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José María de Orbe y Elío

Biografía

Orbe y Elío, José María de. El manchuelo de Ermua. Marqués de Valde Espina (III). Irún (Guipúzcoa), 6.IX.1766 – Burdeos (Francia), 21.VII.1850. General y ministro carlista.

Realizó sus primeros estudios en las Escuelas Pías de Zaragoza, donde aprendió la lengua latina, pasando después a la Academia de Cadetes del Regimiento de Caballería de Santiago, donde estudió Matemáticas, y de allí al Seminario de Vergara. Al declararse la guerra contra la Convención ingresó en el Ejército, al que se incorporó con grado de capitán el 8 de julio de 1793, uniéndose al Batallón de Voluntarios de Guipúzcoa el 1 de octubre de 1793 “haciendo servicio de avanzadas y descubiertas, habiéndose hallado en varias acciones de guerra particularmente en la salida del 30 de noviembre que fueron rechazados los enemigos, en las acciones generales de 24 de abril, 18 de mayo, 16 y 23 de junio de 1794, en el bombardeo del fuerte de Boniato. Salidas en él a la Loma Verde y Dramenate hasta su evacuación que se verificó la noche del 25 de julio, en las alturas de Arracoleta y San Marcial en 1 de agosto en que se detuvo el ejército de Irún, en las retiradas de Urnieta, Billavona y Tolosa el 4, 8 y 9 del mismo mes de agosto hasta el punto de Lecumberri desde el que pasó con su batallón a formar la línea sobre el río Deba; en el ataque que dieron los enemigos el 29 de noviembre sobre las alturas de Elgueta, en el que fueron rechazados, en la restauración de la villa de Bergara el día 2 de diciembre, en la descubierta general el 19 del propio mes y año de 1794 sobre Azcoitia, en el ataque que dieron los enemigos sobre Elgóibar el 27 de febrero de 1795, en el que fueron rechazados, en los del 26 de abril, 17 de mayo, 21 y 24 de junio en los que también fueron rechazados, el 28 del citado mes en que rompieron la línea por Sasiota pasando el río Deba, en la retirada del Elgóibar por Murquerecha, Elosua y Bergara el 29 del expresado mes a las alturas de Elgueta, el 14, 15 de julio en Gamboa y desde él por Vizcaya a Miranda de Ebro, en los ataques que hicieron a esta villa el 26, 27 y 28 de julio en que fueron rechazados en su intento en que quisieron pasar los vados del río Ebro. Además ha hecho el servicio distinguido de escuchas”.

En su hoja de servicios de esa época, firmada por Areyzaga, se hace constar que su valor era “conocido”, su aplicación “regular”, su capacidad “más que regular” y su conducta “buena”. Aunque no consta en los documentos de su expediente personal, parece que en esta campaña perdió la mano derecha, que hubo de serle amputada a causa de una herida, de la que se repuso en su casa de Ermua, motivo por el que era conocido entre los vizcaínos con el apodo de El manchuelo de Ermua.

En 1802 fue elegido diputado general del señorío de Vizcaya, y en 1808 volvía a tomar las armas contra los franceses, colocándose al frente del 12.º batallón de Guipúzcoa y obteniendo un despacho provisional de coronel firmado por el general Mendizábal el 8 de mayo de 1812 en su cuartel general de Tablada de Villadiego. Sin embargo, y al igual que en otros muchos casos, la revalidación no fue automática, y después de la guerra tuvo que solicitarla del Monarca, haciendo además constar que se había sostenido a su costa durante todo el tiempo de la campaña. Se ignora qué resultado dieron estas reclamaciones.

Tras la revolución de 1820 el jefe político de Bilbao, Seoane, le mandó encerrar en la cárcel pública, tal vez como consecuencia de unas exaltadas declaraciones a favor de los fueros. De ésta pasó a la de Portugalete, disponiéndose posteriormente su traslado a las Islas Canarias, para las que se hizo a la vela en diciembre de 1822 a bordo del bergantín Atrevido, al que un temporal obligó a refugiarse en Cádiz. Allí permaneció preso hasta el 7 de julio de 1823, en que logró fugarse a El Puerto de Santa María conduciendo órdenes de importancia para la regencia de Madrid y el duque del Infantado. Una vez restaurado el absolutismo, Valde Espina regresó al norte, siendo nuevamente elegido diputado general de Vizcaya en 1825. Se le confió la organización de los voluntarios realistas de la provincia, de cuya cuarta brigada asumió el mando directo, siendo tal vez ésta la única unidad de realistas de España que aumentó sus efectivos durante el último año de Fernando VII, cuando todos querían alejarse de un cuerpo cuyos miembros empezaban a ser hostigados desde el Gobierno.

Nuevamente diputado general en 1833, en algún momento de este año, o en los últimos meses del anterior, se comprometió con don Carlos para proclamarle Rey tan pronto como tuviese lugar la muerte de Fernando VII, y así lo hizo el 3 de octubre en Bilbao, en compañía del brigadier Fernando de Zavala, siendo el primer firmante de la proclama que dieron los sublevados el día 5 para combatir a “la facción anti-religiosa y anti-monárquica que se ha apoderado del mando durante la larga enfermedad de nuestro difunto Rey”. El día 7 fue nombrado corregidor de Bilbao, ciudad que tuvo que abandonar tras la llegada de las tropas de Sarsfield.

Permaneció Valde Espina combatiendo en Vizcaya a pesar de lo adverso de la situación, y don Carlos, desde Portugal, reconoció sus esfuerzos haciéndole Grande de España y nombrándole segundo comandante general del señorío. Al llegar el pretendiente a las provincias, Valde Espina fue nombrado brigadier de Infantería y miembro de la Junta Consultiva. Tras permanecer algún tiempo al lado de don Carlos fue enviado al cuartel general de Zumalacárregui, en cuya compañía asistió a numerosas acciones de guerra: “desempeñando en ellas varios encargos con gran valor, y manteniéndose durante lo más ardiente de los combates a mi lado, y animando al soldado con el ejemplo”. Por aquella época, y por motivos que se ignoran, se seguía una causa contra Valde Espina y Zabala que se sustanció ordenando el destierro de ambos durante un par de años, medida contra la que representó con éxito Zumalacárregui, recordando que Valde Espina había sido el primero en pronunciarse a favor del Rey, y que se había mantenido constante en la adversidad, mientras que muchos de sus compañeros, “especialmente los que gozan de fortuna”, habían optado por la huida.

Rehabilitado por completo el 9 de julio de 1836, durante el ministerio de Juan Bautista Erro, Valde Espina fue entonces nombrado ministro del Consejo General de Negocios del Reino, empleo al que unió el de comisario regio subdelegado de la vigilancia pública en Vizcaya, sin que ello le impidiera acudir al campo de batalla, como hizo durante las operaciones del sitio de Bilbao. El 28 de agosto de 1838, a instancias de Maroto, fue ascendido a mariscal de campo y nombrado ministro de la Guerra, cargo en el que sustituyó a Arias Teijeiro y desde el que apoyó al jefe de Estado Mayor en contra de los generales navarros, por lo que nada tiene de extraño que tras los fusilamientos de Estella fuera sustituido por el duque de Granada de Ega, que fracasado el fugaz intento de reacción de don Carlos fue a su vez reemplazado por el general Montenegro.

El 28 de agosto, cuando la descomposición en el ejército del norte era evidente, Valde Espina recibió instrucciones de pasar a Vizcaya para reanimar el espíritu de sus habitantes, haciéndoles ver “que las seductoras palabras de paz y composición no son más que un lazo con que la revolución quería sujetarlos a su carro, privándolos de sus venerados y antiguos fueros”, para lo cual reuniría el mando político y militar. Pero tres días más tarde se firmaba el Convenio de Vergara y Valde Espina se veía obligado a cruzar la frontera. Según Arizaga, Valde Espina, al igual que otros muchos jefes, estaba de acuerdo con los planes de transacción de Maroto, aunque finalmente no se acogió al Convenio de Vergara por ser sus condiciones muy diferentes a las inicialmente esperadas. Durante el conflicto los isabelinos habían reducido a cenizas cuarenta y ocho de sus caseríos, incluyendo su palacio de Ermua.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), Exp. personal.

I. Maguès, Don Carlos et ses défenseurs, Paris, Toussaint, 1837; VV. AA., Galería Militar Contemporánea. Campañas del Norte, t. II, Madrid, Est. Tipográfico de D. B. Hortelano, 1846, págs. 121-128.

 

Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera

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