Pellicer de Ossau y Salas y Tovar, José de. Zaragoza, 22.IV.1602 – Madrid, 16.XII.1679. Cronista real, poeta y filólogo, caballero de la Orden de Santiago.
Descendiente de una familia de hidalgos dedicada a la administración y al servicio a la Corona, José de Pellicer ofrece el perfil de uno de los intelectuales más interesantes y discutidos del siglo xvii. Desde el punto de vista formativo, como correspondía al vástago de un linaje con posibilidades económicas, en la Universidad de Salamanca estudió Cánones y Leyes.
Durante su estancia en dicha sede académica llegaría a ocupar el cargo de consiliario por el Reino de Toledo y el de vicerrector en sustitución del cardenal Enrique de Guzmán y Haro (1621). Cabe asimismo subrayar que los primeros contactos del escritor con el mundo literario se datan ya en esta primera época universitaria, pues hacia 1618-1620 se cimentaba su amistad con poetas áulicos como Anastasio Pantaleón de Ribera (1600-1629), firme partidario de la corriente literaria cultista, y fray Hortensio Félix Paravicino (1580-1633), célebre predicador real de Felipe III y Felipe IV. Así pues, desde los inicios de su formación, el joven Pellicer estaría vinculado a los discutidos cauces de la nueva lírica culta.
Por cuanto atañe al ámbito estrictamente familiar, la situación del polémico intelectual secentista resulta algo azarosa. Mientras realizaba aún sus estudios universitarios, contrajo matrimonio (11 de mayo de 1620) con Sebastiana de Ocáriz. De dicha unión nacerían cinco hijos: Marco Antonio (nacido en fecha incierta, fallecido en julio de 1650), Hipólito Raimundo (cuya fecha de defunción es 2 de junio de 1668), Enrique Manuel, Luisa María y Antonia Josefa.
Diversas desavenencias ocasionaron la separación entre los cónyuges, lo que llevó al humanista a comenzar una relación adulterina con Catalina de Larrea y Córdoba hacia 1645. Esta unión furtiva tuvo un primer fruto ilegítimo, Carlos Gastón, que falleció a temprana edad (1646-1649). Tras años de separación, la muerte repentina de Sebastiana de Ocáriz dejó el camino expedito para legalizar la situación irregular del poeta. Así, del segundo matrimonio de Pellicer con Catalina de Larrea nacerían en los años siguientes dos niñas: Claudia María y Catalina. Tras enviudar nuevamente, hacia 1658 el cronista no dudó en celebrar nuevos esponsales con una dama veintisiete años más joven que él, Isabel María Ogacio de la Torre. Con ésta hubo también de engendrar cuantiosa descendencia: Miguel Antonio, Alonso Hermenegildo, Dionisia Ventura. Los documentos de palacio testimonian que tras la defunción del cronista, Isabel María Ogacio siguió vinculada al servicio de la Corte, ya que fue nombrada guarda menor de la Reina el 6 de enero de 1684.
Si se ciñe uno al cursus honorum de este humanista barroco, sin duda representa un hito principal del mismo el ansiado nombramiento de cronista del Reino de Aragón que le otorgaron las Cortes levantinas en 1636, aunque apenas dos años más tarde se anulara dicha concesión. Este episodio turbulento hay que situarlo en el contexto de la enconada pugna de los intelectuales del momento por alcanzar un puesto de innegable prestigio, ya que Lope de Vega rivalizó con él por el mecenazgo regio y a raíz de dicho motivo llegó a convertirle en el blanco de venenosas sátiras. La enconada enemistad entre Pellicer y el creador de la Comedia Nueva sólo habría de zanjarse con la muerte de este último, ya que el culto aragonés olvidaría entonces los ataques del dramaturgo e incluso llegaría a honrar la memoria de Lope con un panegírico funeral en prosa titulado Urna sacra. Tras una serie de litigios, el monarca Felipe IV restablecería a Pellicer en el cargo en 1640. A partir de ese momento, nuevas y honrosas prebendas jalonaron la carrera del cronista como servidor de la Corona, ya que después de haber obtenido el hábito de caballero de Montesa, el 28 de junio de 1651 se le otorgaba como más alto honor la concesión del hábito de Santiago (de 20 de junio de 1651 era el Decreto Real en que se le permutaba el de Montesa anterior).
Desde el punto de vista de la historiografía literaria, la figura de José de Pellicer resulta de gran trascendencia por su papel como editor y comentarista de la hermética poesía de Góngora. La publicación de las Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote (1630) constituye, sin duda, uno de los episodios más importantes del “gongorismo” secentista, ya que a un tiempo sitúa al erudito aragonés en el centro de las disquisiciones humanísticas en torno a la imitatio barroca y entroniza al vate de Córdoba como “primer poeta lírico” de España y como “clásico moderno”, digno de ser analizado con meticulosidad filológica.
Desafortunadamente, la enconada rivalidad con otros “comentaristas” gongorinos (García de Salcedo Coronel, Pedro Díaz de Rivas, Andrés Cuesta) y la escasa simpatía que modernamente mostrara hacia su figura y su obra un siglodorista de la talla de Dámaso Alonso han empañado de algún modo el inmenso valor que revisten los cuantiosos hallazgos e ingeniosas interpretaciones que atesora el abigarrado volumen de las Lecciones solemnes.
Más allá de la meritoria labor que llevó a cabo como filólogo ante litteram, desde el punto de vista literario los variados intereses de este polígrafo barroco le hicieron moverse por derroteros muy distintos, impulsándole a editar póstumamente los escritos poéticos dispersos de un entrañable amigo (Obras de Anastasio Pantaleón de Ribera, 1631), a traducir la novela neolatina más importante de su tiempo (la Argenis de John Barclay) y a componer una prolija monografía sobre el ave legendaria más famosa de todos los tiempos (El Fénix y su historia natural, escrita en veinte y dos exercitaciones, diatribes o capítulos, 1630). Desde el punto de vista editorial, este interesante volumen erudito incorporaría como apéndice final varios relatos poéticos sobre el legendario animal, cuatro fábulas debidas a la pluma del propio Pellicer, Francisco de Quevedo, el conde de Villamediana y Anastasio Pantaleón de Ribera.
Junto a esa triple faceta de traductor, editor y estudioso de la paradoxografía antigua, la labor de José de Pellicer como poeta resulta igualmente apreciable, gracias al testimonio de un conjunto de Rimas amorosas que custodia un importante manuscrito (antaño perteneciente a Campomanes), así como en el epilio titulado El rapto de Ganimedes, cuya redacción le fue encargada en la Academia de Madrid en 1624. De hecho, los vínculos del cronista con tales cenáculos académicos permiten intuir que no resulta baladí esa otra faceta de Pellicer como ‘animador cultural’ de veladas prestigiosas, ya que durante las décadas de 1620 y 1630 compartió tertulias con aristócratas como el duque de Lerma, el marqués de Velada, el duque de Híjar y el marqués de Alcañices, así como con figuras literarias tan conocidas como el dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón, el novelista Alonso de Castillo Solórzano y los poetas Gabriel Bocángel y Gabriel de Corral. En un principio, la fama de Pellicer como panegirista debió de cimentarse en aquel contexto culto y elitista que permitía la alternancia entre lo festivo y lo convival, ya que de dichas reuniones pudieron surgir proyectos poéticos como el volumen laudatorio titulado Anfiteatro de Felipe el Grande, Rey católico de las Españas (1630).
Por cuanto se refiere a las contribuciones ‘historiográficas’ del polémico humanista barroco, destacan en Pellicer cuatro aspectos principales que supo alternar a lo largo de las décadas: genealogista, autor de Avisos, libelista y cronista real. Las noticias de la vida menuda de la Corte (nombramientos, defunciones, sucesos de crónica, alianzas dinásticas, relatos de fiestas) hallan en el volumen de los Avisos históricos un espacio privilegiado para su difusión. Como autor de propaganda, en el contexto de la enemistad franco-española de 1635, Pellicer contribuiría a la causa de Felipe IV con la redacción de libelos de contenido satírico-político, y en ese ámbito destaca el panfleto titulado El embajador quimérico o Examinador de los artificios políticos del Cardenal duque de Richelieu (1638), pieza breve inspirada en un conocido opúsculo de Mathieu de Morgues. En el turbulento espacio europeo de la Guerra de los Treinta Años, el escritor elaboraría en honor al Rey Planeta La Astrea sáfica. Panegírico al gran monarca de las Españas (1641), donde habría de eternizar la imagen de Felipe IV como “Hércules de la Fe” católica y debelador de la herejía, según establece la conocida tradición regia de la dinastía habsbúrgica.
Por cuanto afecta a la crisis hispánica, las revueltas de Cataluña y Portugal motivarían asimismo la redacción de obras destinadas a defender la causa monárquica y a rebatir las exigencias de las regiones insurrectas.
Baste pensar a este propósito en títulos como Sucesión de los reinos de Portugal y el Algarbe (1640) e Idea del principado de Cataluña, recopilación de sus movimientos antiguo y modernos y examen de sus privilegios (1642).
Obras de ~: J. Barclay, Argenis, trad. de ~, Madrid, Luis Sánchez, 1626; Oración fúnebre en la muerte del serenísimo señor don Carlos de Austria, infante de las Españas, príncipe de la mar, Madrid, 1628; Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote, Madrid, Imprenta del Reino, 1630; El Fénix y su historia natural, escrita en veinte y dos exercitaciones, diatribes o capítulos, Madrid, Imprenta del Reino, 1630; Anfiteatro de Felipe el Grande, Rey católico de las Españas, Madrid, Juan González, 1631 (ed. de A. Pérez Gómez, Cieza, La Fonte que mana y corre, 1974); Fama, exclamación, túmulo y epitafio de aquel gran padre fray Hortensio Félix Paravicino y Arteaga, Madrid, Viuda de Alonso Martín, 1634; El embajador quimérico o Examinador de los artificios políticos del cardenal duque de Richelieu, Valencia, Joseph Esparza, 1638; El Seyano germánico, Alberto Wencelao Eusebio de Wolstein, duque de Mekelburg y Fridland, Barcelona, Pedro Lacavallería, 1639; Astrea sáfica: panegírico al gran monarca de las Españas y Nuevo Mundo: en que se recopila los mayores sucessos de su [...] reinado, hasta el año MDCXXXV, Zaragoza, Pedro Verges, 1641 (2.ª ed. añadida y enmendada); La Fama Austríaca o Historia panegírica de la vida y hechos del Emperador Ferdinando Segundo, Barcelona, Sebastián y Jaime Matevad, 1641; Relación de las causas que obligaron a la Casa de Austria a pedir paces al rey de Francia y sus confederados en la ciudad de Munster en el año 1642, Lisboa, Lourenço de Amberes, 1642; Idea del principado de Cataluña. Recopilación de sus movimientos antiguos y modernos y examen de sus privilegios. Primera parte. El lirio, Hymen nupcial-genealógico en las reales bodas de los reyes don Carlos Segundo y doña María Luisa de Borbón, Amberes, Geronimo Verdus, 1642 (Madrid, Francisco Sanz, 1682); Memorial de la calidad y servicios de los señores de la isla de Fuerteventura, del apellido Saavedra, Madrid, 1647; Alma de la gloria de España: eternidad, majestad, felicidad y esperanza suya en las reales bodas: epitalamio al Rey, Madrid, Gregorio Rodríguez, 1650; Genealogía de la noble y antigua Casa de Cabeza de Vaca, Madrid, Domingo García y Morras, 1652; Justificación de la grandeza y cobertura de primera clase en la casa y persona de don Fernando de Zúñiga, noveno conde de Miranda, Madrid, Diego Díaz de la Carrera, 1668; Memorial de la calidad y servicios de don Cristóbal Alfonso de Solís y Enríquez, séptimo Adelantado de Yucatán, Madrid, 1670; Población y lengua primitiva de España, recopilada del aparato a su monarquía antigua, Valencia, Benito Macé, 1672; Aparato a la monarquía antigua de las Españas en los tres tiempos del mundo, Valencia, Benito Macé, 1673; El rapto de Ganimedes, Valencia, Benito Macé, 1676; Memorial de la calidad y servicios de don Juan Pacheco Osorio, marqués de Cerralbo, Madrid, Francisco Sanz, 1677; Anales de la Monarquía de España después de su pérdida, Madrid, Francisco Sanz, 1681.
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Jesús Ponce Cárdenas