Granada-Venegas, Alonso. El de Granada. Granada, p. m. s. XVI – 1606. Militar.
Miembro de una de las familias de más rancio abolengo nazarí, por sus venas corría sangre regia, por ser nieto de Alí ben Nazar (Alonso de Granada Venegas), en concreto el primogénito de su hijo mayor, Pedro de Granada-Venegas II, y de María Rengifo y Ávila, de quien heredaría la alcaidía del Generalife. Mayorazgo de su casa, desde 1565, fue alguacil mayor de Granada, caballero veinticuatro de la ciudad y alcaide del Generalife, además de caballero de Santiago. Su poder y prestigio era tal que en 1566 fue nombrado procurador de la ciudad en las Cortes que convocó el Rey. A él se debe la última evolución del blasón familiar, especialmente en la leyenda que rezaba en el escudo: “Él me manda” (frase que había sustituido su padre al lema árabe: “No hay vencedor sino Dios”), ya que fue cambiada por “El corazón manda”. Verdadero símbolo de la mentalidad de su linaje, mandó esculpir en piedra en la puerta de su palacio, la casa de los Tiros, una espada con un corazón en su base.
Estaba casado con María Manrique de Mendoza, hija de Diego Ruiz de Alarcón, V señor del estado de Buenache, y de María de Mendoza, señora de la villa de la Frontera, quienes aportaron en dote un tercio de la villa de Beamud de Alarcón (Cuenca). Y, al igual que sus pasados, continuó ampliando el capital heredado, poseyendo, solamente en las villas Dehesas Viejas, Campotéjar y Jayena, más de once mil fanegas de tierra, origen del señorío de Campotéjar. En la Granada de su tiempo fue un personaje de peso, ya que se convirtió en interlocutor directo entre el poder y la minoría morisca. De su prestigio da cuenta que, una vez fracasada la nobleza granadina para suspender la Real Pragmática contra los moriscos —a través de la embajada enviada con Juan Enríquez de Guzmán el de Baza—, Alonso se trasladó a la Corte en 1568 para entrevistarse con Felipe II para disuadirle en su empeño. Aquella Navidad se alzaría la minoría, colaborando desde el primer instante Granada-Venegas con el marqués de Mondéjar en el aquietamiento morisco del Albaicín.
El 3 de enero de 1569 acompañó, con armas y caballo, a Íñigo Hurtado de Mendoza en su campaña a La Alpujarra, asistiendo a las diferentes batallas que se dieron en el camino. Especial fue su labor en los contactos y diálogos con los notables moriscos para tratar de llegar a un acuerdo de pacificación. Tras la reducción de Jubiles (19 de enero) de dieciséis alguaciles moriscos, se entrevistó personalmente en Los Bérchules con Hernando El Zaguer, tío del rey de los moriscos y su capitán general, para instarle, sin conseguirlo, a su reducción. Aún con todo, y como símbolo de la confianza que tenía el capitán general de los moriscos en él, no dudó en confiarle a su mujer e hijas. Poco después, el 22 de enero, don Alonso contactó en Cádiar con el propio Abén Humeya para reiterar su ofrecimiento de diálogo, continuando al día siguiente con nuevas misivas desde Ugíjar, aunque sin llegar a alcanzar un acuerdo. El marqués de Mondéjar intentaría una última vez llegar al diálogo con el reyezuelo, enviándole el 26 de enero, desde Cherín, tres cartas con interlocutores diferentes. De todas ellas Abén Humeya sólo contestó a Granada-Venegas, manifestándole su disposición a pactar, si bien una mala interpretación en una malograda escaramuza de la infantería desbarató todos los planes y el rey morisco huyó a la sierra y cortó toda comunicación.
Iniciado el proceso de reducción morisca, Alonso Granada-Venegas marcharía en febrero a Madrid para dar cuenta a Felipe II de la campaña y del proceso de pacificación alcanzado por el marqués de Mondéjar. A su vuelta sería testigo de cómo Abén Humeya levantaba por segunda vez la tierra y de cómo el capitán general del reino era sustituido por Juan de Austria, con el que colaboraría estrechamente al formar parte del Consejo de Guerra que se creó. Desde este órgano defendió las tesis pactistas contra los generales que participaban de la teoría dura de intervenir militarmente y de expulsar a la minoría. Sin embargo, no pudo evitar que esta última postura saliera adelante, colaborando activamente aquel verano en el aquietamiento del Albaicín cuando fueron deportados los moriscos. Con la salida de Juan de Austria a campaña, a inicios de 1570, pasó como general al presidio de su villa de Jayena, punto estratégico para controlar el delicado paso que unía las serranías malagueñas con el corredor de valles granadinos. Como diría el hermano de Felipe II “don Alonso tuvo tanto cuidado y vigilancia en guardar el lugar de Jayena, que sustentando en él una torre con jente, artillería y municiones a su costa le defendió, de manera que aunque los dichos rebeldes binieron sobre hella dibersas vezes no la pudieron tomar ni hazer el pie que deseaban en aquel puesto, desde el qual salió el magnífico señor don Alonso a correr la tierra, y en las correrías mató y cautibó munchos moros”.
En abril, Juan de Austria recurrió a él para tratar el negocio de la reducción de los moriscos. A principios de aquel mes dejó en el presidio de Jayena a su hermano Jerónimo de Granada-Venegas, pasando a Sorbas, donde se encontraba el capitán general y estudiar el procedimiento a seguir en los importantísimos tratos que seguirían en la campaña de La Alpujarra. Tras esta entrevista, volvió a su villa de Jayena para contactar desde ella con los notables moriscos, manteniendo desde ella una intensa correspondencia para aconsejarle sobre el procedimiento a seguir en las delicadas entrevistas de paz que inició con El Habaqquí. Alcanzada la reducción de los alzados, entre 1570 y 1571 sería uno de los principales agentes designados para recibir a los moriscos y preparar su marcha a Castilla, siendo designado comisario de la zona centro. En 1573, a solicitud suya, Felipe II compensó su pérdida en la contienda, nombrándole alguacil mayor de la Real Chancillería de Granada. Su prestigio culminaría en 1583, cuando, a semejanza de sus antepasados, vistió el hábito de Santiago y, aunque no llegó a ser comendador, fue gobernador del partido de Ocaña y justicia mayor de la provincia de Castilla de esta Orden Militar, así como administrador de la encomienda de Lobón, por título del 6 de julio de 1596.
Hombre culto, en su casa mantuvo una tertulia literaria donde acudieron poetas y escritores de la talla de Juan Latino, Diego Hurtado de Mendoza y Luis Barahona de Soto, o dramaturgos como Gonzalo Mateo de Berrío. A su muerte estaba casado en segundas nupcias con María de Ochoa y Castro de Orozco y, comenta el cronista Henríquez de Jonquera, que “[...] sepultóse su cuerpo en el Sagrario de la sancta iglesia desta ciudad en su grandiosa capilla de señor San Pedro, donde están sus armas y vanderas suyas y de sus padres y abuelos que sirvieron a el emperador Carlos quinto en la guerra y en la conquista de Orán”, dejando de ambos matrimonios cuatro hijos de cada uno: Pedro de Granada-Venegas III, caballero de Alcántara, I marqués de Campotéjar; Diego Granada-Venegas, caballero de Santiago, alcaide y capitán de la fortaleza de Almuñécar y, en 1606, alcaide de la alcazaba de Almería; fray Leandro de Granada, de la Orden de San Benito, y María de Granada Venegas y Hurtado de Mendoza, mujer de su primo Gil Rengifo de Granada. Fernando Granada-Venegas Ochoa, chantre de la catedral de Cuenca; Juan Venegas y Granada, menino de la reina Margarita de Austria y caballero de Santiago, casado con su prima Gertrudis Granada Venegas; y a Catalina María de Granada y Ochoa.
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Valeriano Sánchez Ramos