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Matilde Font García

Biografía

Font García, Matilde. Burriana (Castellón), 29.V.1907 – Monasterio de la Zaidía (Valencia), 13.V.1935. Religiosa cisterciense (OCist.).

Sus padres, José Font Granell y Matilde García Cavedo, vivían en intensidad su fe cristiana, como lo demuestra el hecho de haber bautizado a su hija al día siguiente de nacer y de haber procurado por todos los medios que recibiera una formación cristiana acorde con la tradición familiar. Ella supo corresponder a sus desvelos hasta los quince años en que, habiendo efectuado un viaje a Liverpool, donde vivía una hermana, se dejó arrastrar por el ambiente de frivolidad e indiferencia religiosa que presenció en Inglaterra. Regresó a España completamente transformada, y con una afición loca a las diversiones mundanas. Entabló amistad con chicas distinguidas por su frivolidad, aquellas que por la mañana no se desdeñaban de acercarse a la comunión, y por las tardes frecuentaban los bailes prohibidos en aquella época. En vano su piadosa madre intentó conducirla al camino de la piedad; no pudo conseguirlo, aunque, a decir verdad, sus extravíos no eran llamativos, sino propios de una chica descarriada en el mundo. Para colmo de males comenzó a entablar relaciones con un joven de costumbres nada recomendables. Mucho hizo sufrir a sus padres este noviazgo prematuro, máxime con aquel joven nada honrado.

Ellos se esforzaban en hacerla reconocer un camino que no podía desembocar en la verdadera felicidad de un matrimonio cristiano. Ella debía de sentir no poder romper con aquellas cadenas que la tenían aherrojada, y como, por otra parte, sentía desagradar a sus padres, de aquí provino una lesión grave de corazón.

Fue una llamada amorosa de la Divina Providencia que la quería separar de aquel camino. A pesar de la frivolidad aprendida en el Reino Unido, conservaba el pudor intacto, según lo demuestra el hecho de no querer dejarse examinar por los médicos. En esta situación, su hermano Francisco —nombrado más tarde prefecto apostólico en Makie (África)— llegó a casa a pasar las vacaciones de verano. Él fue quien la convenció de que debía ponerse en manos de los médicos. Y no sólo eso, seguidamente le orienta de tal manera que logró que rehusara el estado matrimonial, que no era como debía contraerlo una joven cristiana, dando de lado a la amistad con aquel joven.

Otra vez volvió a tomar en serio su vida al estilo de como la llevaba antes de desplazarse a Inglaterra.

Renovó sus prácticas de piedad, comulgaba casi diariamente, destinaba tiempo a la oración diaria, extremaba su modestia en los vestidos y se convirtió en un apóstol para sus amigas que acudían de continuo a visitarla. Los inviernos los pasaba en Estivella (Valencia), población en la que sus padres tenían diversas fincas pobladas de naranjos. Allí se puso bajo la dirección de un fervoroso sacerdote, José Llorens, martirizado años más tarde durante la guerra anticomunista, el cual organizó unos ejercicios espirituales en los que Matilde Font tomó parte y decidió el porvenir de su vida. Tal vez el ejemplo de su hermano, consagrado a las misiones en el corazón del África, atrajo sus predilecciones e intentó seguir su ejemplo, haciéndose misionera, pero la enfermedad cardíaca latente le impidió realizar sus deseos.

En el verano de 1929, toda la familia veraneaba en Burriana, incluso su hermano Francisco que había venido a España una temporada de vacaciones, en el cual siempre tuvo una confianza que no suele ser tan honda entre los hermanos, pues raros casos habrá en que una hermana tome por padre espiritual a su propio hermano, como hizo Matilde, y la dirigiría certeramente.

Lo primero fue exponerle la situación de su alma y el deseo de consagrarse a Dios. No había logrado la salud necesaria para ser misionera en tierras salvajes, pero había otro género de apostolado misionero que podía ejercer con tanta eficacia o más que si se encaminara a tierras lejanas. Se le presentó delante el ideal de vivir en perpetua clausura, imitando el ejemplo admirable de Teresa de Jesús, precisamente canonizada por aquellos tiempos, la cual no sólo fue un apóstol misionero, sino que el Papa la nombró patrona de las misiones, al lado de san Francisco Javier.

Se puso en contacto con las religiosas cistercienses de Gratia Dei, vulgo la Zaidía, que en aquellos tiempos tenían su convento en la margen izquierda del Turia, extramuros de la ciudad de Valencia, y hoy se halla trasladado a Benaguacil, en pleno campo.

Dada su situación de salud delicada, se mitigaron algo algunas observancias, pero ella no consentía en dejar de cumplir todo lo que estaba prescrito, aun iba más allá, hasta el punto de que la maestra tenía que irle a la mano para que no recayera en la enfermedad, pues la austeridad de vida que se impuso podía hacerle difícil perseverar en aquella vocación.

En 1931, al poco tiempo de profesar, con motivo del advenimiento de la República en el mes de abril, la comunidad de la Zaidía se vio en la necesidad de abandonar el monasterio ante las amenazas de quema del convento. Sor Matilde se acogió a la casa paterna mientras duró la furia revolucionaria, pudiendo regresar en el mes de junio para continuar su vida de sacrificio.

Al año exacto de su entrega total a Cristo, su estado delicado empeoró hasta el punto de conducirla a las puertas de la muerte, que recibió como virgen prudente —que tenía la lámpara encendida y provisión de ella en la alcuza—, con la alegría del que se ve liberado de una gran cadena que le tiene aherrojado a la tierra. Era el 13 de mayo de 1935, cuando contaba veintiocho años de edad. Su muerte fue la de una verdadera santa, y su memoria perdura entre las religiosas de Gratia Dei bajo ese mismo concepto.

 

Obras de ~: Destellos de un alma, ms., s. f. (inéd.) [extracto en Cîteaux, t. 39, fasc. 3-4 (1988), págs. 342-344].

 

Fuentes: Archivo del Monasterio de Oseira.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

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