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Vicente Gonzaga y Doria

Biografía

Gonzaga y Doria, Vicente. ?, 1602 – 1690. Caballero de la Orden Militar de Calatrava, consejero de Estado, gobernador de Galicia, virrey de Cataluña y de Sicilia.

Hijo de Fernando Gonzaga y Borromeo, duque de Guastalla y Ariano, y de Vicenta Doria, hija ésta, a su vez, del príncipe de Melfi, Juan Andrea Doria, pertenecía a la célebre familia italiana que ya en el siglo XI figuraba entre los más principales de la ciudad de Gonzaga, situada geográficamente en el norte de Italia, y jurisdiccionalmente enclavada en el ducado de Mantua, título que había sido creado por el Emperador en el año 1512. Su familia había gobernado, durante sucesivas generaciones, este ducado de estratégica importancia, reiteradamente disputado y pretendido tanto por la Monarquía española como por la francesa, involucrado en las numerosas e intricadas guerras de Italia que inauguraron militarmente el siglo XVII, implicando hasta a los intereses territoriales de la Santa Sede.

Vicente Gonzaga Doria pertenecía al círculo más próximo de Juan José de Austria, el artífice de la capitulación de Barcelona tras la guerra de separación, en 1652. Por ello, su entrada como lugarteniente de la Corona en el Principado contaba previamente con bastantes simpatías. Antes, había ejercido la gobernación de Galicia, en dos ocasiones, primero en el año 1640 y, por último, entre 1652 y 1658. Su toma de posesión como virrey de Cataluña, tras ser nombrado el 17 de noviembre de 1663 con carácter trienal en cuya credencial de nombramiento también se le hacía investidura como capitán general de la provincia, tuvo lugar el 12 de febrero de 1664 y fue prorrogado seguidamente cuando, tras el fallecimiento de Felipe IV, el gobierno de España entraba en la regencia de Mariana de Austria por causa de la minoría de edad del joven Carlos II. Finalizó su virreinato el 28 de mayo de 1667. Para desarrollar sus tareas de gobierno y según consta por el historiador Carrera y Pujal, se dejó guiar por los consejos de José Niño, que había escrito en la ciudad italiana de Caller (Cagliari) una bella obra titulada Descripción de Cataluña.

Uno de los primeros cometidos que llevó a cabo durante su gobierno consistió en el reconocimiento de la frontera catalana, a fin de analizar la necesidad estratégica de ubicar las nuevas fortificaciones, teniendo en cuenta que la guerra con Francia se estaba convirtiendo en prácticamente un episodio permanente. Pero su protagonismo político trascendió incluso a la esfera internacional. De hecho, el mismo año de su juramento, el rey Felipe IV le concedía plenos poderes para que tratara con los delegados de la Monarquía francesa ciertas cuestiones de tipo territorial que se derivaban de la aplicación del artículo 59 de la paz de los Pirineos, el tratado que, firmado a orillas del Bidasoa en diciembre de 1659, saldaba en definitiva la derrota de España frente a Francia y la del Principado de Cataluña en su guerra de separación contra Felipe IV, por la que Cataluña perdía el Rosellón y parte de la Cerdaña. El confusionismo en la redacción de los artículos de la paz, en particular los de carácter territorial, sobre todo por el desconocimiento real de los territorios y la topografía a tratar, fue causa de sucesivas reuniones diplomáticas a fin de superar las dificultades que surgían para alcanzar las formulaciones definitivas. En relación con la política habitual de las instituciones representativas catalanas, el Consejo de Ciento de Barcelona y la Diputación del General, ejecutó con firme decisión el control de las insaculaciones o elección de los cargos, cuyas nóminas estaban secuestradas en manos de los oficiales reales, como consecuencia de la pérdida de la guerra de separación y los términos ejecutivos de la represión política sobre Cataluña. Hubo de atemperar en varias ocasiones las justificadas quejas de los diputados del General ante las ventas de mercancías diversas que las gentes de las galeras hacían en el Portal de mar de Barcelona. Con todo, durante su mandato, parece que las instituciones catalanas no tuvieron que hacer aportación económica alguna, como sí había sucedido con el objeto de sufragar las fortificaciones durante el virreinato anterior y lo volverían a hacer en el posterior con la reanudación de la guerra con Francia. Su virreinato, por todo ello, era muy bien recordado y el historiador duque de Maura incluso lo llegó a calificar de benemérito. Pero, cuando salía de Barcelona finalizando el cargo, el 6 de mayo de 1667, lo hacía imbuido de un cierto pesimismo. Meses antes, en marzo, había tenido lugar en la plaza del Rey de la ciudad un trágico suceso no bien aclarado en las fuentes. En el acto de ejecución del capitán Miquel Rius, los soldados de la guardia, recelando un complot o motín para liberarle, cargaron contra los asistentes. El balance fueron más de diez muertos y bastantes heridos, aunque no se siguieron del acontecimiento las graves consecuencias que de otro modo se podían temer.

Parece que la verdadera causa de su destitución no fue ésta; de hecho, las instituciones catalanas y en concreto los consellers de Barcelona no dudaban de la humanitaria actuación de su virrey, por el contrario sí pudo obedecer al recelo del jesuita padre Nithard, a la sazón privado de la regente Mariana de Austria, y de esta misma, que sospechaban de las excelentes relaciones que Vicente Gonzaga mantenía con Juan José de Austria, que ya entonces preparaba y conspiraba con su amenaza militar para tomar el poder en la Corte, de la que, en efecto, finalmente conseguiría desplazar a Nithard tan sólo un año más tarde, en 1668. Los hechos del mes de marzo en Barcelona bien pudieron haber constituido, así pues, la excusa para proceder contra él. Al partir de Barcelona, y como general de la caballería de Nápoles, su presencia en los territorios hispánicos de Italia en calidad de virrey del reino de Sicilia coincidía con la última y decisiva fase de la revuelta de la plaza siciliana de Mesina; de hecho, fue el conflicto político de mayor relevancia de cuantos ocurrieron en el seno de la Monarquía española en tiempos de Carlos II, decidido a poner fin al malestar reinante en todos los órdenes sociales, ante la disconformidad y dificultosas relaciones que mantenía con el último gobernador, el cardenal Portocarrero. Corría entonces el mes de marzo del año 1678. Vicente Gonzaga, que naturalmente contaba con la protección en aquel momento de quien ejerciera ya como primer ministro de la Monarquía, Juan José de Austria, accedía al virreinato de Nápoles observando no impasible el estado ruinoso del Ejército, la extrema pobreza del pueblo, el malestar entre la nobleza y los comerciantes y el lamentable estado de unas cajas reales totalmente consumidas. Su decisión de llevar a cabo una implacable represión sobre Mesina no se hizo esperar.

 

Bibl.: J. Mateu i Ibars, Los virreyes de los estados de la antigua Corona de Aragón. Repertorio biobibliográfico, iconográfico y documental, vol. I, tesis doctoral, Barcelona, Universidad, 1960; J. Reglà i Campistol, Els virreis de Catalunya: els segles xvi i xvii, Barcelona, Vicens Vives, 1961; F. Soldevila, Història de Catalunya, vol. II, Barcelona, Alpha, 1962; J. Lalinde, La institución virreinal de Cataluña, 1471-1716, Barcelona, Instituto de Estudios Mediterráneos, 1964; L. Ribot García, La revuelta antiespañola de Mesina: causas y antecedentes (159-1674), Valladolid, Universidad, 1982; F. Sánchez Marcos, Cataluña y el gobierno central tras la guerra de los Segadores, 1652-1679, Barcelona, Publicaciones y ediciones de la Universidad, 1983; A. R. Peña Izquierdo, “El virrey de Sicilia cardenal Portocarrero y la revuelta de Messina a través de la correespondencia con el plenipotenciario español en Venecia marqués de Villagarcía (1677-1678)”, en Tiempos Modernos. Revista Electrónica de Historia Moderna, 2-4 (2001); J. M. Sans i Travé, Dietaris de la Generalitat de Catalunya, vol. VII, Barcelona, Generalitat de Catalunya, 2002.

 

Mariela Fargas Peñarrocha

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