ruptura y pleito con Sancha en 1798. En las Frioleras se encuentran, entre otras cosas, un discurso sobre el buen gusto en las artes y las ciencias, de sesgo neoclásico, cortas disertaciones sobre el sistema económico romano y sobre el politeísmo entre los latinos y breves exposiciones sobre la medición de la latitud y la longitud y sobre curiosidades de la naturaleza, como la obsidiana.

En 1795, todavía residiendo en Venecia, se dedicó a traducir a Sófocles y ultimó una obra, de corte roussoniano, La desigualdad social, obra que desapareció en el envío del manuscrito a España.

En 1797, el rey Carlos IV, informado de la situación calamitosa en que se encontraban algunos jesuitas en Italia, autorizó el retorno de los mismos, cosa que Montengón no hizo hasta principios del 1800, cuando Napoleón paulatinamente había ocupado gran parte de Italia. Solicitó, en junio de ese año, y obtuvo el 3 de julio, permiso para radicarse en Madrid. En la Corte se encontró de nuevo con Leandro Moratín, con quien había frecuentado los teatros de Venecia en octubre de 1794. Durante este año de retorno su conducta era “bastante arreglada”, dedicándose “a tareas literarias, en las que ha dado pruebas de su talento y aplicación”, según un informe del 30 de junio de 1800, firmado por el gobernador del Consejo de Castilla, Gregorio de la Cuesta. También atendió los intereses del conde de Peralada, del cual vino comisionado y con poderes. Alternando con los negocios del citado conde, también vigiló los suyos, tales como la corrección de Eusebio, a la sazón condenado y prohibido por la Inquisición, y el pleito con su impresor Sancha. Respecto a la producción literaria, en 1800 apareció el primer tomo, Témora, de su citada versión de los Poemas ossiánicos de Fingal y Témora, traducidos al castellano desde la versión italiana.

Nuevamente expulsado por Carlos IV, a pesar de haber Montengón argumentado su salida de la Compañía antes de su extinción y del “octavo mes del preñazo” de su mujer (memorial suplicatorio del 29 de marzo de 1801), se embarcó en Alicante el 11 de mayo de 1801, en el bergantín raguseo La Sagrada Familia, del capitán Nicolás Tomasich, con destino a Civitavecchia, donde aparece como “escolar casado, con su mujer y una hija”. Desembarcado en Civitavecchia, se enteró de la publicación de Frioleras eruditas. Fiel a su resentimiento y promesa de no volver a escribir en castellano, publicó en italiano el Compendio della Storia Romana ad uso delle scuole, un texto escolar que se ha perdido. Mas la promesa de no escribir en castellano la rompió en 1820 con la publicación de las Tragedias, compuestas en verso suelto sobre argumentos de Sófocles. Del mismo período son dos poemas épicos, también en castellano: Pelayo y Cortés.

Pasó un tiempo en Roma, en 1804, y su hermano José, que estaba en Ferrara, le invitó a que acudiera a esa ciudad. Mas decidió partir para Nápoles como secretario y albacea de los duques de Alcañices y establecerse definitivamente allí, donde su hermano Juan Montengón era ministro plenipotenciario del Reino de España. En los últimos años de su vida ingresó en la Congregazione di San Iusseppe á Politi de Nápoles. El 18 de noviembre de 1824, acompañado de su mujer Teresa y de sus cuatro hijos, murió en Nápoles, según ha demostrado Maurizio Fabbri, corrigiendo las interpretaciones emitidas por Laverde, Batllori, González Palencia y otros.

Su sensibilidad dieciochesca —rasgo prerromántico común a Gessner, Young y Macpherson— y la renovación pedagógica de su Eusebio, terminaron en una vuelta, que no regreso, a los clásicos griegos: su última obra fue el primer tomo de Las tragedias de Sófocles traducidas en verso castellano (Nápoles, 1820). Pero Montengón sobrevivió, más que por sus Frioleras eruditas y curiosas (Madrid, 1802, 1944), por su novela utópico-pedagógica Eusebio, inspirada en Rousseau en cuanto a tomar la Naturaleza como punto de partida y de llegada, pero también en la tradición estoica española, y en la atracción entonces ejercida en la Europa continental por las utopías anglosajonas de las sectas quákeras y mormonas, que el pedagogo viajero Hardyl expone al adolescente Eusebio, como Critilo educaba a Andrenio en El Criticón graciano. Sólo en 1807 apareció la edición definitiva “corregida con permiso de la Suprema y General Inquisición”, puesto que una acusación anónima de 1790 le valió la sentencia inquisitorial dada en Madrid el 6 de abril de 1799, según la cual quedaba prohibida “por contener proposiciones anticristianas, obscenas, contrarias a las buenas costumbres, y otras que fomentan el paganismo, pelagianismo y, especialmente, la secta de los quákeros” (Archivo Histórico Nacional, Inquisición, leg. 4460, n.º 7). En el fondo, lo que la Inquisición rechazaba era el recuerdo del Emilio de Rousseau. Sempere y Guarinos, al igual que Lorenzo Hervás e incluso que Manuel Luengo, no veían condenable el Eusebio desde el punto de vista moral. El diarista Luengo escribió el 9 de mayo de 1799, al conocer que el Eusebio había sido incluido en el Índice inquisitorial, que se habían publicado libros “tan libres como los de Montengón” y con “expresiones más libres e impúdicas”, sin haber sido prohibidos (Diario, t. XXXIII). Acertadamente Batllori ve la clara diferencia entre el naturalismo del Emilio, hondo y sentimental propio del hombre moderno, respecto del sensiblero dieciochesco del Eusebio, “estático y de tope final de una época” (M. Batllori, 1966: 496).

Pedro Montengón es poco original en los elementos argumentales históricos de sus cinco novelas (El Antenor, Eudoxia, Eusebio, Rodrigo, Mirtilo), pero no deja de ser un renovador de los contenidos, del género y de las estructuras literarias, por la utilización de todos los géneros literarios, por la abundancia de temáticas, por la mixtura de géneros en la misma obra (por ejemplo, en El Mirtilo), por la mezcla de los modos ilustrados (uso de la razón, didactismo y utilitarismo: en el prólogo de Eusebio escribe: “Eusebio está escrito para que sea útil a todos”), con la introducción de la sensibilidad y otros caracteres prerrománticos en su obra. Lanza mensajes y alternativas desde la filantropía a un orden social que desea cambiar. La educación, la paz y la felicidad, las nuevas arcadias, la tolerancia, etc. son temáticas latentes y evidentes en la obra montengoniana.

La vida de Pedro Montengón fue una permanente muestra de antinomias que es necesario conocer para comprender mejor su obra. No soportó con agrado la paz del claustro, porque su naturaleza era rebelde. Su personalidad se fraguó entre la rebeldía y la contención, entre la austeridad y el desenfreno, entre la pasión y la razón. Detrás de la figura de Pedro Montengón habita la inquietud y un modelo característico ilustrado del siglo XVIII, en el que predomina la utopía, la permanente actitud de crítica y la propuesta de alternativas. Es un autor desconocido y a la vez significativo del siglo ilustrado, dominado por una personalidad inquieta, cuyo cariño a la patria se malogra porque ésta no lo trató bien e hizo surgir en su ánimo contradictorios sentimientos de amor y odio a España.

 

Obras de ~: Petri Montengoni Alonensis. De tota Aristotelaeorum Schola Sermones Quatuor ad Luc. sextilium Massiliae, 1770; Odas de Filopatro, Ferrara, Imprenta Cameral, 1778-1779, 3 vols. (Valencia, 1782); Eusebio. Parte Primera, Madrid, Antonio Sancha, 1786; El Antenor. Parte primera, Madrid, Antonio Sancha, 1788 (L’Antenore, trad. de J. Montengón, Venecia, Antonio Curti, 1790); Eusebio. Cuatro Partes, Barcelona, Consortes Sierra y Martí, 1793 (nueva ed., corr., 1807; ed. de F. García Lara, Madrid, Editorial Cátedra, 1998); Eudoxia, hija de Belisario. Libro Primero, Madrid, Antonio Sancha, 1793; El Rodrigo. Romance épico, Madrid, Antonio Sancha, 1793; Odas de Don Pedro Montengón, Madrid, 1794; Mirtilo, o los pastores trashumantes, Madrid, Antonio Sancha, 1795; Fingal y Temora, poemas épicos de Osian antiguo poeta céltico traducido en verso castellano, Madrid, Benito García y Cía., 1800; Frioleras eruditas y curiosas para la pública instrucción, Madrid, Benito García y Cía., 1801 (ed. de L. A. Ramos-García, University of Texas Austin, 1985); Compedio della Storia Romana ad uso delle Scuole, Roma, Desideri, 1802; Las tragedias de Sófocles traducidas en verso castellano, Nápoles, Gio Battista Settembre, 1820; La pérdida de España reparada por el Rei Pelayo (poema épico), Nápoles, Gio Battista Settembre, 1820; La conquista de Méjico, por Hernán Cortés. Poema épico, Nápoles, Gio Battista Settembre, 1820; Nugae eruditae (inéd.); Obras, ed. de G. Camero, Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1990, 2 vols. (vol. I. El Rodrigo; vol. II. Eudoxia, hija de Belisario. Selección de Odas); Matilde, El impostor arrepentido, Los ociosos y El avaro enamorado, mss. en Archivo Histórico Nacional (AHN), Consejos, leg. 5553 (inéds.) [El avaro arrepentido, ms. en Biblioteca Nacional de España (BNE), sign. MSS/15891 (atrib.); Los ociosos, ms. en BNE, sign. MSS/14517/11 (atrib.); El arrepentido en tiempo, ms. en BNE, sign. MSS/15972 (atrib.)]; Aes campanum oppidi Lunel, poema jocoso (atrib.) (inéd.); Comelius Tacitus (atrib.) (inéd.); Torquati Tassi Hierosolyma (atrib.) (inéd.); Juvenalis Satyrae (atrib.) (inéd.).

 

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Antonio Astorgano Abajo