Pardiñas Serrato, Manuel, El Grado (Huesca), 1880 – Madrid, 12.XI.1912. Pintor decorador y ejecutor del asesinato del presidente de Gobierno, José Canalejas y Méndez.
Manuel Pardiñas procedía de ambientes de la agitación social, que, al igual que los choques de mentalidades y la violencia nacionalista, ultrapatriota o antijerárquica, caracterizaron la primera década del siglo XX. El magnicida inscribió su asesinato en la serie que sacudió Europa y América durante veinte años, de 1894 a 1914. Los magnicidios del presidente Sadi Carnot en Francia o Antonio Cánovas —y otros no consumados como Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia, Antonio Maura, etc.— en España; así como los de reyes como Humberto I de Italia, Milán I de Serbia, Carlos I y su heredero de Portugal, Jorge I de Grecia, príncipes como Francisco Fernando de Austria- Hungría, primeros ministros como Piotr Stolypin en Rusia o presidentes como William McKinley en Estados Unidos, estuvieron a cargo de muy diversos ejecutores, desde desconocidos anarquistas individuales a complots de varios ejecutores procedentes de bandas ultranacionalistas que incluían policías y agentes diversos. Los atentados en el viejo continente y su represión consiguiente hicieron que la emigración de la Europa meridional y central a América incorporara también a fugitivos y perseguidos políticos de diversas causas abiertas (sociales, nacionales, políticas, etc.), que ya en el nuevo continente integraron nuevos grupos —ideológicos o al margen de la ley— en razón de su nacionalidad y origen. Se calcula que una masa de alrededor de un millón y medio de españoles cruzaron el Atlántico desde España hacia América entre 1901 y 1913, huyendo de las crisis agrícolas, el caciquismo rural y viejos sectores artesanos de superpobladas ciudades. La migración política siempre encontró receptividad y posibilidades de indiferenciación entre las migraciones económicas.
Manuel Pardiñas, un joven emigrante social del agro oscense, que había recalado en Zaragoza, donde —según testimonio del libertario Manuel Buenacasa, que le habría conocido en esta ciudad— se reveló incapaz de acciones violentas, cuando pasó a Francia en 1901. Pero, verosímilmente huyendo de las búsquedas policiales de la policía francesa como anarquista fichado, Pardiñas emigró a América. Con expectativas abiertas de trabajo en las duras obras del canal de Panamá, Pardiñas se trasladó allí, aunque emigrando pronto a Cuba y posteriormente, siguiendo movimientos de obreros cubanos y españoles, a Tampa (Florida), relacionándose allí con los integrantes de un grupo animado por el anarquista español Pedro Esteve.
Después de haber embarcado, según diversas fuentes, desde La Habana hasta Londres —donde habría contactado con un comité internacional anarquista—, Pardiñas pasó entonces a Burdeos, donde contactó con Vicente García —una especie de delegado español del comité de Londres— y algunos antiguos emigrantes de Tampa, como el también español Francisco Martínez y el cubano Manuel Salinas. Entre las figuras políticas que entonces habían sido objeto de atentados en Francia, estaban el joven rey Alfonso XIII —en la calle Rohan de París, en 1905, que también resultó ileso en Madrid en 1906—, el presidente de la República francesa y los dirigentes conservadores españoles Antonio Maura y Juan de la Cierva, posiblemente a causa de su implicación en la represión de la Semana Trágica y el fusilamiento arbitrario del anarquista Francisco Ferrer, en octubre de 1909.
El magnicidio en España —al parecer decidido en una reunión en Marsella en septiembre de 1912 en la que Pardiñas se comprometió a realizarlo— varió su objetivo hacia el presidente ejerciente Canalejas.
Según alguna información policial de Burdeos, Pardiñas se habría reunido con representantes de empresas financieras e industriales (Millaud y Cartier, Liverpool Bank) con intereses en una huelga y paralización ferroviaria en España. La huelga ferroviaria, efectivamente desarrollada en la red catalana, por los obreros de la Unión Ferroviaria desde el 23 de septiembre de 1912, fue extendida en su convocatoria al ámbito nacional hasta el 5 de octubre (en una asamblea de ferroviarios del 30 de septiembre, de los setenta y siete mil representados, se declararon a favor de la huelga sesenta y cinco mil quinientos). Pero el gobierno de José Canalejas se adelantó, el 3 de octubre, adoptando —como hiciera tiempo antes en Francia Aristides Briand— una estrategia de militarización de los ferrocarriles —la llamada “Ley brazalete”— que obligó, por Real Decreto, a la movilización de reservistas militares de ferrocarriles a prestar servicios con un brazalete distintivo de su condición militar (mientras se mantenía, hasta su derogación el 9 de junio de 1913, la ley de jurisdicciones, que, desde su creación —el 17 de marzo de 1906—, daba lugar a intromisiones de la esfera militar en el ámbito civil, y de hecho sometía asuntos civiles al fuero militar).
Fue aquella una más de las numerosas veces que los gobiernos recurrieron, entre 1904 y 1911, a la suspensión de las garantías constitucionales para atajar desórdenes y huelgas generales, fruto estas últimas de enconados conflictos laborales urbanos (sobre todo en Cataluña, Levante o Aragón).
Pero la suspensión maniobrera del derecho de huelga (instaurado por la Ley de Huelgas de 27 de abril de 1909, que concretó diversos proyectos frustrados desde 1902, derogando el “delito” tipificado en el art. 556 del Código Penal) no fue la única disposición de fuerte contestación social al gabinete de José Canalejas, cuya jefatura de gobierno había sido apoyada, además de por su mayoritario Partido Liberal, por fuertes núcleos republicanos. El 23 de diciembre de 1910, Canalejas se había sentido con fuerza política suficiente para aprobar la llamada “Ley del candado”, contra nuevas congregaciones religiosas, que reabrió una fuerte reacción de campañas clericales y conservadoras desde julio de aquel año; contestadas a su vez por otras anticlericales, en las que se apoyó para aquella y otras medidas el gabinete de Canalejas en 1910-1911, incluso frente a algunas amenazas integristas o ultramontanas de “guerra civil”. También fue objeto el Gobierno de una contundente campaña socialista republicana y extraparlamentaria, contra la firma del tratado con Francia sobre Marruecos —que llevaría a España a acelerar la implantación colonial del Protectorado español de Marruecos, en 1912— y que se plasmó en una virulenta disputa en la prensa, entre el líder socialista Pablo Iglesias y el periodista y diputado Julio Burell.
Los prolegómenos y el contexto circundante meses antes del atentado llevado a cabo por Pardiñas, fueron de encrespamiento y agitación de la opinión pública española, crecientemente polarizada, pese a la buena acogida de algunas reformas de gobiernos de Canalejas, como la supresión del impuesto de consumos (mayo de 1911) o el servicio militar obligatorio (julio de 1911) y las mancomunidades o la “Ley silla” de prohibición del trabajo nocturno femenino (julio de 1912). La acción homicida contra Canalejas se ha explicado como una venganza por la represión sobre los ferroviarios, por el problema de Marruecos —el conflicto militar aún abierto—, la venganza de los próximos a Ferrer y Guardia, o como una vendetta de círculos masónicos. Dos días antes del magnicidio, el 10 de noviembre de 1912 tuvo lugar un mitin “reformista” de Melquíades Álvarez, organizado con el apoyo de la conjunción republicano/socialista, que contó con las intervenciones de destacados masones.
Ese mismo día La Tribuna de Barcelona recogía el rumor bursátil de que en el extranjero se jugaba a la baja de valores españoles, con la previsión de inminentes hechos sangrientos en nuestro país. Es también conocido que el atentado fue cuestionado incluso en ambientes anarquistas contrarios a Canalejas. El suceso no sólo retrasó la legalización de la recién creada Confederación Nacional del Trabajo (CNT) —que, creada en octubre de 1910, no recibió ese nombre hasta septiembre de 1911—, sino que fue determinante en la represión antisindical, disolviendo gubernamentalmente la neonata CNT, con duros sucesos represivos en Zaragoza y Cullera, de 19 de septiembre de 1911, hasta los años de la Gran Guerra. Mientras, Pardiñas viajó desde París a Madrid, según algunas fuentes, conociendo las autoridades españolas sus propósitos criminales con la anterioridad suficiente como para haber evitado el magnicidio.
En cualquier caso, el día señalado para celebrar Consejo, el 12 de noviembre de 1912, el presidente Canalejas había despachado con el Rey y, en su recorrido habitual hacia su casa situada en la madrileña calle de Huertas, y próximo al Ministerio de Gobernación, en la Puerta del Sol, mientras se paraba un instante en el escaparate de la librería San Martín, un hombre con sombrero negro, pantalones oscuros y chaquetón claro hizo sobre Canalejas un disparo, para seguidamente suicidarse de otro tiro con su misma pistola Royal Express, en la que quedaron dos cápsulas.
El magnicida, una vez identificado, se llamaba Manuel Pardiñas.
Bibl.: M. Buenacasa, El movimiento obrero español. 1886- 1926, Barcelona, Impresos Costa, 1928, págs. 54-55; E. Comín Colomer, Historia del anarquismo español (1836-1948), Madrid, Ed. R.A.D.A.R. [1949], págs. 160-169; P. Vallina, Crónica de un revolucionario. Con trazos de la vida de Fermín Salvoechea, París, 1958, págs. 37-40; D. Abad de Santillán, Contribución a la historia del movimiento obrero español. Vol III. De 1905 a la proclamación de la Segunda República, México, Editorial Cajica, 1965, págs. 114-117.
Alejandro R. Díez Torre