Juana de Valois. Juana de Francia o de Navarra. Châteauneuf-sur-Loire (Francia), 24.VI.1343 – Évreux (Francia), 3.XI.1373. Reina de Navarra, condesa de Evreux, señora de Montpellier.
Quinta hija, primogénita femenina, de Juan II el Bueno, duque de Normandía (1332) y de Guyena (1345), heredero del trono y más tarde rey de Francia (1350-1364), y su primera esposa Bonne de Luxemburgo.
Como tal, fue educada en la Corte parisina de los primeros Valois, marcada por los avatares de la Guerra de los Cien Años. Allí se acordó su matrimonio con Enrique, duque de Limburgo, primogénito varón y heredero de Juan III, duque de Brabante, y María de Evreux, hermana de Felipe III de Navarra (París, 21 de junio de 1347). Con el enlace, Felipe VI de Francia, abuelo de la niña, buscó la consolidación de fidelidades tras la derrota de Crécy (1346) en el ámbito en el que Eduardo III de Inglaterra había centrado sus operaciones y en el entorno del siempre conflictivo Flandes. Pero el temprano fallecimiento de Enrique (29 de noviembre de 1349) frustró la unión antes de que hubiera llegado a consumarse.
Una vez coronado como rey de Francia, Juan II la entregó en matrimonio a Carlos II de Navarra, conde de Evreux, deseoso de comprometer el apoyo del joven monarca navarro, a quien había nombrado lugarteniente regio en Languedoc en 1351 y cuya mayoría de edad quedó significada en el mismo acto (Vivieren- Brie, 12 de febrero de 1352). Éste recibió, además, las promesas de una cuantiosa dote de 100.000 escudos de oro y de una renta de 8.000 libras sobre el tesoro constituida a su provecho (11 de marzo de 1352). Sin embargo, pese al magnífico ajuar aportado por Juana al enlace, la falta de concreción contractual de las capitulaciones matrimoniales y el incumplimiento de los compromisos económicos por parte de Juan II derivaron a corto plazo en un deterioro de las relaciones con el rey de Navarra, convirtiéndose en una más de sus reivindicaciones frente al Valois.
En razón de su edad Juana permaneció en la Corte francesa hasta hacia 1360, donde estuvo acompañada por Juana de Evreux, viuda de Carlos IV de Francia, y Blanca de Navarra, viuda de Felipe VI, tía y hermana respectivamente de su esposo y decididos apoyos del mismo en el entorno de los Valois. Éstas jugaron un papel mediador clave en los Tratados de Mantes (22 de febrero de 1354) y Valognes (10 de septiembre de 1355), en los que trataron de solventarse entre otras cuestiones los pagos pendientes de su dote. Con todo, los acuerdos no lograron apaciguar las turbulentas relaciones entre el monarca navarro y la casa real francesa y, cuando éstas desembocaron finalmente en guerra abierta entre Carlos II y el Delfín —regente desde 1356—, las tres Reinas se vieron sitiadas por las tropas de Du Guesclin en Melun, plaza controlada por Martín Enríquez de Lacarra, alférez de Navarra (julio de 1359). La intercesión de Juana ante su hermano, el delfín Carlos, resultó entonces clave en las negociaciones emprendidas en la misma ciudad, que condujeron a una nueva paz sellada finalmente tras el encuentro de los dos contendientes en Pontoise (22 de agosto de 1359).
Pese a su labor mediadora y al nacimiento del primogénito Carlos (Mantes-la-Jolie, 22 de julio de 1361), el distanciamiento y las presumibles simpatías de la Reina hacia su propia estirpe suscitaron inicialmente la desconfianza de Carlos II. Por ello, al regresar éste a Navarra (18 de octubre de 1361), quedó relegada de la guarda de su hijo, que el Monarca encomendó a sus hermanos Felipe y Blanca. A pesar de residir al menos de forma esporádica en los dominios normandos de su marido en los meses siguientes, Juana no recuperó la tutela del infante, que permaneció en Melun al cuidado de Blanca cuando, poco más tarde, la Reina atravesó Francia para viajar a Navarra, adonde llegó al acabar 1362. Allí permaneció a la sombra de Carlos II sin jugar protagonismo político alguno, dando a luz a dos nuevos vástagos —Felipe (noviembre de 1363), fallecido prematuramente, y María (c. 1365)— y acogiendo a la que sería fiel acompañante y confidente hasta su muerte, su cuñada Inés de Navarra, refugiada en la Corte pamplonesa tras haber sido repudiada por el conde de Foix (1364).
Ante el declive del poder de Carlos II en Francia y la tensión creciente con Aragón, aliado de los Valois, Juana fue enviada por su esposo de nuevo a Francia, a donde viajó acompañada de su cuñada con el fin de mediar ante Carlos V, ya Rey. Pese a su estado de gestación y después de una breve estancia en Evreux (23-31 de diciembre de 1365), se desplazó a comienzos de año a París para entrevistarse con su hermano (13-15 de enero de 1366) y tratar de obtener alguna reparación de las onerosas condiciones impuestas meses atrás a Carlos II en el llamado Tratado de Aviñón. Tras el infructuoso encuentro, regresó a Evreux, donde nacería meses más tarde el cuarto hijo del matrimonio, Pedro (5 de abril de 1366), antes de emprender la vuelta a Navarra (2 de junio de 1366) junto a Inés y los infantes. En el transcurso del viaje la Reina se entrevistó en Burdeos (2-3 de julio de 1366) con el príncipe de Gales y el Captal de Buch, lugarteniente de Carlos II en Francia, a fin de favorecer el entendimiento anglo-navarro tras la provisional victoria de Enrique II de Trastámara en Castilla, conversaciones que el monarca navarro proseguiría personalmente tras haber recibido a Juana en el reino (11 de julio de 1366) y mientras ésta proseguía su camino hasta Pamplona.
En Navarra permaneció de nuevo en un segundo plano, mientras Carlos II trataba de hacer frente a sus ambiguos compromisos diplomáticos y al paso de las Grandes Compañías por el reino, ocupándose esporádicamente de las relaciones de más alto nivel durante la “prisión” de Carlos II en Borja (1-16 de marzo de 1367). Allí nacerían también tres nuevas hijas del matrimonio: Blanca (c. 1368), Juana (c. 1370) y Bona (c. 1372). No obstante, Juana consiguió granjearse paulatinamente la confianza de su marido y, tras la marcha de éste a Normandía en el verano de 1369, quedó encargada de gobernar el reino, labor que desempeñó discretamente bajo el asesoramiento de Bernardo de Folcaut, obispo de Pamplona, y de Juan Cruzat, deán de Tudela. De este modo, procuró cumplimentar los pagos debidos a Du Guesclin para no revelar la ambivalencia diplomática del Monarca (18 de octubre de 1369), renovó los acuerdos de paz con Aragón (4 de febrero de 1370) y trató de solventar la conflictiva situación con Castilla. Acordó por ello treguas con Enrique II (26 de octubre de 1370) y, ante la amenaza militar del Trastámara, aceptó finalmente la devolución de algunas de las plazas alavesas ocupadas por Carlos II en 1368 y el arbitrio del rey de Francia y del Papa para resolver los conflictos pendientes (Sangüesa, 6 de octubre de 1371), decisiones que fueron ratificadas por el Rey desde Franca. Ni la situación de la Reina ni la confianza en ella depositada se vieron afectadas tras el retorno del Monarca (septiembre de 1372), cuando éste trató de revertir la situación y provocó la caída de sus principales responsables.
Poco después la Reina partió de nuevo hacia Francia para ejercer el gobierno en los dominios de Carlos II y defender ante el monarca Valois los delicados asuntos diplomáticos navarros, concernientes tanto a las cesiones territoriales en Castilla disputadas con Enrique II como a la renegociación de las condiciones de la permuta de las plazas galas ocupadas en 1364 por la baronía de Montpellier. Tras dictar testamento en Olite (27 de enero de 1373) y acompañada nuevamente por Inés de Navarra, emprendió viaje hacia Montpellier, donde permaneció algunos meses (17 de marzo de 20 de julio de 1373) tratando de concretar las tasaciones de rentas y los derechos de su esposo en la villa antes de un futuro encuentro con Carlos V. No llegó, sin embargo, a culminar su misión, ya que algunas semanas después de su llegada a Evreux (14 de septiembre de 1373) Juana falleció súbitamente, cuando estaba de nuevo encinta, víctima de un síncope mientras tomaba un baño, tal y como certificó la autopsia realizada ante los rumores de envenenamiento.
Como miembro de la casa real francesa, su cuerpo recibió sepultura en el panteón regio de Saint-Denis, aunque posteriormente se instaló también un cenotafio en la catedral de Evreux. Por su parte, Inés de Navarra partía hacia Navarra a finales de año con su corazón y vísceras embalsamados, que fueron depositados a comienzos de 1374 en la catedral de Pamplona y la Real Colegiata de Roncesvalles respectivamente, mientras Carlos II cumplimentaba éstas y otras voluntades testamentarias de la Reina.
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Roberto Ciganda Elizondo