Albareda Herrera, José María. Caspe (Zaragoza), 15.IV.1902 – Madrid, 27.III.1966. Científico y académico, primer Secretario General del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y primer rector de la Universidad de Navarra.
Tercer hijo de Teodoro Albareda —boticario, adelantado agricultor y empresario y acomodado propietario rural de la fértil e histórica “ciudad del Compromiso”— y de Pilar Herrera, natural de Calanda, la “villa del Milagro”, y dama virtuosa y de natural talento. Tras la educación primaria en las Escuelas Públicas de su ciudad natal, estudia los dos primeros cursos de bachillerato en una academia privada también de Caspe, para trasladarse en 1914 al Instituto General y Técnico de Zaragoza, donde consigue con premio extraordinario el título de bachiller en 1918.
Como sus contemporáneos Manuel Lora Tamayo y Severo Ochoa —los tres titanes de la ciencia española tras el lamentable eclipse de la Guerra Civil—, Albareda tuvo igualmente excepcionales maestros de Ciencias Naturales y Literatura en el bachillerato, que despertaron en él la temprana vocación de científico y escritor, cultivada plenamente y con éxito a lo largo de su vida. Ya en el instituto obtuvo a los quince años el “premio Gracián”, un brillante galardón. Cursa primero los estudios de Farmacia en las universidades de Zaragoza y Central de Madrid, que termina en 1922, para continuar entonces, también con calificaciones sobresalientes, la licenciatura de Química en la Facultad de Ciencias de Zaragoza (1922-1925).
En 1923 —sólo un año después de licenciarse en Farmacia en Madrid— publica en Zaragoza un libro notable con el sugestivo título de Biología Política, en el que su legítimo cariño a Aragón se desborda en ferviente defensa del regionalismo, poniéndose también de manifiesto el empuje y la capacidad organizadora del joven y genial aragonés que fraguarían espléndidamente en los años siguientes a la creación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en 1939. El acusado regionalismo y españolismo de Albareda —hombre de ciencia y de bien y de abiertos horizontes universales y sin fronteras— pueden considerarse hoy día paradigmáticos.
Albareda simultanea y entrevera sus carreras docente e investigadora en España y el extranjero (Alemania, Suiza y Reino Unido), iniciando su formación científica en Zaragoza en los laboratorios de Bioquímica Agrícola y de Electroquímica con los profesores Rocasolano y Rius Miró, respectivamente; en 1927 se doctora en Farmacia (reducción anódica del agua oxigenada) y en 1928 obtiene la cátedra de Agricultura del Instituto de Enseñanza Media de Huesca. Con becas de la Junta para Ampliación de Estudios trabaja en Fisicoquímica del suelo y nutrición vegetal en Bonn con Kappen de 1928 a 1929 y en Zürich y Königsberg con Wiegner y Mitscherlich de 1929 a 1930. Todo el curso escolar 1931-1932 lo pasa el joven profesorinvestigador en su cátedra de Agricultura del Instituto de Huesca y en 1931 obtiene su segundo doctorado, esta vez en Ciencias, con una tesis sobre propiedades de las suspensiones de arcilla. Finalmente, en 1932, es nombrado becario de la Fundación Ramsay para trabajar durante dos años en las Ciencias del Suelo con Russell y Robinson en la Estación Experimental de Rothamsted (Inglaterra), así como en Bangor (Gales) y Aberdeen (Escocia). Tras su traslado, cuando contaba treinta y tres años, al Instituto Velázquez de Madrid en 1935 para desempeñar la misma cátedra de Agricultura que ocupó en Huesca desarrolla, con el apoyo del eminente químico Moles, un curso monográfico sobre la Ciencia del Suelo en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Se aleja de sus queridos Pirineos, pero sigue cerca de las montañas del Guadarrama y en 1939 es nombrado director del Instituto Ramiro de Maeztu de la capital de España, así como Secretario General del CSIC, cargo este último que ejerce hasta su muerte. En 1940, gana por oposición la cátedra de Mineralogía y Zoología (que pasó a ser de Geología en 1944) de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Madrid y en 1942 funda el Instituto de Edafología, Ecología y Fisiología Vegetal del CSIC, del que es su primer director, e inicia y promueve con enorme empuje y éxito por toda España el estudio científico de la Agricultura en sus múltiples facetas. Para Albareda, la Agricultura es tan científica como la Química, la Farmacia o la Medicina, y con esta visión amplia y profunda debe ser cultivada. En 1958 el Instituto de Edafología pasa a integrarse bajo su dirección en el Centro Nacional de Edafología, que engloba los numerosos departamentos, institutos, secciones, estaciones experimentales y misiones repartidos a lo largo y ancho de la geografía española. A él se adscribiría en 1964 el Instituto de Biología Celular —primero de esta denominación en España— instalado en el emblemático Centro de Investigaciones Biológicas del CSIC de la calle Velázquez de Madrid, donde se gestó en gran parte la revolución que ha experimentado la Biología moderna en las Universidades y Centros de Investigación. Otro de los grandes éxitos de Albareda fue promover los Centros Mixtos Universidad-CSIC.
Albareda ejerció, año tras año, en su quehacer universitario en la Facultad de Farmacia un enorme poder de atracción y captación sobre el vigoroso y desorientado mundo estudiantil, al que enseñaba con ilusión contagiándole su amor apasionado por la naturaleza, su fervor por la investigación y su fe ilimitada, casi de apóstol, en la ciencia y en el potencial científico de España, especialmente en el de sus generaciones jóvenes con vocación investigadora. Su libro Consideraciones sobre la Investigación Científica impresiona por su formidable contenido y construcción, por estar escrito con lenguaje preciso y contundente y por sus reglas y consejos a todos los investigadores españoles que hacen de la investigación su profesión, pues uno de los grandes logros de Albareda fue sin duda haber conseguido la formación de investigadores y la profesionalización de la investigación en España en una escala ascendente paralela a la del profesorado universitario: becario, colaborador, investigador, profesor de investigación. Albareda resaltaba constantemente en sus conversaciones y en sus escritos la función investigadora específica de las universidades; pero subrayando que la universidad no puede erigirse con la exclusiva de la investigación: “Existe un período universitario eminentemente investigador: el doctorado [...] Las tesis doctorales son la más estricta labor investigadora de las universidades”. El organigrama del CSIC estructuraba la división de los conocimientos en grupos de Ciencias y de Letras y tuvo antecedentes en la Junta para Ampliación de Estudios, aunque con una concepción más ambiciosa y de más amplia distribución geográfica. El Consejo fue concebido como órgano rector de toda la investigación científica de la nación. La ley de creación establecía: “Tendrá como finalidad fomentar, orientar y coordinar la investigación científica nacional”. Albareda fue el inspiradory ejecutor del CSIC en los años de la posguerra, como en la época anterior lo habían sido Giner de los Ríos y Castillejo de la Junta para Ampliación de Estudios.
Quizás uno de los mejores y más objetivos testimonios que pueden darse de la portentosa labor de Albareda en pro del desarrollo de la ciencia en España se debe al doctor Gregorio Marañón, quien al contestar al discurso de ingreso de Albareda en la Real Academia de Medicina el 24 de mayo de 1952 —para ocupar la vacante dejada por César Chicote y Riego para el Sillón 22— afirmó con transparencia y rotundidad: “La obra del Consejo Superior de Investigaciones Científicas es uno de los acontecimientos fundamentales en la vida cultural de nuestro país [...] Y su ejecutor, incansable, atento a todos los detalles, abierto a las sugestiones cualesquiera que fuesen, sobre todo lleno de un entusiasmo callado, discreto, pero sin desmayos, ha sido don José María Albareda”.
Para Marañón existe “una misteriosa, pero evidente relación entre la vida y la obra de Albareda con la de Cajal”. El bioquímico y biólogo molecular Severo Ochoa, cuya opinión es también especialmente valiosa por su indudable categoría científica y humana y por las circunstancias en que se desenvolvió su vida en Europa y América durante los trágicos años de la Guerra Civil española y de la Segunda Guerra Mundial, dejó escrito para la posteridad en el discurso que pronunció en la sesión de clausura del VI Congreso de Bioquímica celebrado en Sevilla en 1975: “Quiero dedicar aquí un sentido recuerdo a la figura del padre José María Albareda, que durante muchos años, más aún que su secretario general, fue el alma y la inspiración del Consejo. Sin Albareda, el Consejo tal vez no hubiera existido y sin él no hubiera llegado la Biología, y dentro de la Biología la Bioquímica española, a alcanzar el grado de desarrollo que tiene en la actualidad. Igualmente quiero recordar el valioso y decidido apoyo prestado al Consejo por don Manuel Lora-Tamayo. El nombre del Consejo está, sin duda, vinculado a muchas personas, pero está ciertamente indisolublemente unido al de estos dos hombres”.
Fue José María Albareda un hombre de ciencia de relieve universal que con excepcional capacidad y total dedicación consagró generosamente su intensa y fecunda vida a la búsqueda de la verdad y a la práctica del bien tanto en la enseñanza como en la investigación.
En todas sus realizaciones, fue un creativo idealista, como don Quijote, y un consumado realista, como Sancho; un convencido y comprometido hombre de paz y un profundo y clarividente pensador para quien las consideraciones de causalidad y finalidad habrían de resultar decisivas en el planteamiento, ejecución y desenlace de su vida. Es difícil la síntesis de una personalidad como la suya, pero poseía indudablemente un cerebro privilegiado perfectamente estructurado y una gran capacidad afectiva acompañada de profunda espiritualidad. Albareda publicó numerosos trabajos científicos y tuvo un sinfín de nombramientos académicos, distinciones y honores. Fue elegido para ocupar la medalla número 29 de la Real Academia Nacional de Farmacia el 16 de diciembre de 1940, tomando posesión el 28 de mayo de 1943.
En 1942, fue elegido, asimismo, académico de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales para la medalla número 3. Fue miembro del Instituto secular del Opus Dei y de la Academia Pontificia de Ciencias (1948) y en 1959 se ordenó sacerdote; desde 1960 fue rector de la Universidad de Navarra.
En 1966, mientras celebraba su misa cotidiana, sufrió un infarto de corazón que le causó la muerte a los sesenta y cuatro años de edad. Para él supuso al fin el encuentro definitivo con Dios —su más firme apoyo y su más deseado anhelo— en quien siempre había creído con fe y esperanza.
Obras de ~: Biología Política, Zaragoza, El Noticiero, 1923; El Suelo. Estudio fisicoquímico y biológico de su formación y constitución, Madrid, Saeta, 1940; Valor formativo de la investigación (discurso de ingreso), Madrid, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 1942; Universidad, Farmacia y vida rural (discurso de ingreso en la Real Academia Nacional de Farmacia. Contestación de Eugenio Sellés Martí), Madrid, Real Academia de Farmacia, 1943; Consideraciones sobre la Investigación Científica, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1951; Los oligoelementos en Geología y Biología (discurso de ingreso), Madrid, Real Academia de Medicina, 1952; La investigación científica en España, conferencia pronunciada en la Universidad Santo Tomás de Manila, Filipinas, 1965.
Bibl.: VV. AA., CSIC, 1939-1964. XXV Aniversario de la Fundación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1965; E. Gutiérrez Ríos, José María Albareda. Una época de la cultura española, Madrid, CSIC, 1970; A. Castillo y M. Tomeo, Albareda fue así. Semilla y surco, Madrid, CSIC, 1971; S. Ochoa, “Alberto Sols y la bioquímica española”, en Arbor (CSIC), vol. 42 (1975), págs. 48-55; M. Losada Villasante, “Farmacéuticos e investigación. Albareda y Lora-Tamayo: dos grandes maestros”, en P. Malo García (ed.), Un siglo de Farmacia en España, 1895-1995, Madrid, El Monitor de la Farmacia y de la Terapéutica y El Centro Farmacéutico Nacional, 1995, págs. 389-400; M.ª R. de Felipe (ed.), Homenaje a D. José María Albareda en el centenario de su nacimiento, Madrid, CSIC, 2002; A. Portolés (coord.), Sesión Extraordinaria conmemorativa del centenario del nacimiento del Excmo. Sr. D. José María Albareda Herrera, en Anales de la Real Academia Nacional de Farmacia, vol. LXVIII, 2 (2002); M. Losada Villasante, “Mis bodas de oro con la biología”, en J. M.ª Segovia y F. Mora (coord.), Ochoa y la Medicina Clínica, Madrid, Farmaindustria, 2004, págs. 133-190.
Manuel Losada Villasante