Sarasate Navascués, Pablo. Pamplona (Navarra), 10.III.1844 – Biarritz (Francia), 20.IX.1908. Violinista y compositor.
Primogénito y único hijo varón de un músico militar, recibió en el bautismo los nombres de Martín Melitón. Usó el primero hasta consolidar su carrera como virtuoso. Entonces pasó a llamarse Pablo, nombre que registró oficialmente en julio de 1878.
La familia siguió al padre en sus destinos castrenses: Valladolid, Salamanca, Santiago de Compostela y La Coruña. El niño dio muestras precoces de talento musical. Su padre dijo más tarde que Martín conoció el pentagrama antes que el alfabeto y que no tuvo más juguete que las cuatro cuerdas y el arco. Él mismo, clarinetista, pero también violinista, le enseñó las primeras lecciones de solfeo y los rudimentos del violín, instrumento para el que desde el principio demostró una predisposición innata. En La Coruña le dio clases Blas Álvarez, concertino de la orquesta del teatro y dueño de una tienda de ultramarinos, en la que atendía a su alumno. Sarasate decía más tarde que Álvarez era mejor con el arco que a la hora de expender bacalao. A los diez años, el niño dio un concierto público, al que asistió la viuda de Espoz y Mina. La condesa se ofreció a pagarle profesores de más talla y le habilitó una pensión de 2000 reales anuales. El chico actuó en Ferrol y Vigo, y emprendió viaje a Madrid, con su madre. En la capital, Sarasate no pisó el conservatorio y tuvo un solo maestro, Manuel Rodríguez, discípulo de J. Armingaud. El chico actuó en salones y teatros y su fama llegó a palacio. Ante los Reyes interpretó su repertorio del momento, fantasías de óperas (Norma, Rigoletto, Macbeth). El éxito le supuso una pensión. El maestro aconsejó que el niño estudiara en el Conservatorio de París. La madre fue con él. Pasaron por Pamplona, donde Sarasate hizo la primera comunión en su parroquia natal, San Nicolás (23 de julio de 1855), y dio algún recital privado. En Bayona, la madre murió en el hospital civil, víctima del cólera, a los treinta y seis años de edad.
Se hizo cargo del chico, solo en tierra ajena, Ignacio María García Alonso (1789-1867), pamplonés, banquero y cónsul de España en Bayona, que lo acogió en su casa y luego lo llevó a París y lo presentó a Delfín Alard (1815-1888), bayonés y profesor en el Conservatorio. García gestionó ante la Diputación navarra una beca de 1000 francos anuales. El estudiante sumó así 14.000 reales al año, cantidad más que suficiente para asegurarle una confortable dedicación al estudio. Además, le acogieron como un hijo los Lassabathié, él, administrador del Conservatorio y exjefe del Bureau des Théâtres en el Ministerio del Interior. La relación con sus anfitriones fue cordial y, más tarde, a la muerte de ellos, recibió un legado de 120.000 francos.
El paso de Sarasate por el Conservatorio de París, donde Berlioz era bibliotecario, fue fulgurante. Alard cuidó del joven, aunque luego éste, ya talludo, afirmaba que de su maestro sólo había aprendido “la postura”. El propio Alard confesó que aquel alumno pequeño —físicamente lo era— se mostró “desde el principio como un consumado maestro y yo no lo hube de enseñar nada”. Martín Melitón Sarasate obtuvo, en solfeo, en 1856 el segundo accésit y el primer premio compartido en 1857. En 1859 mereció un accésit en armonía, materia que estudió con Napoleón Henri Reber, luego sucesor de Halevy en la clase de composición. El 8 de diciembre de 1857 ganó el primer premio de violín. Presidía el tribunal el director del Conservatorio, Auber. Según La France Musical, “raramente hemos encontrado un instrumentista de igual afinación y pureza de sonido, su manera de decir está a la altura de su ejecución: repetidas veces hemos limpiado los anteojos para convencernos de que era él quien tocaba y que no alguien oculto detrás; de verdad eran suyos los staccatos, logrados con una nitidez y pureza que ningún otro artista podía alcanzar”. El premio comportaba un violín, que, según escribía Martín a su padre, no podría tocar, “porque es violín de hombre”. Una fotografía nos lo muestra, efectivamente, desproporcionado respecto al instrumento que sostiene en la mano izquierda. El interés de esa carta no está, sin embargo, en el reconocimiento de su corta talla, sino en la seguridad que el adolescente exhibía en sí mismo, porque la misiva daba cuenta de un concierto veraniego en Bayona, al alimón con Alard, meses antes de recibir el galardón en París. Según la hermana menor, Francisca, dada a la escritura, la etapa discente en el Conservatorio excitó en Martín —a cuyo nombre se extendió el diploma del premio— el orgullo de sus extraordinarias cualidades y cierta agresividad defensiva ante sus compañeros de aula, todos mayores que él. Para nosotros, al margen de las humanas, el Conservatorio de París tuvo otras consecuencias.
Sarasate aparece citado siempre como violinista de escuela franco-belga. Lo era ya en Madrid, antes de encontrarse con Alard, discípulo destacado de Habeneck (1781-1849), que a su vez lo fue de Baillot (1771-1842), y éste de Viotti (1753-1824). El joven se zambulló en la vida social y en la cultura francesas, no sólo en la música —lo demuestra el inventario de su biblioteca—, y ése fue su ambiente de por vida. Estableció su residencia fija en París y la veraniega en Biarritz. Mucho antes de ganar el premio, le escuchó Rossini, que dedicó un retrato “al joven Sarasate, gigante por su talento, cuya modestia dobla su encanto”, imagen y frase que el violinista conservó siempre. Las veladas de Rossini no fueron las únicas que frecuentó en el período 1856-1868. En los salones se ganó la ayuda de la alta clase y trabó amistad con músicos, muchos de ellos profesores en el Conservatorio —Auber, Meyerbeer— o nombres rutilantes del mundo musical: Liszt, Gounod, Rubinstein, Saint- Saëns, e incluso más jóvenes, como Boito o Louis Diémer, condiscípulo, primer premio de piano en 1856. También se relacionó con notables astros de la lírica. Nunca dejó de practicar una intensa vida social, como recordaba Cocteau, que le conoció de niño. Esa educación hizo de él una persona de gran mundo, afable y de grata conversación, según comprobó Chaikovski cuando le trató en Londres (1893). Antes, el ruso le consideraba un violinista “à la mode”.
Basten esos trazos para comprender la reacción de Sarasate, cuando su padre le aconsejó volver a Madrid y encauzar la vida como profesor de violín. Valiera o no como maestro, no era su intención sepultarse en un trabajo oscuro. En el mundo musical triunfaban los virtuosos, solistas instrumentales que ganaban dinero, honores y admiración en las salas de conciertos, multiplicadas en aquellos años, como las orquestas, para atender la demanda social. Sarasate fue uno de los grandes violinistas de su época, sin duda el más importante y conspicuo de los españoles, “célebre cuando apenas apuntaba el bigote sobre su labio”, según recordaba Saint-Saëns en 1908. Y consolidó la fama con sus composiciones, que incluía en los programas o como propina. Las obras, editadas, también le reportaban sustanciosos ingresos gracias a los derechos de autor, otra conquista entonces reciente. Demostró a lo largo de su carrera un meticuloso sentido de la puesta en escena y de los golpes de efecto ante el público. Pero no tuvo discípulos, ni se preocupó de tenerlos, aunque atendiese a quien le pedía audición y consejo, como hizo Carl Flesch.
Hizo una gira por Estados Unidos y América del Sur (1870-1872), de la que no guardó buen recuerdo, quizás porque la estrella del espectáculo no era él, sino Carlota Patti. A la vuelta, inició su carrera de concertista, primero en Francia, luego en Alemania —Berlín, Leipzig, Francfort— y Viena (1876-1877), con resultados poco entusiastas en la crítica.
En el curso de una gira, en 1877, el violinista conoció de modo casual a Otto Goldschmidt, pianista y buen conocedor del mundo musical en lo que tiene de negocio. Goldschmidt, ordenado, activo e hispanohablante por su estancia en México, fue un elemento de primera importancia en la vida artística de Sarasate. Ejerció de pianista, secretario y representante. Años más tarde, Goldschmidt casó con Bertha Marx, pianista, y entonces fue ésta la acompañante habitual del violinista navarro en sus actuaciones por toda Europa. No es un exceso pensar que sin este hombre en la sombra, el virtuoso, atento a su arte y despreocupado de la vida diaria, no habría desarrollado su carrera. Y a la constancia organizadora de Goldschmidt debemos las abundantes noticias de giras, conciertos y críticas que publicó Julio Altadill al año siguiente de fallecer Sarasate, imposibles sin las aportaciones del eficaz alemán.
Sarasate supo dar el salto de la música de salón a la de concierto, en la que se trabajó un repertorio personal.
La primera salida al otro lado del Rin le debió de abrir los ojos, porque las críticas coincidían en la impecable calidad técnica del intérprete hispano-francés y en la endeblez formal de las composiciones que ponía en el atril: fantasías sobre óperas, Saint-Saëns, Lalo y Max Bruch, de cuyo primer concierto para violín hacía gala. Todos los testimonios, en especial los de violinistas, subrayan la elegancia, el encanto y el color de su estilo, pero ponderan por encima de otras cualidades la pureza diamantina del sonido que le caracterizaba, así como el mecanismo inigualable por su clara y fácil naturalidad en los ataques de arco y en el fraseo. Ysaÿe lo dijo con un solo trazo: “Sarasate nos ha enseñado a tocar afinado”. Tal ideal sonoro expresa su concepto estético y explica su éxito y también que fuera el violinista de su tiempo que mereció la aprobación más amplia entre los compositores y al que más obras le dedicasen. Ese rasgo le distingue de otros virtuosos, anteriores y posteriores, cuyo repertorio se centraba en las composiciones propias. Sarasate dio un perfil nuevo, con preferencias, debilidades y negativas manifiestas —Brahms, entre éstas—, pero personal y distinto. Cabe resumir, como ha sostenido Luis G. Iberni, que, superado el patrón romántico, estamos ante el primer virtuoso moderno.
No obstante, para conocer su credo estético y su personalidad como intérprete es imprescindible repasar las obras que escribió. El catálogo contiene cincuenta y cuatro títulos con numeración de obra, a los que deben añadirse tres juveniles, anteriores a la primera pieza, ocho editados sin número y alguno que nos ha llegado manuscrito. Pueden agruparse en cuatro apartados: fantasías sobre óperas, piezas de salón, fantasías de raíz folklórica europea, danzas y cantos de carácter español. Esta clasificación requiere alguna matización en el segundo grupo, porque el carácter, estilo y ambición de las piezas escritas en los últimos años, casi todas para violín y orquesta, no son los de la primera etapa. El propio Sarasate tenía en poca consideración las primeras obras y no es casual que su título más interpretado, Zigeunerweisen, ostente el opus 20.
Escribió las piezas para sí mismo y de acuerdo con su gusto cara al público. El violín es el protagonista indiscutible y nunca se permite compases de silencio. Si estaba en el escenario, era para concentrar la atención del auditorio. Sarasate no se propuso composiciones ajustadas a las formas clásicas, no nos consta ni el más lejano asomo de que intentara, por ejemplo, la sonata o el concierto. Entre sus papeles no encontramos el más ligero esbozo en ese sentido. Prefería una música de fácil comprensión y de efecto seguro por las dificultades vencidas. Nunca desarrolla los temas, ni los contrapone: los reexpone. Carecía del bagaje técnico necesario, porque no ahondó el estudio de la composición, aunque en su biblioteca encontremos manuales de esa materia y de otras como orquestación, y basta leer su obra para advertir la elemental función armónica otorgada al acompañamiento, sea de piano u orquesta. Siempre tuvo una clara tendencia a escribir obras divididas en dos secciones —a veces anunciadas por un título doble—, en general una lenta y otra de tempo más vivo, como si quisiera demostrar en aquélla la capacidad de legato y en ésta la exhibición virtuosística.
Por otra parte, el material melódico es casi siempre ajeno y con frecuencia de fuente conocida, obvia en las fantasías operísticas. Se pueden señalar los cancioneros, colecciones y títulos populares de los que extrajo sus temas. Por atenernos a los españoles más conocidos, Capricho vasco se basa en el zortziko Desde que nace el día —que escribió en compás de 3/4, no en el característico 5/8— y en la melodía Donostiako iru damatxo, de letra humorística y procedencia discutida, porque ya aparece en una opereta francesa, L’auberge de Bagnéres. En Jota navarra recurre a dos muestras destacadas de ese baile, El molinero de Subiza, de Oudrid, de argumento y localización navarros, y la copla de Viva Navarra, de Larregla. Navarra utiliza una llamada típica de los gaiteros de Estella que puede oírse en cualquier fiesta popular. Para Jota aragonesa, una canción de Apolinar Brull, que era navarro. En Habanera, op. 21, demuestra conocer una romanza de La gallina ciega, de Fernández Caballero, De la patria del cacao, del chocolate y del café, así como el primer tema de Habanera, op. 26, recuerda Yo me voy a Puerto Rico en un cascarón de nuez y el segundo Nena mía, una habanera de Fernández Caballero. En algunos casos, la transcripción es directa, como el Adiós, montañas mías, de Larregla, o el Zortzico de Iparaguirre, danse espagnole, que sin la más leve alteración, ni siquiera en los compases introductorios, expone dos veces la melodía, la segunda en dobles cuerdas, del simbólico “Gernikako arbola”.
Esas obras le han asegurado una presencia viva en el gran repertorio. No ha habido ningún gran violinista en el siglo XX que no haya tocado a Sarasate, cosa que no sucede con quienes fueron sus contemporáneos y rivales, y puede decirse que es el músico español más interpretado en el mundo, no sólo en los conservatorios, en los que lo han practicado también los no violinistas, como recuerda Rostropovich.
Pero conviene subrayar que el concertista internacional ocultaba otra vertiente, piedra de toque infalible de cualquier músico. La testificó en 1941 Pierre Lalo, hijo de Edouard Lalo. “Es el mayor violinista que he conocido, y he escuchado muchas veces a los mejores. Siempre me pareció superior a todos. No tenía ni la afectada expresión de profundidad y la solemnidad pontificante de Joachim, ni el mecanismo automático y el arco sin gracia de Kubelik, ni la blandura romántica de otros. Él era todo vida y espontaneidad. [...] Gracias a la prodigiosa facilidad de que le dotó la fortuna, Sarasate no trabajaba nunca, si por trabajar entendemos hacer ejercicios y escalas. Pero cuando estaba en París, entre dos viajes, estudiaba a diario partituras nuevas o tocaba obras clásicas. Este virtuoso famoso, a quien los que no le conocían acusaban de ser sólo un virtuoso, nada amaba tanto como la música de cámara. Durante sus estancias en nuestra casa, ocupaba, con amigos, casi todas las tardes en la ejecución de sonatas o de cuartetos de los grandes maestros. Esas obras íntimas y profundas eran las que mejor interpretaba. Fue ésa una manifestación de su talento oculta al gran público, porque nunca tocó esa música más que para él y sus amigos íntimos. Pero éstos pudieron comprobar que, si grande fue la fama de Sarasate, su arte era mayor”. No es cierto que nunca se dejase oír como intérprete de música de cámara, porque formó un cuarteto, pero sí es exacto que su nombre, incluso entre aficionados acendrados, no iba unido a ese género.
Sarasate, francés de escuela violinística y de vida, no renunció nunca a su tierra natal y en especial a Pamplona, a la que en las tres décadas finales de su vida volvía para celebrar las fiestas de San Fermín. A partir de 1878 sólo dejó de hacerlo el año del cólera (1884), por no someterse a la cuarentena en la frontera. La ciudad natal le tributaba un recibimiento multitudinario y festivo, que él procuró pronto evitar, y puede decirse que el violinista fue el primer reclamo internacional de unas fiestas locales a las que llegaban visitantes atraídos por la música de un artista más conocido en Europa que en España. Los programas de esas fiestas daban más importancia al músico local que a los festejos taurinos, entre los que el encierro era entonces un número sin la fama adquirida a partir de la tercera década del siglo pasado. En esos años dio noventa y tres conciertos, que, según los cálculos publicados entonces, le podían haber reportado un cuarto de millón de pesetas y le costaron más de cinco mil duros. Porque en aquellas sesiones matinales le acompañaba la orquesta local, fundada en 1879 con el nombre de Santa Cecilia —hoy Pablo Sarasate— y los refuerzos necesarios y aun las partituras corrían a su cargo. Sarasate supo fomentar esa relación con la ciudad, en la que tuvo enemigos tenaces, los carlistas, y partidarios fervorosos, los intelectuales, artistas, clases acomodadas, instituciones culturales y medios de comunicación, salvo el tradicionalista. Pamplona dedicó en 1893 una gran placa a su hijo en la casa levantada sobre el solar que ocupó la que le vio nacer —aunque tal identificación tuvo contradictores, y no sin fundamento—, le nombró en 1902 hijo predilecto y le dedicó su principal bulevar. A la ciudad dejó en testamento dos de sus violines y el piano vertical, manuscritos, partituras y su biblioteca de música, más diversos objetos de uso personal —diplomas, condecoraciones, medallas, petacas, alfileres, bastones—, que comenzó a donar a partir de 1897. Ese legado de objetos forma ahora, después de décadas de dispersión y almacenamiento, el Museo Sarasate, integrado en el Archivo Municipal de Pamplona. Pío Baroja, que dejó en Juventud, egolatría (1917) una descripción cruda del violinista célebre al que pudo conocer cuando vivió de niño en la ciudad (1881-1886) durante las visitas sanfermineras —y un juicio inclemente de las mismas fiestas—, escribió que el Ayuntamiento de Pamplona haría bien en vender esos cachivaches en pública subasta. Sarasate tuvo cuatro violines: Villaume, Gaud & Bernadel y dos Stradivarius, el “Ruby” (1713) y el “Sarasate” (1724). Los dos primeros, guardados en el museo pamplonés, recuerdan los años de estudiante y joven concertista, si bien el Gaud & Bernadel es copia fiel del que obtuvo en 1857 como primer premio en el Conservatorio de París, instrumento prestado a un colega y desaparecido en un incendio de la Ópera (1774). Sarasate adquirió el “Ruby” en 1886 por 20.000 francos y no lo usó en público. Lo dejó en testamento al Conservatorio de Madrid. El Stradivarius 1724, el preferido a lo largo de su carrera, lo compró en 1866. Villaume le cobró por la pieza 5000 francos más el violín que usaba, un italiano mediocre. El “Sarasate” lo legó al Conservatorio de París y hoy puede admirarse en la Cité de la Musique de esa ciudad.
Sarasate murió en su “Villa Navarra” de Biarritz el mismo día en que cincuenta y tres años antes había perdido a su madre en Bayona. Quiso ser enterrado en su ciudad. La conducción del cadáver por tren, el recibimiento en Pamplona y las exequias fueron multitudinarios. El mausoleo, obra de un marmolista, ocupa la glorieta central del camposanto antiguo. Desde 1991, un concurso internacional de violín, organizado por el Gobierno de Navarra, ostenta el nombre del intérprete y compositor.
Obras de ~: Fantasía sobre La forza del destino de Verdi, op. 1, dedicada a F. de Valldemosa; Homenaje a Rossini. op. 2, dedicado a su mejor amiga y madre de adopción, Mdme Lassabathié; La dame blanche de Boïldieu, op. 3, dedicado a L. Diémer; Revêrie, op. 4, a Mdme Lassabathié; Fantasía sobre Romeo y Julieta de Gounod, op. 5; Caprice sur Mireille de Gounod, op. 6, homenaje a Ch. Gounod, 6 de junio de 1866; Confidences, op. 7; Souvenir de Dumont (valse de salon), op. 8; Les adieux, op. 9, dedicada a Marie Lefébure-Wely; Serenade andalouse, op. 10, a Mdme. Lucien Auvray; Le sommeil, op. 11, a M. Lassabathié; Moscoviènne, op. 12; Nouvelle fantasie sur Faust de Gounod, op. 13, a Arthur Napoleao, de Río de Janeiro; Fantasía sobre Der Freischütz de Weber, op. 14; Mosaïque de Zampa de Herold, op. 15; Gavota sobre Mignon de Thomas, op. 16; Priére et berceuse, op. 17; Airs espagnols, op. 18; Fantasía sobre Martha de Flotow, op. 19; Zigeunerweisen, op. 20, dedicados a Fréderic Szarvady; Malagueña y habanera, op. 21, dedicadas a Josef Joachim, terminadas en Maguncia, diciembre de 1877; Romanza andaluza y jota navarra, op. 22, a Norman Neruda, escritas en Copenhague, 4 de noviembre de 1878 y Estocolmo, 22 de octubre de 1878; Playera y zapateado, op. 23, a Hugo Heerman, San Sebastián, 1 de agosto de 1879; Capricho vasco, op. 24, a Otto Goldschmidt, San Sebastián, 2 de agosto de 1880; Fantasía sobre Carmen de Bizet, op. 25, Marsella, 26 de agosto de 1881; Vito y habanera, op. 26, a Leopold Auer, París, 12 de octubre de 1881; Jota Aragonesa, op. 27, a Julio Enciso, pero antes “a mi hermana Francisca Sarasate de Mena”, Pamplona, 7 de julio de 1882; Serenata andaluza, op. 28, a su hermana Francisca; El canto del ruiseñor, op. 29, a Teresina Tua; Bolero, op. 30; Balada, op. 31; Muñeira, op. 31, al conde de Morphy, 1883; Navarra, op. 33, para dos violines, dedicada a la Diputación de Navarra, 1889; Airs écossais, op. 34, a Eugène Ysaÿe, 1892; Peteneras, caprice espagnol, op. 35, a Berthe Marx, 1894; Jota de San Fermín, op. 36, a L. Diémer, 1894; Zortzico Adiós montañas mías, op. 37, 1895; Viva Sevilla!, op. 38, a Indalecio Romero, 1896; Zortzico de Iparaguirre, danse espagnole, op. 39, 1898; Introduction et fandango varié, op. 40, 1898; Introduction et caprice-jota, op. 41, Liverpool, 4.XII.1899; Zortzico Miramar, op. 42, a la Reina Regente doña María Cristina, 1899; Introduction et tarantelle, op. 43, para piano, San Sebastián, 2 de septiembre de 1899; para orquesta, Londres, 16 de diciembre de 1899; La chasse, op. 44, 1901; Nocturno-Serenata, op. 45, a Emile Sauret, 1901; Gondoliéra veneziana, op. 46, a Otto Neitzel; Melodía rumana, op. 47, 1901; L’esprit follet, op. 48, 1904; Canciones rusas, op. 49, a Eugene Ysaÿe, 28 de octubre de 1902, 1904; Jota de Pamplona, op. 50, París, 1 de octubre de 1903, 1904; Fantasía sobre Don Giovanni de Mozart, op. 51, a Berthe Marx, 1905; Jota de Pablo, op. 52, a Enrique Fernández Arbós, Biarritz, 29 de mayo de 1903, 1907; Le rêve, op. 53, a Mlle. Marianne Eissler, 1907; Fantasía sobre La flauta mágica de Mozart, op. 54, a Antonio Fernández Bordas, París, 13 de diciembre de 1907; Fuera de catálogo: Fantaisie caprice, 19 de mayo de 1862, firmado Martín Sarasate; Souvenir de Faust, al alcalde de Burdeos, Henri Brochon. En el manuscrito se lee Première fantasia faite pour Sarasate à 19 ans; Mazurka Mi primera inspiración, dedicada a la condesa de Espoz y Mina; Arreglo del Aria de la suite en re de Bach, 1904; Ediciones de La fée d’amour de J. Raff; el Allegro, de la primera sonata de J. P. Guignon; Sarabande et tambourin de J. M. Leclair; La chasse, de la Quinta sonata, de J. J. Mondonville; Allegro, de la novena sonata de J. B. Senaillé; Deux nocturnes de Chopin; Arreglo de guitarre, op. 45, n.º 2 de Moszkowski; Tres valses de Chopin, manuscrito.
Bibl.: M. Lassabathié, Histoire du Conservatoire Impérial de Musique et de Déclamation, Paris, 1860; F. Sarasate, Noticias biográficas del primer período de la vida artística de D. Pablo Sarasate, Pamplona, 1878; Horizontes poéticos. Libro rítmico dedicado por su autora a su hermano el eminente artista Pablo Sarasate; Biografía y retrato de Pablo Sarasate dados a luz por la revista bascongada Euskal-Erria, San Sebastián, 1881; B. Saldoni, Diccionario biográfico-bibliográfico de efemérides de músicos españoles, Madrid, 1868-1881; J. C. Allen, Famous violinists. Short sketches of some of the most celebrated violin virtuosi, Nueva York, 1893; E. Mackay, Love letters of a violinist, Londres, 1893; J. M. Esperanza y Sola, Treinta años de crítica musical, Madrid, Viuda e hijos de Tello, 1906; J. Altadill, Memorias de Sarasate, Pamplona, 1909; A. Bachmann, Les grandes violonistes du passé, París, 1913; An Encyclopedia of the violin, Nueva York, 1925; L. Auer, Violin masterworks and their interpretation, Nueva York, 1926; L. Woolley, “Pablo de Sarasate, violinist and componer”, en Spanish Review, III (1936), págs. 35-40; J. Manén, Mis experiencias, Barcelona, Juventud, 1944; P. Lalo, De Rameau à Ravel, Paris, 1944; VV. AA., Centenario de Gayarre y Sarasate, Pamplona, 1944; C. Flesch, Memoirs, Londres, 1957; J. M.ª Pérez Salazar, Recuerdo y homenaje: Cuando venía Don Pablo 1908-1958, Pamplona, Libe, 1959; F. Pérez Ollo, Sarasate, Pamplona, Diputación Foral de Navarra, 1969; M. Campbell, The great violinists, Golden City, 1981; C. Nanquette, Les grands interprètes romantiques, París, 1982; J.-M. Fauquet, Correspondance de Édouard Lalo, París, 1989; M. Soriano, Les secrets du violon. Souvenirs de Jules Boucherit (1877-1962), París, 1993; H. Herresthal y L. Reznicek, Rhapsodie norvégienne. Les musiciens norvégiens en France au temps de Grieg, Caen, 1994; L. G. Iberni, Pablo Sarasate, Madrid-Oviedo, 1995; J. Szigeti, Szigeti on the Violin, Londres-Nueva York, 1969.
Fernando Pérez Ollo