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Luis II de Borbón-Condé

Biografía

Borbón Condé, Luis II de. Gran Condé. Príncipe de Condé. Duque d’Enghien. París (Francia), 8.IX.1621 – Fontainebleau (Francia), 4.XII.1686. Príncipe francés, virrey de Cataluña, militar y mecenas.

Nació en el seno de una de las más encumbradas y ricas familias nobiliarias de Francia, emparentada con la realeza. Su padre, Enrique II de Borbón Condé (o Bourbon Condé), era primo hermano del rey Enrique IV. Su madre, Carlota, pertenecía a la estirpe de los Montmorency.

Realizó sus estudios en el colegio de los jesuitas de Bourges. Allí mostró su gran ambición, orgullo e inteligencia.

En su adolescencia conversaba a veces en latín con su padre. Pero el Gran Condé debe su celebridad más a la espada que a la erudición.

Comenzó su carrera militar en la última fase de la guerra de los Treinta Años, mientras se dirimía la pugna por la supremacía en Europa entre España y Francia, en los Países Bajos y otros territorios (Cataluña entre ellos, desde la ruptura de 1640 entre Barcelona y Madrid). El Gran Condé participó en las campañas de Picardía (1640) y del Rosellón (1642). En ésta, poco después de ser casado en 1641 con una sobrina de Richelieu, Claire-Clémence de Maillé Brézé, a la que más tarde repudiaría. El 19 de mayo de 1643, cuando todavía era conocido como duque d’Enghien (hasta 1646), encabezó el Ejército francés que puso fin en Rocroi a la imbatibilidad en campo abierto de los tercios españoles, pocos días después de la muerte de Luis XIII. El 3 de agosto de 1645, peleando junto con Turenne, derrotó a las tropas imperiales en la (segunda) batalla de Nördlingen. Al año siguiente tomó la importante base naval de Dunquerque.

En la trayectoria biográfica del Gran Condé su estancia en Cataluña en 1647 como virrey del nuevo soberano francés (Luis XIV) es un interludio de pocos meses. Fue nombrado para este cargo por Julio Mazarino —quien, desde le muerte de Richelieu, era de hecho el nuevo primer ministro—. Pesó para ello su reputación militar, su sangre real y, tal vez, el deseo de alejarle de la corte. En Cataluña, Condé apenas tuvo tiempo de llegar a comprender los complejos conflictos político-constitucionales, clientelares y sociales que estaban en juego. En junio de 1647, dirigiendo las tropas franco-catalanas, fracasó en su intento de tomar Lérida, en poder del Ejército de Felipe IV (como una buena parte de la Cataluña del sudoeste).

Lérida era una plaza doblemente emblemática; en ella Felipe IV había jurado de nuevo en 1644 las constituciones de Cataluña después de haber sido reincorporada a la Monarquía española. Además, los diplomáticos que negociaban en Westfalia el fin de la guerra estaban muy atentos a la suerte de la ciudad.

Vuelto a Flandes, el Gran Condé se resarció de la derrota ante Lérida con la importante victoria de Lens, frente a las tropas del archiduque Leopoldo (20 de agosto de 1648), la cual contribuyó a acelerar la firma de la paz de Münster (24 de octubre) entre el Imperio y Francia, en condiciones ventajosas para ésta (sin embargo, la pugna entre España y Francia continuaría otro decenio).

Durante la crisis revolucionaria francesa de la Fronda contra el Gobierno de Mazarino, Condé estuvo en una primera fase (la de la fronda parlamentaria), a favor de éste y de la Reina Regente (la española Ana de Austria). Después, alimentado por sus victorias, se enfrentó a Mazarino, que ordenó encarcelarle en Vincennes en 1650. Allí pasó más de un año. En 1651 fue liberado ante las protestas generalizadas. Enseguida encabezó la llamada Fronda de los Príncipes y llegó a flirtear con una revuelta que adquirió un importante componente popular en París en el verano de 1652 y, sobre todo, en Burdeos (conocida ésta como L’Ormée). Mientras tanto, Condé suscribió, personalmente o por delegación, alianzas, casi de príncipe a príncipe, con Felipe IV (Maubege, 26 de octubre de 1651) y Madrid (6 de noviembre de 1651), para combatir a Mazarino y, en teoría, favorecer una futura paz entre España y Francia. Estos contactos de Condé con la Corte española, tuvieron sus repercusiones en Cataluña.

Así, el mariscal francés conde de Marchin, partidario suyo, abandonó Barcelona con sus tropas en septiembre de 1651 y marchó a Francia. El 12 de octubre de 1652, tras perder el favor del parlement y del pueblo de París, Condé dejó la ciudad camino de los Países Bajos españoles o reales (poco antes de que Luis XIV hiciera su entrada en su capital).

Al servicio de la Monarquía de Felipe IV, combatió contra las tropas francesas, siendo vencido por el Ejército de Turenne en Arras en 1654. Desde 1656, en la última etapa del largo conflicto franco-español, Condé luchó en Flandes junto con Juan José de Austria, sin que hubiera buena avenencia entre ambos, y con fortuna menguante, aunque dando siempre pruebas de su valor. La victoria de Valenciennes en 1656 fue menos importante que la derrota decisiva en la batalla de las Dunas (1658), cerca de Dunquerque, frente a un Ejército ahora franco-inglés. En las negociaciones para la ineludible paz (la de los Pirineos, de 1659) uno de los puntos espinosos fue el futuro trato de Luis XIV a Condé, a quien Felipe IV no quería abandonar. Finalmente, Mazarino se comprometió (no gratuitamente) a que Luis XIV le perdonaría. Así Condé volvió a Francia, recuperando sus dignidades y su cuantioso patrimonio confiscado. Entre 1663 y 1668 fue candidato sin éxito al trono electivo de Polonia.

Luis XIV demoró un decenio el conferir a Condé el mando de un Ejército. La ocasión fue la llamada Guerra de Devolución de 1667-1668 contra la Monarquía española. En ella logró (en febrero de 1668) la ocupación del Franco-Condado. Pocos años después, durante la guerra de Holanda, derrotó a Guillermo de Orange en Sennef en 1674 (su última gran victoria), consiguiendo al año siguiente defender Alsacia de los ejércitos imperiales.

En 1676 Condé, enfermo de gota, se retiró definitivamente a su engrandecido y embellecido palacio de Chantilly, en el que trabajó Le Notre, donde se rodeó de una corte de artistas y literatos y fue enterrado a su muerte. Protegió a Boileau, Racine, Molière, La Bruyère y Bossuet. Éste fue quien pronunció su oración fúnebre, una vez que Condé, quien ejerció de libertino durante gran parte de su vida, se reconciliara tardíamente con la Iglesia católica. Murió el 4 de diciembre de 1686.

La memoria de Condé fue glorificada por su hijo Enrique-Julio. Sus restos padecieron después la cólera revolucionaria. Tras la restauración de 1815, su figura, objeto de valoraciones contrastadas, quiso ser rehabilitada por sus descendientes. Un heredero del Gran Condé, el duque de Aumale (hijo de Luis Felipe de Orleans-Borbón, el “rey burgués”) restauró el conjunto arquitectónico de Chantilly y lo convirtió en un lugar de memoria y de cultura. Hoy, su pinacoteca es una de las mejores de Francia. Entre sus cuadros pueden verse los de Sauveur Leconte que representan las grandes victorias de Condé y su inconfundible perfil aquilino. El mismo que modeló en un busto el gran escultor Antoine Coysevox.

 

Bibl.: P. Lenet, Mémoires de Pierre Lenet, Procureur general au Parlement de Dijon [...], Paris, Foucault, 1826; H. d’Orleans, duque d’Aumale, Histoires des Princes de Condé, Paris, Calman- Lévy, 1896; J. Sanabre, La acción de Francia en Cataluña (1640-1659), Barcelona, Real Academia de Buenas Letras, 1956; G. Mongrédien, Le Grand Condé, Paris, Hachette, 1959; A. Domínguez Ortiz, “España ante la paz de los Pirineos”, en Hispania, 77 (1959), págs. 545-573; B. Pujo, Le Grand Condé, Paris, Albin Michel, 1995; F. Sánchez Marcos, “Joan Josep d’Àustria (1629-1679) i el Gran Condé (1621-1686): histories entrelligades”, en Pedralbes. Revista d’Història Moderna, 18-II (1998), págs. 89-96; http://www.institut-de-france.fr/patrimoine/chantilly.

 

Fernando Sánchez Marcos