Ayuda

Leonor de Trastámara

Biografía

Leonor de Trastámara. ?, c. 1360 – Olite (Navarra), 27.II.1415. Reina de Navarra (1387-1425), esposa de Carlos III.

Hija de Enrique II de Trastámara, rey de Castilla, y de Juana Manuel. Se hallaba Leonor en Languedoc en el momento de producirse el triunfo de su padre sobre su hermanastro Pedro I, hecho que le convirtió en rey de Castilla. Resuelta la lucha por el trono, la guerra civil dejó graves secuelas que permanecieron bastantes años; se hizo imprescindible recuperar el orden interno, restablecer las relaciones de paz con Portugal, Navarra y Aragón, y, para lograrlo, fue preciso también poner fin a las pretensiones del duque de Lancaster al trono de Castilla. En esas negociaciones, en las que se utilizaron profusamente los acuerdos matrimoniales, iba a decidirse el futuro de Leonor.

En agosto de 1373, con la mediación del cardenal Guido de Bolonia, Castilla y Navarra alcanzaban la Paz de San Vicente, que confiaba a una sentencia arbitral del legado el futuro de las plazas fronterizas ocupadas durante la guerra; la amistad entre ambos reinos se ratificaba mediante el compromiso matrimonial del heredero de Navarra, el futuro Carlos III, con la princesa castellana Leonor. Para ella se acordaba una dote elevadísima que escondía una compensación por las devoluciones que, sin duda, Navarra tenía que efectuar a Castilla en virtud del laudo.

Poco después, Carlos II y Enrique II se entrevistaban en Briones; desde este lugar el heredero navarro acompañó al monarca castellano a Burgos donde tuvieron lugar los desposorios en el mes de septiembre.

Unos días después, el 3 de octubre, se hacía pública la sentencia arbitral: Navarra tendría Fitero y Tudején, pero habría de devolver todas las posiciones ocupadas durante el pasado conflicto.

Dos años después, en abril de 1375, Castilla y Aragón firmaban la paz en Almazán, también con acuerdo matrimonial, en este caso el del heredero castellano Juan y la princesa aragonesa Leonor. En ese marco se encuadraba el enlace acordado de Carlos y Leonor, que tuvo lugar en Soria, el 27 de mayo, y el juramento de los príncipes como herederos de Castilla (2 de junio), en caso de fallecimiento del heredero castellano sin descendencia. Poco más de un año después, las Cortes de Navarra reconocían al primogénito de este matrimonio derechos de sucesión en el reino, aunque el príncipe Carlos falleciera sin haber reinado. El matrimonio permaneció durante unos meses en Castilla, habitual residencia de Leonor durante los próximos años y también de Carlos durante sus largas estancias en este reino.

De este matrimonio nacieron los siguientes hijos: Juana, en 1382, prometida en 1401 a Martín el Joven; casó en 1402 con Juan de Castelbó, hijo de Archimbaldo de Grailly, vizconde de Bearn y conde de Foix; falleció en 1413, sin hijos. María, en 1383, fallecida en 1406. Blanca, en 1385; casada en 1402 con Martín el Joven, quedó viuda en 1409; casó en 1420 con Juan, infante de Aragón, que sucedió en este trono a su hermano Alfonso V. En 1386 nacieron gemelas: fueron, probablemente, Margarita, fallecida enseguida, y Beatriz, casada en 1406 con Jacques de Borbón, conde de La Marche; fallecida en 1407.

Isabel, en 1396, prometida en 1402 al infante Juan, después esposo de su hermana Blanca, casó en 1419 con el conde Juan de Armagnac. Carlos, el 30 de junio de 1397, fallecido el 12 de agosto de 1402; y Luis, en 1399, fallecido en julio de 1400.

La extinción de las treguas de Brujas, en 1377, reabrió en Europa el ambiente bélico. Por parte inglesa se impulsaron de nuevo las ambiciones de Juan de Lancaster y se restablecieron contactos con Aragón y Navarra para una posible acción contra Castilla. En esa situación Carlos II de Navarra decidió el envío de una embajada a París portadora de comprometedoras instrucciones sobre contactos con Inglaterra; al frente de la misma se hallaba el príncipe Carlos que, antes de iniciar su misión, se despidió de su esposa en Valladolid, en el mes de abril de 1377.

La misión diplomática concluyó en marzo de 1378 con el escandaloso descubrimiento por Francia de los comprometedores documentos, la ejecución de algunos miembros de la embajada y la prisión del heredero navarro en París durante más de tres años.

La reacción castellana respecto a Navarra fue una dura campaña de castigo y la imposición de un verdadero protectorado (Tratado de Briones, marzo de 1379). Restablecida la paz, Leonor intercedió ante su hermano Juan, rey de Castilla desde mayo de ese año, para que solicitase de Francia la liberación de su esposo, especialmente a partir de septiembre de 1380, cuando el fallecimiento de Carlos V de Francia abría mayores posibilidades de éxito. Fue liberado en octubre del año siguiente: viajó a Navarra, se reunió en Valladolid con su esposa y, en agradecimiento, peregrinó a Santiago. En los próximos cinco años, que los herederos de Navarra pasaron en Castilla, nacieron las cinco primeras hijas del matrimonio.

El 1 de enero de 1387, al fallecer Carlos II y sucederle Carlos III, Leonor se convirtió en reina de Navarra; con su esposo se trasladó a su nuevo reino en la que sería su primera estancia de cierta duración. Pasó varias semanas enferma, sin duda también con problemas de adaptación a la vida en su nuevo reino.

En febrero de 1388 Juan I de Castilla negoció en Arnedo con diplomáticos franceses para tomar medidas de defensa en el Canal de la Mancha, mientras sus embajadores negociaban en Bayona las condiciones de las que sería el definitivo acuerdo con Juan de Lancaster. Carlos III ofreció su mediación en estas negociaciones, a través del obispo de Dax, un antiguo petrista. Con este motivo ambos Monarcas se entrevistaron, en un ambiente de fiesta, en Calahorra, el 9 de febrero: entre otros acuerdos, firmaron uno de extradición de delincuentes. Leonor acompañó a su esposo; al terminar las vistas, pretextando problemas de salud, se incorporó a la Corte de su hermano: se iniciaba una larga estancia de la Reina en Castilla, más de siete años, a pesar de los reiterados esfuerzos de Carlos III para que se reintegrase a Navarra.

No es fácil comprender la decisión de Leonor. Ella misma se lo explicó a su hermano cuando, en abril de 1390, éste le pidió que volviera a Navarra a instancias de Ramiro de Arellano y Martín de Aibar, embajadores navarros portadores de esta petición. Tres son esencialmente las razones que la habían llevado a abandonar a su marido y a su reino: ella y su séquito castellano habían sido mal recibidos en Navarra; no percibió las rentas, escasas, que se le habían asignado; durante su enfermedad se habría producido un intento de envenenamiento por medio del médico real: no acusó a su marido de participación en el proyecto homicida, pero sí de negligencia por no investigar su denuncia. En suma, temía por su seguridad dados los enemigos con que contaba y la información que trasmitían a su esposo.

No es fácil pronunciarse sobre la certeza de estas afirmaciones y su influencia para moverla a abandonar Navarra. Estuvo enferma en el verano de 1387, como otros miembros de la Familia Real; ella y varios de los miembros de su séquito empeñaron objetos de valor. La renta que se le asignó era de 18.000 florines anuales, que fue incrementada en febrero de 1388, cuando la Reina se hallaba ya en Castilla. Nada se ha comprobado sobre la realidad del intento de envenenamiento, aunque, cuando volvió a Navarra, fue asistida en su enfermedad por un médico castellano, también judío como el navarro. Desde luego, es muy posible que ciertos sectores navarros se le mostrasen hostiles: estaban muy próximos los pasados enfrentamientos y las duras condiciones del Tratado de Briones, a pesar de que éste hubiese quedado anulado en la práctica desde 1386.

Queda la cuestión de la presencia en la Corte navarra de María Miguel de Esparza, amante del Monarca, madre de Lancelot; es un hecho, sin duda, difícil de admitir, quizá más aún por el hecho de haber dado a luz a un varón, mientras la Reina sólo había tenido hijas. Con todo, dados los usos de la época, no parece razón para explicar por sí misma una ruptura de esa naturaleza y, menos aún, tan prolongada permanencia en Castilla.

No obstante, Leonor se ofreció a regresar a Navarra si se le daban garantías personales y se ofrecían castillos en rehenes que garantizasen el trato que recibiría; probablemente hizo este ofrecimiento sabiendo que las condiciones eran inaceptables: la entrega de villas en rehenes devolvería a la situación creada por el Tratado de Briones y además vincularía la suerte de estas posiciones al testimonio de Leonor sobre el cumplimiento del acuerdo. Los embajadores navarros ofrecieron toda clase de garantías, pero, como seguramente esperaba, se negaron a la entrega de rehenes; abandonada la idea de recuperar a la Reina, solicitaron que les fuese entregada la primogénita, Juana, para ser educada en el reino, del que en ese momento era heredera, petición a la que se accedió.

Quizá la situación política castellana explica la conducta de Leonor tanto como las circunstancias navarras, acaso marco demasiado estrecho para su mentalidad, propia de un Grande de Castilla. En este reino se estaba desarrollando una sorda pugna entre la alta nobleza de parientes del Rey, elevados desde el final de la guerra civil, y una pequeña nobleza que ocupaba los cargos de la Corte, integrada por quienes eran la raíz de los grandes linajes de la Nobleza nueva. Fue éste el conflicto, agravado por la muerte de Juan I, en octubre de 1390, en el que entró a fondo Leonor.

En efecto, la lucha por el poder durante la minoría de Enrique III provocó el enfrentamiento de esa primera nobleza de parientes del Rey integrada, junto a Leonor, por sus hermanastros Fadrique, duque de Benavente, y Alfonso, conde de Noreña; su primo Pedro Enríquez (hijo del hermano gemelo de Enrique II), conde de Trastámara, y Alfonso de Aragón, un nieto de Jaime II de Aragón, marqués de Villena; junto a ellos Juan García Manrique, arzobispo de Santiago, rival de Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, que, apoyado por la nobleza cortesana, propugnó el cumplimiento del testamento de Juan I.

Leonor fue el alma de este grupo nobiliario; trató de mantener su unidad, convencida de que, si se dividía, sería sustituida por las Cortes en el ejercicio del poder. Tal era su objetivo cuando, en agosto de 1391, el Regimiento de Burgos propuso que ambos bandos negociasen en el seno de unas Cortes convocadas en aquella ciudad. Apenas unas semanas después, dos verdaderos ejércitos se hallaban situados en Valladolid y en Arévalo: Leonor negoció intensamente entre ambos e impidió el choque. Ella fue la artífice de la llamada Concordia de Perales (29 de agosto), que supuso la disolución del Consejo de Regencia y estableció la vigencia del testamento de Juan I con algunas modificaciones, que otorgaban su control a la alta nobleza.

Fueron las maquinaciones del arzobispo compostelano las que desvirtuaron ese acuerdo, por cuyo mantenimiento luchó Leonor con el concurso del duque de Benavente y del conde de Trastámara; su proyecto fue paulatinamente desmontado en los meses siguientes.

En agosto de 1393 fue declarado mayor de edad Enrique III: era apenas una maniobra para poner el gobierno fuera del alcance de los Grandes, a los que, no obstante se les otorgaron importantes compensaciones económicas; las que se concedieron a Leonor, un incremento de 400.000 maravedís, unidos a sus señoríos de Roa, Sepúlveda, Madrigal y Arévalo, la otorgaron un poder indiscutible.

Para evitar que se les apartase del poder, Leonor convocó una reunión de los Grandes, en febrero de 1394, en Puebla de Lillo, en la montaña leonesa, al pie de los puertos que permiten una fácil comunicación con Asturias, donde residía la fuerza principal del conde de Noreña. Ellos fueron los puntales más firmes de la alta nobleza, los que se mantuvieron firmes en sus posiciones mientras los demás miembros de ese grupo, apenas constituida la liga de Lillo, entablaron negociaciones con el Consejo con la perspectiva de obtener ventajas personales. También es cierto que ellos fueron los únicos que no recibieron ofertas.

En las negociaciones con la alta nobleza, que se desarrollaron a lo largo de la primavera de 1394, participaron embajadores navarros llegados a Castilla para reclamar, una vez más el regreso de la reina de Navarra.

Se les pidieron seguridades para Leonor en caso de regreso a Navarra, que éstos otorgaron: el 25 de julio, Carlos III juraba en Pamplona, ante los delegados castellanos llegados al efecto, que no causaría daño alguno a la Reina, ni permitiría que se le causase; con ello se allanaba cualquier escrúpulo castellano para acceder a la entrega de Leonor. Es muy significativo que los miembros más destacados del equipo gobernante recibieran de Carlos III señoríos en Navarra: Hurtado de Mendoza, Cascante; Diego López de Stúñiga, Stúñiga y Mendavia; Ruy López Dávalos, Lerín.

Enrique III estaba decidido a concluir con toda resistencia: el conde de Trastámara abandonó la Corte y se refugió en Roa, junto a Leonor, que pidió la protección de las Cortes; don Fadrique, que optó por permanecer en ella, fue apresado (julio de 1394) durante una sesión del Consejo, la misma en la que se decretó la confiscación de rentas de los refugiados en Roa.

Leonor solicitó condiciones de rendición, pero recibió una absoluta negativa. Tampoco obtuvo clemencia, a pesar de la desgarradora escena que protagonizó solicitándola a su sobrino ante los muros de Roa: fue detenida y enviada a Tordesillas a la espera de su entrega a Navarra; se le devolvieron sus rentas, pero no la jurisdicción sobre sus villas. Unos meses después, en marzo de 1395, en el curso de las entrevistas que mantuvieron Enrique III y Carlos III en Alfaro, Leonor era entregada a su marido: concluían más de siete años de separación.

Aunque Leonor volvió a pasar unas semanas enferma a su vuelta a Navarra, todo parecía volver a la normalidad: quince meses después nació Isabel, a la que siguieron los dos únicos varones, malogrados, del matrimonio; la Reina ejerció el gobierno del reino durante las ausencias de Carlos III en Francia, en 1397-1398, 1403-1406 y 1409-1411, o le acompañó a Francia en 1408; fue coronada Reina en junio de 1403, ceremonia que se preparó en agosto de 1402 y que hubo de ser suspendida por el fallecimiento del heredero. Se produjeron también numerosos acontecimientos tristes, en particular la muerte de cinco de sus hijos: Luis, Carlos, María y Beatriz entre 1400 y 1407, a las que siguió la de Juana en 1413.

Sólo un acontecimiento pareció romper esa normalidad.

En los primeros días de 1411 se fugó de su prisión castellana Fadrique Enríquez, que huyó a refugiarse en Navarra junto a su hermanastra la Reina, que le recibió espléndidamente. Una embajada castellana protestó ante lo que consideró una violación del acuerdo de extradición firmado en 1388; Carlos III, que acababa de regresar a Navarra, admitió la protesta castellana, pero justificó la decisión de su esposa y, aunque mantuvo el trato exquisito hacia su huésped, garantizó su neutralización política. Fadrique fue entregado a Castilla en las vistas de Mallén de agosto de 1414, después de recibir garantías de trato adecuado; murió sin recuperar la libertad.

Pocos meses después, murió Leonor en Olite, el 27 de febrero de 1415. Fue enterrada en la catedral de Pamplona dos días después; el 5 de marzo se oficiaron las solemnes exequias.

 

Bibl.: M. Gaibrois, “Leonor de Trastámara, reina de Navarra”, en Príncipe de Viana, VIII (1947), págs. 35-70; L. Suárez Fernández, “Castilla (1350-1406)”, en L. Suárez Fernández y J. Reglá Campistol, La crisis de la Reconquista (c. 1350- c. 1410), pról. de R. d’Abadal, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XIV, Madrid, Espasa Calpe, 1966, págs. 1-378; L. Suárez Fernández, “Los Trastámara de Castilla y Aragón en el siglo xv (1407-74)”, en L. Suárez Fernández, A. Canellas López y J. Vicens Vives, Los Trastámara de Castilla y Aragón en el siglo xv (1407-74), intr. de R. Menéndez-Pidal, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XV, Madrid, Espasa Calpe, 1970, págs. 1-318; J. de Moret, Anales del Reino de Navarra, ed. de S. Herreros Lopetegui, Vitoria, Institución Príncipe de Viana, 1987-1997, 20 vols.; L. Suárez Fernández, Nobleza y Monarquía. Entendimiento y rivalidad. El proceso de la construcción de la Corona Española, Madrid, La Esfera de los Libros, 2003.

 

Vicente Ángel Álvarez Palenzuela