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Mateo Morral y Roca

Biografía

Morral y Roca, Mateo. Sabadell (Barcelona), c. 1880 – Torrejón de Ardoz (Madrid), 2.VI.1906. Anarquista y frustrado regicida español.

Hijo de un industrial, recibió esmerada educación y viajó por Europa. Estudió en Alemania y fue discípulo de Francisco Ferrer y Guardia. A principios de 1905, o poco antes, se estableció definitivamente en la Ciudad Condal, donde Ferrer lo incorporó como profesor a su famosa Escuela Moderna, llegando a colaborar en algunas publicaciones de la misma. Por estas fechas, Mateo se había distanciado definitivamente de su familia a causa de sus ideas.

En mayo de 1906, con motivo del enlace entre Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battemberg, acudieron a Madrid numerosas personalidades nacionales y extranjeras, así como agentes de las policías francesa, alemana, inglesa e italiana. Al frente de la sección de Orden Público del Ministerio de la Gobernación se hallaba Emilio Moreno, coordinando la labor policíaca en Barcelona, Madrid y la frontera francesa. Por entonces, la policía le tenía clasificado como “poco peligroso”, por lo que su retrato no apareció ni en la jefatura de Barcelona ni en la Sección de Anarquismo de Madrid, ciudad a la que llegó en la mañana del lunes 21 de mayo, tras lo cual se dirigió al Hotel Iberia, situado en la calle Arenal. Al enterarse de que el cortejo de la boda real no pasaría por esta calle, sino por la calle Mayor, el día 24 se trasladó a una casa de huéspedes, sita en el cuarto piso del n.º 88 de ésta (frente a la iglesia de Santa María, y al n.º 93, donde el 25 de octubre de 1878 ya se había cometido un atentado frustrado contra Alfonso XII).

Morral no levantó sospechas; hablaba perfectamente el alemán, circunstancia que pretendió aprovechar para incorporarse al grupo de periodistas extranjeros que presenciarían el acontecimiento desde una tribuna pública. Por lo demás, según la crónica de la época, “su porte distinguido y su cortesía en el hablar alejaban de él toda sospecha”. Durante estos días hizo una vida muy tranquila, si bien no paraba mucho en la pensión, comía fuera y frecuentaba cierto café de la calle de Alcalá al que acudían algunos escritores, entre ellos Pío Baroja. Solían acompañarle un periodista, un inspector de la compañía de tranvías, Isidro Barra Orozco, y un polaco, viajante y corredor de productos farmacéuticos. Afirmó en la pensión que le gustaban mucho las flores y pidió a su patrona que se las comprase a diario, lo que ésta hacía en un puestecillo instalado en el atrio de la iglesia de Santa María.

La ceremonia de la boda real se inició en la iglesia de los Jerónimos a las diez y media de la mañana del jueves 31 de mayo. Mientras tanto, Morral, que permanecía en su habitación, dijo sentirse indispuesto y pidió bicarbonato. Concluida ésta, y ya muy cerca del Palacio de Oriente, sobre la una y media, Mateo Morral arrojaba desde su balcón, con toda comodidad, una bomba, envuelta en un gran ramo de flores, sobre la carroza ocupada por los recién casados. Al parecer, el regicida era un poco miope, o quiso la suerte que no viera, entre las colgaduras, un cable conductor de la electricidad, que desvió la trayectoria del artefacto; éste fue a caer sobre el lomo de uno de los ocho caballos bayos que tiraban de la carroza real, circunstancia que atenuó la fuerza de la explosión —que causó veintitrés muertos y más de cien heridos—; los Monarcas resultaron ilesos, pero el collar de Carlos III que llevaba Alfonso quedó cortado y su uniforme desgarrado.

No le resultó difícil dejar la pensión, abandonando su equipaje y, aprovechando la confusión, alejarse de la calle Mayor. Desorientado y hambriento, parece ser que ese día no tomó ningún alimento, deambuló por el centro de la ciudad, hasta que entre las tres y las cuatro de la tarde se acercó a la redacción de El Motín, en la calle Ruiza, n.º 4, periódico dirigido por José Nakens Pérez, de ideas republicanas, muy conocido por sus inclinaciones izquierdistas y anticlericales, pero en manera alguna un anarquista. Ferrer, su maestro, le había hablado de él con elogios cuando le solicitó unos originales para las publicaciones de la Escuela Moderna. Poco antes del asesinato de Cánovas del Castillo, el italiano Angiolillo se había personado en la redacción y expuesto a Nakens su propósito, del que éste trató de disuadirle inútilmente.

Nakens trató de ocultarle, tras su previa identificación, llevándole, ya muy entrada la noche, a casa de su amigo y correligionario Bernardo Mata García, quien le debía señalados favores, antiguo sargento del Regimiento de Caballería de Albuela, sublevado bajo el mando del general Manuel Villacampa, el 19 de septiembre de 1886, por lo que se había visto precisado a permanecer, hasta su indulto, cinco años en Portugal. Morral fue presentado a Mata y a su familia como un periodista italiano evadido de un penal.

Mientras tanto, la policía obtenía su descripción de los propietarios de la casa de huéspedes y se hacía cargo del equipaje allí abandonado por Morral. Al mismo tiempo, la Guardia Civil irrumpía en su alojamiento de Barcelona; junto a los habituales productos químicos utilizados para la fabricación de explosivos, descubrió medicinas contra la sífilis. Al día siguiente, su fotografía apareció en la prensa y el ministro de la Gobernación, el conde de Romanones, ofrecía 25.000 pesetas a quien descubriera al terrorista.

A primera hora de la mañana del día 1 de junio, la mujer de Mata adquirió en la calle de Toledo ropas de mecánico para Morral —quien, disfrazado, se creía más a salvo—, quien metió sus ropas del día anterior en un saco, que tiró en un descampado, y abandonó aquella casa sobre las diez de la mañana. Salió Morral al campo y anduvo errabundo casi dos días, despertando la suspicacia de todos los que tropezaban con él; además, tenía una pequeña herida en la mano derecha, producida al manipular la bomba, detalle ya conocido por la policía y divulgado por la prensa.

Finalmente, el sábado día 2, acosado por el hambre y la fatiga, entró en el Ventorro de los Jaraíces, cerca de Torrejón de Ardoz, a cuyos dueños, Jenaro Chamorro y Fermina Traisaz, pidió algo de comer.

No tardó allí en infundir sospechas a algunos de los presentes, sin duda por lo repentino de su aparición y su extraño aspecto. Alguien corrió a avisar a la Guardia Civil; mientras tanto, el guarda jurado Francisco Vega, interrogó al sospechoso y le pidió que le acompañara, lo que Morral hizo; pero, no lejos del lugar, extrajo una pequeña pistola Browning con la que dio muerte en el acto a Vega. Trató de huir, mas, viéndose rodeado, se disparó en el corazón a orillas de un río próximo. El 3 de junio, el cadáver del anarquista fue trasladado en tren a Madrid y depositado en el hospital del Buen Suceso para su identificación. El pueblo madrileño, irritado, quiso arrastrar el cuerpo antes de arrojarlo al fuego, lo que impidió la fuerza pública.

Las 25.000 pesetas de recompensa fueron entregadas a la viuda del guarda, una pobre mujer con cinco hijos.

Un año después, en el lugar del frustrado regicidio, se alzó un monumento a las víctimas.

Se ignoran los motivos que llevaron a Mateo Morral a cometer esta acción, aunque pudieran haber estado relacionados, al parecer, con Soledad Villafranca, profesora de la Escuela Moderna y compañera sentimental de su maestro, Francisco Ferrer. Morral, que estaba prendado de ella, la requirió, sin éxito, de amores. Tal contrariedad pudo influir decisivamente en sus proyectos.

Curiosamente, días antes del atentado, el oficial primero de Oficinas Militares, Vicente García Ruipérez, descubrió, paseando por el Retiro, esta trágica advertencia: “Dinamita. Ejecutado será Alfonso XIII el día de su enlace. Un irredento”, torpemente grabada en la corteza de un árbol, y a la que, en principio, se dio escasa importancia, pero que, tras los hechos, se atribuyó a Morral, al que también se pretendió implicar en el atentado frustrado contra Alfonso XIII y el presidente Émile Loubet, la noche del miércoles, 31 de mayo de 1905, en París, a la salida de la Ópera. Por otra parte, tanto el Monarca como su madre habían recibido cartas anónimas, amenazadoras unas y de advertencia otras, una de las cuales contenía un retrato del propio Morral con bigote y una pequeña barba.

El domingo 24 de junio del mismo año, en la Sección Cuarta de lo Criminal de la Audiencia de Madrid, se vio la primera sesión de la vista de la causa con motivo del atentado. Francisco Ferrer, acusado de inductor, fue absuelto. Por su parte, Nakens admitió que “había amparado a Mateo Morral cumpliendo con un alto deber de humanidad”. Sentenciado a nueve años de presidio, fue indultado —tal vez por el clamor popular, dentro y fuera del país— el sábado 8 de mayo de 1909, por el Gobierno de Antonio Maura.

La medida benefició también a los citados Isidro Barra y Bernardo Mata. Sin embargo, el abogado Eduardo Barriobero fue detenido y condenado a cien días de prisión preventiva, por haber publicado en la prensa artículos ensalzando la conducta de Nakens. Otros intelectuales, como Miguel de Unamuno y Alfredo Castellón, no se libraron de complicaciones por hacer en un diario zaragozano y en El País, de Madrid, una ardorosa apología del director de El Motín.

 

Bibl.: H. Valloton, Alfonso XIII. De la cuna al trono, Madrid, Colección Popular Literaria, 1958; R. Fernández de la Reguera y S. March, “La muerte de Mateo Morral, el regicida frustrado”, en Historia y Vida (Barcelona), 6 (septiembre de 1968); J. A. Montero Alonso, “Los atentados contra Alfonso XIII”, en Historia y Vida, 56 (noviembre de 1972); F. Hernández Girbal, “José Nakens ampara a Mateo Morral”, en Historia y Vida, 126 (mayo de 1979).

 

Fernando Gómez del Val

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