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María Tremedal Arenes Alcácer

Biografía

Arenes Alcácer, María Tremedal. Concepción. Manises (Valencia), 24.IV.1897 – Fons Salutis (Valencia), IX.1960. Religiosa cisterciense (OCist.) y escritora mística.

Nacida en el seno de una familia de arraigadas creencias, le impusieron en el bautismo el nombre de María Tremedal. Tuvo la suerte de dar con un sacerdote santo —muerto en la persecución religiosa de 1936—.

El 2 de febrero de 1919 llamaba a las puertas del monasterio cisterciense de la Zaidía, fue admitida e inició con paso firme la vida religiosa, recibiendo el hábito el 18 de mayo del mismo año, cambiando entonces su nombre de pila por el de Concepción. En la paz del monasterio seguía inmolándose por Dios y por la Iglesia, cuando en 1931 vino la República que tan grandes estragos ocasionó en no pocas comunidades que serían víctimas de la revolución. Las religiosas de la Zaidía, ante la amenaza de incendiar el monasterio, se vieron obligadas a disolverse, acudiendo a casa de sus familiares o de personas amigas. Sor Concepción se refugió en Manises, su pueblo natal, permaneciendo con los suyos durante un mes, hasta que pudo volver de nuevo al monasterio, al mejorar un tanto la situación, pero sólo en apariencia, pues el ambiente se oscurecía cada día más, hasta estallar el Movimiento Nacional en que el Gobierno las expulsó de nuevo durante tres años.

Entre tanto, habiendo sido fundada la comunidad de Fons Salutis, en Algemesí, por una santa religiosa del mismo pueblo —madre Micaela Baldoví y Trull— que fue detenida y luego sacrificada en compañía de madre Natividad Medes Ferrís, había quedado diezmada su pequeña comunidad y necesitaban un refuerzo de nuevas religiosas procedentes de la misma Zaidía. Entre las escogidas para llenar el vacío de las mártires, figuraba sor Concepción, que aceptó los planes de Dios, no sin experimentar cierta pena por dejar aquel monasterio que la había recibido desde su juventud y en el cual se había forjado su personalidad. Primero de siempre religiosa, pero bien pronto pusieron los ojos en ella y la elevaron al cargo de abadesa, siendo una pieza clave en la continuidad de la comunidad. Mucho hizo por sus hermanas en todos los sentidos.

A raíz de su muerte en 1960, la revista Cistercium publicó una semblanza suya con el título “Una mártir incruenta”, que respondía admirablemente a esta religiosa.

Aquella hambre devoradora manifestada en los primeros años de llegar a identificarse con Cristo paciente, continuó incrementándose de manera especial en 1930, cuando el panorama nacional seguía enrareciéndose, con graves amenazas para las comunidades religiosas. En el retiro mensual del mes de febrero, parece que el sacerdote que lo dirigió descubrió ante los ojos de las religiosas la situación comprometida que se avecinaba para España, y fue entonces cuando lanzó la idea de contrarrestar el mal a fuerza de amor y sacrificio. Sor Concepción, que escuchaba con atención las sugerencias del ministro de Cristo, se sintió llamada a hacer algo grande por las almas. Luego de haber obtenido los permisos necesarios para ofrecerse a Dios como víctima por los pecados de la humanidad, hizo el ofrecimiento al Sagrado Corazón. Al final del mismo, y deseando contrarrestar las fuerzas del mal que se cernían sobre España, añadió: “Si para ello necesitáis sangre de víctimas, aquí me tenéis, dulce Jesús mío, dispuesta a derramar hasta la última gota por el triunfo de vuestra gloria y de vuestro amor.

Nada valgo, indignísima soy, pero recíbeme Señor, en unión de mi celestial Madre María Inmaculada, por cuyas purísimas manos me ofrezco a Ti como víctima en holocausto de perpetua inmolación...”.

Al fin, el Señor la escuchó y quiso hacerla mártir, pero de un tipo de martirio mucho más duro que el que pasó la fundadora del monasterio, que le duró breves instantes, por haber sido fusilada. A ésta le duraría el martirio más de diez años. Un reuma poliarticular se cebaría en sus miembros. En un principio fue relativamente benigno, pero iba avanzando cada día que pasaba, hasta dejarla convertida en crucifijo viviente. No se podría valer por sí sola, necesitaría siempre la ayuda caritativa de sus hermanas, con dolores muy intensos día y noche. Mas en medio de tantos padecimientos, no tenía otro querer más que el querer divino.

Crucificada por el dolor hasta que a primeros de septiembre de 1960 el Señor se dignó a llevarla para sí. Dejó tras de sí una estela luminosa de santidad, reconocida por todas sus hijas.

No tuvo tiempo ni ocasión de escribir sino sólo sus diarios sencillos, en los que condensaba sus vivencias espirituales, llenas de ansias de fidelidad a Dios, propias de un alma que aspira a vivir su consagración a Cristo, a ejercer un apostolado de irradiación fecunda en la Iglesia. Se conservan algunas cartas en las cuales se advierte la honda espiritualidad que vivía esta mártir incruenta, también algunas con un fondo poético envidiable, como de quien vive en una atmósfera sobrenatural intensa.

 

Obras de ~: Diarios espirituales, a partir de los primeros años de vida, s. l., s. f.; Epistolario, s. l., s. f.; Poesías, s. l., s. f.

 

Bibl.: D. Yáñez Neira, Biografía de la R. M. Concepción Arenes Alcácer, Valencia, 1962, pág. 87; “Una mártir incruenta, la R. M. Concepción Arenés, abadesa de Fons Salutis, 1897- 1960”, en Cistercium, XV (1963), págs. 168-180; “Madre Concepción Alcocer”, en La Vida sobrenatural: Revista de Teología Mística, año 67 (1987), págs. 138-146.

 

Damián Yáñez Neira , OCSO

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